Entrevista a Nieves Delgado

Nieves Delgado es una prestigiosa escritora de ciencia ficción española, nacida en Ferrol en 1968. Astrofísica de profesión, se dedica actualmente a la docencia en Secundaria. Como escritora, se trata de una figura reconocida tanto por el público aficionado al género como entre la crítica especializada. Prueba de ello es que en 2015 ganó un premio Ignotus por su relato «Casas Rojas», incluido en el I volumen colectivo del proyecto Alucinadas, y en 2018 otro por su novela 36. A ello hay que sumar otros muchos títulos entre relatos y novelas, e incluso la publicación reciente de un capítulo en un volumen colectivo sobre ficción especulativa. En toda su dilatada trayectoria literaria, Delgado ha utilizado la ciencia ficción como una metáfora que le permite cuestionar las convenciones culturales y, especialmente, para visibilizar desde una óptica feminista los problemas y las dinámicas que afectan específicamente a las mujeres. Para ello, a menudo aparecen en sus textos androides o Inteligencias Artificiales, de los que la autora se sirve para incitar a la reflexión sobre las normas sociales y proponer un enfoque ético alternativo.

Fotografía de Nieves Delgado. Fuente: La Nave Invisible.

La entrevista, realizada virtualmente entre julio de 2020 y mayo de 2021, se divide en cuatro bloques: el primero, titulado Inteligencias Artificiales y límites del sujeto se centra en cuestiones relacionadas con la difícil definición del concepto de ser humano en un tiempo donde los androides, Inteligencias Artificiales y, por extensión, sobre los límites de lo que significa ser humano. En el segundo bloque, que se titula Ciencia y Ciencia ficción, la autora nos habla de la relación que hay entre ciencia y ciencia ficción y, especialmente, cómo se necesitan mutuamente. El tercer bloque, destinado a cuestiones de género, aborda el compromiso de la autora con el feminismo, las dificultades asociadas al hecho de ser mujer dentro de la industria editorial y el impacto de fenómenos como el proyecto Alucinadas. Por último, el cuarto bloque aborda la ciencia ficción desde una perspectiva teórica, y pone el foco en la importancia de la ciencia ficción como género especulativo, en la importancia de la representación de colectivos silenciados dentro del género, en la relación entre ciencia ficción y política o en la capacidad de la ciencia ficción para reproducir mensajes de todo tipo.

En tus textos, muchas veces pones el acento en que las inteligencias artificiales son sujetos y que, por tanto, son sujetos de derechos. ¿Dónde dibujas el límite entre lo que es un sujeto y lo que no?

Yo aquí distinguiría entre dos categorías; sujeto de derecho concedido y sujeto de derecho propio. Aclaro que esta es una terminología que acabo de inventar para explicar mi visión del asunto, pero no es nada formal ni académico.

Los sujetos de derecho concedido son todos aquellos seres a los que se les conceden derechos en base a su capacidad de sentir y sufrir; los animales, por ejemplo, pero también podrían ser seres extraterrestres o seres cibernéticos que encontrásemos en un futuro. Este tipo de sujetos disfrutaría de derechos, pero no de obligaciones, ya que no tendrían la capacidad intelectual ni moral para asumirlas. Así, los animales (nuestro único ejemplo real por el momento), tendrían derecho a la vida, y no a una vida cualquiera, sino a una vida digna exenta del sufrimiento adicional que les podrían infligir los seres humanos. Es obvio que somos los propios humanos quienes concedemos estos derechos en base a nuestros propios criterios.

En segundo lugar, estarían los sujetos de derecho propio, que son todos aquellos seres capaces de reclamar y autoconcederse derechos (y en este sentido, serían también sujetos de derecho concedido); solo nosotros, por ahora. Pero también nos imponemos obligaciones que, como sociedad, nos permiten formar civilizaciones. Un sujeto de derecho propio, por lo tanto, sería todo individuo capaz de definir y generar derechos y obligaciones, para lo cual es necesario poseer un criterio ético. Creo que tu pregunta se refiere a este tipo de sujeto.

Resumiendo; según mi criterio, un sujeto sería una entidad inteligente capaz de emitir juicios éticos. No entro en cómo han de ser dichos juicios, una especie extraterrestre podría perfectamente constituirse en base a principios psicopáticos que no contemplasen como un valor la empatía y, aun así, los miembros de esa especie serían sujetos.    

Aun asumiendo que tengan derechos, ¿significa eso que son humanos? ¿O cabe pensar en extender los derechos a cuerpos no humanos?

La pregunta es tan buena, que no tiene respuesta. Lo que en realidad me preguntas es qué significa ser humano, y eso no lo sé yo ni lo sabe nadie. Está claro que no somos nuestro cuerpo, porque podemos trasplantarnos partes o implantarnos prótesis y seguir siendo nosotros, y también está claro que no tiene que ver con nacer de otro humano, porque no creo que nadie le negase la condición de humanidad a un bebé gestado en un útero artificial. ¿Residirá la humanidad en la autoconsciencia? Sabemos que hay animales que también la tienen; ¿en la empatía, en la inteligencia, en la capacidad de comunicarnos mediante el lenguaje? Para cualquier característica que se nos ocurra, siempre podremos encontrar algún humano o humana que no la cumpla. Creo que, hoy por hoy, la definición de “ser humano” no existe, más allá de lo evidente, y que es una de esas cuestiones que tiene tantas respuestas como personas a las que le preguntes.

Dicho esto, y siendo a mi juicio indiferente si son o no humanos, sí, creo que los derechos autoconcedidos de los que goza nuestra especie deberían extenderse a otros seres con capacidad de sentir, de sufrir y de enjuiciar.   

