Es imposible hablar de terror en lengua castellana y no hacerlo de la escritora Pilar Pedraza, “la dama del gótico español”. Nacida en 1951, esta toledana doctorada en Historia ha ejercido como profesora de Cine y de Historia del Arte en la universidad de Valencia, profesión que ha compaginado con la escritura. Actualmente está jubilada.
Pedraza es autora de una extensa obra, centrada principalmente en el ensayo y en el terror, al que se ha aproximado desde el relato y la novela. Tiene publicadas trece novelas, tres antologías de relatos y once ensayos.

Pedraza con su última obra publicada, un ensayo sobre el cineasta Jean Cocteau. Fuente
La novela de la que os voy a hablar, La fase del rubí, es de las primeras que escribió y también una de las más aclamadas. Publicada originalmente en Tusquets, en 1987, y más tarde reeditada por RBA, ahora puede encontrarse en Valdemar, junto a buena parte de las novelas de la autora.
En un tiempo en el que la Inquisición se encuentra en declive, pero en el que las supersticiones y la hechicería están todavía muy presentes, el Santo Oficio de una ciudad española empieza a recibir denuncias de extraños acontecimientos relacionados con la brujería y el diablo. Primero es la visita diabólica que parece estar recibiendo una de las hermanas de la abadía de Santa Librada, Blanca Crespí, devota hija de un noble que decidió dedicarle su vida a la Iglesia. Blanca dice sentir en sueños cómo alguien le sopla sobre los párpados y le susurra cosas al oído en una lengua que no comprende. Más tarde, la repentina enfermedad de una mujer del barrio de la Espina (uno de los más pobres de la ciudad), Isidra Pardillo, que acaba llevándola a la muerte. La hija de Pardillo está segura de que alguien le ha echado una maldición a su madre, pues encontró un sapo muerto y con la boca cosida debajo de la almohada de la enferma. Este segundo caso tiene que ver también con otra mujer de la Espina, Antida Colás, a la que acusan de brujería y cuya hija tuvo un hijo deforme que muchos aseguran que es un cambión (el hijo de una humana y un diablo).
Tanto el inquisidor como su secretario no se toman demasiado en serio estos casos y los atribuyen a la ignorancia y a la imaginación de las implicadas. Además, ambos están demasiado ocupados con sus otros quehaceres, como son la universidad o la traducción, para perder el tiempo en investigaciones que imaginan no les llevarán a ninguna parte. Pero la aparición del obispo Barrientos hace cambiar de rumbo la situación. El obispo no está nada contento con la actitud dejada e incrédula con la que los inquisidores se toman los sucesos ocurridos y, después de echarles una reprimenda, los obliga a profundizar en la investigación para descubrir qué hay de cierto en ambos casos.

Portada de la novela
La novela se sitúa en una ciudad castellana que no se llega a identificar, en pleno siglo XVIII, y tiene como protagonistas a dos hermanos de padre pertenecientes a la aristocracia: Imperatrice y Torcuato de los Cobos. Imperatrice es la hija de la primera esposa del señor de los Cobos, María Ippolita, y en la actualidad de la narración es la señora heredera del título y de los bienes de su difunto padre. Torcuato por su parte, es un sacerdote que trabaja como secretario del inquisidor de la ciudad, el padre Losada, pero que prefiere pasar el tiempo encerrado en sus aposentos trabajando en la traducción de una de las obras de Tácito.
La narración alterna de forma más o menos constante un capítulo protagonizado por Imperatrice y narrado en primera persona, y un capítulo protagonizado por Torcuato, narrado en tercera persona (eso no es matemático, así que podemos encontrarnos con que se encadenen dos capítulos seguidos del mismo personaje). Al principio de la novela, los capítulos de Torcuato se nos presentan como los que llevan el peso de la trama, mientras que los capítulos de Imperatrice nos relatan momentos cotidianos de su anodina vida de noble, que ni la llena ni la satisface y la tiene sumergida en un hastío constante.
Pero eso va cambiando poco a poco, cuando entre esos relatos de cotidianidad empezamos a entrever las inquietantes y libertinas aficiones de Imperatrice y su gusto por lo macabro. La noble no es una dama al uso: no acepta los convencionalismos y vive con total libertad sus deseos y aficiones. No está casada y en su palacete familiar la acompaña un séquito de sirvientes de lo más estrafalario: Flora, su doncella, con la que Imperatrice comparte una relación de dominancia que lleva a la cama; Bianca des Anges, una albina muda que toca el clavecín; Fiordalisa, una chica italiana de gran belleza que hace de lectora; Plájowitz, su médico, un hombre siniestro y enigmático; y Numerario, el alquimista que fabrica perfumes.
