Cuando se estrenó la película Don’t worry darling (traducida en España como “No te preocupes querida”), no fui a verla al cine porque pensé que era un drama romántico más. Se le dio más bombo y difusión a la trama de detrás de las cámaras que a la de delante, así que los prejuicios rellenaron lo que suponía que era su argumento.

Por la escasa publicidad que le dieron a la película, esperaba encontrar otro drama romántico centrado en un matrimonio de mediana edad, de clase media, urbanita, con problemas derivados del aburrimiento y la rutina de su relación; otra película de Florence Pugh en la que hace de una chica buena e inteligente que se va sumiendo lentamente en la desesperación, hasta terminar desquiciada por la luz de gas, la manipulación, el aburrimiento y el conformismo con la vida mediocre que su pareja le puede proporcionar. Como Midsommar pero con menos luz y nadie termina dentro de un oso. Es decir: más normal y más aburrido.
Lo que me encontré cuando vi Don’t worry darling fue una distopía clásica punto por punto, acompañada de elementos de terror perturbador. Me encontré una película cuya promoción quiso esconder que era ciencia ficción, pero que definitivamente lo es. Dentro de esta ciencia ficción, la cámara no sigue tanto a la pareja central sino a Alice, el personaje protagonista; y no a los problemas de los dos, sino a los de este personaje en particular. Así que sí nos encontramos a Florence Pugh siendo una chica buena e inteligente, que se va sumiendo lentamente en la desesperación y en el conformismo de la vida mediocre que su pareja le puede proporcionar. Sí es cierto que hay escenas con poca luz y nadie termina dentro de un oso, pero en Midsommar nadie baila claqué.
Don’t worry darling nos presenta una sociedad utópica, que vive el sueño de los años 70: los maridos que se pasan el día trabajando fuera y las esposas cuya única responsabilidad es mantener la casa limpia, cuidar a los hijos y tener la cena lista a la noche. Los personajes son empleados del proyecto Victoria, una organización que busca materiales nuevos para la innovación. Tienen una vida idílica, con muy pocas normas y mucha libertad de ocio, espacios comunes y tiempo libre para socializar. Los vecinos son simpáticos, nunca llueve, las parejas no se rompen y todas las casas tienen un jardín delantero.
Pero como en todas las comunidades idílicas, lo bueno no puede durar.
Si digo que esta película es una distopía clásica es porque cumple con todas las reglas básicas del género: tenemos una sociedad, limitada a una urbanización, pero una sociedad después de todo, complaciente con su vida, en la que aparece un individuo discordante. Un individuo que se plantea si hay algo más allá, si están siendo manipulados, si su realidad no es más que una mentira. Y este individuo, cuando intenta huir y hacer despertar al resto de los personajes, es reprimido de diferentes maneras.
La distopía, en este caso, está acompañada de los elementos de terror que más están funcionando actualmente: no tanto body horror, sustos, gritos o persecuciones sino una serie de escenas domésticas asfixiantes, sueños inconexos, personajes manipuladores y la seguridad de que están ocurriendo cosas importantes que no se están mostrando.

Hay otro elemento de terror, posible gracias a que la dirección (Olivia Wilde) y el guion (Katie Sibermann) están a cargo de mujeres: la violencia de género. Ser una ama de casa cuya responsabilidad es limpiar, cuidar a los hijos y tener la casa presentable para su marido no es una vida idílica: es una cárcel de la que no solo no se puede escapar, sino que nadie comprende a quien quiere hacerlo. La luz de gas y la manipulación más o menos disimulada de los maridos es tan terrorífica como el resto de los otros elementos.
Porque Dont’ worry darling, en el fondo, de lo que está hablando todo el rato es de la libertad: del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, de manera literal y figurada. Del derecho a decidir tener hijos o no tenerlos, a vivir en una urbanización o en la ciudad, a dedicarse a limpiar su casa y a cocinar o a tener un empleo. A divorciarse. A ser dueñas de sus propias vidas.
Porque, como concluye la película, el mayor terror son los misóginos, los hombres que odian a las mujeres y quieren someterlas cueste lo que cueste.

Como conclusión: Don’t worry darling es una película de ciencia ficción, concretamente una distopía que en momentos se pasa al terror. Entiendo que quien se encargó de su promoción prefería hablar poco del argumento para aprovechar el factor sorpresa y la inmersión en la historia; que el espectador no dejase de avanzar por caminos inesperados y no tuviera pistas de qué podía ocurrir a continuación. Sin embargo, su premisa doméstica y su cartel romántico sin más nos han despistado a quienes amamos el género. Así que, sin entrar en comentar el argumento, sin desvelar qué va ocurriendo a lo largo de la historia, sabed: Don’t worry darling es ciencia ficción. Y abre varios debates que van a ser interesantes.
Gran parte de las reseñas negativas y la nula repercusión que tuvo su estreno se pueden achacar a que ha fallado con el público al que dirigirse. En vez de apelar a los espectadores de ciencia ficción, le han vendido una película perturbadora, con diferentes niveles de lectura, llena de giros argumentales y con flashbacks intercalados a un grupo de gente que quería ver a Harry Styles siendo un marido guapo. Y claro, no ha cuajado.

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