Todo el mundo conoce a Batman, a Harley Quinn o al Joker sin necesidad de haber leído ni un solo cómic. Son de ese tipo de personajes que han terminado por salir de las páginas en las que nacieron y pasar a la cultura popular a través de series, películas y menciones en distintos productos culturales a lo largo de las décadas.
Una de las razones por las que son personajes tan reconocibles y se han convertido en iconos es su estética e imagen, reflejada en cada viñeta o fotograma, pero también aquellas características básicas que les hacen quienes son: reservado y oscuro, estridente y caótica y carismático y anárquico. Da igual que sea un cómic, una película o una parodia, los reconocemos porque su base no cambia y Harley Quinn. Cristales rotos (2019), escrito por Mariko Tamaki, dibujado por Steve Pugh y traducido Alberto Díaz en Editorial Hidra, utiliza esto para darnos una versión nueva de los personajes que ya conocíamos al mismo tiempo que nos cuenta una historia muy distinta.
¿Qué es un retelling, un reinicio y una relectura?
Pero para ello, lo primero que hay que tener claro son los términos que vamos a usar y el porqué de ellos.
Un retelling es una narración que “recuenta” una historia que ya conocemos, pero desde otra mirada, otro subgénero narrativo o con cambios suficientes como para encontrarnos ante otra historia y no solo ante otra versión. Varios ejemplos de retelling son la saga Olympus de Iria G. Parente y Selene M. Pascual, Crónicas lunares de Marissa Meyer o Lore Olympus de Rachel Smythe.
Un reinicio, por su parte,es uno de los elementos más comunes en las líneas de cómics y novelas gráficas con una trayectoria muy larga. Cuando un mismo personaje lleva 20, 30, 50 años en marcha, su nacimiento está demasiado alejado de quienes lo leen en la actualidad y, normalmente, también hay elementos que no han envejecido del todo bien. Quizás incluso el propio universo que lo conforma necesita un lavado de cara, aunque los cimientos sean los mismos. Y es entonces cuando se lleva a cabo el reinicio. Así, por ejemplo, lo hizo DC Cómics con Renacimiento (Rebirth) en 2016.
Por último, una relectura es el paso previo al retelling, pues para poder volver a contar algo de otra forma tenemos primero que leerlo con otros ojos, normalmente desde los márgenes. Pensar en El maravilloso mago de Oz de Lyman Frank desde el punto de vista de la malvada bruja del oeste (que nos llevaría hasta la novela y el musical Wicked) o en la Odisea de Homero desde Penélope y sus criadas en Ítaca (Penélope y las doce criadas de Margaret Atwood).
Después de aclarar estos términos, es fácil pensar que en los últimos años estamos ante todo un fenómeno literario, pues cada vez hay más obras que se puedan encuadrar dentro de los retelling, con plumas tan importantes como la de Madeline Miller con sus obras La canción de Aquiles (2012), Circe (2018) y Galatea (2022) o todas las obras que se publican dentro de los sellos juveniles o de jóvenes adultos con esta etiqueta. Sin embargo, no es algo nuevo, puesto que se lleva haciendo desde que la literatura es literatura: las tragedias griegas basadas en la mitología griega como Antígona y Edipo de Sófocles o Medea y Las troyanas de Eurípides; todos los poemas basados en mitos grecolatinos en el Renacimiento y el Barroco; e incluso películas como Avatar (2009) dirigida por James Cameron, donde asistimos a una nueva versión de la colonización del Lejano Oeste como una especie de Pocahontas de ciencia ficción.
En el caso que nos ocupa, Harley Quinn. Cristales rotos es, al mismo tiempo, un retelling y un reinicio, pues nos encontramos ante un nuevo nacimiento de Harley Quinn, que nada tiene que ver con su profesión como psiquiatra o como amante del Joker, y con una historia distinta, aunque mantenga los elementos fundamentales que la convierten en el personaje que es.
Harley Quinn. Cristales rotos

