Durante mucho tiempo bastantes personas de mi generación no hemos tenido conciencia real de que, tras las tres películas de uno de los mejores cineastas del siglo XX, Alfred Hitchcock, se escondía la imaginación de una mujer que jamás cesó de producir literatura de gran calidad y, aún menos, de soñar. La posada de Jamaica (“Jamaica Inn”; 1937), Rebeca (“Rebecca”; 1940) y, finalmente, Los pájaros (“The birds”; 1963) constituyen la trilogía hitchcockiana sacada de las mismísimas entrañas de la británica Daphne du Maurier. Tal fue por la fascinación que causaba la autora en las islas, e incluso en el ámbito internacional, que algunos creyeron innecesario mentar sus historias a las próximas generaciones, pues pensaban que ya eran inmortales. Desgraciadamente, aquella decisión fatídica provocó que en los años siguientes Daphne du Maurier quedara relegada a la sombra y catalogada como escritora de novela rosa.
Cuando observamos de cerca a Daphne du Maurier no sólo debemos tenerla como una autora prolífica capacitada para abordar diversos géneros en sus textos, también hay que tener en mente que una fue una mujer con bastantes recursos económicos, sí, pero a la que nunca se le permitió asistir a una educación superior más allá de la recibida en casa mediante profesores e institutrices. Todo lo que aprendió respecto a la escritura lo hizo sola de forma autodidacta, su sueño siempre fue vivir de lo que escribía y no de su marido ni de sus padres. Es cierto que contó con facilidades para publicar sus primeros relatos y Espíritu de amor, su primera novela, pero incluso las historias que preceden a la gran Rebecca no son ni remotamente inferiores. Personalmente, le tengo mucho cariño a Daphne, pues son ella y Shirley Jackson las mujeres con las que más he ahondado en la literatura gótica y el terror moderno.
En esta ocasión voy a hablar de un compendio de relatos escritos durante 1950. Se trata de la primera vez que leo a la autora en su vertiente más breve, y la verdad es que no me ha dejado indiferente. En total son seis relatos a dos aguas entre el misterio y el terror (con atmósferas muy góticas) que van de lo general a lo personal. Es decir, en al principio el agente causante de la desgracia y el terror nos es desconocido, y podríamos decir que incluso parece inmaterial, pero conforme avanzamos la lectura el ser humano toma más y más protagonismo; así hasta que, en el último relato, El anciano, el lector comprende que toda la maldad sólo reside en el interior de una personalidad. Huelga decir que los relatos pueden leerse de forma independiente, pero es interesante el efecto que producen si se leen de forma continuada, dan para unas reflexiones muy interesantes.
El potencial del primer relato, Los pájaros, reside en cómo Daphne juega con el desconocimiento del lector y de una población costera de Inglaterra. Ambos nos preguntamos por qué la naturaleza amenaza las vidas de esas gentes de forma tan repentina y qué causa la violencia de los pájaros contra los seres humanos. La incomodidad que suscita ese desconocimiento, y donde concentra sus fuerzas la autora, me ha recordado a las sensaciones que H. P. Lovecraft vierte en todas sus historias, o como también realizan de forma mucho más sutil los hermanos Strugatski en Picnic extraterrestre. Para mí lo que Daphne du Maurier quería decirnos en Los pájaros es que el ser humano no está capacitado para comprender aquello que es superior a él en todos los sentidos, y eso lo lleva a morir, enloquecer o aguardar. Sinceramente, por muchas vueltas que le doy, no puedo encontrar una razón para no encuadrar el relato además de en la ficción especulativa, en concreto, en la ficción extraña (más conocida para los amigos como weird fiction). Parece un simple relato de terror, pero hay algo que habita más allá de ese huracán de pájaros, que no está expresado con palabras claras, sino que es más bien un efecto que parece moverse entre lo mítico, la fantasía y la ciencia ficción mediante esos fenómenos climáticos tan inusuales que se mencionan varias veces. Sin duda estos acrecientan la sensación de malestar y fragilidad de la humanidad.
Caminó sobre los guijarros hacia la arena y, entonces, de espaldas al viento, practicó un hoyo en el suelo con el pie. Se proponía echar en él los pájaros, pero al abrir el saco la fuerza del viento los arrastró, los alzó como si nuevamente volvieran a volar, y los cuerpos helados de los cincuenta pájaros se elevaron de él a lo largo de la playa, sacudidos como plumas, esparcidos, desparramados. Había algo repugnante en la escena. No le gustaba. El viento arrebató los pájaros y los llevó lejos de él.
«Cuando la marea suba se los llevará», dijo para sí.
Me fascina el trabajo que du Maurier realizó con la atmósfera de este relato, pervirtiéndola poco a poco hasta parecer la más rocambolesca pesadilla que puede vivir una familia. “¿Y realmente podría suceder algo así?”, me pregunto. Confieso que, a veces, cuando observo una bandada de pájaros posados en los cables de la luz pienso que de verdad traman una conspiración contra la especie humana. Por unos segundos, ningún problema parece tener la importancia suficiente como para detener ese terror irracional que despierta desde lo más profundo de mi subconsciente.
