Si hay un género al que me he enganchado desde el momento en que hice el esfuerzo consciente de leer a más autoras, es la ciencia ficción. Gracias a ellas he descubierto que realmente me gusta el género, al contrario de lo que llegué a pensar; pero se me atragantan los estereotipos rancios y los clichés desprendidos por muchas obras consideradas clásicos de lectura casi obligatoria.
Quizá debido a estas experiencias previas, Consecuencias naturales me despertaba una mezcla de interés y miedo a enfrentarme a su lectura. No obstante, los comentarios, elogios y el hecho de ser Crononauta la encargada de rescatar la novela del páramo de las historias descatalogadas me animaron a darle una oportunidad.
Me alegro de haberlo hecho. Consecuencias naturales sigue resultando fresca, pese a los veinticinco años transcurridos desde su publicación original. No quiero decir con esto que sea perfecta o que carezca de elementos que, desde una óptica actual, puedan verse hoy un poco desfasados. Sin embargo, en su conjunto, es una obra cuyo discurso principal no solo resulta vigente, sino que aporta reflexiones necesarias en estos tiempos oscuros, en los que para ciertos sectores de la política las mujeres (pues no conciben la existencia de otras personas con útero ni de mujeres sin él) somos poco más que incubadoras con patas. Para ello, Elia Barceló usa un acertado tono de sátira, principal responsable de que la novela se devore en tres bocados.

Portada de la edición actual, obra de Mercedes Palacios.
Pero antes de meterme en análisis mayores, expongo unas leves pinceladas del argumento, para quienes lo desconozcan. Consecuencias naturales se inicia durante uno de los primeros encuentros entre dos culturas que dominan los viajes espaciales: los humanos y los habitantes de Xhroll. Dentro de ese contexto, el teniente Nico Andrade, un rancio espécimen de «machote ibérico», está dispuesto a convertirse en el primer humano que mantenga relaciones sexuales con una alienígena. Sin importarle las consecuencias que esto pueda tener para ella. No obstante, quien sufra estas será él. Nico quedará embarazado y le tocará descubrir cómo es la vida cuando uno pertenece al sector de la población sin privilegios, al sector que posee la capacidad de albergar vida en su vientre pero carece de capacidad de decisión sobre su propio cuerpo o incluso de voz.
El tono usado para narrarnos esta historia es, como decía más arriba, el de la sátira. Una sátira que nos despierta una sonrisa malévola cuando asistimos a los padecimientos de Nico, y que ofrece alguna pincelada más amable al mostrarnos los contrastes entre las cultura humana y la Xhroll, tan literal ella a la hora de expresarse y desprovista de cualquier muestra de lenguaje no verbal. Pero, también, a medida que avanzamos en la historia, adquiere unos tintes más sombríos y resulta más aterradora que muchas historias de terror.
Porque los Xhroll son una cultura alienígena con entidad propia, pero también se puede ver como un espejo de nuestra propia sociedad. Sus características físicas y culturales sirven para cuestionar el modo en que establecemos nuestros roles de género y la rigidez de los mismos (siempre desde la óptica de los años noventa). Y sus actitudes hacia los abba (las personas con capacidad para gestar) son un reflejo del absurdo que supone que quienes carecen de la capacidad de gestar sean generalmente quienes legislan y determinan los derechos de las personas que poseen esta. Este, como ya he comentado, es el punto fuerte de la novela, el aspecto de la misma que se mantiene completamente vigente a pesar del cuarto de siglo transcurrido. Mérito de la novela, demérito de nuestra sociedad.
