Ursula K. Le Guin: una aproximación a sus artículos

Ursula K. Le Guin fotografiada en su casa en Portland, Oregon (2016). Fotografía de Euan Monaghan.

Hablar de Ursula K. Le Guin es hablar de una de los autores más relevantes del último siglo, no sólo en fantasía y ciencia ficción, sino en cuanto a literatura en general. En activo durante más de cincuenta años, Le Guin ha escrito algunas obras que ya a día de hoy se pueden considerar clásicos: no se puede hablar de feminismo sin nombrar La mano izquierda de la oscuridad, de sagas de fantasía sin citar Terramar, o de anarquismo sin que nos venga a la mente Los desposeídos. La obra de Le Guin ha sido variada tanto en formatos (novelas independientes, sagas, libros para niños, una buena cantidad de poesía que es casi desconocida…), como en temáticas, aunque probablemente por lo que más destaque es por sus valores feministas y contra la esclavitud, tanto literal como en otros sentidos.

Buena parte de la reivindicación de que la fantasía y la ciencia ficción son géneros de tanto interés y calidad como cualquier otro se lo debemos a autores como ella, que han sabido salirse de los tópicos para crear obras únicas y atemporales y que nos hablan, no ya de otros mundos, sino del mundo en que vivimos nosotros.

Una de las cosas que más me agradó descubrir es que Le Guin ha sido de los pocos autores que conozco en llevar esta lucha por la igualdad de los géneros más allá de sus libros. Leer sus discursos, sus artículos periodísticos o su página web la muestran una vez más como una de las mayores inteligencias del último siglo. Así que, en esta entrada, en lugar de hablar de sus libros, que indudablemente merecen la pena, pero que ya han sido analizados por gente más capaz, me gustaría hacer un recorrido por una parte de su obra, si bien no tan conocida, sí igual de interesante: sus artículos. En concreto, de sus artículos sobre fantasía, ciencia ficción y los géneros literarios.

Una de las primeras barreras que nos encontramos al acercarnos a estos géneros es la de aquéllos que no consideran que sea literatura (o Literatura).

Durante mucho tiempo, muchos escritores de ciencia ficción aceptaron este exilio de “La República de las Letras”, porque los guetos literarios, así como las comunidades pequeñas, dan una falsa sensación de seguridad [1].

La ciencia ficción y la fantasía pueden ser géneros intelectualmente exigentes, pero los prejuicios académicos nos han dejado ignorantes sobre cómo leerla[1]. Y esto nos ha llevado a una segunda barrera, la de la desaprobación moral de estos géneros, y de la ficción en general, una desaprobación que se da sobre todo en las personas adultas, en los trabajadores; es decir, en la gente que mueve el mundo, y que transmitimos a nuestros hijos [2].

Portadas de algunos de sus libros de ensayos, de momento no disponibles en castellano. De izquierda a derecha: Words are my matter, The wave in the wind y Cheek by jowl.

Analizando las posibles causas de esto, Le Guin ve tres causas: el puritanismo, la mentalidad capitalista y nuestra educación sexual.

Puritanismo en cuanto a que leer, en la mayoría de casos, no es “trabajo”, es algo que se hace por placer, y el placer no es valioso para un puritano, sino un pecado. Del mismo modo, si una acción no reporta un beneficio inmediato y tangible, para la mente del hombre de negocios no tiene justificación alguna.

El último aspecto, el sexual, es algo más complejo. Para ella, la actitud antificción es básicamente una actitud masculina (que no quita que se pueda dar también en mujeres).

A los jóvenes y a los hombres se les obliga con frecuencia a definir su masculinidad rechazando ciertos rasgos, ciertas facultades humanas, porque nuestra cultura las define como femeninas o infantiles [2].

Y uno de estos rasgos es la facultad de imaginar, que juega un papel destacado en mucho de los artículos citados.

