Hay una tendencia cultural bajo el patriarcado que consiste en olvidar a las mujeres. En todos los campos, da igual cuántas mujeres los trabajen y destaquen en ellos, porque se borrarán de la memoria colectiva para la siguiente generación. Se suele permitir que una sola destaque, a la que se enarbola posteriormente como la gran pionera, y el resto desaparecen. El feminismo en cada campo, así, tiene que volver a empezar y buscar referentes a cada pocos años. Decimos que necesitamos mujeres que abran camino, cuando la realidad es que esos caminos nunca han dejado de abrirse, pero se han vuelto a cerrar. Nos faltan referentes no porque las mujeres anteriores a nosotras no hayan existido, sino porque las hemos olvidado.
La literatura no es una excepción. Por eso no dejamos de hacer investigaciones y de dejarlas plasmadas en artículos: necesitamos recuperar muchos nombres y tenerlos a mano. No nos podemos permitir seguir empezando de cero a cada par de décadas en cuanto a referentes e inspiración se refiere; en este sentido, no podemos permitirnos olvidar a las grandes escritoras que le dieron forma al género fantástico desde sus propios inicios. Así, ya hemos visto cómo las escritoras estuvieron en los orígenes del género del terror tal y como lo conocemos hoy en día. También hemos visto cómo las mujeres estuvieron en los propios orígenes de la ciencia ficción y hemos profundizado en los cuentos de hadas, que formaron parte de la primera fantasía.
Aceptamos que Mary Shelley dio inicio a la ciencia ficción con Frankenstein; si hilamos un poco más fino, también al género postapocalíptico. Charlotte Perkins Gilman participó en la formación del subgénero de las utopías y Katharine Burdekin, de las distopías. Barbara Hambly estuvo en los inicios de la fantasía, y Margaret Weiss le dio forma a la épica. Unas décadas antes, Hope Mirless, influenciada por la baronesa d’Aulnoy, daba a conocer la fantasía de portales, hadas y niños escapados. Rhoda Broughton, Edith Nesbit o Daphne Du Maurier formaron parte de las primeras corrientes del terror.
Ellas son solo las punteras: estuvieron acompañadas, y luego secundadas, por muchos otros nombres más. De todos ellos, solo uno se ha mantenido constante en las librerías, el resto han ido desapareciendo. Los de las mujeres que las acompañaron en sus carreras literarias fueron olvidados al poco de surgir; pero existieron. Si queremos escarbar, algunos de todos estos se pueden volver a descubrir revolviendo en catálogos, recuperando reseñas y notas de prensa de su época; con suerte encontramos alguna antología o revista en la que aparecen sus textos. Estas mujeres existieron, escribieron y tuvieron sus lectores, pero el tiempo las ha ido borrando. De las reediciones de clásicos, de las antologías conmemorativas, de los índices de las revistas y, sobre todo, de las conversaciones.

Ubicamos la primera era dorada de la ciencia ficción entre las décadas de los 60 y los 80. Que haya sido un momento más reciente que el nacimiento del género a principios del siglo XIX no significa que haya escapado a este borrado. Pensemos en los clásicos de prácticamente cualquier género literario: recordamos automáticamente los nombres de cuatro o cinco escritores, pero los nombres de ellas han desaparecido.
A pesar de que las mujeres formaron parte activa y fundamental del momento, nos hemos olvidado de muchos de esos nombres. En cuanto a hombres, es fácil hacer una lista de los escritores clásicos de ciencia ficción, aquellos que estuvieron presentes en la primera época dorada; aparecen en todas las listas de recomendaciones y nunca dejan de reeditarse: Isaac, Asimov, William Gibson, Phillip K. Dick, Ray Brabury, Frank Herbert… Sin embargo, ¿a cuántas de las escritoras recordamos?
Hasta hace muy poco, apenas se nombraba a Ursula K. Le Guin. Con suerte, alguien podía recordar a Joanna Russ y a Octavia Butler. Hasta hace muy poco, ninguna de las tres podía encontrarse en librerías: por suerte, recientemente Minotauro ha empezado a reeditar las obras más importantes de Le Guin y hoy en día es fácil encontrar ediciones nuevas de La mano izquierda de la oscuridad o Los desposeídos, así como ediciones recopilatorias de Terramar. Por fin, más de 20 años después de la publicación de Cómo acabar con la escritura de las mujeres, uno de los ensayos feministas más importantes del pasado siglo, obra de Joanna Russ, se tradujo a español gracias a la colaboración entre Dos Bigotes y Editorial Barrett; El hombre hembra también ha sido reeditado por fin. En cuanto a Octavia Butler, la aclamada trilogía Xenogénesis se ha vuelto a publicar en una edición integral, Consonni se ha hecho cargo de parte de su ficción corta y Capitán Swing ha traducido por fin dos de sus grandes novelas, Parentesco y La parábola del sembrador, que a pesar de todo, estuvieron casi 20 años sin ver la luz en español.
Pero, aparte de estas tres mujeres, el resto de nombres desaparecieron de catálogos y estanterías, aunque si indagamos un poco (pero mucho más que para encontrar a sus compañeros hombres), sus nombres aparecen. Leigh Brackett y C. L. Moore fueron el corazón de la space opera, junto a muchas otras. Leigh Brackett era tan respetada en su tiempo que parte del guion de El imperio contraataca era suyo; la trayectoria de C. L. Moore es tan grande que me cuesta elegir una sola obra, aunque se recuerda con mucho cariño (mientras se pide una reedición) la serie de Northwest Smith. Lois McMaster Bujold cultivó tanto ese género como la fantasía, y sigue adelante con su serie sobre Miles Vorkosigan, que sigue cautivando a lectores, tanto en sus nuevas novelas como en las primeras publicadas. Suzette Haden Elgin y su ciencia ficción lingüística, Vonda McIntyre, que nos dejó hace un par de años sin haber visto una reedición de su Serpiente del sueño. Nos costó unos 10 años (y una serie de televisión aclamada internacionalmente) volver a ver El cuento de la criada, de Margaret Atwood, de nuevo en librerías.
Como comprobó Elena Lozano en su artículo «La invisibilidad de la escritora en la escena editorial española», publicado en el (irónicamente descatalogado) Infiltradas: a las mujeres se las publica menos, se las reedita menos y se las descataloga mucho antes que a sus compañeros hombres.