Otra de las cuestiones tratadas en la historia es la igualdad. O, en el caso de la sociedad humana, la desigualdad que se sigue ocultando tras la imagen de una sociedad técnicamente igualitaria. Lo intuimos al descubrir la proporción de hombres y mujeres en la tripulación de la estación espacial Victoria o, en menor medida, en cómo se constituye el cuadro de mandos pese a haber alguna mujer en puestos de poder, en el rechazo de algunos hacia el lenguaje igualitario o en cómo le ríen las gracias machistas a Nico. Si bien esta paradoja y la reflexión que despierta resultan pertinentes, ya que todavía hoy nos toca escuchar y leer cosas del palo «no existe el machismo porque hay igualdad ante la ley entre mujeres y hombres», a ratos alguno de esos detalles me sacaba un poco de la historia o, al menos, me hacía situarla mentalmente en una época más próxima que el siglo XXIII en que se desarrolla. Ojo, no expongo esto como un fallo de la novela, porque, como ya digo, esos detalles funcionan perfectamente como reflejo de la hipocresía oculta tras una igualdad aparente. Ahora bien, subjetivamente, me chocaba por ejemplo que el uso del tratamiento desdoblado no estuviese ya asumido por la sociedad como algo mecánico, dado el tiempo que parecen llevar usándolo, y me habría resultado interesante explorar una sociedad realmente igualitaria.
También el hecho de que los guiños culturales que aparecen en la historia, aunque oportunos y bien integrados en la misma, se refieran al siglo XX puede haber contribuido a que a veces me costase ver ese siglo XXIII ahí reflejado.
El contraste entre la cultura Xhroll y la humana es otro punto muy interesante de la historia. Los malentendidos y los choques culturales entre ambas resultan creíbles. La cultura alienígena se nos muestra siempre coherente con su propia idiosincrasia. Resulta interesante, por ejemplo, cómo su concepción del lenguaje como un vehículo para expresar las ideas de forma precisa y sin malgastar palabras no solo se traduce en transmitir un carácter seco a los humanos, sino en incapacidad para entender los matices de nuestro lenguaje verbal y nuestra gestualidad.

En el espacio nadie puede escuchar… las maldiciones de Nico.
Ahora bien, pese a que el contraste de culturas está bien desarrollado a lo largo la historia, y no se usa además como mero tapiz de fondo, en él encontramos también uno de los elementos donde más se nota el cuarto de siglo transcurrido desde su publicación original. Desde mi óptica actual, distinta a la que tenía en los años noventa de mi adolescencia, la perspectiva de los humanos se ve hoy demasiado binaria y ciscéntrica. No es algo que deba considerarse propiamente un fallo de la obra, ni que invalide su mensaje, pero sí puede ensombrecer la experiencia de algunos lectores.
Sea como fuere, y pese a que algunos detalles me hayan convencido menos que otros, Consecuencias naturales me ha parecido una novela muy notable. Una novela que resulta necesaria hoy en día y que, acertadamente, nos invita a reflexionar desde la sátira.
Ya para cerrar, me gustaría aplaudir el trabajo de edición de Crononauta, muy cuidado en todos los aspectos, desde en maquetación y calidad materiales, corrección del texto, el estupendo epílogo de Teresa López Pellisa que nos ayuda a entender la novela dentro del contexto histórico-social en que fue escrita o el uso de una tipografía muy cómoda de leer para quienes arrastramos problemas de vista.
Consecuencias naturales fue nuestra lectura conjunta del mes de marzo, de modo que aprovechamos también para elaborar esta entrevista a Elia Barceló que incluimos a continuación, con las preguntas de quienes participaron. Muchas gracias a Elia por su tiempo.

Elia Barceló.
Amparo Montejano pregunta:
1) Consecuencias naturales es una obra que, tras 25 años, vuelve a estar tan vigente como el propio día de su lanzamiento, lo cual es verdaderamente significativo, porque ¿en algo crees que ha mutado la sociedad de los 90 con respecto a los roles de género y al encasillamiento que en estos se ha hecho (tradicionalmente) de lo que abarca en sí el término “lo femenino”? De igual modo, ¿crees que la sociedad actual está hoy más preparada para asimilar el argumento del libro? Y ¿cómo o qué sucedió para que bosquejases un argumento tan ingenioso?
EB: A mí también me sorprende mucho que 25 años después de su primera publicación, Consecuencias naturales siga estando vigente, y además de sorprenderme, me entristece. Me parece lamentable que esos 25 años nos hayan traído tan poquitas mejoras, aunque tengo que conceder que al menos ahora estamos hablando de ello y parece que buena parte de la sociedad se ha vuelto más flexible y respetuosa con las cuestiones de identidad de género. De todas formas, seguimos estando profundamente afectadas por un pensamiento machista que se nos inculca (en general sin mala intención) desde el nacimiento, tanto a hombres como a mujeres, empezando por la lengua, que recoge un claro antropocentrismo frente a un ginecentrismo inexistente o muy tibio.
