Nota: El artículo original se publicó en la revista Uncanny Magazine en 2018.
La primera vez que vi a mi madre biológica, una mujer cuya familia venía de Ohkay Owingeh, un pueblo del norte de Nuevo México, me dio dos cosas: un VHS de Surviving Columbus: The Story of the Pueblo People y un CD de Buffy Sainte-Marie, una cantautora de origen cree. La primera cuenta la supervivencia de nuestro pueblo durante un genocidio brutal que empezó tras encontrarnos con los españoles, a principios de 1500, y que continúa hoy en día. Surviving Columbus es una introducción a la mecánica del apocalipsis, que documenta lo que supone enfrentarse de verdad al fin del mundo y sobrevivir. Y después, seguir sobreviviendo, e incluso prosperar, mientras el mundo sigue intentando matarte. Esto es, en cierta forma, de lo que está hecha la ficción especulativa. Pero también tiene mucho de realidad.

La cantautora Buffy Sainte-Mrie. Fuente.
El otro regalo fue una colección de canciones: himnos, baladas de amor y revelaciones. Hay canciones sobre la guerra, sobre la migración, pero también sobre el amor, los viajes y los vaqueros indios. La última canción del álbum, «Starwalker», habla sobre el poder y la resiliencia de los nativos. Y para los pueblos, descendientes de los maestros astrónomos llamados anasazi (los ancestros), que una vez dominaron el suroeste de los Estados Unidos, esa era en particular una canción conmovedora. Teniendo en cuenta todo eso, el trabajo de Buffy Sainte-Marie es lo que llamamos medicina de la buena: una banda sonora sanadora y esperanzadora.
En cierta manera, los regalos de mi madre eran un símbolo de la existencia de los indígenas. Ser nativo norteamericano significa existir en un espacio donde el pasado y el futuro se entremezclan y forman una delicada espiral del aquí y ahora. Siempre tenemos un pie en la oscuridad que acabó con nuestro mundo y otro en la esperanza de un futuro para nosotros como indígenas. Y las voces indígenas en la ficción especulativa hablan desde este espacio apocalíptico intermedio.
Hemos existido, existimos y existiremos.
La doctora Grace Dillon (anishinaabe), inspirada por los afrofuturistas, acuñó el término futurismo indígena, una palabra destinada a alentar a autores y creadores nativos, de las primeras naciones y de otros pueblos indígenas, a rebatir los tropos coloniales de la ciencia ficción, aquellos que celebran al individuo bruto, la conquista de mundos extranjeros y la domesticación de la última frontera. El futurismo indígena nos pide que rechacemos esas ideas coloniales y exploremos el espacio, tanto interior como exterior, desde otra perspectiva, una que deje lugar para las historias que celebren la relación y la conexión con la comunidad, la coexistencia y la puesta en común de tierras y tecnologías, además de honrar a cuidadores y protectores.
El futurismo indígena también aboga por la soberanía. Se atreve a permitir que los creadores indígenas se definan a sí mismos y a su mundo, no solo como réplica al colonialismo, sino reclamando su existencia por derecho propio. Esto no significa que se ignore el pasado, sino, más bien, que se incorpore al presente, que a su vez se incorpora al futuro: un agujero de gusano filosófico que hace que hasta las definiciones del tiempo y del espacio fluyan en la imaginación.
¿Y si te dijera que hubo un apocalipsis zombi? ¿Y si te dijera que vosotros fuisteis los zombis?
El futurismo indígena reescribe el pasado para reimaginar el presente. Cuestiona la narrativa dominante, así que, por ejemplo, el desembarco de Colón ya no es el descubrimiento del nuevo mundo que se canta en las canciones infantiles y se celebra en las festividades nacionales, sino el comienzo de un apocalipsis zombi devastador. La doctora Cutcha Risling Baldy (hupa, yurok y karuk), una académica nativa, compara los elementos de invasión y asentamiento de California con la serie de la AMC, The Walking Dead, argumentando que el sistema de misiones y la fiebre del oro en California eran nada más y nada menos que «zombis correteando por ahí tratando de matar indios». Es un argumento convincente cuando te das cuenta de que los mineros de la fiebre del oro organizaron milicias y «días de caza de indios». A los milicianos les pagaban veinticinco centavos por cabellera y cinco dólares por cabeza y solo entre 1851 y 1852, el estado de California pagó cerca de un millón de dólares por el asesinato de indios.
«En efecto, durante un tiempo, en California, si eras un indio que estaba dando una vuelta, alguien o algo intentaría matarte. Estaban hambrientos de tu cabellera y cabeza. No sentían remordimientos. No podías razonar con ellos. Y había más como ellos que como tú. Zombis».
Pero, por supuesto, los mineros, sacerdotes y otros invasores de California no eran zombis. Eran seres humanos, lo que empeora las atrocidades que cometieron.
¡No me creo que estés vivo! Vi cómo morías. Guardé luto. Lloré por ti.
Thor: Ragnarok, la película más reciente de la franquicia de Marvel, está dirigida por el director maorí Taika Waititi. Y está llena de humor indígena. Dan Taipua escribió en un artículo para The Spinoff sobre cómo el humor en la película a menudo funciona como una herramienta descolonizadora. Él lo llama «la comedia desinflada» y todo aquel que haya pasado algo de tiempo en la reserva la reconocerá inmediatamente. Los nativos tienen una forma peculiar de bajar los humos a la gente, ya sea con burlas amables o poniéndoles apodos. Si tienes una piel fina, mejor que no los visites. Algunos críticos se han quejado del humor de Thor. Que si ha ido muy lejos, que si es muy pesado. Pero, probablemente, es solo humor indígena.
Una de mis escenas favoritas de la película es una nimiedad. Thor se enfrenta a su hermano Loki, a quien creía muerto desde hacía tiempo. De hecho, a Thor le indigna que su hermano no esté muerto cuando debería estarlo. Se queja de que le vio morir, guardó luto e incluso lloró por él. Loki, algo desconcertado porque su hermano parezca preferirlo muerto, le dice impávido: «Me siento honrado».

