
Nieves Delgado.
Creo que en la actualidad es difícil hablar de ciencia ficción española sin mencionar a Felicidad Martínez y Nieves Delgado. De ambas hablamos en nuestro último podcast, pero es de recibo que me alargue con más detenimiento y menos improvisación en la última obra de la autora gallega.
Oí hablar de Nieves Delgado, supongo que como tantas otras personas, gracias a su Ignotus por el relato «Casas Rojas», incluido en el primer volumen de Alucinadas. En él, la autora aprovecha para reflexionar sobre el libre albedrío y la esclavitud sexual a través de una situación futurista en la que los sexbots femeninos de una corporación han empezado a atacar a sus dueños. Con ello pretende analizar el ser humano desde fuera, desde una perspectiva no biologicista, que repetirá en 36 (Cerbero, 2017).
Ese análisis de las fronteras de la humanidad será frecuente en su obra, pero Delgado sabe explorar mucho más allá. O mucho más hacia dentro.
UNO, novela corta en la que me centraré en este artículo, sorprende, en primer lugar, por salirse de ese camino de inteligencias artificiales en el que la autora es tan reconocida; y, en segundo, por un estilo muy diferente al que utiliza en 36, que es mucho más aséptico. En UNO las palabras fluyen, se deleita en comparaciones y metáforas que enriquecen el texto sin sobrecargarlo, está todo medido para que no falte ni sobre nada.

Portada de UNO.
Decía Nieves en el podcast que el tema central de esta obra es la exploración del vacío existencial, como una característica indisociable del ser humano. Sin embargo, este vacío está estrechamente ligado con otro tema clave, como es el cambio. Esto produce una sensación que no sabría si llamar perturbadora: la autora plantea una utopía pero mientras leemos no tenemos la sensación de ir a acercarnos a nada que encaje en esa definición. De hecho, no sabemos a qué nos estamos aproximando, en qué consiste exactamente el Proyecto UNO. Lo único que el lector sabe es que Sasha, la protagonista, trabaja en ese proyecto, y que lo cambiará todo.
Esta previsión de un futuro radicalmente distinto al que conocemos produce muchas dudas en el personaje. No solo dudas, también miedos. ¿Qué seremos después? ¿Qué recordaremos de lo que éramos? ¿Seguirá Sasha siendo Sasha? Son sentimientos que no solo tiene ella, por supuesto. Como en toda acción, siempre hay detractores, gente que no está dispuesta a dar el paso, como su madre.
Este es el tercer pilar de UNO, la relación de Sasha con su madre. Una relación llena de recodos oscuros, de bordes cortantes, de recuerdos dolorosos. Pero que no deja de ser una relación maternofilial. Me ha gustado mucho cómo esta se representa, sin idealizaciones, con imperfecciones, pero también con cariño. Es una realidad que va doliendo más conforme avanza la trama y que no deja de sernos cercana.
«La memoria es uno de los mayores farsantes del universo, demos gracias por la memoria».
Este camino principal se intersecta con los puntos de vista de otros personajes que estarán relacionados con el Proyecto UNO, y también con metáforas a nivel físico-cuántico que hacen que se pueda hablar de esta novela corta como una obra de ciencia ficción dura, aunque a mi parecer yo no la clasificaría como tal. El núcleo de UNO no son esas partes, sino la reflexión sobre la existencia misma con una perspectiva transhumanista.
La narración viene, además, salpicada con pequeños detalles en los que la autora no ahonda, pero que abren otras vías de reflexión hacia temas muy actuales: ecología, depravación, realidad virtual, asistentes robóticos… Que no os engañe su brevedad, esta es una historia con mucha profundidad y muchas capas; es difícil hablar de todas ellas sin destripar nada. No es una obra con la que os vaya a volar la cabeza, sin embargo, si la leéis en el momento adecuado, seguro que os estruja un poquito el corazón. De lo que no me cabe duda es de que UNO os obligará a pensar qué estaríais dispuestos a arriesgar por un futuro mejor. Y de que, una vez acabado, lo volveríais a leer.

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