
Fotografía de Edith Wharton (1905).
La literatura fantástica y la realista parecen abocadas a uno de esos enfrentamientos absurdos en los que, para muchos, apreciar y reconocer la valía de un miembro de la dicotomía implica despreciar al otro. Aún hoy se escuchan comentarios despectivos sobre «patochadas de monstruos y marcianitos», y más de un lector o escritor acaba renegando de lo realista, harto de escuchar ese «por qué no te dejas de esas chorradas fantásticas y lees o escribes algo normal». Por suerte, hubo y hay ejemplos de autores capaces de alternar ambos «géneros», sin descuidar jamás la calidad o considerar como algo menor la vertiente fantástica de su obra.
Tal es el caso de Edith Wharton. En novela cultivó la literatura realista, casi siempre con un punto irónico, alcanzando indudable prestigio. Fue la primera mujer en ganar el Pulitzer de novela (en 1920 por La edad de la inocencia), además de figurar entre los candidatos al Nobel de literatura en tres ocasiones (1927, 1928 y 1930). No obstante, a la hora de abordar el relato, se adentró no pocas veces en los terrenos del fantástico, por lo general en su vertiente fantasmal. Lo hizo sin descuidar la prosa, sin dejar a un lado sus constantes, respetando al lector y su inteligencia. Y, sobre todo, lo hizo respetando a los fantasmas. Eso es algo que se percibe desde el prólogo de la antología, compilada por la propia autora en vida.
¿Pero qué nos encontramos en Relatos de fantasmas?
Ante todo, once cuentos con voz propia, en los que se entremezclan tanto las preocupaciones propias de la autora como sus teorías sobre los fenómenos espectrales. Así, disecciona en muchos relatos la hipocresía de la alta sociedad neoyorkina. El eje de varias historias, como «Kerfol» o «La campanilla de la doncella», son los matrimonios que hoy llamaríamos tóxicos, condicionados por los egoísmos del marido, los celos o directamente el maltrato. Relaciones en las que podemos rastrear las heridas dejadas por el matrimonio de la propia Wharton, que se divorciaría en 1913. Estos elementos siempre quedan integrados de forma orgánica en la trama.
Por otro lado, otro de los puntos fuertes de la autora es su forma de abordar la figura del espectro. No tiene un concepto monolítico del mismo. Para Wharton el «fantasma» es un fenómeno inexplicable que interrumpe en las vidas cotidianas de los personajes. Así, no siempre son comprendidas sus intenciones, tampoco tiene que ser necesariamente el espíritu de un difunto, una criatura maligna o una entidad en busca de venganza. En relatos como «Los ojos» o «El triunfo de la noche» puede interpretarse como la proyección inconsciente del alma o la oscuridad interior de una persona. A veces, el fantasma lanza una advertencia que no siempre es interpretada de forma correcta por quien recibe el mensaje.

Portada de Relatos de fantasmas, publicado por Alianza Editorial.
En «El grano de la granada», el espectro se manifiesta a través cartas, algo que, según cuenta Wharton en el prólogo, resultó bastante traumático para algunos lectores norteamericanos necesitados de encontrarle lógica a todo. En un par de ocasiones, incluso, la escritora se atreve a ofrecernos una historia de fantasmas sin fantasma. Pero logra hacerlo sin caer en el odioso Scooby Doo, creando una explicación coherente y demostrando que los humanos podemos dar más miedo que cualquier criatura sobrenatural.
Me gustaría señalar un detalle. Aunque primen los ambientes urbanos o de burguesía rural, hay una historia que se aleja por completo de esas latitudes: «Embrujado». Ahí Wharton se adentra en un escenario rural opresivo para mostrarnos una disección de la superstición humana cercana a las que realizaría Shirley Jackson años más tarde. Y es que, en cierto modo, pese a las diferencias obvias, ambas autoras son dos grandes retratistas del lado podrido del ser humano. Mientras Jackson lo aborda desde la perspectiva misantrópica de una mujer que lidiaba con muchas fobias, Wharton suele hacerlo desde la ironía sutil de una luchadora que se saltó muchos de los límites que le imponía la sociedad de la época. Prueba de ello es que en buena parte de los relatos aparecen personajes femeninos, muchas veces protagonistas, que escapan de los roles pasivos y sumisos.
Cerrando las características argumentales de las historias de Wharton, cabe señalar que no son aptas para quienes necesiten tener todos los cabos bien atados al final. Los fenómenos se producen, pero no necesariamente se explican o entendemos todo lo sucedido, aunque a veces los personajes expongan sus propias teorías sobre lo vivido. El diálogo con el que se inicia «Después», uno de los mejores relatos de la antología y del género de viviendas encantadas en general, define bien la filosofía de Warton en este aspecto. Interrogado sobre si una casa tiene fantasmas, un personaje explica:
Sí; hay uno, por supuesto; pero no sabréis que lo es.
En lo referente a la calidad, la prosa de Wharton es una verdadera delicia. Rica, sin caer en el exceso, evocadora y jamás vacua. La forma está siempre al servicio del fondo, la metáfora ayuda a ahondar en la historia o hacer más vívidos la ambientación y el escenario. Eso resulta muy notorio en el ya mencionado «El triunfo de la noche», relato donde lo sensorial y las impresiones subjetivas del protagonista son esenciales en el devenir de sus vivencias. La autora logra que nos helemos de frío al inicio, que escuchemos el ulular del viento y captemos las fragancias florales que impregnan la casa donde le ofrecen refugio, pero también nos transmite la atmósfera opresiva oculta bajo la distinción y la hermosura. La grandeza de Wharton, no obstante, estriba en que no solo logra crear imágenes certeras mediante la floritura, también lo consigue jugando con la sencillez. Prueba de ello es este breve extracto de «El señor Jones», en el que nos hace ver el escenario sin necesidad de describirlo: «dejó el coche al cuidado de los gansos de un pequeño prado comunal».
En un plano ya totalmente subjetivo, y hablando de los relatos en sí, he de decir que «Después», «El triunfo de la noche», «El grano de la granada» y «El día de difuntos» me parecen cuatro joyas del fantástico. «Kerfol», «El señor Jones», «El espectro» y «El Espejo» son un poco menos geniales, pero siguen resultando excelentes. Finalmente, «La campanilla de la doncella», «Los ojos» y «Mary Pask» resultan algo menos llamativos, un poco más imperfectos en su desarrollo los dos primeros, pero siguen siendo buenos relatos.
Una gran antología, perfecta para acompañar con una taza de té. Gustará al amante del espectro clásico, quizá no tanto a quien busque el giro espectacular o el artificio.
Anécdotas y detalles extra sobre autora y antología:
- En 1923, fue la primera mujer nombrada Doctor honoris causa por la Universidad de Yale.
- Cuando compiló la antología, Wharton añadió una nota aclaratoria sobre el guiño oculto en el título de «El grano de la granada», pues muchos los lectores le preguntaban por qué había llamado así al relato.
- Wharton vivió muchos años en Francia e incluso permaneció allí durante la Primera Guerra Mundial, periodo en el que impulsó y colaboró con iniciativas vinculadas a la ayuda a los refugiados y niños de la guerra. Eso, entre otros méritos, la haría merecedora de la Legión de Honor francesa.
- A su muerte, sería enterrada con los honores propios de un héroe de guerra y de una persona en posesión del galardón antes mencionado. También en Saint-Brice Sous Fôret, la localidad donde vivió y falleció, se pondría el nombre de Rue Edith Wharton a la calle donde se ubicaba su vivienda.

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