Por otra parte, cuando se habla de este tipo de cuestiones identitarias, se suele hacer en términos esencialmente binarios, concibiendo al ser humano y la máquina como opuestos irreconciliables ¿Crees que la figura del androide, a medio camino entre ambos, es idónea para cuestionar esa dicotomía? Y, de manera similar, ¿piensas también que son sujetos especialmente interesantes para explorar el género binario como construcción social?

Nuestra concepción de lo humano ha estado siempre impregnada de referencias a la emotividad. También a la inteligencia, pero siempre en un segundo plano, porque al traspasar el límite de “lo razonable” en un ser humano, lo inteligente se vuelve insensible, frío e inhóspito en el imaginario popular. Lo emotivo, sin embargo, siempre es el “auténtico sello humano”, su marca de fábrica, lo que le hace ser lo que es. Percibimos perfección en la inteligencia, pero una perfección en la que no estamos cómodos y de la que intentamos despojarnos lanzándonos en brazos de lo emotivo, lugar en el cual podemos permitirnos ser tan imperfectos como queramos. Y en ese contexto, el ser humano y la máquina son opuestos porque interpretan el mundo de manera diferente. Son muchísimos los ejemplos de seres artificiales, en las obras de ciencia ficción, que no comprenden al ser humano e incluso lo subestiman, como hacen HAL (2001: Odisea espacial) o Skynet (Terminator), y solamente si hay un cierto acercamiento a lo humano, como sucede en Inteligencia Artificial, o una abierta transmutación, al estilo Blade Runner, conseguimos abrazar lo mecánico y aceptarlo como válido. Es decir, que lo que les pedimos a las máquinas inteligentes, para tolerar su presencia, es que se conviertan en nosotros. 

La figura del androide o ginoide (androide femenino) es muy interesante, porque engaña a nuestro cerebro; por un lado, sabemos que es una máquina, pero por otro, su apariencia la “humaniza”. Como humanos, tenemos un miedo atávico a los seres con morfologías muy diferentes a la nuestra; lo desconocido es interpretado por nuestro cerebro como peligroso. Al reconocer una figura humana, parece que nos tranquilizamos, aunque sepamos que no hay ningún humano ahí dentro. Pero cuidado, porque existe el famoso “valle inquietante”, una zona de relación entre el humano y el autómata, en la cual este es tan sumamente parecido a nosotros, sin llegar a ser indistinguible, que aparece un fuerte rechazo. Es como si, de repente, algo nos avisara de que nos están engatusando y nos asustáramos. Creo que, de alguna forma, aceptamos “copias” de lo humano hasta que la barrera entre uno y otro comienza a desdibujarse. Es curioso, porque, en el otro extremo, cuando un ser humano deja de parecer humano (porque tiene grandes deformidades, por ejemplo), también sentimos rechazo instintivo. Es como si estuviéramos configurados con un programa de reconocimiento que funciona en unos márgenes muy limitados. Pero lo que realmente no sabemos es lo que somos.

Por otro lado, las inteligencias artificiales, y no solamente los androides y ginoides, son entidades perfectas para explorar todo tipo de construcciones sociales, entre ellas las de género. Son seres inteligentes que aportan una mirada externa sobre nuestra sociedad, ya que no han sido educados en ella, de tal modo que pueden cuestionarlo todo sin sesgos (o al menos, sin nuestros sesgos). Todo depende de dónde se ponga narrativamente hablando el punto, porque el mismo concepto de sociedad le podría resultar ridículo a un ser demasiado diferente a nosotros. Y todo esto visto desde una suposición ideal de “tabula rasa” que sabemos que es irreal, porque hemos visto que las limitadas IAs actuales heredan nuestros sesgos, así que habría que ver qué sucede con las autoconscientes.

Antonio Negri postuló que el concepto de “monstruo” es el de una criatura cuyo principal deseo es el de liberarse de cualquier límite disciplinario impuesto por la biopolítica. Desde esa clave, se pueden leer varios textos de ciencia ficción como (re)presentaciones del monstruo. Androides, Inteligencias Artificiales, cíborgs y otras criaturas de este tipo juegan con los límites del ser humano. ¿Crees que podemos estar delante de un bestiario biogenético, posthumano?

Sin duda. La elaboración de ese bestiario empezó hace mucho tiempo, por ejemplo, cuando Edward Jenner, el creador de la vacuna, fue atacado por sus contemporáneos por atreverse a “introducir partes de animales” (de vacas, en este caso) en personas para conseguir inmunizarlas. Se dibujaban caricaturas de estas personas con cabeza de vaca, como si la esencia vital del ser humano hubiera sido adulterada por la inoculación de la vacuna y eso hubiera generado entidades híbridas y monstruosas. El ser humano siempre ha sido muy exquisito con la manipulación de su cuerpo, así que la fusión con las máquinas no podría de ninguna manera ser bendecida.

El tópico más común es que un ser humano, al convertirse en organismo cibernético, perdería parte de su humanidad. En realidad, sucede lo mismo con la inteligencia; un ser humano que por algún motivo se volviera de repente muy inteligente (como en la película Trascendence), se tornaría frío y lejano, ajeno al “calor de lo humano”, o padecería un sufrimiento acorde a tal atrevimiento (como en el libro Flores para Algernon). La inteligencia se ha interpretado muchas veces como un castigo, como una cualidad que nos aleja de nuestra esencia, sea lo que sea eso, y las inteligencias artificiales no pueden ser interpretadas, en este contexto, como nada más que antagonistas de la especie humana.

