No hay muchas lectoras de terror entre las tripulantes de La Nave Invisible, y dada esta carencia y abierta a leer cualquier cosa que reseñar aquí, empecé una búsqueda de un libro de este género, para suplir ese hueco y para leer un género que no había leído nunca. Después de una larga y apenas fructuosa búsqueda, dejando una vez más patente esta brecha entre hombres y mujeres, mi compañera Pilar Caballero sugirió que leyera Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez, y tampoco tenía por qué negarme. No esperaba nada de este libro. Iba a ciegas, y tampoco estoy segura de que me haya gustado ni disgustado del todo.

Portada española de Las cosas que perdimos en el fuego, publicada por Anagrama.
Las cosas que perdimos en el fuego es un libro breve que recoge doce relatos de la mencionada autora, cuyas historias, aunque no tienen nada que ver entre ellas, sí tienen unos puntos en común. El principal y presente en todos es el cuadro de Argentina donde se desarrollan, una Argentina de a pie, con gente de la calle, que queda de manifiesto en el lenguaje vulgar usado por muchos de los personajes. Otro punto en común es que sus protagonistas, las de todas las historias, excepto una, son mujeres, cosa que hace cuestionarse por qué en una de ellas no lo es. Y otro, quizá el más importante, es que las historias no son historias de horror convencional, ese más bien sobrenatural o repleto de asesinatos. Se trata de uno que crea en el lector una incertidumbre de miedo real, pues las cosas que cuentan son tan mundanas, en lugares tan cercanos, que uno se pregunta por qué no le iba a pasar a uno mismo, si suceden en la calle, en su barrio, en su casa, con sus amigos o con su pareja. Si uno se para a pensar es cuando llega la angustia de verdad, la angustia de que te pase a ti.
El primero de los relatos, “El chico sucio”, me dejó bastante decepcionada, y a partir de ahí, y de no encontrar en los relatos aquello que buscaba, empecé a cuestionarme si este género era para mí, o si el problema se debía más a la división en relatos que al género en sí. El principal defecto que le encontré a este, y a “Bajo el agua negra”, es que se crea una gran ambientación de terror, se da mucha información sobre el lugar y los personajes, se va creando una tensión que da a entender que en algún momento colapsará y tendrá lugar un clímax espléndidamente terrorífico e inolvidable. Pero no sucede así. En estos dos casos, cuando la narración vaticina que la cosa va a ponerse interesante de verdad, pues la atmósfera ya está creada, toca volver la página con gran decepción al ver que el espacio en blanco bajo el último párrafo anuncia que la historia acaba ahí, cuando uno quiere saber más.
Quizá esto, si lo analizamos, lo hace un buen relato, pues deja con ganas de más. Sin embargo, no es como en otras lecturas donde hay una sensación de querer saber más sobre esos personajes, sino, simplemente, decepción, como si el hecho de querer más no se deba a que lo que te han dado haya sido bueno, sino a que no ha sido suficiente.
Después de estos relatos llegaron otros como “La Hostería” que dejan una sensación muy extraña, como de no haber entendido lo que sucedía o que su lectura ha sido en vano. El final es confuso y el resto de la narración no nos lleva a un estado de tensión como ocurre en otros de los relatos de la antología, por lo que este, junto con “Los años intoxicados” y “Tela de araña” se convierten en los más flojos del conjunto.

Portada en inglés de Las cosas que perdimos en el fuego, Things we lost in the fire.
De otro modo destacaré “Fin de curso” y “Nada de carne sobre nosotras” como los que menos me impactaron, de alguna manera, por lo que me parecieron los más olvidables. Igual que con las primeras historias mencionadas, es curioso, porque apuntan a algo realmente emocionante y al final no lo consiguen. Pero apunto que en “Nada de carne sobre nosotras” me sentí exasperada por la protagonista. En todos los relatos donde esta tiene una pareja la describen como alguien terrible, y acabo por no saber bien si es solo que, para ella, era así de malo porque su visión distorsionada de la realidad nos hace verlo así, o si son malos de verdad. En el caso de este relato fue el único en el que de verdad sentí pena por el hombre y eso me llamó la atención en comparación a los demás.
