La supresión de la maternidad: agujeros con forma de personas, personajes huecos y la ilusión de las aventuras imposibles
Nota: Aliette de Bodard escribió este artículo después de la publicación de In the Vanishers’ Palace. El artículo original se publicó en Intellectus Speculativus el 3 de diciembre de 2018. Este artículo ha sido ganador del British Science Fiction Award en 2019. La traducción corre a cargo de Loreto ML.
Esperaba que la maternidad impactara en mi vida porque, claro, tener niños en casa y ser responsable de ellos acarrearía unos cambios enormes.
No me esperaba que me hiciera tan consciente de la supresión en los medios y las historias.
Digámoslo sin tapujos: las madres simplemente no están ahí [1]. Aunque el embarazo sea monstruoso o sagrado, sea en body horror o en el alumbramiento del niño elegido, la maternidad se define por su ausencia. No somos personajes: somos agujeros con forma de personas. Somos espacios vacíos o personajes huecos, cuyo único propósito —cuando la historia se molesta en darnos uno— es borrarnos a nosotras mismas en beneficio de nuestros hijos.
El agujero más obvio con diferencia es el que deja la muerte: nuestros libros y productos audiovisuales están contaminados con la muerte de las madres de los protagonistas. La madre de Star-Lord en Guardianes de la galaxia, la madre de Elizabeth Swann en Piratas del Caribe, la madre de Indiana Jones en La última cruzada… La lista es interminable. La muerte puede darse en el parto, fuera de escena, en la historia, pero siempre es un inconveniente menor, algo que pasó hace tanto tiempo que casi nunca se menciona o es la mina del dolor del protagonista (que suele ser casi siempre un hombre cis). Hablamos un montón sobre meter en la nevera a los personajes femeninos (y con razón): cada vez que una madre sale a escena, me preparo para el portazo del congelador, porque parece que ese es nuestro sitio permanente y nuestros cuerpos están ahí para servir, al menos, como recuerdos agradables o motivaciones para nuestros hijos. Nada nos sienta tan bien en vida como morir.
Pero hay otras muertes. Hay madres que no son mencionadas ni nombradas, como si fueran completamente triviales (nunca se menciona a la madre de Bella en La bella y la bestia original; de la misma forma, la madre de Arwen no se menciona en las películas de El señor de los anillos [2]; el padre de Killmonger en la excelente Black Panther tiene un montón de tiempo en pantalla, mientras que su madre ni siquiera merece una explicación). Y luego hay madres que no llegan a tener otra historia además de cuidar a sus hijos, y toda su personalidad y motivaciones están incluidas en el acto de la maternidad (Lady Jessica en Dune, Frigga en la franquicia de Thor, que en realidad se las apaña para carecer de una trama no relacionada con sus hijos y para que la metan en la nevera en la segunda película de Thor).
Una de las formas en la que esto resulta completamente tóxico, además de matar a los mismos personajes, es la de devaluar el trabajo realizado por las madres para hacerlas parecer invisibles e innecesarias: pocas veces vemos la tremenda carga de trabajo que conlleva criar niños (porque las madres muertas se suelen reemplazar por figuras de autoridad indiferentes, ausentes o abusivas, en vez de por unos padres adoptivos cariñosos [3]). Y cuando se escriben obras que se centran en maternidades complejas y bien representadas, estas se ven como algo sin importancia, demasiado centradas en relaciones aburridas o demasiado preocupadas en temas triviales.
Cada vez que saco el tema de las madres muertas, generalmente me dan dos explicaciones: la primera es la existencia natural de la muerte en el parto y la segunda es que resulta un inconveniente, porque ¿cómo podrían los héroes (adolescentes, sobre todo, pero no son los únicos) irse de aventuras con sus madres vivas?
Vamos a quitarnos de en medio la primera: sí, la muerte en el parto era una gran causa de mortalidad… en el pasado. Pero también las muertes de los niños (un rápido recordatorio de que en 1800 más del 40% de los niños morían antes de alcanzar los cinco años [4]), y en los productos audiovisuales populares hay más madres muertas que niños muertos (o que gente muriendo de tifus o cólera o de las innumerables formas que acortaban la vida desde un punto de vista histórico). Dicho de otra forma: estamos siendo terriblemente selectivos, como cultura, sobre las verdades históricas que estamos eligiendo perpetuar. Eso sin mencionar el hecho de que estamos hablando de ciencia ficción y fantasía, donde la precisión histórica no es la mejor justificación a la hora de tratar historias en las que hay dragones y hadas y naves espaciales.
La segunda… La segunda es parte de una falacia subyacente que puedo comprender: la idea de que las madres pueden proteger a sus hijos de todo. Entiendo el deseo y de dónde surge, pero la verdad es que eso es imposible. Hay cosas que son demasiado grandes para que los padres protejan a sus hijos de ellas (fracasar a la hora de proteger a tus hijos de las consecuencias de la guerra no es un error parental, y fingir que es así es un claro ejemplo de cómo se culpa a la víctima por ello) y aunque yo pudiera proteger a mis niños de cualquier cosa… La realidad es que no puedo mantenerles a salvo para siempre, y tampoco debería. Una parte de la paternidad (y especialmente de la maternidad) es el arte de dejar ir con dignidad: de aceptar que mis hijos tendrán sus propias vidas y sus propios desafíos a los que enfrentarse, y que esos desafíos, por mucho que desee lo contrario, serán peligrosos. Y sí, algunos de estos pasarán antes de que estén preparados, pero nuestros niños no pueden y no estarán siempre preparados a pesar de todos y cada uno de nuestros esfuerzos.