Estos nombres y muchos otros hoy en día solo pueden ser encontrados en tiendas de segunda mano y en ferias de libro antiguo. Muchísimos de estos libros nunca llegaron a ver una reimpresión después de su primer paso por imprenta. Solo los grandes clásicos que han demostrado en otros mercados ser longsellers han llegado a reeditarse después, y podemos contar los dedos de una mano los que han tenido más de una edición diferente en el mercado simultáneamente.
De todos estos nombres, otro de los olvidados que solo hemos podido volver a ver en español recientemente es el de James Tiptree, Jr.
El caso de Tiptree es curioso: su primer relato publicado en inglés se data a finales de los años 60, y enseguida se ganó las alabanzas y la atención de los lectores. Publicó muchísimos relatos, la mayor parte en revistas. Compiló su ficción breve en antologías y luego empezó a ganar premios, pero nadie le conocía.
Los relatos de Tiptree son magistrales. En el formato breve, Tiptree se muestra ágil en el cambio de registros y voces narrativas; puede pasar de una historia agobiante de terror contada a partir de recortes de periódico y cartas perdidas, a un relato humorístico de un alienígena aprendiendo a convivir con los humanos en un atasco en medio de Nueva York. Tiene variedad de registros y una gran capacidad de adaptación de sus voces narrativas, pero, en todas sus obras, hay algo en común: la lucidez de la denuncia que quiere enarbolar, la puntillosidad con la que puede caracterizar personajes en apenas un par de trazos y la habilidad de enfocar al lector en los detalles que le resultarán imprescindibles para entender la obra en su totalidad.
James Tiptree, Jr. no tenía una relación presencial con el resto de escritores de su momento, aunque sí intercambiaban cartas y llegó a trabar amistad reconocida con sus colegas. Pero siempre a distancia, sin participar en todas las convenciones que reunían a los grandes escritores de su momento.
Porque, como se descubriría unos años después, James Tiptree, Jr. era un pseudónimo. Detrás de ese nombre, robado en un momento a una marca de mermelada, se escondía Alice B. Sheldon.
A Alice B. Sheldon la sacaron del anonimato tras una casualidad: un compañero hiló puntos con una nota de prensa que leyó y lo poco que se conocía de su vida personal. Como le confiesa a Ursula K. Le Guin (compañera y amiga por correspondencia durante años), su vida cambió después de saberse que no había un hombre escribiendo.

