Bethany C. Morrow: La revolución será ficticia

Nota: El artículo original se publicó en el portal Tor.com el 26 de febrero de 2020. 

Los juegos del hambre: En llamas se estrenó en Estados Unidos en noviembre de 2013.

Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 1 se estrenó en noviembre de 2014.

Entre una y otra, un agente de policía mató a Mike Brown en Ferguson, Missouri, y Ferguson se rebeló.

Este artículo trata sobre cómo es vivir en un Estados Unidos, que puede consumir y jugar a la revolución con entusiasmo e intensidad y, al mismo tiempo, mirar con desprecio la resistencia en el mundo real.

Acto conmemorativo del tercer aniversario de la muerte de Mike Brown. Fotografía de Carolina Hidalgo. Fuente.

La primera entrega de la saga cinematográfica de Los juegos del hambre fue atractiva, sí, pero admito que también un poco decepcionante. Para ser una película sobre un país que castiga a sus ciudadanos dividiéndolos en distritos y que obliga a sus hijos a luchar a muerte en televisión, Los juegos del hambre parecía cerrar de forma deliberada los ojos ante la terrible naturaleza de aquello. Todo está teñido de un aire de miseria, sí, pero la casa de Katniss en el Distrito 12 tiene la estética de una pobreza romantizada, no institucionalizada. Una vez llegan al campo de batalla como tal, la situación adquiere incluso un tono demasiado ligero al pintar a los otros competidores (es decir, a otros niños que luchan hasta la muerte) como enemigos de Katniss gran parte del tiempo, y al mostrar el Capitolio, la cumbre de poder responsable de la masacre, en fragmentos cortos y visualmente atractivos, en los momentos en que Haymitch intenta conseguir patrocinadores que envíen regalos a Katniss cuando ella da un buen espectáculo.

Mientras que la novela era sobrecogedora, la primera película se esforzó en crear otro mundo, en darme momentos de alivio constantes de la supuesta injusticia opresora de Panem.

En llamas fue la segunda novela de la trilogía de Los juegos del hambre y estuvo a punto de hacer que abandonara la saga. En pocas palabras, Katniss interpreta un papel largo y repetitivo que no le pega nada, y parece más una segunda entrega que intenta rascar suficiente historia para justificar que hubiera tres libros. Porque, al parecer, lo más duro no es estar oprimido, ser pobre o vivir en un mundo en el que estás aislado de tus conciudadanos para que no puedas organizar una revuelta. No. Lo más duro es decir que estás enamorada de Peeta. Ella no entraba en el romance y yo, por mi parte, no entré en la historia.

Pero entonces llegó la película. Las ratas de biblioteca solemos repetir mantras del tipo «el libro es mejor», como si fuera una regla divina, como si nunca una película hubiera mejorado el material en el que se basa. Eso es sencillamente mentira. A nivel personal, se me ocurren varios ejemplos de películas que son mejores, funcionan mejor o son más atractivas que las novelas en las que se basan, y eso sin entrar siquiera en adaptaciones que son igual de buenas. En llamas, la película, recorta la autocompasión de Katniss y su aparente intención de poner en peligro a la familia que quería salvar, esa por la que se ofreció voluntaria para luchar, y consigue que los juegos parezcan reales.

Katniss y Peeta rodeados de policías, a punto de hablar ante el Distrito 11 en Los juegos del hambre: En llamas.

Y, lo más importante, hace que el mundo en el que existen esos juegos parezca real. Es más oscuro, más violento… Y, para ser sincera, me impresionó la buena acogida que tuvo. Al fin y al cabo, trata sobre el nacimiento de una revolución, sobre un estado policial donde nadie hace de abogado del diablo para defender la injusticia de meterlos a todos en el mismo saco, o el hecho de que pueda haber buenas personas en el lado equivocado. Había una mayoría opresora, deshumanizadora y cruel, el poder era el enemigo… y Estados Unidos lo celebró.

El gesto de los tres dedos se extendió por todo el país.

No solo fue un éxito, En llamas recibió alabanzas por no dejar que el espectador se separara emocionalmente de la violencia. Se aclamó la ejecución del Distrito 11, que da el pistoletazo de salida a la masacre  en la película, por ser el centro de un plano fijo (en contraposición a la cámara de la primera película, que no dejaba de moverse) y por ser el momento en el que Katniss (como dijo una reseña) «comprende los extremos de crueldad inherentes al gobierno de Panem». Es cierto que se cierran unas puertas antes de que se dispare la bala (al fin y al cabo, es una película para mayores de trece años, amigos), pero el efecto es palpable. No se le ocultó al espectador que esto era terror a gran escala, ni se ocultó la inmutable verdad de que el uso de la brutalidad militar contra civiles nunca está justificado.