Creo que hay algunos relatos que se merecen una mención especial por considerarlos los mejores, pero antes de eso voy a hacer un pequeño apunte. Algo que creo que ha sucedido durante la lectura de esta antología es que, al principio, los relatos pueden gustar o no, pero cuantos más lees más te empiezan a gustar, más caes en el extraño y tétrico encanto de Las cosas que perdimos en el fuego. Parece que uno se acostumbrara al estilo de la autora y, poco a poco, lo empezara a apreciar, o incluso a disfrutar.
Creo que esto ocurre con “Verde rojo anaranjado” y el último de los relatos, homónimo a esta antología. En el primero, a pesar de que la atmósfera que se cuece no es tan terrorífica como las de otros relatos, tenía algo que me hizo disfrutarlo. Quizá sea por lo que comentaba antes o quizá tenía algo que me gustó de manera personal e inexplicable para mí. El final, aunque con incógnita, me dejó con un gran desasosiego e incertidumbre, y de verdad me cuestionaba qué iba a pasar después de una manera más genuina. Me pareció un buen final que había dejado un vacío en mi interior, pero no como en los en el resto de los relatos, sino más agradable, el que queda después de haber disfrutado de una buena lectura.
En cuando a “Las cosas que perdimos en el fuego” es, sin duda, un relato que da que pensar. No hay nada de terror en él, pero lo que invita a reflexionar es algo que da miedo de verdad. La historia empieza con una mujer que, fruto de los malos tratos, ha sufrido quemaduras en gran parte de su cuerpo, desfigurando su cara, y se dedica a mendigar en el metro. Sin que nadie sepa por qué, algunas parejas acaban sufriendo el mismo destino: hombres que queman vivas a sus mujeres y, aquellas que salen con vida, son entonces monstruos con la cara derretida para el resto de personas. Las manifestaciones de mujeres en contra de estos delitos empiezan, hasta que la mujer del metro se mofa de los demás diciendo que quizá aquello se acabara convirtiendo en el nuevo canon de belleza de las mujeres, las mujeres quemadas. Lo que sucede a partir de ahí no solo os sorprendería, sino que os dejará pensando un rato en esas palabras y en si en Argentina, o en algún otro país, podría llegar a ocurrir algo así. Es un relato donde no sentimos miedo ni angustia, pero pensado dos veces, sí se nos hace muy inquietante.

La vistosa y elegante edición en checo de Las cosas que perdimos en el fuego, Co nám oheň vzal.
Por último, decir que muchas personas coincidían en que los mejores relatos eran el ya mencionado “Bajo el agua negra” además de “El patio del vecino” y “La casa de Adela”. En estos dos últimos estoy muy de acuerdo. Aunque la protagonista de “El patio del vecino”, así como la gran mayoría de personajes de esta antología, me exasperó como la que más, el marco de terror en este relato es de los más destacables. Aunque se plantean muchas incógnitas que nunca se resolverán (puede que sea el relato que más de estas plantea), la escena final cala de tal manera al lector y supone una imagen tan terrible que yo misma he pasado noches concentrándome en no recordarla para poder dormir. Es probable que sea la única escena de la antología con este efecto.
Y por último tenemos “La casa de Adela”, sin duda mi favorito. Su final sigue sin dar respuestas, como el resto de sus compañeros, pero a diferencia de los demás, consiguió mantenerme en tensión todo el tiempo, de tal manera que la sentí de una manera física: mi cuerpo rígido, los pelos de punta y yo leyendo a la mayor velocidad que me permitía mi comprensión. La atmósfera era asfixiante, el lugar indeseable, los diálogos y los hechos inquietantes… Pero, además, y creo que por esto también los demás me gustaron mucho menos, sí quería a los personajes, sí empatizaba con ellos, y de verdad quería que no les pasara nada malo. Este final también me dejó con gran desazón, pero, aunque las incógnitas no se resolvieran al final, la tensión que sentí leyéndolo valió la pena como para considerarlo el mejor de la antología.
