Carolyn Fries Emshwiller: Un vanguardismo por descubrir

Dentro del ámbito de la ficción especulativa, apuntaremos que un apartado bastante relevante, que sin duda tiene una especial interconexión con la configuración del fandom y la evolución del género prospectivo, es el de los premios y galardones literarios.
Todo el mundo conoce los premios Hugo, los Locus, el premio Nébula o el Prometheus, pero hay un premio que no es siempre el más notorio pese a que su significación tenga una especial relevancia si se tiene en cuenta que su objetivo último es ensalzar la obra de aquellos escritores y escritoras que merecerían haber gozado de un mayor reconocimiento por parte del fandom literario. Hablamos del Cordwainer Smith Rediscovery Award, un galardón entregado, desde el año 2001, por la Cordwainer Smith Foundation. Desde su inauguración, hace veinte años, muchos son los autores y las autoras que han sumado su excepcionalidad creativa a la belleza de este premio; entre ellos, por citar a unos cuantos, destacaremos a Olaf Stapledon (2001), Leigh Brackett (2005), Stanley G. Weinbaum (2008), Clark Ashton Smith (2015) o Judith Merril (2016). En el año 2019, el Cordwainer Smith Rediscovery Award fue concedido a una escritora prácticamente desconocida en nuestro país por el hecho de que, pese a su extensa obra lírica y narrativa, de ella solo se han traducido al español ocho relatos y una novela.
Hablamos de la grandiosa Agnes Carolyn Fries Emshwiller (1921-2019).
«Carol» Fries Emshwiller y su curiosa relación amor/odio con la literatura
Un 12 de abril de 1921, en Ann Arbor (Michigan), dentro del seno de una familia humilde de cuatro hijos —el padre era profesor de lingüística y la madre ama de casa—, vino al mundo Agnes Carolyn Fries.
Pese a que la familia Fries residía en Michigan (Estados Unidos), se desplazaban largas temporadas a Francia, donde habitaban en un pequeño castillo en condiciones deplorables. Desde bien pequeña Carolyn prefirió que la llamaran «Carol», porque así su nombre se asemejaba al de sus tres hermanos varones y podía —su nombre— pasar por el de un chico.
De niña, Fries odiaba todo lo relacionado con la literatura —aborrecía la escritura y la lingüística—, no le gustaba estudiar y no entendía el afán que tenían sus padres, especialmente su madre, verdadero pilar anímico de la familia, porque se graduara y cursara estudios universitarios. Es más, el hecho de desplazarse cada cierto tiempo a Francia hacía que la joven Fries confundiera —por mezclarlas— las reglas gramaticales y ortográficas de la lengua inglesa y de la francesa, pese al esfuerzo de su padre que, como profesor de lingüística, trataba de ayudarla al respecto, aunque solía poner un mayor énfasis en la educación y en la enseñanza que concernía a sus tres hijos varones.
Todos estos factores influyeron para que la joven Fries, estudiante de música, abandonase a mitad de curso la universidad para alistarse como voluntaria en la Cruz Roja, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajando como conductora de camiones de suministros por toda Italia.
Finalizada la contienda, Fries regresa a Michigan y también retorna a la universidad, donde comienza a cursar estudios de arte. Será allí cuando, en una clase de dibujo, conozca al que será su esposo: Ed Emshwiller.
Fries y Emshwiller inician así un tórrido romance que les llevará, nada más graduarse en 1949, a contraer nupcias. Como Fries había conseguido una beca Fullbright, dadas sus altas capacidades, el matrimonio decide marcharse a Francia para que Fries asista, durante un año, a la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París. Acabado el curso, en el verano de ese mismo año (1950), Fries y su esposo deciden recorrer en motocicleta los países que conforman la Europa de posguerra. A comienzos del mes de septiembre, el matrimonio retorna a Estados Unidos, instalándose a las afueras de Nueva York, en concreto, en Levittown. Es en ese momento cuando se inicia una etapa de florecimiento artístico e intelectual para la pareja. Por un lado, Ed se convierte en un artista comercial especializado en ilustraciones de ciencia ficción —sirviendo Carol como modelo para aquellas ilustraciones en las que debían aparecer mujeres de exquisita gracia y belleza—, lo que hace que el pintor entre en contacto con escritores y editores de ficción especulativa. Es entonces cuando Ed y Carol comienzan a asistir a reuniones y eventos literarios entre cuyos asistentes se encontraban Isaac Asimov, Judith Merril, Cyril M. Kornbluth o Harlan Ellison. Estas reuniones hacen que Fries, quien tanto había aborrecido la escritura y la expresión de la lengua, comience a redescubrir un nuevo panorama acerca de la mecánica que requiere el trabajo de escribir; una mecánica que transforma la concepción de la escritura en un «ente» que goza de vida propia y que parece tener la capacidad de instalarse en el corazón de las personas para hacerlas cambiar, para hacerlas más imaginativas y especiales… En definitiva, para hacerlas diferentes al resto del mundo. Así, pasada la treintena, siendo madre de su primer hijo —lo que reducía bastante su «tiempo personal»—, Fries, ya una enamorada de la ficción especulativa, comienza a escribir su propia ficción especulativa.
