L. L. McKinney: Estas también son nuestras historias

Nota: El artículo original se publicó en el portal Tor.com el 25 de septiembre de 2018, justo después de que se anunciara la posibilidad de que Zendaya fuera la actriz seleccionada para dar vida a Ariel en el remake de La Sirenita. Más tarde se confirmó que Halle Bailey sería la protagonista.

¿Qué te viene a la mente cuando escuchas hablar de La Cenicienta?

¿Y de La Bella y la Bestia?

¿De Blancanieves?

Seguro que cada uno de esos títulos evoca una imagen concreta relacionada con cierto ratón de dibujos animados muy conocido. No te preocupes, a mí me pasa lo mismo. Veamos por qué es así para tantas personas.

Ye Xian, la primera Cenicienta. ©2014, Stephanie Pui-Mun Law. Fuente.

Los cuentos de hadas son criaturas únicas dentro del mundo literario, gracias al concepto de «clásico» según los hermanos Grimm y que luego Disney adaptó. Por ejemplo, cuando alguien menciona a Cenicienta, el primer pensamiento que te cruza la mente (al menos en mi caso) es la versión de Disney. Crecí con ella; mis hermanas y yo estropeamos ese VHS (búscalo en Google). Después de esa, se me ocurre la versión de las historias de los Grimm, en la que las hermanastras se destrozan los pies para que entren en el zapato de cristal. Pero, ¿y qué ocurre con las historias en las que se inspiraron? ¿Acaso hay alguien que piense en la historia china del siglo IX de Ye Xian, cuya protagonista usa un deseo de unos huesos mágicos para crear un vestido hermoso e ir a buscar a su amado? Me encantan los cuentos de hadas, pero la idea de que tengan que seguir la serie de «normas» impuestas por las nada originales versiones europeas siempre me ha molestado.

Cuando empecé a escribir A Blade So Black, una parte de mí vio la oportunidad de confrontar las reglas conceptuales que rodean a los cuentos de hadas «clásicos». Al fin y al cabo, crecí escuchando y viendo estas historias de princesas que van en busca de aventuras y del amor, y cuyas vidas sufren un cambio radical para luego mejorar gracias a la magia, y nunca pensé que esa podía ser yo. A ver, me encantaban las historias y vi las películas muchas veces, pero nunca quise ser Bella ni Ariel en Halloween. Nunca quise un disfraz de Aurora o de Blancanieves. Mis hermanas tampoco. Éramos jóvenes, pero entendíamos las reglas, aunque nadie nos las dijera explícitamente: esto no es para ti, chica negra; no formas parte de esto, chica negra; observa, pero no participes, chica negra.

Ahora que lo pienso, ninguna de mis primas, ni las niñas negras de la escuela usaban esos disfraces. Lo que nos poníamos era algo representativo, quizá una princesa genérica o un hada deslumbrante. ¿Eso se acerca lo suficiente como para contar? Entonces llegó Jasmín y por fin tuvimos una princesa marrón con la que sentir una conexión. Pero vinieron los comentarios sobre que tampoco éramos como ella, ni como ninguna de las princesas no blancas. No se nos permitió formar parte de la moda de las princesas que surgió en los años noventa. Tuvimos que mirar desde la barrera o arriesgarnos al ridículo. Fue hiriente que nos apartaran de las historias que nos obligaban a tragar toda la vida. Y entonces llegó Tiana.

Tiana como todas las niñas que buscan formar parte de la moda. Fuente.

Anunciaron a Tiana y todas las mujeres y chicas negras que conozco perdimos la cabeza. «Por fin», pensamos, mientras lo celebrábamos. «Por fin tendremos princesa. Podremos formar parte de esto. No nos apartarán más». Qué poco duró esa alegría. Sí, por fin teníamos una princesa negra, pero luego veías la película y se pasaba más del ochenta por ciento de la misma como una maldita rana. Fue agridulce, sobre todo agrio, y es una espina que sigue clavada ahí. Hace falta tener un tipo de crueldad especial para convertir algo en el punto central de una generación audiovisual e insistir una y otra vez para que todo el mundo lo conozca, pero limitar la participación únicamente a un grupo de la población. Y luego, cuando por fin dejas que alguien más entre en ese grupo, no permites que se les vea, sino que pones a un animal en su lugar. Así funcionan las historias en el mundo editorial, más o menos: los animales tienen más representación que los lectores no blancos. Pero esa es una conversación para otra ocasión.

