De los tres géneros que vamos a cubrir en La Nave Invisible, tal vez el terror sea el más complejo de abordar. La ciencia ficción y la fantasía clásicas pueden haber envejecido mejor o peor, pero no se edifican sobre la subjetividad del lector y, por tanto, están más libres del típico estigma de «¡eso no da miedo!». Algo que, por desgracia, he oído decir más de una vez sobre la obra de la gran Shirley Jackson.
Desde luego, si estás acostumbrado a asociar el terror con la sangre, las vísceras, los golpes de sonido que acompañan siempre al sustito de rigor y demás parafernalias, sí, es probable que el terror clásico te suene a chiste. Nos hemos vuelto muy audiovisuales con respecto a este género. Pero si aún disfrutas de la tensión psicológica, los juegos mentales, las insinuaciones veladas, de avanzar en una historia sin saber hasta qué punto lo que está ocurriendo es real o una mera ensoñación… entonces, disfrutarás de Jackson y disfrutarás de Hill House.
La propia Jackson fue una mujer intuitiva, con una cierta conexión con lo paranormal o extrasensorial, a pesar de que despreciaba el artificio de los típicos «cazafantasmas» mediáticos. También pasó parte de su vida medicada para combatir la neurosis, por lo que debía conocer de primera mano lo que una mente trastocada puede provocar. Y ambos elementos se entretejen con gran maestría en sus textos, creando una atmósfera memorable. Junto a La maldición de Hill House, que fue la que hizo despegar definitivamente su carrera, hay que destacar su relato La lotería o su novela Siempre hemos vivido en el castillo; solo un par de ejemplos de un corpus literario que le ganó un puesto de honor dentro del género del terror a mediados del siglo XX, convirtiéndola también en mentora de otros pesos pesados como Richard Matheson o el mismísimo Stephen King.
Cuando Valdemar editó Hill House en 2008, incluyó una introducción muy interesante analizando un poco todos estos aspectos; y, aunque nosotros no somos Valdemar, sí podemos ofreceros más información sobre ella y su obra aquí.

Valdemar la editó con el título original, pero en ediciones previas se tradujo como La casa encantada
Antes de empezar, por si os lo estáis preguntando; sí, esta es la novela que inspiró esa película que todos hemos debido ver en algún momento: La Guarida, con Liam Neeson y Catherine Zeta-Jones. Olvidaos de ella, porque el derroche de efectos especiales y la ida de olla fantasmagórica destrozaron por completo la esencia del libro. Seguro que Jackson la habría odiado si la hubiese visto. Hay también otra adaptación anterior, de 1963, dirigida por Robert Wise, que es bastante más fiel a la novela y os recomiendo si os gusta el cine antiguo. Pero esta parecía intentar transmitir el mensaje opuesto a la del 99: los fantasmas no existen, todos los fenómenos tienen una explicación lógica y racional. Y eso tampoco podría estar más lejos del mensaje que nos dejó Jackson en su novela.
La maldición de Hill House arranca de mano del doctor John Montague, un filósofo y antropólogo aficionado a lo paranormal, deseoso de llevar a cabo un estudio sobre el tema que pueda ser tomado en serio por la comunidad científica. Para ello eligió como escenario Hill House, una casa con una historia trágica y una amplia tradición de estar encantada, y se documentó lo mejor posible para seleccionar a un grupo de personas de sensibilidad especial que lo acompañara en su periplo y contribuyera a canalizar las fuerzas místicas de la casa.
De dicho grupo, solo terminaron presentándose a la cita dos: Theodora, una artista con dotes telépatas, y Eleanor Vance, una mujer tímida y acomplejada que se había visto envuelta en un suceso extraño durante su adolescencia, tras la muerte de su padre. A este trío se unió Luke Sanderson, un joven vividor que los acompaña solo en calidad de anfitrión, por ser sobrino de la dueña de Hill House y futuro heredero de la propiedad. Y una vez que los cuatro quedan encerrados en la casa, aislados entre las colinas, los fenómenos inexplicables y la propia interacción entre ellos irán minando su resistencia y creando el caldo de cultivo perfecto para este relato psicológicamente asfixiante.
El ritmo de Hill House es engañoso. Tras una primera mitad más pausada, casi trivial, en la que puedes tener la sensación de que no está pasando nada, de repente empieza a pasar de todo y la autora te lanza a un remolino emocional muy inquietante. Pequeños aspectos que durante esa primera mitad solo se insinuaban o perfilaban de pasada comienzan a deformarse y sobredimensionarse. El camino preparado se retuerce de forma tan sutil que solo te das cuenta cuando ya te has metido en la boca del lobo. Y esto funciona porque Jackson nos da tiempo suficiente para conocer a los personajes y acostumbrarnos a ellos, de modo que sus «transformaciones» te afectan más, como si sus máscaras comenzaran a romperse, revelando una cosa muy distinta a la que esperabas. A poco que empatices con Eleanor, además, podrás encontrar algunos pasajes difíciles de digerir; y tal vez sea precisamente ese el aspecto más perturbador de Hill House. Aunque eso es mejor que lo descubra cada lector a su manera.
