El ser humano real, físico, el que habita este mundo, experimenta el tiempo como una línea recta. El tiempo es la sucesión de acontecimientos: uno detrás del otro y siempre en un sentido progresivo. No podemos volver atrás. No podemos saltar hacia delante. A pesar de lo que diga la mala interpretación de la teoría de la relatividad de Einstein, el tiempo es siempre el mismo: no se congela, no se acelera, no se dilata, no se contrae.
Los días duran veinticuatro horas y, tras el 3 de abril, llegará el 4. Y pasados veinte días, llegará el 23 de abril y será el Día del Libro. Siempre será así.
Como dice Claire North en Las primeras quince vidas de Harry August:
El mundo se acaba, doctor August. Siempre ha sido así.
Entonces es donde hacemos que la ciencia ficción cambie las reglas del juego, y el personaje añade:
Pero el final se está acelerando.

Cubierta de Las primeras quince vidas de Harry August.
La ciencia ficción lleva ya un par de siglos jugando con las reglas del tiempo. En nuestra Tierra, al menos para nuestra percepción humana, para nuestros cuerpos tangibles y reales, es una dimensión inalterable. Sin embargo, podemos imaginar qué ocurriría si no lo fuese: ¿y si se pudiese saltar en el tiempo?, ¿y si volviésemos atrás, de manera intencional o accidental?, ¿y si pudiéramos movernos por el tiempo como nos movemos por el espacio, decidiendo nuestro rumbo, volviendo a los mismos lugares, jamás visitando los que no nos interesan?
No es mi intención trazar una historia de la literatura de viajes en el tiempo. No voy a hacer una línea cronológica de cómo escapamos a la línea cronológica. En cambio, voy a saltar por el tiempo, ir de delante atrás, centrarme en lo que me interesa, obviar lo que no. Me interesa mucho más cómo viajamos en el tiempo, no tanto desde cuándo se hace.
Las novelas de viajes en el tiempo ofrecen una variada oferta de modos de hacerlo. Por eso, quería analizar unos cuantos títulos para extraer la pregunta que me hice cuando estaba leyendo el último de los libros que nombraré en el artículo: ¿cómo se viaja en el tiempo?
La manera sencilla y más clara de hacerlo es seguir la línea cronológica del protagonista, del viajero en el tiempo, yendo atrás y adelante, pero nunca perdiéndole la pista. Uno de mis libros favoritos de cuando era adolescente, El círculo de fuego, de Marianne Curley, sigue este recurso: Kate y Jarrod viajan un par de siglos al pasado para deshacer el maleficio que sufre la familia de él. El lector los sigue a los dos, de manera que la reconstrucción de la historia original es muy sencilla: primero estamos en su presente, luego volamos a la Edad Media y, para terminar, volvemos a su presente. La historia es simple.
Esta misma estructura seguirá Diana Gabaldon en la saga Forastera (adaptada con éxito a serie de televisión como Outlander): el lector sigue, sin perderse ni un momento, a la viajera en el tiempo. Todas las veces que Claire viaja al pasado y vuelve a su presente (aunque llega un momento en el que lo siente como el futuro), el lector la acompaña.

