El pasado octubre se celebró en Madrid, en la Plaza de la Cebada la quinta edición del ¡Hostia un libro!, un pequeño festival gratuito dedicado a la autoedición y editoriales pequeñas, con actividades paralelas para todos los públicos (este año centradas en la esgrima). Este fue el primer año que asistí, atraída por la promesa de conseguir fanzines y comprar directamente a pequeñas editoriales, y muy convencida de hacerme con Estío. Once relatos de ciencia ficción climática, cosa que no pude hacer, ya que la editorial, Episkaia, nos dio un ejemplar para que lo reseñáramos.
Estío. Once relatos de ficción climática es una antología mixta de cuatro autores y ocho autoras (siete relatos más el epílogo) con portada de Adara Sánchez Anguino. La colección está impresa en rústica con solapas, con un papel bastante decente y que te deja leer con comodidad sus 200 páginas de relatos, y el precio de 15 euros está más que justificado. En cuanto a su contenido, abre con una nota a la edición explicando qué es la ficción climática o clifi (climate fiction), término acuñado en 2012, que no es más que el subgénero para las narraciones en las que el cambio climático afecta a la trama. Desertización, crecida del mar, incendios monstruosos, el deshielo… son cosas que, como bien se indica, no son el futuro, sino el presente. Aunque se menciona que las narraciones no tienen por qué suceder en un contexto apocalíptico, es cierto que es complicado encontrar historias alegres y optimistas.

Portada de la antología, muy cuqui ella.
En cuanto a los relatos, como ya he mencionado, es una antología mixta y voy a hablar de los correspondientes a las siete autoras y, pese a no ser un relato, quiero hacer una mención sobre el epílogo. La antología abre con Lunes, de María Bonete Escoto, donde nos encontramos con una funcionaria que debe hacer frente a su jornada laboral. Algo en apariencia mundano y aburrido, pero no para quien lee, ya que Bea es la encargada de gestionar las incidencias que se producen por culpa del incidente del hotel, cerrado mientras las olas cada vez más cercanas lo devoran. Es un relato muy costumbrista, cosa que a mí me gusta mucho, ya que me parece una forma de afrontar el género muy divertida, por el choque de lo extraño con lo cotidiano.
El siguiente relato, La gravedad de Aroa Moreno Durán, es más breve y dramático, donde sólo intuimos lo que ha podido suceder con el clima y tiene que ver con el calor. El texto, escrito como un único párrafo, es un relato íntimo sobre la relación de una pareja.
Con Amaiur de Aixa de la Cruz tenemos un relato apocalíptico, donde la supervivencia del ser humano ya está comprometida. Es la historia de Amaiur, una doctora presa y su relación con su propio cuerpo a través de su regla. Es la primera vez donde leo un relato donde la menstruación no es solo mencionada, sino que es el eje central. Es de estas cosas que no sabes que necesitabas leer hasta que lo haces. El encontrarte una descripción detallada de algo tan cotidiano y que es tabú para gran parte de la sociedad se agradece, pues ayuda a su normalización.
En Alexandría de Merche Montero pasamos a un relato de aventuras, de cómo Josephine Bernhardine Nilsson consigue acceso a la biblioteca de Alexandría de Galicia, un sitio antaño verde y del que la gente nunca se acuerda. Es de estas clases de relatos que te arrepientes que se acaben, porque quieres saber más, del mundo en el que están y las aventuras que vivirán sus personajes.
El Resort de Layla Martínez es un relato donde volvemos a tener la contraposición de lo cotidiano con lo extraño. En este caso, lo extraño es un resort de vacaciones totalmente artificial, ya que no queda ningún sitio donde poder construir uno de verdad. Además, tiene un leve toque de terror y un mensaje de denuncia muy claro.
Nómadas de Eva Cid plantea un mundo que ya se ha destruido y el ser humano ha tenido que aprender a sobrevivir en el desierto que se ha convertido. Pero no en un entorno a lo Mad Max, de todos contra todos, sino mediante una organización razonable y donde la gente cuida la una de la otra. Como en el caso de Alexandría, es un relato que, al llegar a la última página, me decepcionó no seguir leyendo más sobre el mundo y los personajes.
Para cerrar con los relatos de señoras, está Atardecer nuclear, de Cristina Morales, donde volvemos a tener un relato intimista, relacionado con uno de los mejores elementos que puede haber: la tarta de fresa. También habla de los colores, de los que ves y de los que te puedes comer sin riesgo de morir, por muy venenosos que parezcan.
No quiero hacer esta reseña sin mencionar el epílogo de Yayo Herrero, Reinventar lo colectivo ante el cambio climático. En él, la autora nos engloba los datos brutos de las consecuencias del cambio climático, que se llevan proclamando desde hace cuarenta años y que ahora estamos viviendo. Cuando he empezado esta reseña he mencionado que las historias que había aquí no eran optimistas, porque el tema no lo es. Leer este epílogo me ha dejado bastante chafada, porque te recuerda que las consecuencias del cambio climático están ya en tu salón, y no es algo agradable. Esta ficción y esta antología quieren concienciar sobre el tema, con historias que hablan de lo que veremos en los próximos diez años, con relatos que muestran las consecuencias de seguir con este capitalismo salvaje y que no mira por los demás.
Todas las narraciones del libro plantean estas consecuencias, de formas más o menos crudas, y con una perspectiva más o menos lejana. Hay tantas formas de que se acabe el mundo que conocemos en los próximos años, que no sé cuál historia podría ser la primera en hacerse realidad. Vivimos tiempos interesantes, y eso quiere decir que algunos relatos distópicos se han quedado atrás o cortos. Al final, la clave con esto es cómo nos enfrentaremos al fin del mundo, si luchando unos contra otros por los pocos recursos que queden, o formando un frente común, aprendiendo a gestionar y racionar lo que tenemos. Yo espero fervientemente que sea la segunda opción.

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