Tuve la gran suerte de leer Bajo el metal hace unos cuantos meses (antes de esta pandemia, de las noticias del final del mundo porque habría una invasión de langostas por lo menos asesinas o se iba a morir el sol) y espero volver a tener la suerte de leerlo dentro de poco, porque eso es lo que pasa cuando te llevas un buen recuerdo de un libro: te lo quieres volver a leer, merece la pena hacerlo. Después de todo, me acuerdo de estar tirada en el sofá de mi salón, con otra persona escribiendo sentada en el suelo, que fuera llovía y que estaba muy atrapada con el regusto amargo que tenían las primeras intervenciones de Akaashi. Si hay un recuerdo tan vívido de un momento en que se ha leído algo, es porque mola. Irene Morales consigue en su debut editorial ese efecto.

La autora, Irene Morales.
Esta autora (1992, Ávila) estudió Periodismo y Edición en la Universidad Autónoma de Madrid, donde reside en la actualidad mientras trabaja como editora en Ediciones Dorna y como freelance. Tiene varios relatos publicados y muchos de ellos se encuentran disponibles en Lektu como muestra de un trabajo en el que carga de intimismo la crueldad de sus historias. Si te reencarnas en cosa cuenta la historia de un androide en un museo espacial y sirve de antesala para la novela que nos trae hoy hasta aquí.
Bajo el metal (La Galera) narra la historia de dos mecánicos (mecatrónicos) de los bajos fondos de un Japón de 2304 y que reciben el encargo de un capo de la mafia: arreglar al último androide del país, aunque quizá eso tenga más consecuencias de las que los dos mecánicos esperan. La misma Morales resume la historia así:
«Dos tontos muy tontos se meten en un lío muy gordo arreglando a un androide».
La trama se cimienta en la aparición de Akaashi, el androide llevado por la mafia, en el taller a varios niveles: el de la lucha por el poder, que va germinando a medida que transcurren las páginas, y el de la construcción de diferentes relaciones entre los personajes. Para mi gusto, lo importante y el verdadero motor de todo lo demás es ese segundo nivel: se ve de forma más nítida y tiene las mejores partes de la historia.
A fin de cuentas, Bajo el metal no deja de ser una novela de personajes y sus protagonistas, con las escenas que comparten, son el punto fuerte. Tenemos por un lado a Hotaro, uno de los mecatrónicos, que muestra desde el inicio capacidad para moverse por su cuenta y ser fácilmente reconocible por el lector. Es sencillo ver a Hotaro en cada una de las escenas, identificar cuáles serán sus movimientos. De igual modo, se encuentra Akaashi, el androide que ejerce como coprotagonista: la aspereza con la que se presenta se transmite con sencillez y se puede identificar tanto en el combo que forma con Hotaro como cuando se encuentra despegado de él. Resulta importante (además de interesante) que los personajes de una novela que relata un romance tengan la capacidad de ser individuales y no solo parte de un conjunto, lo que creo que Morales consigue muy bien.
«Lo que más me gusta de la dinámica de Hotaro y Akaashi son los silencios, es lo que más disfruté al escribir su relación. Hotaro suele hacer preguntas que se quedan sin respuesta, pero la propia respuesta está ahí, en Akaashi decidiendo no contestar. También me lo pasé bien teniendo a un mecánico que lo expresa todo sin filtros teniendo que prestar atención a cada mínimo gesto de otra persona porque, sin esos detalles, se le escaparía lo que realmente está contestando. ¡Creo que hay muchas posibilidades en un silencio como respuesta!»
Al lado del dúo protagonista hay también una amalgama de personajes secundarios que brillan de forma especial con solo un primer vistazo. La autora presenta a cada uno de los elementos que mueven la trama con agilidad y de forma certera: un párrafo sirve para identificarlos y dotarlos de fuerza. El inconveniente es que, a diferencia de los protagonistas, la mayoría de los secundarios sirven más de motor para el trasfondo político y por eso pierden frescura a medida que avanza la historia. Probablemente se deba a un gusto personal: disfruto más de las dinámicas entre personajes que solo atienden a esa dinámica en sí de forma primordial que a los que son para avance de la trama. Y esto es una pena, porque hay personajes que creo brillantes en esa introducción y se difuminan un poco por no tener el espacio suficiente.
El mejor ejemplo de esto es Karma. Se trata de un personaje secundario dotado de una fuerza inconmensurable desde sus primeras líneas y su interacción con otro de los secundarios mejor perfilado, como es Ichiro, pierde a favor del avance. Aunque el recuerdo que queda de él es muy bueno, y eso para mí indica que la autora ha jugado con habilidad las cartas que se le han dado.