Cubierta de El círculo de fuego.
Puede ser esta la estructura más sencilla de seguir. El lector tiene la historia completa de este personaje mostrada ante sí. No hay que reconstruir qué pasó antes, qué ocurrió en el pasado; no hay que imaginar qué le ha ocurrido mientras el personaje ha viajado y lo hemos perdido entre las páginas. Conocemos su perspectiva y sus hechos de primera mano.
Ese recurso, esa manera de perder de vista al protagonista y tener que reconstruir su historia basándonos en detalles, es el que fundamenta La mujer del viajero en el tiempo, de Audrey Niffenegger. La novela sigue una línea cronológica: la de Clare. Pero ella no viaja en el tiempo, quien lo hace es su marido. A ella la conocemos cuando es pequeña y durante la novela vamos viendo cómo pasan los años, se hace mayor, va a la universidad, conoce a su futuro marido, se casa… mientras a su lado tiene a un hombre que aparece y desaparece. El lector tiene que ir recogiendo las pistas sobre Henry para poder conocer su vida y cómo ha sido la línea cronológica para él. A veces el narrador nos dice su edad, a veces tenemos que deducir en qué momento de su vida se encuentra basándonos en lo que sabe que ha ocurrido o no, o por su aspecto físico: canas, vitalidad, heridas, etc.
Se acaba formando un pequeño puzle temporal, un juego para los lectores: hay que ir recogiendo las migas de pan que nos dejan por el camino para encontrar la historia completa: la de dos personas con líneas cronológicas diferentes que no dejan de cruzarse. El narrador decide ponernos en el punto de vista de quien no viaja en el tiempo y, como Clare, el lector tiene que hacer un pequeño esfuerzo para comprender qué está ocurriendo y, sobre todo, cuándo está ocurriendo.
Una mezcla de estos dos tipos de viajes en el tiempo recoge Claire North en su conocidísimo Las primeras quince vidas de Harry August. Empecemos aclarando que Harry August no es un viajero en el tiempo habitual: él no viaja per se, sino que cuando muere, vuelve a nacer y toda su vida vuelve a ocurrir. Él mantiene todos sus recuerdos, por lo que en cierto sentido es volver al pasado, aunque su cuerpo también vuelva al pasado y no pueda elegir saltar de un momento a otro, sino que tiene que esperar a que transcurran los años. Ya en el primer capítulo nos muestra que no es la única persona a la que le ocurre: a lo largo de sus vidas se encontrará con más gente que no puede morir y está atrapada en un bucle temporal de unas cuantas décadas; ellos son los que pueden alterar el futuro, porque saben cómo se van a desarrollar los acontecimientos.

Cubierta de La mujer del viajero en el tiempo.
En esta novela, la autora crea un doble puzle temporal que el lector tiene que recomponer: primero, las vidas de Harry August; debemos recoger las pistas para descubrir cuál de ellas estamos leyendo (¿en la que llega a ser un académico reconocido?, ¿en la que se casa con la chica que le gustó en la primera pero no tuvo valor para decirle nada?, ¿en la que gana apuestas y loterías y se hace rico?). Segundo, los capítulos además están desordenados, de manera que no asistimos a sus vidas de forma cronológica: vamos saltando entre ellas, comparando cómo cambian las cosas las decisiones que Harry toma, los caminos que decide seguir.
El lector tiene que recomponer dos líneas temporales a la vez para poder llegar a entender la historia completa: qué vidas vivió Harry antes y después y qué ocurrió en cada una de ellas.
No es un puzle fácil, pero es tremendamente satisfactorio comprenderlas y llegar a sentir que se está viendo el cuadro completo, que todo lo que había por descubrir, todos los puntos que conectar, están por fin conectados y que la recta final del libro, su enemigo y el final del mundo, por fin tienen sentido.
Algo parecido hace Lauren Beukes con Las luminosas: seguimos dos líneas temporales a la vez. Llamarlas flashbacks o flashforwards no tendría mucho sentido. Por un lado, tenemos la línea cronológica de Kirby, que avanza más o menos recta y estable a principios de los años 90. Sin embargo, la línea de Harper, quien viaja en el tiempo, es mucho más caótica: va hacia atrás y hacia delante, crea bucles y paradojas que resuelve… y que se presenta al lector de forma desordenada. Empezamos la novela antes de que sepa cómo viajar en el tiempo, en los años 30, pero pronto descubre cómo hacerlo y avanzamos hasta los 80. Salta de un momento a otro, se encuentra con Kirby en los 90, vuelve a visitar a sus víctimas cuando eran más jóvenes, visita los 50 por diversión, comete otro asesinato en los 60… La autora va intercalando a estos dos personajes, cada uno siguiendo su línea y su vida: rehacer sus pasos y formar la historia completa no es difícil, pero requiere cierta atención y esfuerzo por parte del lector.
Hasta ahora, hemos visto libros que tienen el mismo concepto de tiempo, solo cambia su manera de presentarlo: como una historia ordenada o desordenada, como una rayuela por la que ir saltando adelante y atrás. El lector debe seguir los pasos, con mayor o menor esfuerzo, para conocer la historia completa de los personajes. La idea que se presenta del tiempo es la posibilidad de una sucesión de hechos: unos ocurren antes que otros, las causas tienen consecuencias y, en definitiva, se podría trazar una línea e ir apuntando los hechos relevantes en las historias, uno tras otro.

