El interior de la selva de Yabarí se revuelve. Han llegado colonos a sacar provecho de este nuevo ecosistema, dicen que es la única manera de sobrevivir. Llenan los claros de las selvas, los ríos, los caminos. Influyen en las gentes. Aplastan lo que hay a su paso. Es una historia vieja y es una historia increíblemente nueva.
Lola Robles (Madrid, 1963) es la encargada de traernos un mundo nuevo inundado de temas antiguos que siguen dolorosamente presentes. Es una de las expertas en materia de ciencia ficción, feminismo y teoría queer, lo que sin duda está presente en obras como Yabarí (Cerbero, 2017). Licenciada en Filología Hispánica, Robles no solo ha publicado esta novela corta, como se puede revisar en la ficha que hay en la bodega de La Nave, si no que ha sido una de las seleccionadoras de la antología Visiones del año 2016 (Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror) o una de las socias fundadoras de la Biblioteca de Mujeres.
Es precisamente esta biblioteca la que puede dar una pista de un mensaje importante que se encuentra entre las páginas de Yabarí: con el objetivo de reunir la cultura y el saber que las mujeres hemos elaborado a lo largo de la Historia, la Biblioteca se ocupa de visibilizar y testimoniar la aportación de las mujeres a la sociedad, puesto que es uno de los pilares para el feminismo actual el saber de qué lugar venimos. Yabarí muestra un nuevo planeta cargado con todos los complejos de los anteriores, en las que mujeres todavía son recluidas en prostíbulos y la colonización es el castigo al que se enfrenta esa tierra.
El bentá, una especie vegetal cuya sabia se puede utilizar de combustible, es el eje de todo ese movimiento que ha esclavizado el país y destruido su selva. Es sencillo que esta historia suene, que tenga un eco y remueva las conciencias por lo fácil que es en ocasiones ver lo terrible que hay en nuestro mundo si se dibuja en uno más lejano (tanto en tiempo como en espacio).
—Durante los años que los extranjeros llevamos en Yabarí, hemos devastado una décima parte de una selva que es cinco veces más grande que el Amazonas terrestre. Pero las explotaciones se incrementan y de aquí a cinco años quizás consigamos multiplicarlas por dos o por tres. Y según avanzan, menos defensa tiene la propia vegetación y, por supuesto, los nativos para salvaguardar su hábitat.
Sin embargo, lo que quiere resaltar este artículo sobre Yabarí no es solo la de esa crítica a lo mal que hemos tratado al planeta y sus habitantes, en pos de conseguir lo que más convenga para mantener un estatus económico, si no la importancia del ecofeminismo que hay entre sus páginas. ¿Y qué es el ecofeminismo? Es un movimiento que reclama y trabaja para que se haga frente a la crisis ecológica y para hacer realidad la igualdad entre hombres y mujeres, ya que sostiene que existe una clara relación entre la degradación del planeta y la desigualdad que viven en él las mujeres.

Fotografía de Andrea Prieto.
Para ilustrar esto, se puede partir de la obra El segundo sexo, donde Simone de Beauvoir (París, 1908) construye un alegato a favor del reconocimiento del derecho de las mujeres y denuncia los estereotipos femeninos. Marchando de la mano de Muriel Johansdóttir, que es una novedad en sí misma en un mundo que está marcado por el patriarcado, en la novela Yabarí se puede encontrar una denuncia sutil precisamente a esto. Muriel está fuera del tópico que se ha reconstruido en la historia, porque no es agraciada, porque ha decidido cuál es su propia empresa alejada del hombre que parece dirigir el planeta y porque es capaz de hacerle frente a todas esas adversidades que son los propios colonos quienes las han colocado ahí de nuevo, fuera de esos estereotipos que hay dentro de esa nueva (vieja) sociedad y de los que, en cierto modo, hablaba de Beauvoir. Ya que, a pesar de que se dice que en la Tierra todo marcha bien (hay luz, hay agua, hay comida), los encargados de ir a la conquista de este planeta, de saquearlo, no tienen reparos en instaurar viejas prácticas.
En relación con estas viejas prácticas, fue Françoise d’Eaubonne (París, 1920), que escribió ensayos, poesía y obras de ciencia ficción, la autora que reclamó el derecho de la mujer a ser la única poseedora de su propio cuerpo. Por lo tanto, debe tener unos derechos básicos reproductivos, puesto que siempre se ha colocado tanto la mujer como la tierra, su fertilidad, sujeta al dominio del hombre.
—Y las condiciones en las que viven la mujeres nativas… suelen morir de parto, trabajan muy duro: cocinan, elaboran los materiales para las casas y los vestidos, se ocupan de la escasa agricultura y ganadería que hay (…). Puede hablar con mis cocineras nativas, creo que las ha visto antes, las tengo contratadas y con un buen salario, me parece que están muy contentas de trabajar para mí.
—Los dodimi cuentan algo muy diferente.