Los niños utilizan la imaginación como una práctica de los actos y emociones de la edad adulta. Un niño que no juega no se convertirá en adulto, y en cuanto al resultado de los juegos de una mente adulta libre, puede ser tanto Guerra y Paz como la teoría de la relatividad [2].

Entonces, ¿por qué este desprecio por la fantasía y la ciencia ficción? ¿Por qué primero encajonarlas en la etiqueta de “literatura de género” y luego decir que la literatura de género no es literatura de verdad, como el realismo?

El realismo es también un género, uno tremendamente capaz y que ha dominado la literatura de ficción desde 1800 o antes, pero dominación no es lo mismo que superioridad. La fantasía es al menos tan inmensa como el realismo y muchísimo más antigua, prácticamente tanto como la literatura en sí [3].

El problema con los géneros viene cuando una etiqueta que en principio podría ser útil, pues cada uno es diferente del resto y tiene unas características especiales que lo hacen atractivo al lector y al escritor, acaba siendo controlada por el sistema (editoriales, críticos, departamentos comerciales, etc.).

Es entonces cuando las características de un género se convierten más en limitaciones que en posibilidades, y las formas literarias degeneran en fórmulas, llegando así a la situación que se viene dando desde los años cuarenta: la palabra “género” utilizada no para describir, sino para juzgar [3].

De hecho, la ficción especulativa (entendiendo como tal a la fantasía y la ciencia ficción) es tan capaz de reflejar y analizar nuestro mundo como el realismo, gracias a lo que se denomina “distanciamiento cognitivo”: dar al lector un nuevo lugar desde el que observar su viejo mundo, o desde el que observarse a sí mismo.

Muchos realistas, como Stendhal, han considerado que su género es el espejo más indicado para representar la realidad. Pero dicho espejo no puede mostrarnos el mundo o a nosotros mismos desde un punto de vista desde el que no lo hayamos visto ya previamente, como la ficción especulativa sí puede [3].

La ficción especulativa seria habla del mundo real y la humanidad tanto como las novelas realistas. Después de todo, la imaginación lo que hace es partir de la realidad y recombinarla [3].

El distanciamiento cognitivo nos aporta nuevas formas de ver el mundo, mayor comprensión. Libertad. Pero no una libertad en cuanto a ensoñación o escapismo, que es la forma en que muchas veces se la critica.

El acto de soñar y la fantasía se relacionan sólo a un nivel muy profundo. Soñar es algo libre de control intelectual, con una narrativa irracional e inestable. La fantasía, aunque pueda sonar extraño, es una construcción perfectamente racional. Y en cuanto al cargo de escapismo, ¿qué quieren decir? Normalmente se refieren a escapar de la vida real, la responsabilidad, el orden, el deber… Pero nadie, salvo los más estúpidos, escapa hacia una cárcel. La dirección del escape es la libertad. Así que, ¿cuál es la acusación cuando hablamos de escapismo? [4].

Le Guin es capaz, en este mundo sobrecargado de información en el que vivimos, de devolver la acusación de escapismo a aquellos mismos que la emiten.

Ursula K. Le Guin escribiendo, como lleva haciendo más de cincuenta años (1976).

El falso realismo es la literatura escapista de nuestra época. Y probablemente la lectura escapista definitiva es esa obra maestra de completa irrealidad: el informe diario del mercado de valores [2].

Volviendo a la ficción especulativa:

La libertad que nos ofrece es la de decir “las cosas no tiene por qué ser como son”. No “todo vale”, lo cuál sería irresponsable; no “nada es”, eso es nihilismo; no “las cosas deberían ser así”, eso es utopía. Lo que crea es ficción, no una predicción o prescripción [4].

Pero aun así, es una creación subversiva, y por este motivo ha encontrado oposición en muchos sectores de la sociedad.