Con las modificaciones genéticas sucede algo parecido, pero tiene un matiz más claro; lo “natural” es lo bueno, y todo lo que sea alejarse de ello, desplaza al ser humano de su centro. La idea que subyace es la de que la naturaleza humana es sagrada, la tan manida frase de “No podemos jugar a ser dioses” sigue siendo el mantra de tantas y tantas obras de ciencia ficción que nos alertan desde hace décadas de los peligros de la ingeniería genética. Lo posthumano es un bestiario en sí mismo, y lo es por un motivo tan simple que lo lleva en el mismo nombre; porque ha dejado de ser humano.

Portada de Uno. Fuente: Editorial Cerbero.

En varios de tus textos, concedes protagonismo a cíborgs, robots o Inteligencias Artificiales, personajes que se pueden definir como «personas artificiales», y pareces incentivar que los lectores y lectoras empaticemos con ellos y sus luchas políticas. ¿Crees que los mecanismos de empatía que se activan durante la lectura y que permiten al lector identificarse y desarrollar afectos por los personajes, funcionan de manera distinta cuando el/la protagonista es un robot, un cíborg, o un «monstruo» que cuestiona la definición de ser humano?

Creo que la empatía se puede desarrollar hacia cualquier personaje, sea cual sea su condición, con tal de conseguir un acercamiento apropiado a su psicología. Te recuerdo que hubo toda una serie televisiva, “Dexter”, en la que una gran parte de la población empatizaba con un psicópata asesino en serie.

En el caso de estos personajes que planteas, que bordean lo humano, depende también de cómo se plantee. Si, por ejemplo, el personaje aspira a ser considerado humano y sufre por ello, la empatía es automática, porque de alguna manera lo reconocemos como “uno de los nuestros”; en su infinito antropocentrismo, el ser humano cree que es lo mejor a lo que puede aspirar un ser “no humano” y empatiza con esa meta. Pero ese es un recurso bastante simplista y autocomplaciente, a mi parecer. 

Lo que a mí me gusta hacer es cuestionar lo humano desde el mismo horror de lo que “lo humano” implica; el dolor, la incoherencia, el miedo, la incapacidad para permanecer en un estado de felicidad. Los seres antropomorfos, física o intelectualmente, sirven para hacer una aproximación a “lo humano” desde fuera, cuestionándolo con una mirada externa pero, al mismo tiempo, logrando que su proximidad a esa misma condición dé como resultado la empatía. De una manera que me resulta completamente inexplicable, los humanos hemos asumido, por ejemplo, que un estado permanente de felicidad es simplemente inalcanzable y nos hemos resignado a vivir como si el sufrimiento fuera algo imprescindible en la vida. Me imagino lo que debe parecerle eso a un ser cibernético e inteligente recién surgido y no encuentro como respuesta más que el asombro y el rechazo. El ser humano necesita espejos en los que mirarse, porque como decía Sartre, “el infierno son los otros”, los que me hacen medirme y compararme, los que me indican quién soy y en qué parámetros debo moverme para dejar de ser yo. Creo que hay un cierto sector de lectores a los que les interesan estos planteamientos, que no son triviales porque nos obligan a sumergirnos en aguas profundas no aptas para todo tipo de navegantes. Y de ahí surge la empatía, es una empatía con nosotros mismos.

También se ha teorizado que el cíborg y el androide son no solo una representación de los miedos, ansiedades y (re)presiones de la sociedad actual, sino que entroncan con la visión que el sujeto tiene de sí mismo como un ser a caballo entre biología y mecanismo, entre la biología y la bioingeniería. ¿Crees que tus creaciones se orientan más a representar a esos sujetos escindidos, o que se prioriza en ellas la visión aciaga de la tecnología que tenemos en el presente?

Este es un tema que me interesa especialmente, porque parece que lo que ven muchas personas cuando observan a un androide, es lo que quedaría del ser humano si se le arrebatase su humanidad (sea eso lo que sea). En el caso del cíborg es algo parecido, ya que, en el imaginario colectivo, la incorporación de prótesis al cuerpo supone una fusión humano-máquina que necesariamente dará como resultado esa pérdida de humanidad, un proceso de “maquinización” contra natura (ese es otro temazo, la adoración a la naturaleza como fuente de valores éticos). Los humanos nos percibimos como superiores a las máquinas porque tenemos “algo más” que ellas.

Bueno, pues mi visión sobre el asunto es muy particular y bastante impopular, creo; el ser humano es una máquina biológica. En el amplio sentido de la palabra, de ambas palabras. Tenemos una programación, exactamente igual que los androides, y nos resulta igual de difícil saltárnosla. Creemos tener libre albedrío, pero en realidad no decidimos nada, ni siquiera cuando creemos que estamos decidiendo, porque nuestras acciones son el resultado de un bagaje obtenido mediante respuestas automáticas ejecutadas a través de esa programación básica. Ni siquiera elegimos qué cosas nos gustan. Nada. Solo observándonos a nosotros mismos podríamos encontrar las claves de nuestra programación. Pero eso es muy complicado.

Creo que mis creaciones van más en el sentido de cuestionar esa humanidad autocomplaciente que se percibe como superior en base a su biología, cuando la realidad es que la biología misma es quien la limita y le impide ser libre. Las descargas hormonales modulan en gran medida nuestro comportamiento, pero nosotros ensalzamos las reacciones emocionales como señas de identidad de “lo humano”. Es por eso que vemos la tecnología como una amenaza que pretende “invadirnos” y arrebatarnos lo que consideramos más preciado.