Creo que la sociedad actual está mucho más preparada para leer la novela del modo que yo había previsto: como una especie de parábola divertida e irónica que sirve para reflexionar sobre cuestiones muy importantes para nuestra vida. En su primera publicación, hubo mucha polémica y muchos lectores varones se sintieron ofendidos por lo que consideraron un ataque a la masculinidad en general.
La novela surgió de dos impulsos: uno, el ejemplo de un colega mío de la época que era un conquistador impenitente y que yo encontraba más bien ridículo, a pesar del (para mí inexplicable) éxito que tenía con las mujeres; el otro, la reflexión (motivada por mi trabajo filológico) de cómo la lengua conforma la realidad hasta el punto de que te impide ver ciertas cosas que podrías ver sin esfuerzo si las categorizaras de otro modo. Por eso a veces el aprender otras lenguas ayuda a relativizar conceptos que creías inamovibles.
2) ¿Tienes en mente elaborar una secuela / spin off del libro, y abordar así otros conceptos que siguen fomentando las desigualdades socio-culturales entre géneros (mansplaining, micromachismo, techo de cristal…)?
EB: No, nunca lo he pensado, no me gustan las continuaciones y segundas partes (ni me gusta llamarlas “secuelas”, porque en nuestra lengua significa las marcas que deja una enfermedad que ya se ha superado). Sin embargo, en esta línea he escrito un cuento que se llama “Tres” y ahora estoy trabajando en una novela. Es muy diferente de Consecuencias naturales (no es nada divertida, por ejemplo), pero es también un ejercicio de cómo podrían ser las cosas si fueran muy distintas en estos asuntos de roles masculinos y femeninos.
3) Y una cuestión más personal, Elia: ¿qué le dirías a una mujer (niña, adolescente) cuyos derechos están siendo “machacados”, y que no encuentra asilo en las instituciones gubernamentales de su país de origen? Mujeres que, por el simple hecho de haber nacido “como XX” y en medio de una orografía estatal “Y”, se ven obligadas a asumir unos “roles de género característicos” que las humillan, las sodomizan y las encarcelan dentro de una marea negra vital de la cual no pueden zafarse (matrimonios concertados siendo apenas niñas, violaciones de las que, si resultan embarazadas, deben cumplir “su destino para con el milagro” que crece en su vientre, ablaciones genitales, etc…).
¿Qué le sucede al mundo, Elia? A un mundo que no nos trata con la dignidad que merecemos, y que paradójicamente, no existiría sin nosotras…
EB: Todo eso que planteas es algo que me preocupa muchísimo y en lo que pienso mucho, pero que, sinceramente, no sé cómo combatir, salvo poniéndolo de relieve y tratando de que se sepa lo que está sucediendo. A las mujeres se nos maltrata, humilla y cosifica casi en todo el mundo (en unos lugares de modo brutal y evidente, en otros, con más discreción) por el simple hecho de ser mujeres, de tener la capacidad reproductiva de la que los hombres carecen. Nos tienen miedo y por eso tratan de mantenernos sojuzgadas. La mujeres del “primer mundo” estamos en buen camino para mejorar esta situación (aunque sigue habiendo montones de asesinatos, violaciones, abusos, malos tratos físicos y psíquicos, etc.) pero las mujeres de los “otros mundos” todavía tienen mucho camino por delante que, me temo, tendrán que hacer ellas porque, como están los tiempos, si intentamos ayudarlas para que el desarrollo sea más rápido, nos tildan de “colonialistas” o “imperialistas” y a veces se encastillan en posiciones de inferioridad elegida, solo para no hacer lo mismo que hemos hecho nosotras. En algunos lugares que conozco, por poner un ejemplo muy suave, cuando hablas con mujeres jóvenes sobre la cuestión del velo, muchas de ellas dicen llevarlo libremente, como muestra de identidad, y no les gusta que las mujeres occidentales no islámicas les digamos lo que tienen que hacer.