La subversión no se adapta bien a la gente que siente que se ha amoldado bien a la vida y les gustaría que las cosas siguieran como son. Tampoco a la gente que necesita que la autoridad les asegure que las cosas son como tienen que ser. La ficción especulativa no sólo pregunta “¿Qué pasaría si las cosas no fueran como son?”, sino que demuestra cómo podrían ser si fueran de otro modo, minando así los cimientos de la creencia de que las cosas tienen que ser como son [4].

Por este motivo la ficción ha estado en conflicto tantas veces con el fundamentalismo.

Los defensores del status quo político, social, económico, religioso o literario han denigrado, demonizado o desestimado la literatura imaginativa, porque es, más que cualquier otra clase de forma de escritura, subversiva “por naturaleza”. Ha probado, durante siglos, ser un instrumento útil de resistencia a la opresión [4].

«No hay nada que temer en esta ficción salvo que se tema la libertad de la incertidumbre». Por eso a Le Guin, como escritora tanto de fantasía como de ciencia ficción, le cuesta imaginar por qué a la gente le puede gustar la ciencia y desagradar la fantasía.

Ambas se basan profundamente en la admisión de la incertidumbre, en la aceptación de que hay preguntas sin respuesta. Está claro que los científicos se suelen preguntar cómo son las cosas, y no imaginan cómo podrían ser de otro modo. ¿Pero acaso son ambas cuestiones opuestas, o están relacionadas? No podemos cuestionar la realidad directamente, sino a través de nuestras convenciones, nuestras creencias, nuestra construcción de la realidad. Todo lo que Galileo, que Darwin dijo, fue “las cosas no tienen que ser del modo en que pensábamos que eran [4]«.

Ursula K. Le Guin en el acto inaugural del 40º aniversario del Centro para el estudio de la mujer en la sociedad, una agrupación de Oregón que promueve el estudio sobre la identidad de género (2013). Fotografía de Jack Liu.

Así que, ¿qué les podríamos decir a todas las personas adultas y modernas que están asustadas de dragones y hadas (lo cual es divertido, pero a la vez terrible)? ¿Cuál es la utilidad de la imaginación?

La respuesta más auténtica, para Le Guin, es que «la imaginación sirve para darnos placer y deleite». Si esta respuesta no basta, también dice también lo siguiente:

La ficción imaginativa sirve para profundizar en nuestro modo de entender el mundo, a los demás, a nuestros propios sentimientos, y a nuestro destino. Por eso es nuestro deber alentar la imaginación en los niños, ayudarla a crecer libremente y nunca, bajo ninguna circunstancia, reprimirla, burlarnos de ella ni sugerir que es infantil, poco masculina o falsa [2].

Los niños, a pesar de lo que algunos puedan pensar, no suelen confundir realidad y fantasía; de hecho lo hacen mucho menos que los adultos (como nos enseñó “El traje nuevo del emperador”).

Los niños saben perfectamente que los unicornios no son reales, pero también saben que los libros sobre unicornios, si son buenos, son auténticos. Los adultos, al negar su infancia, niegan la mitad de su conocimiento, quedándose con el hecho, pequeño y triste de que “los unicornios no son reales”. Y este tipo de hechos nunca han llevado a nada [2].

Sin embargo, no debemos creer que esta apología de la ficción especulativa y sus virtudes ha hecho a Le Guin indulgente con ella. Su crítica no va dirigida únicamente hacia aquéllos que infravaloran o ningunean estos géneros, sino también hacia los propios creadores. En concreto, a los de fantasía. Según ella, hay varias asunciones que se hacen al respecto que la molestan especialmente:

Asunción 1: «Los personajes son blancos. Incluso si no lo son en el texto, lo serán en la portada. La gente dice que es porque así vende más, cuando en realidad es una especie de profecía autocumplida. Si la gente de otras etnias no compra fantasía, ¿no será porque nunca se ven representados en ella? [5]

Esto es algo que han sufrido no solo autoras de otras etnias desde Octavia Butler hasta Nnedi Okorafor, sino que la propia Le Guin ha tenido que pasar por ello en sus sagas de Terramar y de Anales de la Costa Occidental. De hecho, el tercero de estos libros, Poderes, corrigió su portada inglesa antes de salir definitivamente en papel, mientras que en el mercado español la que llegó fue con protagonista blanco.