Harley Quinn. Cristales rotos forma parte de la línea de DC Cómics de novelas gráficas de Joven Adulto, donde las historias de personajes como la propia Harley, los Teen Titans, Wonder Woman o la Cosa del pantano son recontadas en clave juvenil, a través de escritores (pero sobre todo escritoras) y con la mirada en el siglo XXI y en todos los problemas de la actualidad (sociales, climáticos, económicos, etc.).
En este caso, Harleen es una adolescente que se encontrará de primera mano con el problema de la gentrificación (y también del sexismo, el clasismo y el racismo, en menor medida) en una Gotham que no tiene piedad con la gente trabajadora y humilde. Al mismo tiempo que todo esto ocurre, asistiremos al nacimiento de Harley y también al de Poison Ivy y el Joker, que nada tiene que ver con sus orígenes tradiciones, pese a ser igualmente reconocibles.
Deslenguada, rebelde, excéntrica… A los quince años, Harleen Quinzel apenas tiene cinco dólares cuando la mandan a vivir a Gotham. Harleen se ha tenido que enfrentar a un montón de situaciones difíciles desde muy joven, pero su fortuna cambia cuando la drag queen más fabulosa de Gotham, Mama, la acoge entre los suyos. Y al principio parece que Harleen ha encontrado un lugar en el que crecer y dar rienda suelta a su yo más auténtico junto a su mejor amiga Ivy en Gotham High. Pero entonces la fortuna de Harley da un nuevo giro cuando el cabaret drag de Mama se convierte en la siguiente víctima de la ola de gentrificación que está asolando el vecindario.
Ahora Harleen está muy enfadada. Y a la hora de convertir su rabia en acción deberá elegir entre dos opciones: unirse a Ivy, quien está haciendo campaña para convertir el barrio en un lugar mejor en el que vivir, o unirse al Joker, quien planea destruir Gotham acabando con una corporación tras otra.
La autora de esta novela gráfica es Mariko Tamaki, ganadora de los premios Eisner y Caldecott por This one Summer y nominada en 2020 al Eisner tanto por esta obra como por Laura Dean me ha vuelto a dejar (con el que ganó) por lo que su guion tiene ya el sello de calidad. Por su parte, Steve Pugh es su dibujante, nominado al Eisner por su trabajo en Los Picapiedra y que consigue darle vida a la Gotham de claroscuros, de desigualdades y de misterios .
Harley Quinn
Harley Quinn siempre ha estado unida al Joker en los cómics, pues su nacimiento se debe a la necesidad de buscarle una pareja y ayudante. Si él es el comodín de la baraja de póker y el payaso, ella es el arlequín, el alivio cómico, la chica rubia y tonta a la que es fácil manipular gracias a su amor y a su locura. Nada nuevo en literatura y cine, por supuesto. Sin embargo, con el paso del tiempo Harley ganó profundidad y personalidad. Su relación sentimental con el Joker fue descrita directamente como de maltrato en diversos cómics, consiguió su propia línea en solitario y terminó siendo una antiheroína junto a su nueva pareja, Poison Ivy. Esa es su historia en el canon de los cómics de DC.

Sin embargo, ya hemos dejado claro que, en esta línea de novelas gráficas, las cosas cambian. Aquí, Harley tiene 15 años y está muy lejos de ser esa psiquiatra obsesionada con el Joker. Aquí llega a Gotham para, como Caperucita, ir con su abuelita a vivir, pero, cuando llega, descubre que ha fallecido, por lo que terminará viviendo en su piso vacío (pero lleno de decoración de payasos) y siendo cuidada por sus vecinos, un grupo de hombres gays que hacen espectáculos drag en el local de abajo. Y será gracias a esta situación por la que Harleen descubra la estética que la caracterizará como Harley: el maquillaje, la máscara y el traje… todo será producto del tiempo que pase rodeada de su nueva familia en Gotham.
Cristales Rotos es un bildungsroman, una novela gráfica sobre cómo la adolescente Harleen, que no deja de ser una niña en su forma de ver el mundo (ángeles y demonios, blancos y negros), se convierte en la antiheroína Harley, con una perspectiva más adulta, pragmática y diversa.
He estado pensando mucho sobre lo que mi madre decía de que hay dos clases de personas. Creo que es más complicado que eso. Creo que mucha gente puede ser muchas cosas. Cosas que no te esperas. Aún no lo pillo del todo, pero lo entiendo mejor que hace un mes.
Y todo es gracias a conocer a Ivy, a Mamá y al resto de drags y a ver también con sus ojos el mundo que la rodea: los márgenes, sus problemas y como, quienes ostentan el poder (el estudiante rico, el director del instituto, la multinacional con ramificaciones en todas las áreas empresariales) quieren arrebatarle lo poco que tienen el resto de gente que lucha cada día por un poco de paz y felicidad.
Asistimos, por tanto, no solo al nacimiento del icono, sino también (y al mismo tiempo, pues el icono que es Harley y quién es Harleen están profundamente unidos) a su búsqueda de sí misma. Tiene que encontrar sus propias respuestas, su propio camino y decidir qué quiere ser y cómo lo quiere conseguir. Está mal que una inmobiliaria poderosa obligue a Harley y a sus vecinos a perder sus casas y buscar otro lugar en el que vivir, ¿pero qué puede hacer Harley ante eso? ¿Cómo puede luchar por lo que cree correcto? Ante ella tiene diversas opciones, pero todas ellas pertenecen a otros: a Mamá, a Ivy y al Joker. Y ella no puede, simplemente, ser quien no es.
¿Pero quién es ella?