Aquí también podríamos destacar a la política y escritora Aminata Traoré (Mali, 1947), que denuncia que la mujer está relacionada con su entorno económico y social. Si se les priva de la posibilidad de una educación, de participar en las decisiones o de tener un mínimo de poder, la mujer acabará estableciendo las prioridades que le permita esa sociedad, como no enfermar o no morir en el parto.
En el mundo de Yabarí, los colonos han relegado a las mujeres al papel de adorno. Olmedo, como se ve en la cita de arriba, pretende colocarlas en un puesto en el que se tienen que mostrar agradecidas porque él haya decidido emplearlas en su casa, después de arrebatarlas de su tribu. Además, las mujeres a las que se llevan durante los ataques a los nativos, acaban siendo utilizadas como esclavas sexuales, a disposición de los colonos en los burdeles. Mientras que en su propio ambiente son las que se colocan al frente de la tribu, que se preocupan por la salvación del resto y ejercen de guías, puesto que su propia sociedad fomenta la igualdad.
—Se llevaron a la mayoría de los jóvenes y adultos capaces de trabajar, y también a una decena de mujeres en edad fértil. Y yo te añado que las utilizan como sirvientas domésticas o esclavas sexuales, y eso lo sabe la jefa. No pudieron hacer nada por evitarlo. (…) Mataron al jefe, y ahora a ella la han elegido y no volverá a ocurrir lo mismo.
Wangari Maathai (Kenia, 1940) fue una ecologista keniana que creó el movimiento Cinturón Verde: un programa cuyo objetivo se ha centrado en la plantación de árboles como recurso para la mejora de las condiciones de vida de la población. Las mujeres empezaron a gestionar semillas y a plantarlas. Primero en sus parcelas, luego en los terrenos públicos. Cuando Wangari recibió el Nobel su movimiento tenía organizados 3.000 viveros, atendidos por 35.000 mujeres.
Fue Maathai quien dijo: «La paz en la Tierra depende de nuestra capacidad para asegurar el medio ambiente». Si llevamos a la obra de Lola Robles parece que el paralelismo está claro: la destrucción de un nuevo planeta proveerá durante un periodo de tiempo a otros, es cierto, pero llevará al desastre a una civilización rica, diferente e igual de importante que aquella que da el golpe para sobrevivir. Si existiera una forma de extraer la bentá que fuera sostenible, Yabarí y los planetas que se sirven de él podrían encontrar el modo de coexistir.
Pero, además, es que en la obra de Lola Robles, la selva tiene su propia personalidad, es un ente en sí mismo que constituye una parte importante de la narración. Al igual que los colonos arrebatan a las mujeres y a los niños, al futuro de sus tierras, también destruyen todo lo que hay a su alrededor, pero la selva pelea, muestra cómo es capaz de luchar al lado de los nativos para mantenerse con vida, igual que un guerrero más de una tribu.

Ilustración de portada por David Rendo.
Además, hay cierto componente espiritual que es evidente en la parte blanca de esta selva, como si fuera el punto donde late realmente Yabarí, que también es importante para entender la repercusión de este destrozo. Vandana Shiva (Dehradun, 1952), es una de las ecofeministas que hablaba de esta espiritualidad, representada de forma diferente según la civilización, y que acababa recayendo en la interconexión entre todos los seres. Es esta interconexión entre cuerpo, lo físico, y lo espiritual lo que reclama todavía un mayor respeto. Destruir algo, violarlo, tiene más impacto del que jamás podría valorar la persona que lo está destruyendo y habría que crear una conciencia al respecto.
Lo que ocurre es que, regresando a la frase de Maathai, que esa pelea, sea física o espiritual o ambas, no está destinada a tener un final feliz, al igual que el resto de invasión que protagonizan los colonos contra Yabarí. Una guerra en la que la tierra se revuelve contra un enemigo conlleva muerte y destrucción, una guerra en la que se degrada a las mujeres al papel de objeto lo único que conseguirá será el fin de una civilización.
Entonces, ¿qué papel se reserva a las mujeres en la futura sociedad de desarrollo sostenible? La mirada que nos ofrece Yabarí no es especialmente esperanzadora en un primer plano. Sin embargo, tenemos a Muriel Johansdóttir: una mujer que recorre la selva para llevar una noticia, que no se preocupa por el peligro que corre en una nueva posición, y es sin duda un soplo de esperanza. ¿Cómo se consigue libertad femenina en un mundo en el que incluso la tierra está dominada por hombres? Con la lucha y la denuncia, con un final en que Muriel deja claro cuál es el paso a seguir después de todos los que ha dado antes, atenta a cada una de las lianas de la selva:
—No pierda la esperanza de que se haga justicia. No, no debe perder la esperanza.
Yabarí sirve de denuncia, de golpe en la cara para aquellos que puedan pensar que estamos lejos de repetir errores del pasado, y es una nueva aproximación al ecofeminismo. El futuro de la Tierra, y de los mundos que lleguen después, depende del papel que tengan las mujeres dentro de estos, de las oportunidades que se les ofrezcan para realmente permitir que se alcance el puesto de igualdad que se merecen. Lola Robles consigue con esta obra rugir en medio de una selva y que nos lleguen los ecos de toda la conquista que queda por delante.