Pero eso es una cuestión de detalle comparada con cosas como la ablación genital o la gestación subrogada. En todos los países la ablación del clítoris debe estar totalmente prohibida, sin ningún tipo de paliativos. En cuanto a la gestación subrogada yo también prohibiría una práctica que considera el cuerpo femenino y el o la bebé que una mujer gesta como una mercancía sobre la que la mujer no tiene ningún derecho ni control.
Tenemos mucho que luchar todavía hasta llegar a una situación de equidad con los varones, pero lo conseguiremos porque cada vez hay más hombres que entienden que no es una cuestión “de mujeres” que afecta solo a las mujeres, sino de seres humanos.

Portada de la antigua edición de Miraguano.
Laura S. Maquilón pregunta:
1) ¿Cuánto hay de tu propia experiencia en el embarazo del teniente? No me refiero a su relación con el feto, sino en cuanto a las sensaciones, los cambios de humor, de ánimo, el sentirse extraña a una misma…
EB: ¡Uy, mucho, claro! Cuando escribí Consecuencias naturales había pasado por dos embarazos y dos cesáreas, había tenido un hijo y una hija, y eso me daba suficiente experiencia de primera mano (sin contar con todas las conversaciones con otras mujeres en la misma situación y todos los libros que leí sobre el tema) como para poder extrapolar perfectamente las reacciones y sensaciones de Nico. Estoy convencida de que si un hombre pudiera quedarse embarazado, sentiría más o menos lo que sienten las mujeres (un amplio espectro de sentimientos evidentemente), aunque quizá en ciertos casos se añadiera, como le pasa a Nico, la terrible intensidad de que le esté sucediendo algo que nunca se había planteado, que nunca habría creído posible y que lo viva, además, como una humillación. Y, por supuesto, una pérdida casi total de control y de libertad personal. Esa sensación de que alguien externo a ti te diga “por tu bien” lo que puedes y no puedes hacer con tu cuerpo y con tu vida.
Lo que muchos varones no acaban de comprender es que, cuando te enteras de que llevas algo vivo en el vientre, incluso cuando lo deseabas con todas tus fuerzas, siempre hay un componente de miedo, de sentirte atrapada, de una extraña inquietud por la sensación de que hay algo dentro de ti que no eres tú; además de ese miedo de qué pasará, cómo será el momento en el que tendrá que salir al exterior, si podrás soportar el dolor, si sobrevivirás…
Y si además a eso se une el que todo el mundo empieza a tratarte de otro modo, y habla por ti, y coarta tu libertad, y tantas cosas que hacen cambiar tu vida… la experiencia es muy fuerte, incluso para una mujer.
A mí me interesaba mostrar todo eso que siente una mujer, eso que las mujeres llevamos miles de años sintiendo (especialmente después de una violación o cuando el niño no es deseado), pero quería que le pasara a un hombre. Porque si le pasa a una mujer en una novela, aparte de ser “normal”, es “tema de mujeres”, mientras que cualquier cosa que le suceda a un protagonista varón en una novela es “tema universal” 😉
2) En la sociedad Xhroll, las relaciones sexuales están intrínsicamente ligadas a la concepción, de forma que les parece totalmente aberrante cualquier encuentro sexual si no hay una posibilidad reproductiva. ¿Hay también una crítica en torno a esta construcción, o solo es una consecuencia de jerarquizar la sociedad Xhroll entre estériles y fértiles?
EB: Es, efectivamente, una crítica a todo tipo de reduccionismos, a que desde el exterior te reduzcan a una función concreta, sea la que sea. Pero es también una reflexión sobre lo que la lengua hace a la realidad. Cuando tu lengua te obliga a pensar que algo es perverso, es muy difícil librarse de la idea o no sentirse culpable. Es lo que nos grabaron a fuego a las mujeres y a los hombres occidentales en el par de miles de años en que hemos vivido controlados por la Iglesia Católica (o de otras denominaciones): que las mujeres somos malas desde el mismo momento de nacer, que tenemos que permanecer vírgenes porque el sexo es algo malo (a menos que sea para concebir y esté dentro del matrimonio), que las mujeres somos obedientes, humildes y castas por naturaleza, que no hay nada más excelso que ser madre. O virgen, que es casi mejor, pero que no está al alcance de todas debido a nuestra “imperfección” congénita.