En los límites de la ficción
En septiembre de 1955, Carol Fries publica su primer relato («The Victim») en la revista Smashing Detective Stories y en diciembre de ese mismo año publica en la Future Science Fiction, magazine editado por Robert W. Lowndes, la historia «Thing Called Love», mostrando al mundo sus grandes dotes como escritora de ficción experimental de corte feminista. En los años siguientes, Fries se convierte en una escritora asidua en determinadas publicaciones, como The Magazine of Fantasy and Science Fiction o la Science Fiction Quarterly.
Por su parte, Ed Emshwiller, quien ya había empezado a «juguetear» con la pintura expresionista abstracta y el cine experimental, influye en la narrativa de Fries al perfilarse esta dentro de un estilo vanguardista que la situará en los «límites» de lo que los lectores de ficción especulativa del momento buscan dentro del género. Ella misma llega a exponer estas apreciaciones del siguiente modo:
En cuanto a mi escritura, mucha gente no parece entender lo planificadas y tramadas que están incluso las más experimentales de mis historias. No me interesan las historias en las que puede ocurrir cualquier cosa en cualquier momento. Establezco pistas para presagiar lo que va a ocurrir, y lo que se presagia ocurre. Intento que todos los elementos de las historias, o la mayoría, estén relacionados entre sí. Ed suele llamarlo, refiriéndose a sus películas experimentales: estrategias de estructuración.[1]
Fries era una gran artista, no solo por ser sumamente imaginativa, sino también por ser excesivamente meticulosa, pues revisaba sus escritos y los reescribía una y otra y otra vez… todas las veces que fuesen necesarias para hacer de estos algo, a su juicio, «casi perfecto». Tanto es así que apuntaremos que antes de que Fries pudiera comprarse su primer ordenador cortaba en trozos irregulares las páginas escritas, previamente mecanografiadas, y los depositaba en el suelo. Luego, iba haciendo un verdadero trabajo de «armar un puzle»: reescribiendo las partes, haciéndolas casar no solo en forma, sino también en temática y estilo… Haciendo, en definitiva, lo que llamaríamos una labor de orfebre.
No obstante, pese a la altísima calidad literaria de sus historias y pese a convertirse en una escritora asidua de múltiples revistas de ficción de la época —muchas de ellas contaban con su marido como portadista—, pocos eran los que se fijaban en ella como una voz femenina emergente dentro de la ciencia ficción. Afortunadamente este hecho cambió en 1967, año en el que Harlan Ellison encarga a Fries una historia para su antología Dangerous Visions (Visiones peligrosas).
Ellison buscaba historias arriesgadas, vanguardistas y experimentales, y Carolyn Fries era la persona idónea para este encargo en concreto. Es más, cuando Fries recibe la propuesta de Ellison, ella ya tenía escrito el relato adecuado: «El sexo y/o el Sr. Morrison», en el que una mujer espía a su vecino obeso, con aspecto de extraterrestre, con «cara de luna».
Cuando se publicó Visiones peligrosas, Fries seguía formándose como escritora, inmersa en talleres varios de formación y de enseñanza de ciencia ficción, y aunque su historia para el volumen de Visiones Peligrosas causó sensación entre los amantes del género, Fries seguía sin ser reconocida como la gran e imaginativa escritora que era. No fue hasta conocer al poeta estadounidense Kenneth Koch cuando Fries comenzó a interesarse por la escritura poética, abandonando, de alguna forma, el panorama de la ficción prospectiva en el que no se le había otorgado el prestigio oportuno, en el que no se le había dado el sitio que le correspondía.
En 1974 Carolyn Fries se convierte en profesora adjunta de la Universidad de Nueva York y también publica su primer recopilatorio de ficción (Joy In Our Cause), en el que se incluye, además de otras muchas de sus historias de ciencia ficción, el relato «El sexo y/o el Sr. Morrison».