Portadas de Poderes, la tercera novela de Anales de la Costa Occidental en su versión española y americana.

Asunción 2: «Fantasilandia es la Edad Media». Igual que el anterior, es otra de las asunciones básicas que se asocian a la fantasía y que limitan sus posibilidades. «Puede que sea un mundo alternativo, fuera de nuestra historia, y con un mapa diferente; puede que se parezca a la Europa medieval por ser preindustrial, pero eso no justifica la ausencia de economía o justicia social» [5]. Uno de los ejemplos más recientes de esta lucha en nuestro país lo tendríamos en “La otra fantasía medieval”, una iniciativa que predica con el ejemplo que la fantasía se puede enfocar de otro modo, incluso la medieval.

Asunción 3: «La fantasía, por definición, se refiere a la Batalla Entre el Bien y el Mal (BEBM). Hay muchísima fantasía sobre la BEBM, es verdad. En ella, puedes distinguir a los buenos de los malos por la blancura de sus ropas, o de sus dientes, pero no por sus acciones. Todos se comportan igual, con una violencia incesante y sin sentido, hasta que el Problema del Mal se resuelve con una orgía final de salvajismo y la victoria de los buenos» [5]. Esto se podría relacionar con lo que escribe en uno de sus relatos más aclamados, Los que se marchan de Omelas: «Tenemos la mala costumbre […] de considerar que la felicidad es algo estúpido. Solo el sufrimiento es intelectual, solo la maldad parece interesante. Ésta es la traición del artista: rehusarse a admitir que la maldad es banal y el dolor terriblemente aburrido».

Aunque en muchas ocasiones esta preconcepción o simplicidad es responsabilidad del escritor, una lectura descuidada puede llegar a tergiversar completamente una buena obra de fantasía.

Esto ha sucedido constantemente con El señor de los anillos. Incluso en la película, que aunque se ciñe a la trama de los libros, al centrarse en las escenas de acción y en batallas interminables, ensombrece y reduce la complejidad moral y la originalidad del libro. En cuanto a mis libros, yo no escribo sobre guerras y batallas. Yo escribo sobre gente cometiendo errores y gente (la misma u otra) intentando prevenir o corregir estos errores, mientras que inevitablemente cometen más [5].

Sin embargo, las tramas simplistas y centradas en la acción tienden a abundar en la fantasía.

La gente inmadura ansía y exige certeza moral: esto es malo, esto es bueno. Los niños y adolescentes luchan por encontrar un punto de apoyo moral en este mundo desconcertante; quieren sentir que están en el lado de los buenos, de los ganadores. Para ellos, la fantasía heroica puede ofrecer una visión de claridad moral. Por desgracia, la pretendida Batalla Entre el (no cuestionado) Bien y el (no examinado) Mal confunde en lugar de aclarar, sirviendo como una simple excusa para la violencia. La fantasía es una forma de literatura particularmente útil para encarnar y representar la diferencia real entre bueno y malo, para ofrecer alternativas morales. Hay muchas metáforas además de las batallas, muchas elecciones aparte de la guerra, y la mayoría de maneras de hacer el bien no implican, de hecho, matar a nadie. A la fantasía se le da bien pensar en esas otras maneras [5].

The Complete Orsinia, en la edición de la biblioteca de América.

Gracias a esta visión tan crítica y lúcida, Le Guin nunca ha dejado que las convenciones sociales se impongan sobre su forma de concebir la literatura como un todo, y no como un conjunto de guetos rodeando la “República de las Letras” gobernada por el realismo. Uno de los ejemplos más recientes lo tenemos en que cuando la Biblioteca de América quiso incorporarla a su lista de autores (un honor concedido a muy pocos, como Hawthorne, Melville o Twain, normalmente ya muertos en el momento de su incorporación) y propusieron empezar por algunas de sus obras de ciencia ficción, Le Guin se negó.