Uno de los problemas a los que parecen abocarnos los monstruos es que mezclan categorías aparentemente imposibles de fusionar, como ser humano y máquina. En esta fusión entre ambos, lo ominoso, lo terrorífico, es la atroz inteligencia que muestran. ¿Crees que lo que nos da miedo de las IAs es, precisamente, que puedan hacer a los seres humanos lo que ellos han hecho a mujeres, comunidad LGTBIQ+ u otros colectivos? ¿Crees que, precisamente, nos da miedo su lado más humano?

Creo que, en parte, ya he respondido a esto en la anterior pregunta. Lo que nos da más miedo de la fusión con las máquinas es el perder nuestra humanidad por el camino. Es curioso, porque si te pones a preguntarle a la gente en qué consiste esa “humanidad” que reivindican, no sabrán responderte; pero se saben diferentes a cualquier otro tipo de inteligencia. Eso, si lo pensamos un poco, no es muy diferente a quienes piensan que son mejores por el color de su piel, o por su género, o incluso por sus creencias. Es el principio mismo de separación entre lo que es uno y lo que es “el otro”, es la manera natural que tenemos de observar el mundo.

Hay un miedo inherente a las inteligencias artificiales, que no es más que el miedo atávico a lo diferente. Los humanos necesitamos apreciar similitud para sentir empatía, es el motivo por el cual empatizamos mucho más con los mamíferos que con los insectos, por ejemplo. En este sentido, las inteligencias artificiales nos son tan ajenas como los extraterrestres, y es cierto que puede surgir el miedo, en ambos casos, a ser sometidos por seres más inteligentes que nosotros. Pero no es un miedo muy diferente al que debieron sentir tantos y tantos pueblos que fueron dominados y absorbidos por imperios. Otra cosa muy diferente es la propia pérdida de la identidad como resultado de una colonización exógena; nos resulta mucho más turbio el escenario en el que una especie extraterrestre nos invada corporalmente y se haga con nuestro control mental que la típica invasión de tropas espaciales, que puede resultar más o menos dura, pero que sabemos responder con soluciones militares. Es, repito, la pérdida de la identidad lo que nos da pánico.

En el caso de las inteligencias artificiales, creo que hay además un elemento extra; nosotros seremos sus creadores, lo cual lastra cualquier relación que establezcamos con ellas, porque de entrada presuponemos (y cientos de obras de ciencia ficción así lo prueban) que esa relación debe ser de servidumbre. Lo hacemos con nuestros hijos e hijas, a quienes consideramos posesiones hasta que alcanzan un nivel de madurez que les permite independizarse. Solo que a nuestros hijos e hijas los amamos. Las inteligencias artificiales nacerán ya superándonos, así que la relación será mucho más complicada.

Y, por último, sobre lo de si nos da miedo su lado más humano, lo cierto es que nunca lo había pensado, pero también puede ser; es posible que descubrir unas IAs con las que consigamos empatizar pero que tengan un sistema de valores muy diferente al nuestro, sea problemático. Sí, sé que suena raro hablar de “sistema de valores” refiriéndose a una inteligencia artificial, pero eso es algo que le presupongo a cualquier ser inteligente y autoconsciente. O incluso, puede resultar problemático el simple hecho de reconocer algo de esa “sagrada humanidad” en ellas, porque entonces se derrumbaría nuestra concepción de lo que significa ser humano. En cualquier caso, me atrevo a vaticinar que el advenimiento, de producirse, no será nada sencillo, porque si hay algo que no acepta el ser humano con facilidad es el cambio, y menos uno que ponga en tela de juicio el lugar privilegiado que se autoconcede en la creación.

Ciencia y ciencia ficción

Desde fuera, parece que tu formación como astrofísica atraviesa transversalmente tus textos literarios. ¿Hasta qué punto dirías que es así? ¿Cuánta importancia le das a la parte “científica” dentro de la ciencia ficción?

Eso es así por completo. Si no tuviera formación científica, no creo que escribiera ciencia ficción. No digo que no se pueda hacer, hay muchísima gente que lo hace y lo hace muy bien, pero no creo que yo lo hiciera. Pongo ciencia, o al menos la intento poner, en todo lo que escribo, lo cual no implica necesariamente hablar de aparatos tecnológicos o leyes de la física, sino que para mí es importante que mis textos sean al menos plausibles desde el punto de vista científico. Que no violen leyes científicas de manera flagrante. Por ese mismo motivo, no suelo meterme en muchas profundidades; crear un mundo con esas características no es una tarea fácil, requiere de un proceso de documentación muy laborioso, y no siempre tengo paciencia más que para rozar la superficie.

En este contexto, la importancia que yo le doy a la parte de la ciencia dentro de la ciencia ficción, es mucha. No necesito textos que sean inteligibles solo para unos pocos, pero sí soy una lectora exigente con las historias que pretenden ser creíbles desde el punto de vista científico.

Generalmente, la ciencia ficción explora la respuesta humana ante cambios o desarrollos científicos. ¿Crees que se puede decir que la ciencia ficción emana de la ciencia?

En su vertiente original, sin duda. Pero esa concepción ha evolucionado y hoy en día la ciencia ficción abarca también disciplinas humanistas, y lo hace además con gran rigor en muchas ocasiones. Tal como yo lo veo, la principal característica de la ciencia ficción es la especulación, y esta puede partir de diferentes disciplinas. La especulación social, política o histórica pueden dar lugar (y ya lo ha hecho) a grandes obras que se pueden enmarcar dentro del género de la ciencia ficción siempre que, y recalco que esto es una concepción personal mía, sean rigurosas respecto a sus correspondientes disciplinas. Es por eso que obras como 1984, Walden Dos o El cuento de la criada entran de lleno en el terreno de la ciencia ficción. Creo que, en resumen, se podría decir que sí, que la ciencia ficción emana de la ciencia también hoy, siempre que ese concepto de ciencia no abarque solo a las ciencias exactas. Si despojas a la ciencia ficción de esa característica, entonces se transforma en fantasía.  