3) Los personajes llevan unos trescientos años viviendo en una sociedad con una aparente igualdad de género. Sin embargo, ninguno parece tenerla asumida, a pesar de que la educación durante ese tiempo debería estar abocada a ello. ¿Es más fuerte entonces el componente genético que el social?
EB: No creo que el machismo sea genético. El componente social es el que manda y, a pesar del tiempo que llevan en la novela tratando (al menos oficialmente) de conseguir la paridad, la gente es vaga, perezosa. Es muy pesado hablar con los dos géneros en español; antes o después la gente vuelve a lo cómodo, a lo de siempre, y la mentalidad machista (quizá más que machista sea antropocrática, entendiendo “antropos” como varón) se perpetúa en pequeños comportamientos, frases hechas, etc.
Por ejemplo, hoy en día seguimos diciendo “no vale un duro” o incluso “no vale una perra gorda” cuando se trata de monedas que desaparecieron hace mucho. O “quedarse sin blanca”, cuando las blancas eran moneda de curso legal hace un par de siglos. La lengua es tenaz y el mundo que la lengua dibuja para nosotros reproduce esas ideas y comportamientos. Lo primero que se pregunta en un parto, además de si el bebé está sano, es ¿qué es? ¿Niño o niña? Como si eso tuviera importancia en un ser humano recién nacido. Pero en cuanto lo sabemos, empezamos a comportarnos de otro modo (aunque solo sea ligeramente), a hacer otros planes, a comprar ropa diferente para uno y para otra. De un bebé varón dice una que “está hecho un hombre” en cuanto se tiene de pie, que es fuerte, que es valiente… De una niña, que es bonita, que es buena, que no da la lata…
Me imagino que todo ese tipo de cosas tardan muchísimo en desaparecer de la lengua y de la mentalidad, por mucho que los programas escolares trabajen por la igualdad, y es lo que he tratado de reflejar en la novela: lo difícil que es erradicar ciertos comportamientos que llevamos generaciones viviendo y que la lengua apoya.
Estoy casi segura de que en el carnet de identidad de los personajes humanos de Consecuencias naturales sigue poniendo: Sexo: Mujer/Varón o, en el colmo del progreso: Mujer/Varón/Otro.
Sin embargo, para mí, lo correcto sería hacerlo desaparecer por completo, igual que ha sucedido con la profesión. ¿A quién le sirve el tener que llevar en el DNI lo que los demás piensan que es tu sexo/género? ¿A qué intereses sirve o servía, y nos limitamos a arrastrarlo sin ninguna necesidad?
Las costumbres tardan en morir.

Crononauta mima sus ediciones y a sus lectoras, prueba gráfica.
4) ¿Crees que todavía queda mucho por decir sobre la maternidad y la reproducción como fuente de opresión en la ciencia ficción?
EB: Muchísimo. Ese tipo de temas fueron considerados durante mucho tiempo poco interesantes y, sobre todo, solo propios de autoras. No hay más que ver que la definición “soft science fiction” se acuñó en los años sesenta del siglo pasado, cuando empezaron a surgir escritoras que trataban temas sociológicos, psicológicos, antropológicos… ¿Por qué son “blandas” esas disciplinas? Porque se las asocia con mujeres, mientras que la física, la ingeniería y las matemáticas eran asociadas con varones y, por tanto, eran “duras”.
La maternidad, que muchos consideran que solo afecta a las hembras de la especie (como si los hombres no tuvieran nada que ver en ello), era, por tanto, un tema “de mujeres”, “blando”, sin interés, más que para un público femenino. No podemos olvidar que la ciencia ficción fue durante muchas décadas un género de hombres y para hombres, donde el amor, la reproducción y los hijos no tenían espacio, porque se consideraba que los sentimientos eran solo propios de mujeres. Incluso en la novela negra se creía improcedente usar una subtrama amorosa. El crítico y escritor S. S. Van Dine en sus 20 reglas para escribir novelas de detectives ya nos dice en el tercer punto que no se deben incluir “sentimientos irrelevantes” como el amor.
El tema de la maternidad y la reproducción como medio de opresión es algo, por desgracia, absolutamente real y no hace falta mucha capacidad de extrapolación para usarlo en una trama de ciencia ficción. Lo que hace falta son escritoras y escritores que se interesen por mostrar todo lo que puede suceder si no llevamos cuidado.
