Llegué a este manga de manera fortuita, a través de comentarios en Twitter sobre las emperatrices reinantes de Japón, que no tenía ni idea de que hubieran existido. Alguien mencionó Ooku: The inner chambers y la particular ucronía que planteaba, y no me pudo llamar más la atención al ver que, además, estaba escrito por una mujer.

En verdad, el diseño de los kimonos está más trabajado que la cara de algunos personajes.
El manga en cuestión está escrito por Fumi Yoshinaga, de la que no se sabe mucho a nivel personal. Aparte de publicar otras obras de temática principalmente shojo y yaoi (como Antique Bakery o What did you eat yesterday?), también autopublica doujinshi e incluso fanfics. Con Ooku ha ganado diversos premios, entre ellos el Tezuka Osamu Cultural Prize, y se han llegado a hacer adaptaciones a película y televisión. Como no controlo el japonés, yo me he leído la traducción al inglés de Akemi Wegmüller para VizMedia, cosa que me ha dejado un poco colgada en la historia al no estar todos los números traducidos. Pero a pesar de estar inacabado, creo que el manga bien vale la pena por lo que plantea.
La ucronía de Ooku empieza con una extraña enfermedad que afecta solo a los niños (plural masculino). Por culpa de esta pandemia, la población masculina queda reducida en poco tiempo a una cuarta parte de lo que era, llegando a afectar al mismísimo Shogun. Inevitablemente, la sociedad tiene que cambiar: cuando no quedan hombres para trabajar los campos, cuando no hay actores para las obras de teatro, cuando no hay herederos para ser daimyo, serán las mujeres las que asumirán esos papeles.
Más allá de la trama, el dibujo de Yoshinaga es delicado y muy apropiado para el contexto de palacio, donde la vestimenta es un elemento importante de su día a día. Aunque reconozco que, en cuanto al diseño de personajes, a veces llegaba a desubicarme y confundir a alguno, especialmente entre los masculinos que acababan siendo un poco intercambiables.
Una historia de la élite
En esta sociedad alternativa, los hombres pasan a ser cuidados entre algodones, valorados sobre todo por su potencial reproductivo. Aquellos de familias pobres acabarán en Yoshiwara, el barrio dedicado a la prostitución, vendiéndose a mujeres pobres que no pueden permitirse casarse para procrear. Solo aquellas que tengan dinero podrán permitirse pagar la dote de un hombre. Las familias poderosas venderán a sus hombres a un buen precio, por supuesto.
La obra de Yoshinaga se centra, sin embargo, en un pequeño reducto en el que solo cohabitan hombres: el harén de la Shogun. La historia casi siempre nos habla tan solo de lo que pasa en el palacio y las pinceladas que nos dan sobre la vida fuera de sus muros a veces saben a poco. Personalmente, habría querido saber más sobre cómo funciona el día a día en la ciudad de Edo, y no solo cuando algún personaje de la nobleza pasea por allí. Además, no deja de ser curioso que, a pesar de tratarse de una sociedad en la que hay una gran mayoría de mujeres, el 90% de los personajes y las historias que nos presenta la autora sean de hombres.