En textos como 36 se exploran cuestiones científicas enormemente complejas. Desde una perspectiva docente ¿crees que la ciencia ficción tiene utilidad pedagógica? ¿Podrían usarse lecturas de ciencia ficción para hablar de ciencia? ¿O suena utópico decir eso?

No solo es que tenga utilidad pedagógica, es que la ciencia ficción tiene un potencial increíble como herramienta para la enseñanza, como así lo demostró el profesor universitario Sergio Palacios, que durante diez años impartió en la Universidad de Oviedo la asignatura “Física en la ciencia ficción”, en la que utilizaba el cine, los cómics y la literatura de ciencia ficción para enseñar física a su alumnado.

La manera de aprovechar esta herramienta es muy clara; hay obras de ciencia ficción plagadas de errores científicos o inexactitudes que pueden ser analizados en el aula. Este formato se me antoja perfecto para aplicarlo sobre obras audiovisuales, ya que ese lenguaje inmediato lo maneja muy bien la gente joven, tan acostumbrada a consumir series y películas. Trasladar la ciencia a un terreno que le resulte atractivo al alumnado siempre es una apuesta ganadora.

Portada de 36. Fuente: Editorial Cerbero.

Pero hay problemas para llevarlo a la práctica, por desgracia; el principal, el tiempo. Los programas curriculares son muy extensos, al menos en educación secundaria, y un aprendizaje como el que planteo requeriría un tiempo del que, por norma general, no se dispone. Es muy triste decirlo, pero el sistema educativo no está basado en el aprendizaje por descubrimiento, porque requiere una estrategia reflexiva que no es compatible, como he dicho, con el currículo. Yo lo he llevado puntualmente a las aulas, planteando alguna actividad de indagación sobre secuencias seleccionadas de películas, pero no he pasado de eso. Y sí, me encantaría hacerlo de una manera más amplia.

Se ha hablado desde varios puntos de vista de la “trascendencia tecnológica” del sujeto. La capacidad de proyectar nuestra conciencia (término ambiguo) a la nube ofrece posibilidades tan interesantes como terroríficas. ¿Crees que la sociedad se está dejando seducir por estas actualizaciones del mito de la vida eterna? ¿Miramos la trascendencia con una perspectiva evocadora y romántica?

En primer lugar, habría que precisar a qué nos referimos con “trascendencia”. Si utilizamos el término para hablar de la victoria sobre la muerte, bueno, es posible que como sociedad sí nos estemos dejando seducir por esa idea, pero yo no lo llamaría “mito”. Es una demanda muy antigua del ser humano que la ciencia lleva tiempo persiguiendo, y, de hecho, la esperanza de vida de la especie no deja de aumentar gracias a los descubrimientos científicos. Creo que, a medida que las técnicas reparadoras y las modificaciones genéticas sigan su curso, la esperanza de vida humana se puede disparar, aunque no sé si la vida eterna llegará a estar a nuestro alcance. La primera pregunta es; ¿sería eso trascender? Y mi respuesta es; no, la trascendencia tiene más que ver con dejar atrás al ser humano miedoso y biológico que somos, pero eso ya nos metería de lleno en el tema del transhumanismo. Pero la segunda pregunta podría ser; ¿realmente queremos la vida eterna? Y mi intuición me dice que tampoco; lo que queremos es no morir, tememos a ese instante en el que desaparecemos, pero poca gente creo que haya reflexionado en serio lo que supondría una verdadera vida eterna.

Sobre la capacidad de proyectar, almacenar o depositar nuestra consciencia en un soporte artificial y perdurar así en el tiempo, creo que hay un error de base; nadie podría hacer eso y seguir siendo la misma persona. Nos imaginamos como una consciencia digital siendo exactamente igual que éramos antes, pero lo que éramos lo éramos también gracias a nuestro soporte corporal. El comportamiento humano está regido en gran medida por una compleja acción de hormonas que nos regula de una manera mucho más directa de lo que la mayoría quiere reconocer. Tendemos a olvidar que somos máquinas biológicas y que nuestra biología modula todo lo que hacemos, así que difícilmente podremos ser las mismas personas sin ese soporte. Por lo tanto, y aquí está el verdadero meollo de la cuestión, solo asumiendo que vamos a ser seres diferentes, que vamos a evolucionar de algún modo al desprendernos de nuestro cuerpo, podríamos volcar nuestra consciencia en algún sistema y no sufrir un trauma incapacitante.

¿Querría la gente trascender en estas condiciones? No lo tengo yo tan claro. Lo que sí tengo claro es que quienes contemplan la vida eterna de la manera romantizada que comentas, seguramente no han reflexionado sobre el tema lo suficiente.

En los últimos años, se ha postulado a través de las tesis de Vittorio Gallese que la literatura podría no funcionar como mímesis, tal y como sostenía Aristóteles, sino más bien como simulación. La teoría de Gallese sostiene, a través de experimentos hechos y documentados, que el ejercicio de lectura activa en el cerebro del lector o lectora las conocidas como neuronas espejo, y ello le permite conectar con los personajes. Asumiendo que esta hipótesis de Gallese puede ser más o menos cierta, ¿qué opinas de ella como científica? ¿y crees que es particularmente útil para hablar de ciencia ficción, un género que ha sido catalogado en muchas ocasiones como «no mimético» o «prospectivo»?

Sin duda, es una teoría muy interesante. Antes de responder la pregunta, aclarar que yo no soy científica, sino profesora; es cierto que tengo formación científica, pero nunca he ejercido como tal, aunque intento llevar el método científico a todos los aspectos de mi vida.

