
Cuando la oscuridad nos ama es una de las últimas obras publicadas por la Biblioteca de Carfax, en su afán de rescatar perlas olvidadas del terror. Publicado por vez primera en inglés a mediados de los años ochenta, el libro reúne dos obras escritas por la norteamericana Elizabeth Engstrom: el relato largo que da nombre al conjunto y la novela corta «La belleza es…».
Ambas historias son bastante diferentes entre sí en tono y desarrollo, aunque comparten dos características comunes. La primera es que, pese a contener elementos fantásticos, subjetivos en el primer relato, los verdaderos monstruos, la verdadera causa de inquietud, se encuentra en las propias personas. En gente normal de su época que vive en poblaciones pequeñas sin nada excepcional. La segunda es que ambas narraciones gozan de una atmósfera oscura, en absoluto amable, que apenas brinda un instante de paz a las lectoras, pero tampoco las hace sufrir de forma gratuita.
La razón de todo ello la encontramos en el epílogo escrito por la propia autora. Engstrom fue alcohólica durante aproximadamente una década, antes de ser capaz de abandonar la bebida y cumplir su sueño de convertirse en escritora. Las experiencias vividas durante esa época se verán reflejadas en sus escritos, como bien explica ella misma.
Tenía cosas que contar sobre la experiencia de estar atrapada en una oscuridad espiritual en la que me acompañaban moradores de las tinieblas y no todos eran productos de mi imaginación.[…] Tenía cosas que contar sobre la facilidad con la que podemos convertirnos en monstruos cuando frecuentamos a otros monstruos durante demasiado tiempo. Y, como yo misma había habitado demasiado tiempo un mundo de egoísmo, era capaz de ver con ojos vírgenes la miseria de la injusticia y la crueldad horripilantes.
Las dos historias que componen este libro no son ajenas a esa influencia, especialmente «Cuando la oscuridad nos ama». En esta historia, apenas tenemos oportunidad de familiarizarnos con la protagonista, una jovencísima e ilusionada recién casada, antes de que esta quede encerrada en un nódulo de túneles sin aparente salida. En la completa oscuridad. La trama puede entenderse como una metáfora sobre lo fácil que es caer en las adicciones y lo complicado que es escapar de las mismas. También es un reflejo de cómo una desgracia puede convertirnos a la par en víctimas de la misma y en los monstruos de otras personas. Eso se percibe muy bien en la actitud que la propia Sally Ann adopta hacia su posible huida o la dinámica que establece con uno de los personajes que la acompaña en su desventura. La metáfora es potente, efectiva y bien llevada, así que poco importa que el desarrollo de la narración pueda resultar a veces forzada. El desasosiego ya se ha adueñado de nosotras.
«Cuando la oscuridad nos ama» es una de las narraciones más claustrofóbicas que he leído en mi vida, y no solo por desarrollarse en plena oscuridad durante la mayor parte del tiempo. Las dinámicas y actitudes de los personajes también son opresivas. De hecho, tras finalizar la lectura, me tuve que tomar un par de días de descanso antes de ponerme con la segunda novela. Ahora bien, y esto me parece importante recalcarlo, si bien el relato es opresivo y exigente, no cae en ningún momento en el morbo ni se recrea innecesariamente en lo escabroso. Algunos de los momentos más turbios están sugeridos y somos las lectoras quienes rellenamos los huecos con un estremecimiento de horror. Se nota que Engstrom, además de contarnos una buena historia terrorífica, quiere alertarnos sobre la existencia de estos monstruos interiores y lo fácilmente que pueden atraparnos, no recrearse en ellos.
«La belleza es…» es una novela corta, más clásica, incluso arquetípica, en su desarrollo que el relato previo, pero que refleja igual de bien lo frágiles que pueden ser la felicidad o una existencia tranquila.
En este caso, la autora opta por una trama más coral, ambientada en una población pequeña y en dos periodos de tiempo diferentes, que nos van permitiendo desvelar poco a poco los misterios que rodean el pasado de Martha y condicionan su vida actual, además de las amenazas que podrían acecharla.

Reconozco que, en este caso, me costó un poco engancharme a la trama. Si bien la narración es menos agobiante que en la historia previa, la trama en el presente me resultó un poco tópica y cansina en algún momento, especialmente con todo lo que gira en torno al personaje de Leslie. Pero esto quizá se deba a que personajes o situaciones que aún podían considerarse originales en esa época se han convertido hoy en día en clichés. El giro final de esta parte de la historia, aun resultando algo previsible (de nuevo la experiencia lectora juega en contra de estas narraciones que ya peinan canas), me ha parecido potente y bastante bien resuelto.
La trama situada en el pasado, centrada en los padres de Martha, es para mí la más interesante de la novela, aunque tanta referencia a Dios y su voluntad, aun necesarias, me saturasen a ratos. El reflejo de las ilusiones y la inocencia rotas es brillante. También está muy bien desarrollado cómo, poco a poco, el don de la mujer para la curación y cómo lo ve cada integrante del matrimonio va envenenando su relación y el carácter del marido. Si la historia previa era un reflejo del alcoholismo, esta contiene una reflexión interesante sobre cómo el fanatismo, o la forma en que interpretamos un suceso concreto, puede cegarnos y convertirnos en personas horribles. También es, especialmente en la trama contemporánea, un reflejo sobre cómo ciertas malas compañías pueden arrastrarnos hacia conductas destructivas, tanto hacia nosotros como hacia otros.
En conjunto, ambas historias componen una antología sólida y notable, potente incluso más de treinta años después de haber sido escrita. La edición de la Biblioteca de Carfax es, como de costumbre, impecable, al igual que la traducción a cargo de Blanca Rodríguez. En lo personal, quizá me ha gustado menos que otras publicaciones de la editorial, porque me ha pillado en un momento en que necesitaba leer obras con un poco más de luz, aunque contuviesen tinieblas.

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