Reseña: Talbot: Mi segunda vida

Talbot: Mi segunda vida es una de esas novelas que aparece en el horizonte de La nave invisible para recordar que la fantasía no es solo aquella que sale en mundos extraños e inhóspitos, donde la magia sale de runas o conjuros complicados.

Foto de la autora, Esther G. Recuero.

Su autora es Esther G. Recuero (1989, Madrid), que además de esta novela tiene relatos en diferentes antologías. Aunque tal vez lo interesante, si atendemos a la novela que traemos hoy a cubierta y la importancia en ella del elemento circense, sea que estudió también Artes Escénicas, Música y Danza, lo que la ha llevado a participar en obras como actriz o directora.

Talbot nos presenta la nueva vida de una familia que ha tenido que abandonar los focos para instalarse en un pueblecito de Maine en el que pasar desapercibidos, hacer amigos humanos corrientes y molientes y, cómo no en los más jóvenes de la familia, ir al instituto. De hecho, la historia, centrada en las andanzas de James, trata temas más o menos habituales en la adolescencia, solo que amplificadas por tener que hacerle frente a esos elementos fantásticos que inundan la obra. El valor de tener una amistad y cómo sobrevive esta a descubrir que tu mejor amigo es un hombre lobo, la importancia de una familia y mantenerse unidos frente a los cambios, la pubertad cuando hay luna llena o el amor en medio de toda esa vorágine de cambios que es la adolescencia rodeada de gárgolas, vampiros y zombis.

Lo cierto es que Talbot podría recordar a alguna serie de adolescentes en un medio paranormal que suelen hacerse tan famosas, solo que con menos muertes y caos por parte de grandes villanos. La diferencia está en que muchas de esas series se sostienen sin la parte paranormal, mientras que Talbot basa gran parte de su riqueza justo en eso. Son los detalles sobrenaturales, fantásticos, lo que hacen más interesante esta historia, porque son, en su gran mayoría, pequeños e incluso insignificantes pero hacen que resulte sencillo creer que están ahí: la mención a que la belleza dependa de que tenga más cara de muerta que nunca o que haya que tener cuidado de a quién se toca.

La historia, sin embargo, llega un punto en que no se centra tanto en la familia o la amistad como en la (no) historia de amor entre James y Nicole, una chica del instituto de la que se encapricha, pero que no tiene interés en él, sino en su hermano, Wallace. Todas las ideas o estratagemas que monta, al lado de su amigo, para arruinar esa relación y las peleas entre James y Wallace acaban siendo uno de los ejes principales en los que se mueve la novela.

Desde la primera persona, la de James, todo esto parece aún más cercano y es sencillo verse envuelto por esos detalles de fantasía. Resulta convincente también si se trata de creerse la edad de James al narrar y el revuelo que tiene en la cabeza: quién es realmente y quién le gustaría ser, la soledad que implica ser alguien diferente. Es cierto que llega un momento en que tenía demasiada dosis de James y de lo pueril que resulta con sus ideas para arruinar la relación entre Nicole y Wallace, pero el narrador no pierde su esencia: es egoísta y egocéntrico, es amable con las personas que le caen mejor y es un adolescente-lobo. Sus transformaciones ocupan una parte importante de su propia historia y no dejan de ser interesantes, por las consecuencias que crea a su alrededor, algunas bastante incómodas.

Portada de Talbot: mi segunda vida.

No obstante, estar tan cerca de James también hace fácil que nos perdamos más a los otros personajes, que tienen demasiado marcada su posición en cuanto a él, sin que parezca que puedan existir matices en algunas ocasiones. Por ejemplo, tenemos a su hermano: es un vampiro y es malo, es despreciable y aun encima se ha enamorado de la chica que le gusta. Wallace coge peso por sí mismo, porque es la contraposición que se necesita de James, pero estaría bien poder acercarse más a él, fuera de la voz del protagonista.

También nos encontramos con Joe, el mejor amigo de James, que se ve envuelto de una forma bastante mortal con la familia. O las primas: Ágata y Lavinia, que son un punto interesante por su dualidad y que es una lástima que se hayan perdido, porque por lo menos la segunda es evidente que podría haber dado más juego a lo largo de toda la historia. Aunque no son los únicos a los que habría estado bien acercarse más, porque toda la familia Talbot acaba constituyendo una buena fuente de fantasía que resulta interesante, agradable y curiosa por cómo se relacionan entre sí, y parece que nos quedamos en la superficie de una historia mucho más amplia. Me habría gustado tener más de ese circo.

Tengo que señalar que, si bien todo el conjunto del libro resulta disfrutable en general por lo mencionado antes, hay un tema en concreto que deja demasiado que desear. Es importante tratar en novelas, sobre todo en novelas juveniles, el tema del suicidio: es una realidad y dejar de ocultarla o que sea un tabú es necesario a todos los niveles. Sin embargo, en Talbot se hace de una forma totalmente frívola, lo que me lleva a pensar que resulta contraproducente a la hora de visibilizar un problema creciente. El suicidio constituye la primera causa de muerte no natural, o la segunda causa de muerte en las personas entre 15 y 29 años; las tasas de intentos de suicidio son mucho mayores. Lo primero que hay que hacer para prevenir el suicidio es acabar con el estigma que supone, sensibilizar al respecto, y la literatura constituye una buena fuente de trabajo para empezar con ello, pero hay que hacerlo con información, respeto y coherencia.

En conclusión, Talbot: mi segunda vida es una novela juvenil disfrutable, con elementos fantásticos muy bien cuidados que hacen que se aprecien los pequeños detalles, que son los que dan fondo a la historia.

 Andrea Prieto
Andrea Prieto (Investigación/Opinión): ¿Matasanos que suele responder con otra pregunta? Sí, justo. Desde antes de eso, lectora de lo que aparezca y escritora de lo que se pueda (o de lo que quiera, según el cambio de la marea), con muchas palabras a la espalda.


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