Y ahora, vamos con las neuronas espejo; sí, me parece una hipótesis mucho más razonable que la teoría mimética. El arte como catarsis tiene para mí más sentido que el arte como simple imitación. Creo que la conexión emocional con los personajes es algo que no siempre sucede, pero que cuando sucede, lo hace como consecuencia de la carga emocional previa que el autor o autora he vertido sobre ellos. Así, cuando los personajes reproducen nuestros miedos, aspiraciones e interpretaciones más profundos, sentimos empatía por ellos. Nos reconocemos en ellos, y, de alguna manera, con quien en realidad conectamos es con la persona que los ha diseñado. Los personajes literarios se convierten, de este modo, en campos de pruebas para nosotros mismos. O, mejor dicho, en un campo de minas personalizado; cuando pisamos una de esas minas, algo en nuestro interior se dispara y reconocemos esa situación como una verdad incuestionable, pero para otras personas las minas pueden estar colocadas en sitios diferentes dentro de ese campo. Hay libros que son campos plagados de minas y otros que están libres de ellas por completo, y eso depende solo de la pericia de quien escribe y de la situación personal de quien lo recibe; pero es diferente para cada persona.

Creo que esto también es aplicable a la ciencia ficción, como género literario que es. Es posible que todavía pervivan ciertos prejuicios, como la percepción de que se trata de un género “infantilizado”, en el sentido de que se queda en la simple exposición de ideas y no profundiza en los personajes, pero eso no es cierto. De hecho, la ciencia ficción cuenta con herramientas, como la misma prospección, que permiten proyectar la realidad en planos imaginarios para hurgar en nuestro interior como ningún otro género puede hacer. ¿Dónde si no se puede cambiar de cuerpo, almacenar tu identidad en un dispositivo electrónico o interaccionar con sociedades no humanas? Todas ellas, como ya he dicho antes, son maneras de explorar los límites de lo humano y, en consecuencia y como lectores individuales, de ponernos a prueba.

Cuestiones de género

En “Casas Rojas”, Noa comprendió que Silvana necesitaba ayuda para salir de la situación en la que se encontraba. ¿crees que cabe hablar de sororidad entre mujeres y ginoides?

 Claro. Sobre todo en el caso de mujeres y ginoides explotadas. La prostitución es una de las actividades que mejor dejan al descubierto al patriarcado, nada menos que el derecho de los hombres a pagar por disponer del cuerpo de las mujeres. Fíjate que el debate suele presentarse al revés en la sociedad, se habla del derecho de las mujeres a vender su cuerpo, poniendo el foco en la libertad de ellas y no en el abuso de ellos, porque así se puede vender el feminismo como un movimiento que coarta a las mujeres, mientras que ese discurso, a los puteros, los deja al margen. Todo son ventajas para el patriarcado. Una ginoide utilizada como prostituta estaría cumpliendo la función de una mujer prostituida, ¿cómo no iba a haber empatía hacia ella por parte de otras mujeres? Si a un robot se le dota de un cuerpo feminizado, normalmente es porque va a cumplir alguna tarea tradicionalmente encomendada a las mujeres; casi siempre tendrá que ver con sexualización, servicios o cuidados. Si un robot va a cumplir un servicio más genérico, entonces se le dotará con el cuerpo de un androide, porque el hombre es el “genérico” del ser humano. Pero si esos robots son además autoconscientes, la sororidad, sin duda, surgiría de manera natural entre mujeres y ginoides.

Portada de Alucinadas. Fuente: Web Grupo Lipo.

Aunque esto ya está empezando a cambiar, a menudo se considera a la ciencia ficción como un género eminentemente masculino, escrito por y para hombres. Hasta ahora, en tu trayectoria como escritora, ¿en qué medida has notado el peso de este obstáculo? 

En todo momento, aunque seguramente no como la gente espera. En el mundo de la literatura, la brecha de género (ya) no se manifiesta de una manera directa; nadie te va a decir que no te publica porque eres mujer, para ser claros, o que no selecciona tu relato, o que no te llevas un premio por ese motivo. Entre otras cosas, porque además no suele ser cierto, ya que las editoriales lo que quieren es vender libros y les da igual quién los escriba mientras se vendan. La cosa es mucho más sutil que eso y responde, principalmente, a la inercia. La ciencia ficción es un género, como bien dices, muy masculinizado, y esto hace que el canon construido a su alrededor obedezca también a valores y estereotipos muy concretos y muy masculinos. Por lo tanto, y hasta hace bien poco, si no te ceñías a ese canon, era bastante difícil entrar ahí. Podría contar innumerables anécdotas sobre esto, pero tendríamos que hacer otra entrevista.

En mi caso particular, yo empecé a ser conocida a raíz de publicar en Alucinadas, la primera antología de ciencia ficción en español escrita íntegramente por mujeres. Ahora las antologías femeninas son frecuentes, pero entonces tuvimos que escuchar de todo; señores que nos decían que los estábamos discriminando, que jamás comprarían nuestro libro, que habíamos tenido que hacer una antología propia porque no teníamos calidad para competir con hombres. De todo. Y luego está el día a día. Cuando ves que pasa el tiempo y a escritores varones los reseñan en las webs tradicionales, incluso en su primera obra publicada, mientras que a ti ni te nombran en las novedades, con premios ya a tus espaldas. Editoriales que justifican su ausencia de mujeres en el catálogo porque dicen que “publican calidad” y no se fijan en el género del autor, editores que te tratan de forma paternalista en público porque no te creen capaz de defender tus derechos, lectores que afirman que no hay escritoras de género fantástico en el país, aunque se estén llevando premios. Recuerdo, hace no tantos años, que a un periódico de tirada nacional le dio por hacer un reportaje sobre el estado actual de la ciencia ficción en España y cuáles eran sus figuras emergentes. ¿Sabes cuántas mujeres incluían? Ninguna. Cuando ya, repito, las mujeres estábamos más que presentes en el género. Y es contra esto contra lo que tenemos que luchar, una presión constante que nos invisibiliza y nos menosprecia. Muchas lo dejan por el camino, la lucha no les merece la pena, y no seré yo quien las critique. Esta es una batalla continua y nos salpica a todas, pero cada una responde como sus circunstancias le permiten.