Para el Joker, Harley no es más que una chica rubia y tonta. Una herramienta más, un instrumento fácilmente manipulable para conseguir sus objetivos. Él se cree muy superior a ella en inteligencia, en poder, en autoridad… y así se lo hace saber en todo momento, desde el mismísimo instante en el que se conocen. Además, él sabe quién se esconde tras Harley y conoce su identidad civil: sabe quién es, lo que hace, dónde vive y quienes son las personas que le importan. No obstante, se cree tanto por encima de ella que llega a forzar su visión en ella a través de un regalo: un traje para ella y para la misión que van a llevar a cabo juntos. Pero este traje no es para nada algo con lo que Harleen se sienta cómoda o incluso le guste: es un traje de arlequín, sí, pero de animadora y totalmente sexualizado.
En respuesta, Harleen confecciona su propio traje gracias a los consejos de sus vecinos y de todo lo que ha aprendido con ellos. Algo que sí es ella.
Para Ivy, Harleen es una amiga, una chica algo extraña, pero que tiene el corazón en el sitio correcto. Es la única a la que le parecen interesantes sus ideas y que la escucha quejarse de las desigualdades como algo importante, no tachándola de loca o de querer llamar la atención. Y, aunque es también su ayudante cuando llevan a cabo protestas en el instituto, ella la escucha y tiene en cuenta sus opiniones. No obstante, la forma de enfrentarse al poder es demasiado indirecta para Harley, que necesita algo directo y personal.
Poison Ivy

La Poison Ivy adolescente que se nos presenta es completamente distinta a la que conocemos de los cómics y por eso es casi más interesante si cabe. Podríamos definirla como sacada de un What if? comiquero o un universo alternativo si nos vamos al fanfic. ¿Pero no es esto lo más natural teniendo en cuenta todo lo que ya hemos dicho sobre los retelling? Efectivamente, pero este caso es particular, porque aquí Ivy (que es su nombre civil) no es una villana ni una antiheroína. Es una persona normal que quiere hacer del mundo un lugar mejor siguiendo las reglas del juego.
Los padres de Ivy le han mostrado la necesidad de luchar por sus derechos y por los de los demás y el poder de la política y de la comunidad: su madre es concejala y su padre tiene una tienda pequeña de barrio y lleva el huerto comunitario. Teniendo esto en cuenta, está claro por qué ella, que además es racializada en esta historia, ejerce su derecho a manifestarse y cree en ello, al igual que en las protestas organizadas al estilo de las Guerrilla Girls. Por eso, cuando la conocemos no es más que una persona normal con miedos, sueños y ganas de luchar. Y por eso cuando nos despedimos de ella, sigue siendo así, aunque, quizás, un poco más cerca de esa antiheroína que ya conocemos, rodeada de sus plantas y refugiada entre ellas.
Si Harleen lo veía todo en blanco y negro, Ivy siempre lo ha visto en grises. Si Harleen siempre ha necesitado ser ella quien haga lo necesario para arreglar las cosas, Ivy siempre ha creído en el poder de la comunidad y de la unión. Si Harleen debe convertirse en Harley para entenderse y entender el mundo que la rodea, Ivy, que no es sino la otra cara de la moneda, piensa en coger una antorcha y prenderle fuego a empresas Kane, pero decide seguir luchando de la forma en la que lo estaba haciendo, en vez de causar el caos y el miedo que ha visto esos días en su barrio.
Joker

El Joker es un personaje archiconocido. Todo el mundo conoce al príncipe payaso y ha tenido muchas versiones en cine y televisión, consiguiendo, incluso, su propia película en solitario contando su historia y cómo llega a convertirse en el terrorista, criminal y asesino en serie al que tanta gente adora (The Joker, 2019). Tomo esta película de ejemplo porque, además de su estupenda recepción en taquilla y entre el público, muestra exactamente lo mismo que el Joker adolescente de Cristales rotos.
Así explica el personaje y la película Pedro Vallín en una entrevista en 2019 para la Cadena Ser:
Joker, como personaje, no es un vector político en ningún sentido, él no capitanea nada ni promueve nada, es todo un poco al azar. Sus crímenes coinciden con inspirar un momento de especial confusión social y malcontento, y aparece la gente con caretas por las calles. […] Es el típico incel americano, un tipo que está tarado, que vive con su mamá…
Del mismo modo que el Joker de Todd Phillips y Joaquin Phoenix nos presenta a hombre que ha perdido la cordura y que echa la culpa a la sociedad por no tener lo que cree que merece, el de Mariko Tamaki es un adolescente egoísta y egocéntrico que por un lado lo tiene todo (siendo heredero de una multinacional cuyas ramificaciones llegan desde cafeterías hasta inmobiliarias) y que se cree con la potestad y la inteligencia para hacer lo que le apetece siempre, sin consecuencias ni problemas, simplemente causando el caos. Le da igual vandalizar una de sus cafeterías que el local drag o el huerto comunitario, porque solo quiere hacer daño y causar el caos, no lucha por nada ni por nadie y ni siquiera le importa lo más mínimo.
Tamaki y Pugh dejan claro en todo momento que Joker no es un ejemplo a seguir, que es el villano de toda esta historia y que no es más que un niño rico lleno de prejuicios y odio: misógino y racista declarado (y probablemente también odia al resto de personas que viven en los márgenes) ostenta su poder tanto dentro como fuera del traje sabiendo que es intocable.
La fuerza de esta novela gráfica radica, por tanto, en poder reconocer a los personajes al mismo tiempo que disfrutamos de nuevas perspectivas e historias y así reflexionar sobre quiénes son y cómo han llegado hasta ahí, vislumbrando también otros futuros distintos como en el caso de Ivy. Por eso son tan útiles a la par que disfrutables los retelling: lo conocido se vuelve desconocido y logramos ver desde otra perspectiva lo que siempre habíamos tomado por normal.

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