Iván Blay pregunta:
1) Debo decir que el libro me ha enamorado. Una pregunta sobre el lenguaje inclusivo: ¿de haber escrito hoy el libro usarías otro tipo de lenguaje? Como por ejemplo el plural «-es»(en lugar del desdoble).
EB: Muchas gracias. Me alegro muchísimo de que te haya gustado.
El lenguaje inclusivo en español, como ya hemos notado, es particularmente pesado de usar. Es un fastidio tener que doblar todos los adjetivos, por ejemplo. Cambiar de masculino genérico a femenino genérico tampoco ayuda mucho. Pero usar la “e” a mí, de momento, me suena mal. Me suena o rural o dialectal (asturiano, valenciano… “les vaques”, pongo por ejemplo) o a aquel jueguecillo infantil de ir cambiando todas las vocales de una frase por “e” o por “u” o por “i”: “Me gete se he meerte”, “Mi giti si hi miirti”, etc.
De momento, lo que hago es cambiar entre terminaciones masculinas y femeninas en el mismo párrafo y a veces en la misma frase, o doblar: “gracias a todas y todos”. Sé que no es ideal, pero aún no sé cómo hacerlo mejor.
Cuando, por ejemplo, tenemos que preguntar a una persona desconocida “¿Está usted cansada?”, presuponemos que es de género femenino. Si preguntamos “¿Está usted cansado?”, presuponemos que es de género masculino. Podemos equivocarnos, lógicamente. Pero, si preguntamos: “¿Está usted cansade?”, estoy segura de que muchas personas se sentirían ofendidas por el hecho de que el que pregunta haya podido dudar sobre su pertenencia al colectivo de las mujeres o de los varones. La solución no es fácil.
Lo que está claro es que, si queremos cambiar el pensamiento y la actitud de la población, tendremos que ir cambiando la lengua. Es la única forma de cambiar la realidad de modo duradero.
Raquel Aysa Martínez pregunta:
1) ¿Cómo ha sido el proceso de volver a sacar a la luz y volver a enfrentarte a una novela que escribiste hace 25 años?
EB: Ha sido muy bonito. Me acordaba de muchas cosas, y sin embargo había otras que apenas recordaba y era como leer de nuevo como lectora, no como autora de la novela; pero en general sigo estando muy de acuerdo con lo que escribí entonces. No tuve ningún impulso de cambiar cosas. Lo único, quizá, fue que si la escribiera ahora, posiblemente la haría un poco más larga y dedicaría más tiempo a explorar la sociedad Xhroll. En aquella época, como no era eso en absoluto lo que me interesaba (Xhroll era, para mí, un telón de fondo para contrastar a los humanos) no profundicé en la cuestión.
2) Al revisar la novela tras esos 25 años, ¿cómo consideras que ha cambiado tu escritura y tu propia figura de escritora en ese tiempo?
EB: Va a sonar muy mal, pero creo que no ha cambiado mucho. Ahora, quizá, tengo más soltura y más competencia en el oficio; también tengo más claro que soy escritora, que no es algo momentáneo que puede cambiar con el tiempo, sino que es para siempre, que es lo que yo soy: alguien que escribe, que se define a sí misma a través de su escritura.
Ana Morán pregunta:
1) ¿En qué cambiaría Consecuencias naturales si la escribieses hoy en día?
EB: Hace un par de preguntas he contestado a esto. Creo que la haría más larga y dedicaría más tiempo a crear los dos mundos: el de los humanos y Xhroll, quizá añadiendo algo de su historia colectiva, de qué hechos los han llevado a ser quienes son ahora; pero, por otro lado, eso posiblemente le quitaría ritmo y concentración de intensidad. Todo se ralentizaría y el foco se apartaría en ocasiones del conflicto central para “entretenerse” en cuestiones más generales, sociales, en lugar de concentrarse en lo privado, en lo que piensan y sienten los personajes con los que nos identificamos. De modo que, a fin de cuentas, creo que es mejor dejarla como está: con sus omisiones, que el lector puede rellenar a su gusto usando las pistas que yo le proporciono. Los vacíos, en literatura, son tan importantes como lo que se dice explícitamente.