En cuanto a los personajes, la protagonista absoluta es Eleanor, la treintañera que ha pasado toda la vida cuidando de su madre enferma, en torno a la que giraba todo su mundo, y que, ahora que ella ha muerto, no sabe qué hacer consigo misma. Reprimida, ninguneada y con una autoestima nula, la aventura en Hill House significa para ella mucho más que para el resto: es lo que siempre había estado esperando, esa oportunidad de formar parte de algo memorable. Su complejidad psicológica es muy rica y Jackson hace un trabajo magistral no solo presentándonosla, sino también haciéndola evolucionar.

Theo (Claire Bloom) y Eleanor (Julie Harris), durante la famosa escena del «toc toc, quién es», una de las más célebres de la novela, que todas las adaptaciones han mantenido.
Todos los demás, desde Theo hasta la señora Dudley, la criada de Hill House, tienen una personalidad muy fuerte y definida, una esencia propia. Especial mención se merece la señora Montague, que es una joyita. Pero no quiero profundizar en ellos, porque sería contraproducente. Nosotros vivimos la historia a través de los ojos de Eleanor, y la forma en la que ella misma va fluctuando conforme descubre las luces y sombras de los demás es un elemento importante de la novela. Es fácil hacerse una idea clara de cómo son todos, ¿pero los matices que se insinúan en unos y otros son reales? ¿Podemos estar seguros de verdad de que son tal y como Nell los ve? ¿O de que Nell es en realidad como trata de insinuar el texto? No, no podemos. Y esa inconcreción es otra de las grandes señas de identidad de Hill House y uno de los pilares en los que se apoya la tensión.
Porque en esta novela no se habla del miedo a los fantasmas o a las manifestaciones del más allá; eso solo es una excusa. Hill House trata el miedo a los demás y a uno mismo, a formar parte del mundo y a estar fuera de él, a la soledad, al rechazo y al desarraigo, a lo que no se conoce o no se puede controlar. Habla del impacto que tienen en las personas los viejos traumas del pasado, las obsesiones, los maltratos, los sentimientos de culpa y el egocentrismo. De la represión en todos sus aspectos, de cómo nos transformamos en circunstancias de fuerte presión psicológica. Habla incluso de sexualidad, veladamente, pero de forma evidente para el ojo hábil. ¿Ocurren fenómenos paranormales en Hill House? Desde luego. Pero es más importante el efecto que provocan en la mente de los personajes. Incluso llega un punto en el que es difícil discernir qué pertenece al poder de la casa maldita y qué es fruto de la simple paranoia. A partir de ahí, el debate está servido, porque Jackson deja margen de sobra para especular y sacar tus propias conclusiones.
Por otro lado, en un plano menos intimista, también hay una crítica muy directa al sensacionalismo barato que suele acompañar a los «expertos de lo paranormal», encarnados de forma casi caricaturesca en la señora Montague. El doctor representaba la cara más científica y seria del colectivo de los cazafantasmas, lejos de la extravagancia de su esposa, pero también hacia él dirige Jackson algún que otro dardo. ¿Qué pretendía encerrándose junto a otras tres personas en una casa así, sugestionando del modo en que lo hizo a unos invitados a los que ni siquiera conocía? ¿No tuvo él buena parte de culpa en todo lo que ocurrió? «Usted me trajo aquí», le dijo Eleanor en un momento dado, hacia el final de la novela, y eso ya representa suficiente acusación. Es como si la autora nos recordara que sí, lo paranormal existe, pero es muy peligroso intentar juguetear con ello a ciegas. Y no precisamente porque una horda de fantasmas vaya a venir a despellejarte…

Como han hecho también otros tantos autores del género, Jackson se inspiró en una casa real para crear Hill House: la Mansión Winchester, de California. Echadle un vistazo a su historia, porque tampoco tiene desperdicio
Pero Jackson también nos atrapa a nosotros dentro de Hill House y nos sugestiona de lo lindo. Con una prosa ágil y cómoda, nos presenta una historia que se lee de un tirón y en la que (creedme) no sobra ni una coma. Los diálogos, aunque suelen tener bastante chispa, a veces pueden parecer inconexos; pero merece la pena prestarles atención porque ocultan detalles vitales de los personajes: frivolidad, nerviosismo, miedo, malicia, falsedad, ganas de huir de determinados temas, la opinión que tienen de sí mismos y de los demás. Si llegamos a conocerlos realmente (a todos) es gracias a las cosas que dicen, cómo lo dicen e incluso cómo se mueven.