Quizá también cabe destacar que la mayoría del elenco es de personajes masculinos. Los femeninos se convierten en figuras muy secundarias que no ejercen la misma potencia que el resto para mover la trama. Como lectora busco un poco más el peso femenino en las historias, sobre todo a nivel de relevancia, y es una pena que unos personajes femeninos que ostentaban puestos de poder en la ambientación no sean al final igual de notorios que el resto.

Portada de la novela.
«El resto de relaciones son más bien pinceladas. Los otros narradores van apareciendo según Hotaro los va conociendo, así que hay algunos que solo toman más protagonismo al final y que me hubiese gustado explorar con más detenimiento. Por ejemplo, la relación entre Karma e Ichiro era breve, tenía fecha de caducidad, pero disfruté mucho escribiendo cada escenita porque eran personajes muy contrarios y, al mismo tiempo, exactamente iguales.
No sé, me gustan todas, pero no podía dedicarles tantas páginas como a Hotaro y a Akaashi, porque tenían su propio ritmo y su propio arco argumental que, en su caso, no se centraba en la relación entre ellos sino en sus objetivos.
Un minuto de silencio por lo poco que pude contar de Sen y Akane a pesar de que salían desde el principio.»
Estos personajes, con el brillo y la suciedad que arrastran, se acoplan bien a la ambientación. Es cierto que tal vez la ambientación no es lo más especial de la historia ni mucho menos, a fin de cuentas solo hay unos cuantos escenarios muy concretos. Pero funciona bien para lo que quiere contar y se adapta a la historia, de tal forma que no me habría imaginado nada de esto en un Japón diferente. Es una ambientación diseñada para ser visual y magnética, y a mí me convence: es atrayente, envuelve bien a los personajes para que estos se muevan.
Además, uno de los aspectos de esta ambientación es todo el pasado creado de trasfondo para la historia de los androides. Bien es cierto que tiene que ser un elemento que guste, pero a mí siempre me ha resultado muy interesante cómo cada autora presenta esa clase de diseño tecnológico en medio de la humanidad. El pasado que plantea Morales, y la evolución del mismo hasta el presente que hay en la novela, es de lo que más me ha gustado de la historia, así como la reconstrucción de un androide y todo ese pequeño diseño que muestra con Akaashi.
«La verdad es que no sé qué es lo que me atrae de los androides. Supongo que el hecho de que son como nosotros, pero, al mismo tiempo, no lo son. Siempre he querido escribir sobre ellos, de hecho hay algún que otro personaje (Karma) que ya existía en una antigua historia que deseché. Me gusta que pueden ser bonitos o feos, más fantasiosos o prácticamente humanos en el físico, y podemos darles toda esa fuerza y esa inteligencia que vamos buscando siempre los seres humanos para nosotros (y que no nos gustan tanto cuando las tiene alguien diferente a nosotros).
Con Bajo el metal nunca tuve grandes aspiraciones ni quería dar ningún mensaje, así que tampoco me centré en diferencias o similitudes entre máquina y humano, solo en las diferencias y similitudes entre los dos protagonistas, Akaashi y Hotaro, que, al final, son las de dos personas normales si no atiendes a que uno es de metal y el otro es de carne.
En cuanto al diseño, pues tiré a lo fácil, pero me divertí mucho pensando en cómo podía hacer que Akaashi fuese blandito; y de ahí salió lo de que sus músculos estuvieran hechos con algo muy parecido a la gelatina y que se pudiese cocinar fácilmente en una olla. Que no es el caso de Karma, pues como es un androide más antiguo aún está hecho entero de metal y cables.»
Si un aspecto resalta de Bajo el metal es el estilo. La manera de construir de Irene Morales esta historia es con neones, platas y dorados, como si cada escena tuviera un color vibrante muy concreto, y es genial empaparse de eso. Si la historia se puede leer con agilidad es porque la narración lo permite: fresca y dinámica, con frases que marcan bien cada escena. No por ello pierde la intensidad cuando lo requiere, porque la autora le concede atención a detalles en determinadas escenas, lo que hace que resulten curiosas y encantadoras en sí mismas. A lo mejor por eso habría agradecido un poco más de freno hacia el final, donde los acontecimientos se precipitan, porque había estado muy metida en todas esas escenas con más pausa, embellecidas, y me quedé pendiente de una cuerda en el tercio final.