La otra falacia subyacente es que las madres y las aventuras son incompatibles, una cosa terrible de suponer por dos cuestiones: la primera, que las madres mismas no pueden vivir aventuras (arriba están mis objeciones: obviamente la maternidad es algo importante en la vida de las madres, pero las vidas de las madres no pueden ni deben reducirse a la importancia de los hijos). La segunda es la falacia de que es imposible que las familias tengan aventuras juntas: que ninguna de las aventuras de los niños (uso “niños” aquí como lo opuesto a los padres, más que como una categoría de edad) tiene que ser exclusiva de la presencia parental. Es una percepción muy particular que viene de una sociedad con una socialización muy estratificada por edades, además de con un fuerte individualismo, lo que nos hace ver las aventuras con padres o gente mayor (o, para el caso, la presencia parental en nuestras vidas [5]) como indeseables más que como hechos normales.
Hay excepciones a estas reglas, y las atesoro todas: Jackie y Rose Tyler de Doctor Who, las numerosas madres de la trilogía Dragon Prince de Melanie Rawn, Jess y su madre (y sus cuatro hermanas) de la trilogía Court of Fives de Kate Elliott, Tralane Huntingore y sus hijas de Glorious Angels de Justina Robson, Essun y su hija en la trilogía La tierra fragmentada de N.K. Jemisin, la consorte Jing de Nirvana in Fire, Mme de Morcerf en El conde de Montecristo de Dumas, la reina Talyien de Wolf of Oren-Yaro de KS Villoso, Anyanwu de Wild Seed de Octavia Butler, Cordelia Naismith de Barrayar, Lilian de The Changeling de Victor LaValle…
En mi propia ficción, decido a propósito tener madres como personajes, y de tenerlas con sus propias y diferentes historias. Mi último libro, In the Vanisher’s Palace, es un oscuro retelling de La bella y la bestia donde ambas son mujeres, y la bestia es una dragona… Salvo por el hecho de que Yên, mi empobrecida erudita y análoga de Bella, tiene una madre, la curandera del pueblo, que está muy presente y es importante en la vida de Yên; y Vu Côn, la dragona metamorfa, análoga de la Bestia, es madre de dos adolescentes, y ambos son una parte importante, pero no la motivación principal, de la vida o historia de Vu Côn. Quería demostrar, de un modo no muy sutil, que las madres son sus propios personajes: la propia madre de Yên es crucial para la forma que tiene Yên de ver del mundo, pero ella también tiene su propia perspectiva y su propia vida: es la curandera del pueblo y aspira a permanecer así, aunque Yên solo sueñe con escapar. Y mientras tanto, Vu Côn, en la cúspide de su edad adulta, lidia sin cesar con dos niños dragones demasiado curiosos, pero la principal motivación de su propia historia es su relación con Yên (al aceptar a Yên como pago de una deuda, descubre que se siente atraída por ella, aunque es consciente de que no puede seguir sus deseos porque es la propietaria de Yên y no hay consentimiento entre maestra y sirviente).
Pienso en esto, y en las madres de mis otras historias y libros, como un trabajo necesario: como mi propio ladrillo en la pared para garantizar que las madres no sean suprimidas, que los huecos que dejamos en la estructura de nuestras historias estén llenos de personajes genuinos, complejos y ricos en vez de códigos sin rostro, sin nombre y sin importancia. Algunos días me preocupa que mis historias sean piedras muy pequeñas en un universo lleno de agujeros enormes, pero entonces recuerdo que cada muro se construye ladrillo a ladrillo, y que no todo puede subir tan rápido como me gustaría. Recuerdo que tenemos que intentarlo, que todos tenemos que intentarlo, porque ¿cómo podemos actuar de otro modo?
Notas
[1] A lo largo de este texto, estaré haciendo distinciones deliberadas de género, porque el conjunto de las expectativas es muy diferente entre madres y padres cis. La gente que no entra en ninguna de estas categorías (trans, personas no binarias y otros géneros y sexos marginados) corre un riesgo mayor de ser suprimida, víctima de la otredad, demonizada, etc.
[2] Aquí hablo de las películas: en los libros la madre de Arwen es Cerebrían, que viaja al Oeste antes de que Arwen se encuentre con Aragorn después de que los orcos la torturen (y esto también es suprimir, pero de una forma distinta).
[3] La idea de que padres adoptivos y familias adoptivas en general sean peores que las relaciones consanguíneas, por mucho amor que hayan volcado en la crianza de los niños, es otra gran problemática.
[4] Fuente: https://ourworldindata.org/child-mortality
[5] Algunos padres son terribles, abusivos y deberían estar excluidos de las vidas de los niños: no estoy diciendo que la presencia de los padres deba ser la norma o que todos los padres sean simplemente cariñosos, sino que su ausencia no puede y no debe ser la única narrativa que exista.


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Muy buen artículo y muy buena traducción. Sin duda nos encontramos en una sociedad que invisibiliza los trabajos considerados tradicionalmente femeninos, ya que son considerados de menor importancia. Es importante cambiar el paradigma y mostrar no no solo que estos trabajos y las personas tradicionalmente vinculadas a ellos son importantes y necesarios, si no también romper la tradicional división géneros, y las tareas / obligaciones que se relacionan con cada uno. La literatura de género es una gran herramienta para mostrarnos que otro mundo es posible, pero también es un género que tiende a reproducir ciertos estereotipos. Es el trabajo de lectores y escritores cambiar el panorama para y hacerlo más diverso e inclusivo.
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Genial artículo.
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Genial articulo. Saludos
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