En una recopilación de relatos como esta se corre el riesgo de que no todas las historias gusten por igual o estén siquiera en el mismo nivel, y teniendo eso en cuenta, he de decir que hay tantos relatos buenos como mediocres. En general, lo recomendaría, pero sabiendo que no se trata de un terror convencional, aunque sí inquietante, y que algunas veces nos decepcionará por su falta de información. Pero en la mayoría, los entornos conseguidos son bastante reseñables y en eso he de felicitar a Mariana Enríquez. Creo que si los relatos no me han gustado tanto ha sido, sobre todo, por los personajes, y en eso sí que le daría un toque de atención a la autora. Entiendo que se quieran hacer estos muy humanos, muy reales, muy cercanos, pero no por ello tienen que ser todos insufribles. En nuestro día a día hay mucha gente insoportable, sí, pero no toda, y me gustaría haber visto más personajes simpáticos con los que conectar. Hubiera deseado unos personajes que me llegaran más al corazón para sentirme más afectada y conmocionada por las cosas malas que les pasaran. Una pena que no haya sido así.

Cartel en una librería de México anunciando una firma de la autora a la salida del libro, en julio de 2016.
Otro punto que quiero señalar de esta antología y que muchos habrán notado al leerla es el mal lugar en que quedan los hombres en todos los relatos. Casi puedo afirmar que este es el principal punto que Enríquez quiere criticar, más después de acabar la última historia, “Las cosas que perdimos en el fuego”. Todos los hombres que aparecen son algo indeseables, sobre todo para con sus parejas. Es algo difícil para mí entender este perfil habiendo sido criada en España, donde los hombres no parecen, ni de lejos, igual que los de Argentina, pero intuyo que, en su marco, todo cobra más sentido y las mujeres de allí se sentirán más identificadas con estas protagonistas y mejor retratadas, reconocerán mejor ese entorno. Sin embargo, sí me desconcierta que haya tantas mujeres que deseen en sus historias que sus parejas mueran cuando, a pesar de ello, siguen con su relación con esa persona. Quizá sea también una reflexión de la autora sobre los comportamientos comunes de las mujeres argentinas y, si es así, espero que este mensaje de verdad dé sus frutos en las gentes de allí.
Esta diferencia cultural ha supuesto una pequeña barrera para mí. Sigue siendo un buen libro con ambientes e historias tétricas, unas mejores que otras, y probablemente la mayoría lo disfrute mucho más que yo. Por otra parte, en lo personal, ha sido difícil de sobrellevar por este telón de fondo donde no aparecía ningún hombre bien reconocido. Puede que al final, de eso traten estos relatos, de poner a los hombres como personajes secundarios que no merecen valoración, como se ha hecho en tantas ocasiones con las mujeres en la ficción (y por desgracia, en la realidad). Con todo ello, he pasado un rato entretenido, aunque fuera a base de pasar un mal rato con la piel de gallina, pero también hay cierto deleite en ello.
En resumen, si buscas una antología de miedo, mundana, cercana, con protagonistas mujeres y con hechos plausibles o que den que pensar, este es tu libro. No lo recomiendo a personas sensibles, ni a quienes esperen un horror venido de criaturas de Lovecraft. Es un libro ameno en su mayor parte, y solo por eso, os invito a darle un pequeño vistazo, al menos a los relatos más destacados, y en todos ellos, os invito a reflexionar sobre los mensajes que Mariana Enríquez nos quiere hacer llegar.