2) En la novela aparecen referencias a Alien y algún personaje es aficionado a las “películas planas” de tiempos pasados. ¿Te planteaste en algún momento crear referentes más contemporáneos a los personajes? ¿Crees que inventar ficciones dentro de la propia ficción enriquece o lastra una obra?
EB: Cuando una escribe para sus contemporáneos (y es lo que hacemos todos, supongo), procura que quienes lo leen asocien sentimientos y pensamientos con lo que sucede en la trama. Yo puedo inventarme una película o un personaje literario que sea un referente para los de dentro de la novela, algo contemporáneo para ellos, pero no sirve de mucho porque el lector de nuestro tiempo se queda fuera y no entiende nada (a menos que dediques un párrafo a explicar a qué se refiere y, al hacerlo, pierdas ritmo y tensión). No ganamos nada con ello. Por eso a veces no hay más remedio que hacer que uno de los personajes sea aficionado a cosas antiguas para poder contactar con el lector presente.
Hacia el futuro, sin embargo (supongamos que dentro de doscientos años a alguien se le ocurra leer Consecuencias naturales), la referencia a Alien será incomprensible, a menos que hagan una edición crítica con notas a pie de página, como pasa ahora con La divina comedia, El Quijote o el Orlando furioso. Entonces será comprensible, pero aburridísimo de leer.
La Nave Invisible pregunta:
1) Has vivido la evolución del papel de las escritoras en el género desde que empezaste a publicar hasta la actualidad. En un momento donde se reivindica tanto la visibilidad de las mujeres en todos los campos, ¿cuál crees que debería ser el siguiente paso?
EB: Lo primero, no cejar. En los años setenta y ochenta yo misma pensaba que ya no era tan necesario ser feminista declarada, que ya prácticamente habíamos conseguido la igualdad con los hombres y que no hacía falta seguir luchando y protestando. ¡Qué ingenuidad la mía! En este tiempo hemos mejorado en algunas cosas y hemos retrocedido en otras. No podemos dejar que nos arrebaten lo que tanto esfuerzo ha costado lograr. Tenemos que estar presentes siempre y en todo. Tenemos que apoyarnos las unas a las otras, tanto las mayores a las más jóvenes como las coetáneas entre sí (entre nosotras). Tenemos que ir olvidando esas ideas que nos inculcaron de que las mujeres somos necesariamente competidoras, rivales por el hecho de ser mujeres. Hay tanto por lo que luchar que es absurdo malgastar tiempo y energía en luchar entre nosotras.
Cuando nos piden nombres para formar mesas redondas o antologías o presencia en ferias y festivales, tenemos que dar nombres de mujer (no solo, pero también), dar visibilidad a nuestras compañeras, hablar bien de las que lo merecen (quiero decir, no estoy de acuerdo en alabar a una mujer solo por serlo, tiene que ser buena escritora), rescatar la memoria de las mujeres que nos precedieron, empeñarnos en que pongan nombres de calles para honrar a mujeres, nombres de aeropuertos, de bibliotecas, de premios literarios, de todo. No dejar que las nuevas generaciones sigan teniendo la impresión de que todo lo importante en este mundo lo han hecho los hombres, salvo lo de dejar entrar el pecado, que lo hizo una mujer (dicen).
2) El año pasado en el Celsius comentaste que estabas trabajando en una nueva novela de género. ¿Qué nos puedes contar de ella?
EB: De momento no quiero contar mucho para no estropear la sorpresa, pero puedo decir que está en una línea parecida a Consecuencias naturales, solo que es mucho más oscura. Y que, no sé si por suerte o por desgracia, se me está haciendo cada vez más grande, porque todo tiene muchas ramificaciones que vale la pena explorar y a veces no puedo evitar sentir que aquí o allí las lectoras y lectores se van a preguntar por qué o cómo se llegó a esto o a lo otro, y entonces tengo que decidir si lo cuento también o no, o cuánto tengo que retroceder para que se explique mejor, o si debo dejar los vacíos y que los rellenen al leer y reflexionar.
A veces, cuanto más veteranía tiene una, más complicadas se vuelven algunas cosas 🙂


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Tengo que leerla. Gracias por el artículo y entrevista.
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