Jackson utiliza un narrador omnisciente tanto para el prólogo como para el epílogo, pero durante el resto del relato fija el punto de vista en Eleanor con un narrador equisciente tan íntimo, tan ligado a sus pensamientos y emociones, que casi se siente como una primera persona encubierta. Las descripciones físicas casi brillan por su ausencia, pero abundan las descripciones viscerales, siempre se hace hincapié en las sensaciones que transmiten las cosas y las personas, las reflexiones son constantes, a veces ordenadas, a veces erráticas y fragmentadas, hasta el punto de rozar un curioso stream of consciousness en tercera persona. Este estilo le va como anillo al dedo a una novela como Hill House, porque te sumerge allí, junto a los demás, creando una ambientación fantástica.
¿La recomiendo? Muchísimo, aunque es obvio que no es para todos los públicos. Quizá a alguien le parezca cargante o cansina, la considere sobrevalorada o crea que no da miedo en absoluto. No lo discutiré; ya dije al principio que el terror es algo muy subjetivo. Por mi parte, solo puedo decir que no logré pegar ojo el día que me la terminé (sesión maratoniana) y que me perturbaron profundamente el identificarme con algunos de los aspectos que trata y las emociones tan fuertes que me provocaban los personajes, para bien y para mal. Si Hill House llega a inquietar es por eso, porque se te puede meter bajo la piel.
Al igual que Eleanor parecía tener cierta facilidad para conectar con la casa, tal vez vosotros tengáis esa misma facilidad para conectar con la novela. Y, en ese caso, preparaos para una lectura fascinante. Sea como sea, lo que está fuera de toda discusión es la habilidad de Jackson para crear mentes torturadas y darles una riqueza impresionante, haciéndolas bailar al son de su música. Aunque solo fuera por eso, La maldición de Hill House ya tiene ganada su corona como una de las mejores novelas de terror escritas jamás.

Buenísima reseña. Le has dado un buen repaso a todos los aspectos más relevantes de la obra, desde la ambientación a los diálogos pasando por los temas. Me ha gustado que remarques que ante todo el terror es algo subjetivo. Personalmente, yo no sufrí por miedo con este libro, pero sí que me perturbaron profundamente las escenas de mayor tensión y la psicología de personajes. Incluso sin entrar en lo paranormal, las frustraciones tan humanas de Eleanor ya creaban un ambiente de intranquilidad y claustrofobia, una lectura opresiva exquisita. Por eso (creo yo) Jackson es una imprescindible al leer terror. Bueno, lo dicho: genial reseña. 🙂
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¡Muchísimas gracias! Me alegro un montón de que te haya gustado 😉
Leí Hill House por primera vez en 2008 y ya entonces me dejó un sabor de boca difícil de clasificar. Pero es que con la relectura que hice para preparar esta reseña… uff, hubo muchos nuevos detalles que me saltaron a la cara y me dejaron muy descompuesta. El terror es subjetivo, sí, y creo que en esta novela lo más terrorífico de verdad es Eleanor, no Hill House. Ver la trayectoria que ella va llevando conforme avanza la novela es lo más inquietante. Me gusta especialmente cómo al principio conectas con ella, medio por empatía, medio por pena, y después termina llegando un punto en el que te quedas loco al darte cuenta de su estado mental. Pero, incluso viendo sus problemas, ¡sigues empatizando! ¡La actitud de los demás se te hace cruel y difícil de tragar! ¿De parte de quién te pones? Creo que es ahí donde radica buena parte de la incomodidad que genera la novela.
Jackson merece muchísimo la pena por este tipo de juegos mentales, es una artistaza. Y me alegra mucho que para ti también sea una imprescindible 🙂
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Me parece fascinante y terrorífica en la lectura de tu reseña. Veré ahora si me atrevo a dedicarle mi tiempo de inseguridades y miedos y navegar en su lectura. No obstante insisto que desde mis límites daría para que me encante. Todo es leer para saber. en el mundo de la lectura Gracias por poder decir, aún siendo un tanto neofita en estos aspecto..Me atrevere ??
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Me parece fascinante y terrorífica en la lectura de tu reseña. Veré ahora si me atrevo a dedicarle mi tiempo de inseguridades y miedos y navegar en su lectura. No obstante insisto que desde mis límites daría para que me encante. Todo es leer para saber. en el mundo de la lectura Gracias por poder decir, aún siendo un tanto neofita en estos aspecto..Me atrevere ??
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