A España han llegado varias de las obras de James Tiptree, Jr.: además de tener relatos traducidos en las revistas Isaac Asimov, Minotauro o Cuásar a finales de los años 80, nos llegaron sus antologías Mundos cálidos y otros y Cantos estelares de un viejo primate en la colección Nebulae de Edhassa en 1980 y 1985, respectivamente. Pero, a partir de los años 90, se le pierde la pista en las librerías a su obra breve. Estas ediciones se descatalogan y, aunque hay ejemplares que todavía hoy en día circulan en ferias de libro viejo, Tiptree no volvió a entrar en una librería hasta hace unos meses.
La editorial Crononauta ha recogido la vida y trayectoria de Alice B. Sheldon en el volumen Una mirada a Alice B. Sheldon y ha compilado una breve antología que la presenta con las particularidades de su pseudónimo, junto a tres relatos: dos firmados como James Tiptree, Jr. y otro como Raccoona Sheldon, el nombre que utilizó en los textos más feministas que sabía que no podrían encajar con una firma masculina.
Han aprovechado para volver a traducir uno de los textos más reconocidos y aclamados de Tiptree: «¡Houston! ¿Houston? ¿Me recibes?», un relato con una extensión cercana a la novelette sobre unos astronautas que sobreviven a una erupción solar; y «Esterilidad forzada», con el que entra de lleno en el género del terror, que el lector debe reconstruir a base de recortes de periódico y cartas encontradas en un escritorio. Además, han traducido por primera vez «Lo mejor que podemos hacer», un emotivo relato sobre la responsabilidad individual, la exploración del espacio y el primer contacto con una raza alienígena… invisible a los ojos humanos.
Esto no es todo, porque han hecho una aproximación más completa y compleja a la figura de Alice B. Sheldon que recopilar tres textos, por muy representativos que sean de su trabajo: además incluyen el ensayo «Una mujer escribiendo ciencia ficción», escrito unos meses antes de su muerte, sobre cómo le había cambiado la vida que descubriesen que su nombre real no era James sino Alice, cómo había percibido su vida literaria, sus grandes logros y sus fracasos. Para darle coherencia a toda la obra, la editorial acompaña cada uno de los textos de una contextualización, así como un prólogo que nos resume y acerca su compleja figura: desde su trayectoria literaria a su amistad con otros escritores o la difícil relación que tenía con su género, entre otras cosas.
Tiptree debía volver a las librerías, como tantas otras escritoras de las que nos hemos olvidado por el camino. La edición de Crononauta, además, lo hace de manera digna y completa.
Pero con Tiptree no se acaba este problema: quedan muchísimos nombres por recuperar. Vonda McIntyre, amiga de Tiptree, también tiene su obra descuidada. Joanna Russ o C. L. Moore, así como todos y cada uno de los nombres que ya han salido en este texto, necesitarían un buen trabajo profesional de recopilación y contextualización para poder volver a disfrutarlas plenamente. Hay tantísimos nombres y obras que deberíamos recuperar para tratar con dignidad a tantas escritoras que hemos olvidado.

A finales de la década de los 10 del siglo XXI hemos vuelto a entrar en una época dorada de la ciencia ficción. El formato breve, tanto en relato como en novela corta, ha recuperado su esplendor y recibe de nuevo la atención que merece. Las revistas en papel, que llevaban mucho tiempo en decadencia, se han reinventado en la distribución digital, y nunca hemos tenido, de pago o gratuitos, tantos relatos de tanta calidad, continuamente publicándose y estando disponibles.
Las escritoras están de nuevo liderando la ciencia ficción contemporánea. N. K. Jemisin fue la primera persona en ganar tres veces consecutivas el premio Hugo a Mejor Novela, con cada una de las partes de la trilogía de La Tierra Fragmentada; Ann Leckie ha cambiado la space opera con la trilogía del Radch, Nnedi Okorafor está reinventando nuestra concepción de la literatura africana, en formato largo, corto y gráfico; Martha Wells y sus diarios de Matabot han ido cosechando premios año tras año, con cada una de las cinco partes (que de momento hay publicadas) de la serie; Victoria Schwab es bestseller automático con todo lo que publica.
Ursula Vernon arrasa entre el público infantil, entre el adulto lo hace con las novelas de fantasía escritas con el pseudónimo de T. Kingfisher; Susanna Clarke ha reinventado la fantasía histórica, Tamsyn Muir ha puesto el mundo literario patas arriba con Gideon la Novena.

No podemos hablar de terror de este siglo sin nombrar a las mujeres: Mariana Enríquez, Silvia Moreno-García y, de nuevo, T. Kingfisher, Nadia Bulkin, Gemma Files o Mira Grant (el otro nombre con el que publica Seanan McGuire).
No podemos permitir que dentro de veinte años miremos atrás y solo recordemos uno o dos nombres de esta lista, de todos los otros que podríamos nombrar. No permitamos el volver a las hemerotecas de los premios y sorprendernos por la abrumadora mayoría de mujeres que copaban las nominaciones y que se quedaron en esos años.
Tampoco podemos permitirnos pensar que todo lo escrito y perdido en las décadas entre los 60 y los 90 está olvidado. Debemos recuperar la memoria de esas escritoras y sus obras, y hacer con ellas un trabajo digno de reedición y recuperación. Necesitamos volver a conocer sus contextos, sus relaciones, sus inspiraciones. Debemos seguir tirando del hilo y volver a conocerlas.
Porque el patriarcado se debilita cuando se ancla la presencia de las mujeres. No tenemos que volver a empezar de nuevo en cada generación, abriendo camino en cada uno de los géneros literarios porque nos hemos quedado sin referentes. No podemos volver a empezar cada poco.
Los referentes los tenemos ahí. Esas mujeres existieron, y escribieron, y fueron publicadas. No volvamos a olvidarlas.

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