Os recordamos que este mes Anagrama publica en España Los peligros de fumar en la cama, otra antología de terror mundano de Mariana Enríquez. Echadle un ojo a esta también.

Muy buena tu reseña. Solo me gustaría destacar que él hecho de que como decís los hombres que aparecen en el libro tienen un perfil de indeseables, no implica que ese sea el perfil del hombre argentino, ni que sea el perfil de la mujer argentina quedarse al lado de hombres que no quieren. Es decir, no es algo cultural que por ser española te deba costar entender.
Cada escritor tiene su propia experiencia, ya sea personal o de su círculo de amigos, y sus propios temas movilizantes que los llevan a focalizar en alguna particularidad. Creo que en todo el mundo hay un movimiento feminista muy fuerte, y que en todo el mundo hay muchas mujeres que, por ejemplo por una cuestión de comodidad se quedan al lado de alguien que no quieren. Fíjate que una de las protagonistas va a dejar a su marido cuando se reciba…o sea…de alguna manera el marido “indeseable” le termina siendo funcional….quiza en el caso de la decla tela de araña sea más un caso de falta de amor propio que otra cosa…pero sea lo que fuere, lo que intento decir es que fue una decisión personal de la autora focalizar en la mujer y en ese aspecto machista de muchos hombres, no siendo algo exclusivo de la cultura argentina.
Particularmente me gusta mucha Mariana Enríquez, pero me gusto más su libro Los peligros de fumar en la cama.
El estilo de la autora y de muchos escritores modernos es no darle finales cerrados a sus cuentos (Schweblin, Carver, Murakami, Auster ect) porque los cierres muchas veces terminan de clichés, porque les parece más interesante sugerir que pensar por el lector y darle todo cocinado, porque a veces no hay un fInal ya que siempre pasa algo más luego del final qei sea que se le de a una historia etc)
Eso es algo que a muchos puede no gustarles. Yo lo acepto, solo que en varios cuentos realmente necesite saber al menos algo más…quizá es un error mío como lectora, es probable, pero en agua negra también sentí qei en el medio de la película se corto la luz y así quedó la escena…sin vicios míos seguramente porque el cura ya se lo dijo “no vas a salir” “nadie sale” de modo que la trajeron para que Emanuel la conozca y… ahí se va a quedar…. pero bueno me gustan los cierres que le voy a hacer.
Enríquez me parece atrapante, sus cuentos te invaden de ese terror que por ser cotidiano da más terror aún, la crítica social siempre presente y sus detalles creadores de atmósfera le dan un marco genial a sus relatos.
Totalmente recomendable.
Saludos
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Yo no creo que «Las cosas que perdimos en el fuego» haya sido echo para dejar mal parado a TODOS los hombres, y al contrario de su opinión si hubo un hombre bien hablado, el esposo fallecido se la dueña del hospital clandestino, que mas que suficiente deja en claro que sí hay hombres buenos. Más bien creo que en esa historia quiere contar el trato que recibieron las mujeres y sus opiniones a lo largo de la historia por los hombres que SÍ son malos, esta vez centrándose en un momento en particular, pero haciendo referencia a tiempos anteriores como la caza de brujas ocurrido en la edad media (se centra en la cantidad de mujeres que fueron quemadas, claramente, injustamente) y los derechos y demás que éstas y todas las mujeres perdieron en el fuego. Gracias por la reseña.
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Te recomiendo que vuelvas a leer el cuento. También a Sandra Gasparini, Las horas nocturnas. Diez lecturas sobre terror, fantástico y ciencia. =)
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No pude avanzar… no disfrute lo que leí, y continuamente siento que no están terminados… no se si es el género, pero la verdad siento que perdí tiempo. Esta época en la que criticar al macho es cool, esta obra viene a satisfacer esa premisa. Me parece estar muy sobrevalorado este libro. Pero también siento que no somos muchos los que pensamos así, la mayoría de las críticas
Son híper positivas…
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