En la escena, la ejecución de ese anciano negro pretende impactar, pero a mí me dejó en shock. Me recordó que, en el mundo real, en la vida real, en mi país, vivimos con terror por el asesinato frecuente de hombres, mujeres y niños negros a manos de las fuerzas de la ley. Cuando en la película le apartan de la multitud y le obligan a arrodillarse antes de dispararle en la cabeza, no parecía ficción. No lo sentí como extremo o exagerado, no cuando, de niña, vi una grabación de cuatro policías apalizando un hombre hasta el punto de dejarlo desfigurado y con movilidad reducida. Lo que te dice un país que vivió aquello, absolvió a los agresores y demonizó la respuesta de la comunidad es que el tiempo no cura las heridas institucionales ni sociales. Intentará infantilizarte con sermones sobre dejar el pasado atrás, pero hay una línea que conecta la venta de esclavos, las leyes de segregación racial, la negación de derechos civiles, los linchamientos y criminalización exagerada del colectivo, la discriminación económica, el borrado de una cultura, la manipulación continua y la burla del concepto mismo de indemnizaciones. Y aunque alguien ajeno a la realidad de la opresión constante pueda ponerse tiquismiquis y discutir algunos conceptos, para mí la ejecución no tuvo nada de sensacionalista. Que mi país no apartara la mirada de ese asesinato que En llamas puso sin complejos en el foco de atención, provocado en la película por un silbido y un saludo de solidaridad que desafiaba de manera tácita al Capitolio frente a su comunidad, ya que el Distrito 11 era, al parecer, el distrito negro, me maravilló y me dio una energía algo cautelosa.

La imagen no había sido accidental.

Era imposible que no hubieran entendido el mensaje.

Sin duda, una epifanía recorría mi país, mi país real, y lo dejaba, perdón, en llamas. Sin duda.

El gesto de solidaridad del Distrito 11 con Katniss y Peeta y con los tributos que murieron en los Juegos del año anterior.

Hagamos un salto hasta agosto de 2014 y el asesinato de Mike Brown. La primera ola del alzamiento de Ferguson, de una serie de disturbios que tuvieron lugar en Ferguson, Missouri, durante los siguientes cincos meses, tuvo lugar al día siguiente. Hacía nueve meses desde el estreno de En llamas, pero al tratarse de la segunda parte de una saga su popularidad no había disminuido, ni tampoco su publicidad. Pensé que esa misma oleada de apoyo y reconocimiento iba a emerger. La gente iba a alzarse en solidaridad, no permitiría que la historia se repitiera. No iba a ser solo la comunidad negra la que condenara el reciente asesinato por parte de un policía. El gran público no iba a permitir la culpabilización de la víctima, ni que ensuciaran su nombre post mortem, como habían hecho en el pasado.

Y entonces el periódico más popular de Estados Unidos me hizo saber que Mike Brown, el adolescente asesinado, no era ningún santo.

Y entonces los medios de comunicación y varias personalidades denunciaron la respuesta de la comunidad, la furia, los disturbios.

Manifestantes con las manos en alto ante la policía. Fuente.

La poca esperanza que reuní durante aquellas primeras y terribles horas se extinguió. Ya estaba familiarizada con el factor socializador del entretenimiento, creía en él y en el hecho de que los mensajes son de vital importancia para perpetuar el statu quo o para poner los cimientos de la reeducación y la enculturación… Pero no pasó. Si es necesario ver para que te importe, para empatizar, para ser solidario y para, finalmente, pasar a la acción, Estados Unidos siempre ha llevado ese proceso con más lentitud de la que había querido creer.

El segundo levantamiento de Ferguson tuvo lugar en noviembre, a raíz de que un jurado se negara a imputar al policía responsable por la muerte de Mike Brown, y Sinsajo: Parte 1 estaba en cines. Katniss Everdeen gritó: «Si ardemos, arderéis con nosotros», pero fuera del oscuro cine, el mundo no acudió a ayudar a Ferguson. El país no se manifestó en contra de la militarización de la policía o de las leyes que, como se había visto en multitud de ocasiones, son diferentes para esos policías. Los que acudieron estaban ahí para documentar, para fotografiar, para diseminar, y después para hablar en otro lugar, desde una distancia en la que el «discurso civilizado» parecía una opción. Y aunque no sería justo decir que aquel fue un momento de poner la otra mejilla en Ferguson, lo único que recorría el país eran imágenes virales de manifestantes, a veces desafiantes y a veces destrozados, y de policías y miembros de la Guardia Nacional armados de manera desproporcionada.

Manifestante sujetando un cartel: «Manos arriba, no disparen #JusticiaParaMikeBrown». Fuente.

A Estados Unidos, al parecer, le preocupaba menos la muerte y el terror de sus ciudadanos que a Panem. La revolución era un concepto elevado, solo apto para suculentos contratos de derechos que se convertirían en best sellers juveniles y coloridas adaptaciones cinematográficas. Algo que debemos consumir, no apoyar.

Una actitud digna del Capitolio, la nuestra.

Finalmente se ha anunciado la esperadísima precuela de la trilogía de Los juegos del hambre, y resulta que el protagonista será un joven Coriolanus Snow. Sí, ese Coriolanus Snow, el que se convertirá en un malvado presidente y opresor de Panem. Y, dado que la autora vive en el mismo país que yo, ¿sabéis qué? Me cuadra.

Será un éxito en taquilla.

Colaborador
Bethany C. Borrow: es una escritora de origen californiano que actualmente vive entre Canadá y EE. UU. Graduada en Sociología y especializada en Investigación en Psicología Clínica, dedica su vida a la escritura, ya sean novelas largas o cortas, para adultos o juveniles, guiones u obras de teatro. Su escritura se centra en los personajes y el lenguaje como vehículo para explorar mundos similares a los nuestros. Próximamente lanzará la novela juvenil A Song Below Water. Página web.
Virginia Buedo
Virginia Buedo (Artículos/Reseñas): Escritora, mercenaria de la lengua y overthinker. Tengo un diccionario y no dudaré en usarlo. Me pirra el simbolismo. Siempre tengo sueño. Twitter


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