Siguiendo un poco la línea del horror de Los pájaros, Monte Verità es la historia más extensa de la antología, con un ritmo mucho más pausado y con una resolución del conflicto propiamente dicha. A modo de memoria, narra la historia de dos amigos aficionados a escalar juntos, es así hasta que uno de ellos decide casarse con una joven llamada Anna. Los negocios alejan a los dos amigos durante un tiempo y cuando vuelven a reencontrarse, el desposado le anuncia al otro que irá de viaje a escalar con Anna al Monte Verità, jamás hollado.
Se nota mucho la diferencia de ritmo entre Monte Verità y el anterior, pero ambos mantienen el estilo lírico y evocador de la autora. Este relato creo que está más próximo a la ciencia ficción que a la fantasía. De nuevo hay algo ahí, no explícito, que me inclina más a pensar en un primer contacto extraterrestre que en simplemente una serie de criaturas mundanas haciendo travesuras. ¡Por favor, decidme que no soy a la única a la que le pasa esto! Existe mucha ambigüedad en Monte Verità, pues no se deja claro la procedencia de la gente que vive en lo más recóndito de la montaña. Como con el anterior, también creo que es un relato que podría encuadrarse perfectamente dentro de la ficción extraña.
—He intentado estudiar su religión —dijo—. Es mucho más antigua que el cristianismo. Hay textos viejísimos en los que se encuentran alusiones a ella. Los he repasado de vez en cuando y he hablado con eruditos que han estudiado la mística y los ritos de los druidas de los antiguos galos; hay un fuerte lazo que une a todos los montañeses de aquellos tiempos.
En su totalidad el relato me ha encantado. Adoro que este tipo de historias imbuidas de tanto misterio tengan un ritmo pausado y descriptivo. El desconocimiento del entorno provoca que el narrador realice análisis exhaustivos de la realidad con el fin de descubrir qué se esconde tras lo que puede ver. Además, la historia cuenta con una versión racional de los hechos a través del narrador, y otra más romántica con Victor, el desposado atormentado, que ofrece un curioso contraste y ofrece la objetividad que buscaba Daphne du Maurier.
En El manzano, un viudo descubre que el manzano podrido del jardín comienza a echar flores anormales tras la muerte de su esposa, a la cual ni siquiera le tenía estima. Aquí comienza a apreciarse ya hacia donde va a virar la autora. Comprendemos más o menos ese elemento sobrenatural y, al hacerlo, también comprendemos que no estamos al cien por cien seguros de si es cierto o no, que tal vez hay algo más y tan sólo puede ser una casualidad lo que cavilamos. Daphne du Maurier juega con nuestra percepción de la realidad de una manera espectacular.
Este relato también es bastante pausado y ha sido el que más me ha gustado de la colección. Es un poco predecible cual va a ser el final, pero en este caso no me ha importado en absoluto. Lo que necesitaba saber era lo que ocurría hasta llegar a ese punto. Me mantuvo en vilo, esperando el momento y pocas veces me sucede algo así. De igual manera que con los anteriores, sentí una mezcla de malestar y morbo muy intensa.
Siguió contemplando el manzano. Aquella atormentada postura, la encorvada copa, las fatigadas ramas, las pocas hojas marchitas que el viento y la lluvia del pasado invierno no habían logrado arrancar, y que ahora se estremecían como una mata de lacio cabello ante la suave brisa de la primavera, parecían elevar una muda protesta y mirarle diciendo:
«Si estoy así, es por tu culpa, por tu dejadez»
El resto de relatos de la antología tiran a lo más convencional, es fácil reconocer de dónde proviene la maldad. A veces, incluso el mismo narrador percibe a medias que él es el desencadenante de todo lo acaecido; otras, como en El anciano, parece más un cuento folclórico; también en otro relato vemos cómo el protagonista asiste de refilón al horror orquestado, pero como ser humano ignorante de su condición, no puede evitar que suceda. Y al descubrirlo es inevitable que se sienta culpable y atormentado, porque en su mano estuvo detenerlo.
Los tres últimos relatos, El pequeño fotógrafo, Bésame otra vez, desconocido y El anciano me parecen piezas interesantes, pero no comparables con los anteriormente mentados. El horror palpable y la maldad mortal, pierden parte del encanto. Al poder tocar ese elemento también es posible destruirlo o recrearlo. El horror que jamás podremos comprender ni experimentar en nuestras carnes perfilado de manera magistral en Los pájaros, Monte Verità, e incluso en El manzano, me produce sensaciones indescriptibles. Es puntual, es certero y es inmortal.
Daphne du Maurier sabe narrar con gran habilidad aquello que no podemos ni ver ni sentir en el plano físico, de los conceptos más extraños que escapan a nuestra imaginación y que habitan en cualquier lugar del globo, aguardando.
—¿Va a nevar, papá? —preguntó—. Hace bastante frío.
Levantó la vista hacia el descolorido cielo, mientras sentía en su espalda el viento cortante.
—No —respondió—, no va a nevar. Este es un invierno negro, no blanco
Los pájaros, Daphne du Maurier