En 2014, se inició el proyecto Alucinadas, con la intención de visibilizar a las autoras de ciencia ficción en español. Actualmente, el proyecto ya no sigue en pie porque se consideró que había cumplido el objetivo con el que nació. ¿Cómo valoras tú el aumento de visibilidad de las escritoras? Y, asumiendo que todavía no se ha alcanzado una visibilidad igual que la masculina ¿hacia dónde crees que habría que dirigir las acciones para lograrla?

El aumento de visibilidad fue brutal. Simplemente, brutal. Hubo mucha expectación y también muchas reacciones, tanto buenas como malas, alrededor del concepto “antología escrita por mujeres”. Ya lo he comentado antes, algunos señores se quejaban de que el género masculino había sido discriminado en una convocatoria a la que solo podían presentarse mujeres, fíjate tú, se ve que no tenían suficientes antologías donde solo había autores varones. Ahora sé que este tipo de hombres, en realidad, lo que no toleran es ser excluidos, cuando toda la vida se nos ha excluido de facto, en casi todo, a las mujeres, y aquí estamos. Pero también hubo un acercamiento muy bonito de muchas mujeres, sobre todo jóvenes, que venían a decir “Ah, ¿pero es que las mujeres también podemos escribir ciencia ficción?”, porque les costaba creérselo. Todas estábamos acostumbradas a los típicos nombres (Elia Barceló en España y Úrsula K. Le Guin en el exterior, básicamente) que demostraban que las mujeres podían escribir ciencia ficción, que no se trataba de una malformación en las manos o un problema genético; pero claro, eran excepciones. Así que aparecían ahí, casi como deidades inalcanzables. Por eso creo que, a partir de Alucinadas, en España (en el mundo anglosajón fue bastante antes), las mujeres tomaron “conciencia de clase literaria” y comenzaron a escribir, despojándose de sus prejuicios y sus miedos. No digo que no hubiera más mujeres escribiendo, siempre las ha habido, aunque tuvieran que publicar bajo seudónimo, pero eran ignoradas sistemáticamente. En los entornos masculinizados, o eres excepcional en lo que haces, o si eres mujer vas a ser ignorada, eso es así. No tenemos derecho a la mediocridad, como tienen ellos.

También recibimos mucha, mucha condescendencia. Y fuimos invitadas a hablar en muchas mesas redondas sobre la situación de la mujer en la literatura de género. Y eso era bueno, pero era malo también. Era bueno porque visibilizar escritoras ayudaba a otras mujeres a empezar a escribir, a entender que sí, que ellas también podían. Pero era malo porque solo hablábamos de eso. O no solo, pero sí era siempre el eje central sobre el que giraba todo lo demás. Lo pienso ahora y me doy cuenta de que llegó un momento en que en cada convención o festival literario se montaba la correspondiente mesa “de chicas”, pero a esas charlas asistían casi en exclusiva mujeres, que a la parte más clásica del mundillo le importaba muy poco lo que pudiéramos ofrecer literariamente hablando. Ellos ya tenían su propio mundillo de ciencia ficción al que no estaban dispuestos a dejar entrar a cualquiera. Así que sí, asistíamos a esos encuentros, teníamos espacio y voz, pero en realidad se hablaba poco de nuestra obra.

Creo que ahora las cosas son un poco diferentes. Han entrado fuerte muchas mujeres jóvenes y con talento que ya no permiten que se las ningunee. ¿Por dónde creo yo que deberíamos tirar ahora? De frente. Nos lo tenemos que creer. Con esto quiero decir que debemos crear nuestro propio canon y no solo ceñirnos al canon creado por los varones durante tantos siglos. No venimos a reproducir las historias que ellos cuentan, venimos a contar nuestras propias historias. Creo que no debemos seguir haciendo mesas que traten sobre las dificultades que nos encontramos para escribir, o al menos no de forma habitual, sino que debemos creernos que lo que contamos es igual de bueno que lo que cuentan ellos y montar mesas con mujeres donde nunca antes han estado; por ejemplo, sobre ciencia ficción dura, el subgénero más masculinizado. No solo hay que reivindicar igualdad, creo que también tenemos que actuar como si ya la hubiéramos conseguido. Y esto, que parece tan trivial, no lo es; hay estudios que demuestran que las mujeres sufrimos el síndrome del impostor mucho más los varones, y eso tiene que ver con una presión social de la que todavía no nos hemos desprendido.

Parece que un elemento clave de “Casas Rojas” es la entrevista entre Noa y Silvana. Aunque ese diálogo sucede fuera de cámara, es sin duda el punto clave para entender el texto. Compartir los abusos sufridos es también la piedra angular de movimientos como el #MeToo. ¿Se podría decir que escribiste “Casas Rojas” bajo la inspiración del movimiento de Tarana Burke?