Como se ha comentado al principio, Morales es editora, por lo que resulta inevitable pensar que quizá eso ha servido para pulir bien el estilo que presenta aquí:
«He de decir que con Bajo el metal intento no ser muy dura. Como escritora, porque fue lo primero que escribí tras siete años de bloqueo de escritor y, como editora, porque es lo primero mío que sale a la luz. Hay que hacer concesiones.
Cuando lo escribí aún no había empezado el máster de edición, pero sí para cuando me tocó enfrentarme a las correcciones de La Galera; así que solo me sirvió para morirme de vergüenza con algunos párrafos. Si por mí fuese lo hubiese reescrito entero, pero ni tenía tiempo ni quería hacerle eso a la Irene de 2017 que lo había escrito con toda su ilusión.
El ser editora me afecta más en proyectos posteriores, porque me exijo mucho a mí misma y, aunque intento no mirar mis propios manuscritos con ojo editor (le quita toda la magia), a veces es inevitable. Siempre acabo abriendo algún word y poniéndome a editarlo, es como si viviese en un bucle temporal con las mismas tres historias.
En cuanto a frases… El título original de Bajo el metal era “¿Para qué sirve un humano?”, así que le tengo mucho cariño. Creo que refleja muy bien el tono de la novela, la conclusión a la que llegan todos, al final.»

Realizada por Andrea Prieto.
En contrapartida, el estilo de Morales no solo sirve para embellecer una escena en el sentido de hacerla más dulce, sino para resaltar aristas. Bajo el metal no es una novela que tenga que encajar con todos los públicos debido a su contenido sensible. A pesar de que se catalogue como juvenil, hay ciertos aspectos que se alejan bastante de ahí y quizá podría considerarse incluso «joven adulto».
Quizá también es ahí donde está uno de los aspectos que menos me han convencido, no por el tema en sí mismo, sino porque creo que no tiene el trasfondo que se merece. El sexo, y sobre todo los sistemas de opresión entorno al mismo que presenta la novela, tiene mucha relevancia para el transcurso de la historia y el fondo de más de un personaje, pero a la hora de la verdad no hay crítica ni se le ofrece un espacio para hacerla. Entiendo que no es el objetivo de la historia y, aun así, también considero que merecería más reflexión al tratarse de un tema tan serio. No solo extrapolándolo desde la novela, sino dentro de ella misma, para los personajes y el ambiente.
Otra de las críticas que se plantean en algunas reseñas que he leído es el regusto que hay fanfic. Personalmente, ni lo he notado ni me habría importado en caso de hacerlo. Creo que Bajo el metal tiene una frescura que la convertiría en una novela notoria de por sí al pensar en ella, con un montón de puntos fuertes, entre los que se encuentran los personajes mismos como figuras originales y vivaces.
«No fue fácil encontrar algo que me hiciera querer volver a escribir después de siete añazos, así que sí, por supuesto que Bajo el metal está mucho y muy influenciado por Haikyuu!!, Foxhole Court y Los chicos del cuervo, que me sacaron a rastras del bloqueo.
Esas tres historias están muy centradas en las relaciones entre personajes, y en dos de ellas el deporte tiene mucho peso, por lo que incluir un guiño al deporte en Bajo el metal era casi obligado. También hay personajes que tienen nombres prestados (el propio Akaashi viene del Akaashi de Haikyuu, Ichiro lo cogí de Foxhole…); y muchas de las dinámicas que siguen mis personajes han nacido de otras que he querido explorar por mi cuenta.
No es ningún secreto que escribo fanfics a menudo, ni que el propio Bajo el metal empezó con la idea de serlo. Y digo la idea porque, para cuando empecé a escribir la segunda escena, ya estaba enviándole un audio a mi mejor amiga muy nerviosa porque eso se me estaba convirtiendo en un original y estaba demasiado oxidada para esos trotes. ¡Pero salió bien! De ese esqueleto quedaron más de uno y dos detalles que no quise retirar por no ser infiel a mí misma».
En resumen, Bajo el metal es una novela con mucho brillo, ya sea en colores neón vibrantes o en dorados, con un romance que funciona, se agradece y del que se quiere saber más desde el inicio, todo con un estilo fresco. Es una novela a la que darle la oportunidad, o por lo menos en la que fijarse para seguir el avance de Irene Morales. Pero ¿por qué Bajo el metal es una buena elección?
«¡Pues no lo sé! Creo que se nota que es una historia que disfruté escribiendo. Así que si hay por ahí a alguien a quien le gusten los androides, los protagonistas un poco tolais, las tramas que cuecen a fuego lento y luego estallan y, sobre todo, el romance y la ciencia ficción, ¡que le eche un vistacillo!»

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