Imagen promocional de la serie que acaba de estrenar Apple TV basada en Las luminosas.
Sin embargo, hay otro libro que deshace esta concepción del tiempo. Una novela para la que el tiempo es una dimensión caminable más, como lo es el espacio. Y, por lo tanto, qué ocurrió antes o después no importa. Es más: ni siquiera importa cuándo ocurre.
Así se pierde la guerra del tiempo de Amal El-Mohtar y Max Gladstone deshace el concepto del tiempo. No hay una línea cronológica que reconstruir porque el tiempo no importa. El tiempo solo es un escenario más para las protagonistas. El hundimiento de la Atlántida, el año 5000, Persia, la guerra nuclear, son solo escenarios por los que Roja y Azul, las protagonistas, se pasean.
Así se pierde la guerra del tiempo trata el tiempo como una gran masa conceptual. Las protagonistas hablan de hilos, de árboles ramificados, de nudos que hacen y deshacen. El tiempo para ellas no es una sucesión de hechos, no lo conciben ni tratan como una línea cronológica. Ellas van saltando de hilo en hilo de universos alternativos, situándose en diferentes momentos de cada uno, solo para poder estar en un sitio determinado en un momento determinado.
Ellas se pasean por los diferentes hilos temporales como nosotros lo hacemos por el espacio: se mueven sin dificultad de un lado a otro. Permanecen en un sitio hasta que cumplen con su deber, huyen a otro momento cuando alguien las persigue. El tiempo tiene tres dimensiones y pueden moverse por él libremente. Y no solo se mueven adelante y atrás en el tiempo, también se mueven entre mundos diferentes.
Si digo que Así se pierde la guerra del tiempo deshace el concepto de tiempo, lo digo con todas las consecuencias: Roja y Azul, como viajeras, no lo viven como el resto de seres sometidos a él. Ellas no están sujetas al tiempo. Ellas no envejecen, no perciben el paso del tiempo ni le dan la importancia que el resto sí le damos. Sus cartas duran segundos pero pueden estirarlos, pueden recordarlas para siempre; son efímeras pero eternas. Las protagonistas no juegan con las mismas normas que el resto de seres. Cuando se desplazan a cumplir con sus objetivos de soldado de la guerra del tiempo, a veces permanecen minutos en un lugar, a veces décadas, a veces una vida entera. Sin embargo, esto no les influye. Es tan solo un ejercicio de esperar al momento adecuado. Y así es como se comunican y se envían cartas entre ellas: con paciencia y la delicadeza y atención al detalle que tiene alguien que ha vivido siglos y ha visitado muchos tiempos parecidos y, a pesar de ello, sabe que son las pequeñas decisiones y lo que ocurre en segundos lo que puede cambiar el curso de la Historia.

Diferentes cubiertas de varias ediciones de Así se pierde la guerra del tiempo.
Así se pierde la guerra del tiempo no forma un puzle con el tiempo. No hay pistas en los cambios que han sufrido las protagonistas. La guerra, como con el resto de cosas, hace que el tiempo haya dejado de importar. Las protagonistas han sido extraídas del tiempo. Son agentes externos. Y, por lo tanto, el libro no tiene el mismo concepto de tiempo que tenemos los humanos reales y físicos que habitamos este mundo.
No hay puzle, no hay nada que reconstruir, de la misma manera que no necesitamos hacer un mapa con todos los lugares físicos que visitan los protagonistas de otras novelas. El tiempo es un escenario más, no es el hilo conductor de la historia. Es solo la segunda coordenada para llegar al punto en el que van a encontrarse; la primera es el lugar y la tercera es el hilo de realidad.
Y con estas tres coordenadas es como triangulan y se encuentran. Como se cruzan y se perciben. Todo ocurre antes y después de algo más, pero no importa. La línea cronológica no tiene más relevancia que las líneas de una carretera: se pueden seguir, se pueden interrumpir y se pueden cruzar.
Realmente, Así se pierde la guerra del tiempo es un novelón, y este es solo uno de los detalles que lo forman.
Seguro que hay otras maneras de viajar en el tiempo, porque este no deja de ser un subgénero lleno de posibilidades e innovación; es muy difícil encontrar dos libros de viajes en el tiempo iguales y con las mismas normas. Estas son solo unas pocas novelas que tratan los viajes en el tiempo de diferentes maneras: desde el concepto más sencillo a una planificación más elaborada, y hasta la destrucción del propio concepto.

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