En la década de 1980, Fries retorna a sus «raíces especulativas», siendo maravillosamente acogida por las principales revistas de ficción prospectiva del momento, entre ellas la famosa Omni y la Twilight Zone Magazine. A partir de entonces, Carol Fries publica sus obras de mayor calidad, sin abandonar jamás su patrón feminista y su patrón literario experimental con una clara tendencia al animalismo; ejemplo de ello es su primera novela Carmen Dog (1988), obra que ve la luz cuando su autora tiene una gran madurez narrativa —Fries cuenta ya con sesenta y siete años a sus espaldas— y en la que se nos plantea una historia que versa sobre la capacidad que tienen las mujeres para transmutarse en perros, y viceversa; muchos lectores vieron en esta obra un tratado de carácter feminista.
En 1990 fallece Ed Emshwiller, su amado esposo y compañero. Tras esta desgracia personal, Fries, para poder sobrevivir, debe convertirse en escritora a tiempo completo. En 2002 nuestra autora gana el premio Nébula por su relato «Creature», y también el premio Philip K. Dick por su novela The Mount (El corcel). En esta novela, Fries no abandona todo aquello que la hace única, jugando con un alto nivel de extrañeza al mostrar a un joven esclavo que es empleado como montura de carga para un niño extraterrestre, un niño que estará destinado a ser el regente del mundo.
Antes de jubilarse en 2003, Fries imparte clases nocturnas de literatura en la Universidad de Nueva York, pero siempre sin dejar de lado el amado oficio de escribir, «su amado oficio»; de hecho, en ese mismo año, Fries publica un relato de lo más curioso, «Boys», en el que vuelve a hacer hincapié en la importancia del género femenino dentro del ámbito social. En esta historia se muestra la guerra entre dos ejércitos de hombres que ya no recuerdan por qué entraron en conflicto; en medio de esta guerra de testosterona, se encuentra una aldea habitada única y exclusivamente por mujeres, las cuales son responsables de seguir proporcionando niños que engrosan las filas de ambos ejércitos. Finalmente, serán las mujeres las que decidirán el destino de la guerra.
En el año 2005, Fries obtiene dos premios más: por un lado, el Nébula por su historia «I Live with You» y, por otro, el World Fantasy Lifetime Achievement Award. Durante la gala, mientras recogía este último galardón, nuestra autora, henchida de alegría y humor, expresa lo siguiente: «Imagino que este momento es lo normal en la vida de cualquier madre de tres hijos»[2].
En 2009 Fries resume así una opinión predominante de los lectores y críticos acerca de su obra de narrativa breve, diseminada en casi la friolera de ciento cincuenta historias de ficción:
Lo más bonito que se dijo de mis escritos de ciencia ficción fue en una reseña que me hizo Jim Gunn, crítico y escritor. Escribió que mis historias de ciencia ficción «se alejaban de lo cotidiano». Eso es lo que más me gusta de la ciencia ficción. O el realismo mágico. Puedes hacer que lo cotidiano parezca extraño. Puedes ver las cosas ordinarias con nuevos ojos. Puedes escribir sobre el aquí y el ahora y hacer que el lector lo vea, nos vea como algo extraño. Que lo somos.
El 2 de febrero de 2019 Carolyn Fries Emshwiller fallece en Durham (Carolina del Norte), en la casa en la que residía junto a su hija, Susan Jenny Coulson. Fue en julio de ese mismo año cuando el jurado del Cordwainer Smith Rediscovery Award le otorga el galardón a toda una vida de amor por la literatura, a toda una vida pisando o pasando de puntillas ante los ojos del fandom de la época. Un premio, el Cordwainer Smith Rediscovery Award, a una gran escritora a la que hemos mantenido en la periferia, en los arrabales del género fantástico, y cuya narrativa, plenamente vanguardista, jamás gozó de la resonancia que tuvo la obra de otras muchas grandes escritoras coetáneas a la de ella.
Ursula K. Le Guin definió a la «CREADORA» Agnes Carolyn Fries o Carol Emshwiller de la siguiente manera:
Carol Emshwiller fue una gran fabulista, una maravillosa realista mágica, una de las voces más fuertes, complejas y consistentemente feministas de la ficción actual.

Notas:
[1] Véase Emshwiller, C. (2000-2008). Autobiography. Recuperado de [http://www.sfwa.org/members/emshwiller/]
[2] Véase en [https://nonstoppress.com/2019/02/carol-emshwiller-is-gone/]
[3] Véase The Future Is Female! Carol Emshwiller. Recuperado de [http://womensf.loa.org/carol-emshwiller/]

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Saludos, esta entrada, me enseña muchos sobre figuras en diferentes ámbitos del saber. Gracias por esta entrada y su información.
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