Las mujeres del Ooku (el de verdad) en una xilografía de Toyohara Chikanobu (1897).
Y es que la sociedad que dibuja Yoshinaga gira inevitablemente alrededor de lo masculino, en algunos casos por pura inercia. Por ejemplo, cada vez que una mujer asume su rol como daimyo, tiene que adoptar nombre de hombre, a pesar de que haga generaciones que solo mujeres ocupen esta posición. Hechos así son los que acaban llamando la atención de la Shogun Yoshimune, que llega al poder al inicio del manga. Intrigada, decide adentrarse en los archivos de palacio para comprender el porqué de las tradiciones que le obligan a seguir. Y con Yoshimune tirando del hilo en el archivo, rememoramos la historia de las Shogun de la dinastía Tokugawa desde el inicio de la pandemia.
Así es como vemos cómo todas ellas tienen que navegar, inevitablemente, por una sociedad que todavía recuerda demasiado bien su estructura patriarcal. Ahí es donde se ve que es todo una cuestión de adaptación: no es que quieran ser feministas, es que la situación les obliga a evolucionar. Pero el cambio es siempre difícil y, como descubre la Shogun Yoshimune, las rémoras del pasado se mantienen demasiado vivas a golpe de tradición enquistada. Todo esto se ejemplifica ante la visita de una embajada extranjera, ante la que se finge que el Shogun es hombre. De hecho, la autora justifica la clausura de las relaciones internacionales en el periodo Tokugawa, un hecho histórico, con la voluntad de esconder al resto de países que Japón se ha convertido en una sociedad femenina. Porque están seguras que, si las potencias extranjeras supieran que el ejército nipón es femenino, no dudarían en atacar y colonizar. ¿Cómo cuadra esto con los continuos mensajes que explican que las mujeres se desarrollan igual de bien en los oficios anteriormente masculinos? Es gracias a Yoshimune que vemos claramente cómo, a pesar de todo, la misoginia todavía permanece en esa sociedad supuestamente matriarcal. Una sociedad en la que, de volverse a equilibrar el número de hombres y mujeres, no dudaría en retornar al patriarcado.
Maternidad y matriarcado
Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención a nivel personal (estoy en la treintena, qué esperáis) es la visión que se da de la maternidad en Ooku. En una sociedad en la que las mujeres tienen que ocupar todas las profesiones, incluido el ejército, y los hombres quedan relegados a un ámbito doméstico, son las mujeres las que siguen asumiendo todos los cuidados de la maternidad. Los hijos son criados entre algodones, esperando que no sucumban a la enfermedad, y cuando crecen se dedican a una vida contemplativa y de ocio. Este hecho los infantiliza de por vida y los convierte en muñequitos que lo único que aportan a la sociedad es su capacidad reproductiva. De hecho, los ancianos son ignorados e incluso abandonados cuando se convierten en un estorbo. Ya veo por dónde va la autora, claro, aunque me habría gustado que fuera por otro camino, donde los hombres asumieran también los cuidados infantiles, por ejemplo.

“Vine a este mundo para el propósito de continuar el reinado Tokugawa. Una Shogun solo de nombre y, en realidad, un sacrificio humano”.
Sin embargo, la propia Yoshinaga critica la posición a la que se ve relegada la Shogun, cuyo principal deber es garantizar una heredera. Por suerte tiene a su disposición todo un harén para hacerlo posible, aunque no todos los hombres de éste estén contentos con su papel. No todas las Shogun aceptan tampoco esta responsabilidad de la misma manera, y algunas lo ven como una carga, por muy necesaria que sea.
Recientemente me he leído también Matriarcadia, de Charlotte Perkins Gilman (publicado en español por Akal y traducido por Celia Merino Redondo). De forma inevitable, he acabado comparando la imagen de la maternidad que presentan las dos obras. Las dos inciden en su importancia de una manera casi religiosa (en Matriarcadia, de hecho, sin el «casi») en unas sociedades que tienen todos los impedimentos posibles para desarrollarla. Pero ninguna de ellas se atreve a plantear una alternativa donde la mujer se vea desligada de lo que se presenta como una necesidad biológica. Más bien, las dos historias buscan la manera de que la mujer acabe desempeñando su papel a pesar de todos los impedimentos.
Así que en ese sentido me siento un poco decepcionada, porque desearía que se me hubiera enseñado una manera diferente de entender la maternidad, alejada de la usual importancia vital para la mujer. Casi cien años y culturas diferentes separan a las dos obras, pero en ese sentido no veo ninguna evolución.
El hombre como único objeto de deseo
Para acabar, otra cosa que acaba destacando dentro del mundo alternativo de Ooku es la poca representación LGBT+. Y en este caso, al haber más mujeres que hombres, la verdad es que clama al cielo que prácticamente la única fuente de placer sea la heterosexual. Sí que es cierto que la autora nos habla de la homosexualidad dentro del harén, aunque de manera más bien anecdótica y como segundo plato para los que están reservados solo para la Shogun. E incluso llega a plantear el incesto como algo que, aun siendo aberrante, es comprensible ante la escasez de hombres. Pero, ¿lesbianas? ¿Mujeres que no necesitan para nada a un hombre? Supongo que si una sociedad es capaz de enquistar su misoginia en un mundo de mujeres, también es capaz de hacerlo con la homofobia.
Resumiendo, aunque pueda parecer lo contrario, en general me ha gustado mucho hasta donde he leído (ojalá poder acabarlo algún día), porque aunque no me ha parecido perfecto, sí que me ha hecho reflexionar mucho y eso siempre es bueno. Las tramas que presentan la historia alternativa me parecen bien hiladas, y entre las tramas personales hay algunas historias y personajes que me parecen muy interesantes, sobre todo su evolución. Pero, ante todo, me quedo con el poso reflexivo que me deja la ucronía y las dudas que me plantea, que de eso se trata.

¿Nos ayudas con una donación?