Imperatrice se escabulle habitualmente de su palacete para alejarse de la cotidianidad y huir de la melancolía en busca de algo que la llene, visitando lugares tan disparatados como prostíbulos, cementerios o mataderos, y sin importarle lo más mínimo el peligro o el qué dirán.
Nos hallamos ante una novela gótica que reúne todas las características del género: escenarios clásicos como palacetes o abadías, una atmósfera sofocante de misterio, elementos sobrenaturales (en este caso relacionados con la brujería y el demonio), emociones desbocadas y una buena carga de erotismo.
De hecho, el elemento erótico tiene una fuerte presencia durante toda la novela, asociado al personaje de Imperatrice, que es mostrada como una mujer lujuriosa que siente especial predilección por las doncellas jóvenes y delicadas. Imperatrice se abandona continuamente a placeres prohibidos y no le hace ascos a nada (zoofilia, incesto, masoquismo), aunque estas escenas nunca se muestran con detalle, sino que se insinúan y se dejan a la imaginación del lector, perfilando al personaje pero sin llegar a resultar grotescas.
[…] El contacto con la tibieza del mármol le enervó de vagos deseos. Imperatrice, arrodillada junto a él, se desabrochó el corpiño, quejándose dulcemente del calor, impropio de la estación. Y allí las manos, confundiendo ya mármoles y blanduras, tibiezas y fuegos, se demoraron en frutos prohibidos, entre flores y aromas, en los secretos del laurel.
Los elementos sobrenaturales de la novela son múltiples. No se insinúan como ocurre en otras novelas del género, si no que se muestran con detalle, aunque sin llegar a ser macabros en las descripciones. En ese sentido la novela no llega a «producir terror», pero sí tiene algunos detalles que pueden resultar desagradables o llegar a herir la sensibilidad.
Debía de hacer poco tiempo que estaba allí, porque su aspecto se encontraba en la frontera de lo horrible, sin haberla cruzado todavía. El tobillo de la cadena, muy amoratado, me hizo pensar que había sido atada al yunque estando con vida. Tal vez la arrojaron viva al agua, pues no parecía herida. La emoción que me procuró su contemplación casi me hizo olvidar que debía respirar fuera de vez en cuando.
Aun así es curios cómo la percepción que el lector tiene sobre estos fenómenos se ve alterada, porque el personaje de Torcuato, que es el que parece tener la voz dominante en la narración, no cree en ellos y transmite esa incredulidad al lector, haciendo que llegue a creer que todos los acontecimientos son solo delirios de mujeres histéricas. Y es que en la novela las mujeres tienen un peso importante y aparecen muchas y muy variadas. Además, son siempre ellas las que sufren estos fenómenos sobrenaturales en sus carnes (sor Blanca Crespí, la hija de Antida Colás, Isidra Pardillo) y los hombres protagonistas (los que pertenecen a la Inquisición) son los que no las creen y las tachan de locas o exageradas, y los que intentan escabullirse constantemente de sus obligaciones para con las afectadas.
El estilo de Pedraza es bastante poético, con el uso de un vocabulario un poco arcaico y algo recargado en algunas descripciones, pero que no llega a resultar cargante. Los capítulos son muy cortos, especialmente los de Imperatrice, y además tienen un buen ritmo, lo que hace que la novela se lea en un santiamén.
Cuando me duermo profundamente, sueño que estoy en un jardín de claridad deslumbradora. Las brisas traen aromas ardientes, pero los colores son frescos y hay enormes macizas de flores blancas y rosadas. A menudo me encuentro frente a un mar de belleza indescriptible. De pronto, algún tibio horror hace que las olas se petrifiquen y queden convertidas en bloques de esmeralda, por entre los que camino recogiendo corales y rubíes que brillan en la arena.
¿Lo mejor de la novela? Sin duda sus personajes, que resultan cercanos y que esconden todos ellos claroscuros que los hacen muy humanos. Todos están muy bien perfilados, incluso los secundarios, pero me he sentido especialmente fascinada por el personaje de Imperatrice. Al principio parece solamente una dama aburrida y melancólica, pero pronto se nos descubre como un ser que, aunque alberga en su interior una gran oscuridad, no deja de resultar atrayente por esa misma razón: la dama no deja que nadie ponga freno a sus deseos y sabe muy bien cómo conseguir lo que quiere.
Lo cierto es que empecé esta novela con cierto recelo, porque no soy nada amante del terror y me asusto enseguida. Tenía miedo de que el tema macabro del que tanto hablan las reseñas y los artículos sobre Pedraza fuera demasiado para mi alma y estómago. Pero no ha sido así, ni mucho menos. Tengo que decir que la he disfrutado muchísimo, tanto por la narración, como por la ambientación, como por el carisma de sus personajes, y he quedado horrorizada y fascinada a partes iguales por todo lo que se cuenta en la novela. Así que os animo a que también le deis una oportunidad, seáis o no amantes del género. No os arrepentiréis.