Taika Waititi con el actor Chris Hemsworth. Fuente.
Esta es una broma que entiende todo nativo que haya tenido que soportar a las mascotas deportivas, los tocados en los festivales de música y desfiles de moda, y al típico actor (un indio falso) que derrama una única lágrima por el medio ambiente. Y cuando protestamos, llamando la atención sobre las mascotas deshumanizadoras o sobre la apropiación y el mal uso de nuestra cultura, nos encontramos con un: «Pero si te estoy honrando». Algo que nosotros entendemos como un «Cállate y quédate muerto, nos gustas más de esta manera». Así que tal vez no esté muy desencaminada la posibilidad de que Thor: Ragnarok sea un excelente ejemplo del futurismo indígena, una forma de responder al colonialismo en la ciencia ficción y la fantasía, mientras al mismo tiempo te hace reír.
Mata al indio y coge el atrapasueños. Ponlo en la ventana trasera de tu nave.
Eliminar a los nativos reales (mientras se apropian de nuestra cultura) es algo que ocurre con frecuencia en la ciencia ficción y la fantasía. Ahora mismo, estoy pensando en Star Wars. Podría decirse que la influencia de los nativos en Star Wars es enorme, pero solo mencionaré algunos ejemplos obvios. Los moños infames de la princesa Leia son un popular peinado tradicional de los hopi, los ewok tienen ese nombre en honor a los miwok del norte de California (donde se grabaron las escenas de Endor) y, mi favorito, cuando Leia entra en la guarida de Jabba el Hut disfrazada como una cazarrecompensas, ella lo saluda en navajo: yáʼátʼééh, yáʼátʼééh. Y mientras todas estas referencias a la cultura nativa son graciosas de ver en pantalla, Star Wars carece de actores nativos. Una vez más, la cultura sin su gente. Esto es problemático porque refuerza la idea de que estamos muertos.

Un cuadro de Ryan Singer. Fuente.
Un puñado de artistas han rebatido esta forma de borrarnos, algunos con humor y quizás también anhelando, desde jóvenes, pertenecer al universo de Star Wars. El artista Ryan Singer (navajo) tiene una serie de pinturas que sitúan a personajes reconocibles en la nación navaja. En una, R2-D2 y C3PO miran el icónico Window Rock; en otra los Stormtroopers están bajo un cielo azul en la reserva. El artista de cómics Jeffrey Veregge (de la tribu S’Klallam de Port Gamble) ha reinterpretado la iconografía de Star Wars con su estilo único, influenciado por el diseño lineal de los salish. Convierte al Halcón Milenario, Darth Vader e incluso los pósteres originales de Star Wars en algo totalmente fresco y nuevo.
Vamos a salvarte.
En la novela Robopocalypse, Daniel Wilson (cheroqui) imagina un mundo en el que los robots gobiernan el mundo. No es una premisa original, pero Wilson se atreve a plantear a los nativos americanos como al foco de la rebelión que salvará a la humanidad. Wilson coge lo que otros podrían percibir como una debilidad (el aislamiento de la reserva, el acceso limitado a la tecnología, el pensamiento conservador) y lo convierte en una fortaleza. El futuro de la humanidad está en manos de la nación Osage, que bailaba a la vida en terrenos ancestrales y que se dio cuenta de que hay que dejarse guiar por los antiguos sistemas de conocimiento. Wilson se atreve a imaginar que el conocimiento indígena puede ofrecer al mundo algo para salvarlo.
Han pasado 191.626 días, pero quién los cuenta.
Hay una tendencia a hablar de los habitantes indígenas de Norteamérica en pasado. Si bien es cierto que no muchos sobrevivieron al siglo XIX, es mentira que estemos muertos. Pero no es accidental que se crea esto. Todo el marco de Estados Unidos está creado para apoyar la idea de que es una «nación de inmigrantes», un grito de guerra muy citado que borra a aquellos cuyos antepasados vinieron encadenados y a aquellos que han estado aquí durante milenios, incluso antes de que existiera un país llamado «América».
Es todo mentira.
Te echo de menos. Ojalá estuvieras aquí.
Llevaba un tiempo buscando a mi madre cuando mi investigadora privada me llamó con la noticia de que la había encontrado. Cuando ella me preguntó por qué empecé a buscarla (una curiosidad profesional), le conté una historia inventada que no recuerdo ahora. Pero la verdad es que fue porque había empezado a tener sueños. Esto suena a estereotipo horrible sobre que los nativos echamos la culpa de las cosas a los sueños, pero es la verdad.
Aquí hay otra verdad. Sigo soñando. Y no estoy sola. Los escritores, académicos y creadores que he mencionado antes también sueñan. Y todo buen nativo sabe que los sueños tratan de decirte algo. Quizás que nuestro momento ha llegado. Estamos saliendo del apocalipsis, unimos nuestro pasado con nuestro presente y escribimos sobre un futuro que definitivamente es indígena.


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