«Quiero hacerlo a mi manera. No quiero que me reduzcan a “la escritora de ciencia ficción”. La gente siempre ha intentado apartarme de la escena literaria, y al diablo con eso, no me van a apartar [6].» Así que el libro elegido finalmente fue The Complete Orsinia, una de sus obras menos conocidas, de carácter más realista y situada en el siglo XIX, que no se puede considerar ni fantasía ni ciencia ficción.

Tampoco se ha contenido Le Guin a la hora de criticar abiertamente a otros escritores de género cuando éstos han intentado que sus obras no fueran consideradas como tal para gustar más al público. Es el caso de Margaret Atwood, con quien mantiene una larga amistad. Atwood, en uno de sus ensayos, decía que todo lo que sucedía en sus obras era posible y podía incluso haber pasado, y por tanto no podía ser ciencia ficción (que según ella trata de cosas que no son posibles hoy en día, o como declaró en otra ocasión, de «calamares parlantes en el espacio exterior»). Para Le Guin esta definición es «arbitrariamente restrictiva, y parece destinada a proteger las novelas de Atwood de ser relegadas a un género que sigue siendo rechazado por lectores retrógrados, críticos y los jurados de los premios» [7].

Otro caso similar lo encontramos cuando Kazuo Ishiguro, en una entrevista sobre su novela El gigante enterrado, situada en una Inglaterra post-artúrica, con ogros y dragones, comentó: «¿Entenderán los lectores lo que intento hacer, o tendrán prejuicios contra los elementos superficiales? ¿Van a llamarlo fantasía?» [8]. La respuesta de Le Guin no se hizo esperar.

Ursula K. Le Guin entrevistando a Margaret Atwood en el Portland Arts & Lectures (2010). Foto de The Oregonian.

Bueno, sí, probablemente lo llamarán fantasía. ¿Por qué no? Parece que el autor se toma la palabra como un insulto. Para mí resulta tan insultante, refleja un prejuicio tan desconsiderado, que he tenido que escribir en respuesta. La fantasía es probablemente la forma literaria más antigua para hablar sobre la realidad, y no son precisamente sus “elementos superficiales” los que hacen que una obra lo sea. La fantasía es el resultado de una imaginación vívida uniendo imposibilidades plausibles en una historia coherente, como sucede en La Odisea o El señor de los anillos. Ningún autor puede utilizar exitosamente los “elementos superficiales” de un género, mucho menos sus capacidades más profundas, para un propósito serio, mientras los desprecia hasta el punto de temer que se le identifique con ellos [9].

Para mí, en Ursula K. Le Guin encontramos no sólo el mejor exponente de una fantasía y ciencia ficción de calidad, crítica, imaginativa y de valor universal y atemporal, sino que también tenemos en ella a su mayor defensora.

  1. The Golden Age (2012)
  2. Why are Americans Afraid of Dragons? (1974)
  3. Ursula K. Le Guin talks to Michael Cunningham about genres, gender, and broadening fiction (2016)
  4. It Doesn’t Have To Be the Way It Is (2011)
  5. Some Assumptions about Fantasy (2004)
  6. Ursula Le Guin Has Earned a Rare Honor. Just Don’t Call Her a Sci-Fi Writer (2016)
  7. The Year of the Flood by Margaret Atwood (2009)
  8. For Kazuo Ishiguro, ‘The Buried Giant’ Is a Departure (2015)
  9. Are they going to say this is fantasy? (2015)

Colaborador
Alendi (Colaborador): Llegué a la ciencia ficción de la mano de Isaac Asimov y Arthur C. Clarke y me quedé por Ursula K. Le Guin y Connie Willis.
Twitter.

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