Entonces llegó la ola de retellings y reimaginaciones, primero en los libros y luego en la pantalla. El noventa y nueve por ciento de esas nuevas historias reimaginaban muchos elementos de los cuentos, pero siempre se saltaban uno en particular: la raza del personaje. La narrativa permanecía centrada en lo blanco y en los personajes blancos. Hay una excepción que recuerdo: la película de La Cenicienta que protagonizaban Brandy y Whitney Houston. Es la película de Cenicienta que ve mi familia y nos encanta que exista, pero es una película entre docenas. Incluso cientos. Y ahora, por primera vez en más de veinte años, el mero rumor de que haya una actriz negra en el papel de una de estas princesas (Zendaya como Ariel) hace que la gente se posicione en contra. Dicen cosas como: «La piel negra no sería natural bajo el agua, lejos de la luz del sol» o «Es un cuento europeo, contad el vuestro», algo que, desde luego, es racista y antinegro de narices. No hay ningún motivo para que esta versión de Ariel no pueda ser negra. No eliminará las decenas que hay por ahí. Y, aun así, la gente se niega a ello y el «contad vuestra historia» me toca la moral. Ahora mismo lo explico.

Tiana después de que decidieran que no debía ser humana. Fuente.

Muchos miembros de la diáspora (y hablo desde mi experiencia como afroamericana) que vivimos en los Estados Unidos no conocemos «nuestras» historias, así que no podemos contarlas. Gracias, esclavitud. Las buscamos, excavando en el pasado y en las verdades que allí hay, pero eso no cambia el hecho de que también recibimos estas versiones disneyficadas de los cuentos de hadas. Estábamos en los cines, nuestros padres compraban los juguetes, coleccionábamos las películas para verlas en casa. El dinero de nuestras familias se iba en eso, aunque conocíamos la regla tácita que indicaba que no era para nosotros. Les niñes negres crecimos con estas historias exactamente igual que les blanques, así que ¿por qué no pueden mutar estos cuentos de hadas para mostrarnos a nosotres también? Os doy una pista: empieza con «r» y termina con «acismo».

Después de que me negaran disfrutar de los cuentos de hadas durante tanto tiempo y que, encima, me quitaran la alfombra de debajo de los pies con una broma cruel (me encanta Tiana por lo que debería ser; no creáis que la menosprecio de ningún modo, me pelearía con cualquiera por mi princesa) no iba a seguir soportándolo. Así que escribí mi Alicia y, cuando la anunciaron al mundo, recibí odio. Me acusaron de blackwashing, que no es algo real, y me dijeron que debería contar «mis» historias en vez de robárselas a… Pues no sé bien a quién. Quienes me odiaban no lo dejaron demasiado claro.

Lo he dicho antes, pero merece la pena repetirlo: estas son mis historias. Alicia en el país de las maravillas me pertenece para reimaginarla tanto como a cualquiera de les autores blanques que han contado la historia a su manera sin que les acosaran. La cuento a mí manera, con una Alicia negra. Eso cambia la historia desde la raíz. Algunos de los elementos reconocibles del original se verán cambiados o habrán desaparecido. Esto molestará a algunas personas y no pasa nada. A pesar de eso, no estoy robando nada a nadie. Para empezar, no puedo robar lo que es mío, y los cuentos de hadas y las historias clásicas infantiles han pertenecido a les lectores no blanques desde el principio. Esta es la verdad, una que el mundo va a tener que aceptar. Sé que molesta a la gente y voy a disfrutar de todas las lágrimas de onfensa. Las embotellaré y me bañaré en ellas. Te dejan la piel de maravilla. Además, necesito hidratarme mientras escribo el segundo libro.

La Alicia negra está aquí para quedarse, enteraos bien, y estoy deseando ver quién será la siguiente.

Colaborador
L. L. McKinney: Leatrice «Elle» McKinney, que escribe con el seudónimo L.L. McKinney, es una fiel defensora de la equidad y la inclusión en el ámbito editorial. Gamer, nerd negra, fiel seguidora de Hei Hei y Gryffindor con tendencias Slytherin, su obra incluye los libros del Nightmareverse, que comienza con la trilogía de A Blade So Black, y una novela gráfica que publicará DC, cuya protagonista es Nubia.


Khardan
Khardan (Artículos/Otras Narrativas): Traductor, bloguero y tuitero constante. Coadministrador de Los Hacedores, donde reseña todo lo que cae en sus manos. No os metáis con Supergirl o Lois Lane en su presencia.


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