No, en absoluto, no conocía ese movimiento, y tampoco creo que sea ese concepto lo que subyace tras esa escena (y digo “creo” porque una nunca puede estar segura de qué es exactamente lo que ha escrito). Noa entrevista a Silvana para conocer los puntos débiles de Gabriel, porque él la ha programado para complacerse. Esa información la utiliza luego para conseguir que las ginoides de la zona libre le muestren que son capaces de desear, experimentar y demandar otro tipo de sexo, uno que va más allá de una simple programación. Y eso es precisamente lo que rompe a Silvana, porque Gabriel vuelve tras esa experiencia y demanda de ella acciones para las que no está programada. Pero al margen de todo esto, lo que se encuentra Noa en la entrevista es a una ginoide que no es consciente de su estado de esclavitud. Este es un momento muy importante para mí, porque lo que veo en él es a tantas y tantas mujeres que creen que son libres sin serlo; a tantas y tantas prostitutas que no son conscientes de su explotación. Yo soy abolicionista, he leído bastante sobre el tema y, entre todo lo que he leído, hay testimonios de mujeres que sobrevivieron a la prostitución y que solo desde fuera se dieron cuenta del horror que habían sufrido. En cierto sentido, creo que durante ese período de sus vidas estaban programadas. 

La ciencia ficción como género 

¿Por qué la ciencia ficción? ¿Qué es lo que te atrae de ella por encima de otros géneros? ¿Te has planteado experimentar con otros como la fantasía, por ejemplo?

 Si es mi género literario favorito es por su potente capacidad de especulación. Me gusta saber cómo funciona el mundo, cuáles son las leyes naturales que lo rigen, y me gusta también llevarlas al límite y estudiar qué sucede, qué tipo de acciones nos está permitido realizar y cuáles nos ha vetado el universo. Todo ese campo de exploración, que es vasto y emocionante, lo han abordado ya muchos autores y autoras en obras de todo tipo, pero es un género que nunca caduca porque la sociedad cambia, la ciencia avanza, y todo ello se puede llevar al límite mediante la ciencia ficción. Es cierto que mis preferencias han ido siempre más hacia la ciencia ficción dura, cargada de ciencia potente y mundos tecnológicos, pero cada vez me atrapa más la especulación humanista, esos mundos distópicos y utópicos que indagan sobre los límites de la sociedad humana. En el fondo, creo que las obras que más me gustan son las que, directamente, se cuestionan la esencia misma del ser humano. Eso no lo puedes hacer desde un marco realista, porque necesitas distorsionar la realidad para encontrar esos límites.

Y sí, claro que me he planteado escribir otros géneros, y de hecho, alguna cosa he escrito. Me interesa especialmente el terror, que en realidad fue mi entrada como lectora al género fantástico, pero intuyo que no tengo las cualidades necesarias para escribir obras de terror de calidad, entre otras cosas porque no me resulta nada sencillo sentir miedo. Y lo noto cuando escribo, no “vibro” con el terror como lo hago con la ciencia ficción, es una cuestión de preferencias personales que, por otra parte, son completamente involuntarias (como casi todo lo que hacemos). La fantasía sí que no la contemplo como opción, porque lo cierto es que no me atrae nada. Es posible que mi visión sea muy sesgada (sé que lo es), pero las normas excesivamente laxas de la fantasía no van conmigo. Me explico; si me meto en un barullo argumental porque he diseñado mal la trama y puedo salir de él porque “alguien hace magia”, no me interesa. Lo siento, sé que es un déficit que tengo, pero es así. En mi favor he de decir que no dejo de intentarlo, y aunque leo poca fantasía, sí que de vez en cuando sigo dándole oportunidades a obras seleccionadas. A lo mejor algún día aprendo.

¿Qué piensas acerca del futuro de la ciencia ficción en España? ¿Eres optimista al respecto?

Desde luego que soy optimista. La ciencia ficción española está ahora mismo en un momento de expansión incuestionable. Ha pasado de ser el reducto de cuatro señores que básicamente seguían los modelos anglosajones, a ser el territorio de docena y media de personas que, al menos, están renovando el género. Y digo lo de docena y media (metafóricamente hablando, claro) porque el género fantástico, por desgracia, sigue siendo muy minoritario en este país, de modo que, aunque el fandom haya crecido de manera sostenida en los últimos años (que lo ha hecho), sigue siendo un grupo muy reducido.

Ya he contado esto en otras ocasiones, pero cuando yo empecé a leer ciencia ficción, casi no había autores españoles (no digamos ya autoras, eso sí que era ciencia ficción) en las librerías, yo los descubrí años más tarde; recuerdo con vergüenza cómo desechaba los libros cada vez que reconocía un nombre español, porque pensaba que tenían que ser malísimos, ya que la ciencia ficción era cosa “de extranjeros”. Hasta ese punto es importante la representación en todos los ámbitos, si un colectivo no está representado, de manera inconsciente asumimos que es porque los que sí lo están, merecen estarlo. El caso es que descubrí que sí, que los españoles (varones) escribían ciencia ficción, y no recuerdo cómo, pero conseguí vencer mis prejuicios y empecé a leerlos.

El siguiente paso llegó cuando, un buen día y después de haber normalizado la existencia de escritores (varones, qué malo es el masculino genérico), me descubrí de nuevo, y por exactamente los mismos motivos, descartando los libros de autoras. Sí, lo has leído bien; mi subconsciente me decía que los libros de ciencia ficción escritos por mujeres, necesariamente, tenían que ser malos. Ni qué decir tiene que, en cuanto me di cuenta (que no fue al momento), me dediqué a “desfacer el entuerto”.

Hoy en día, lo que sucede en España en el género fantástico es lo mismo que sucede en el resto del mundo, pero a una escala mucho menor; la diversidad está irrumpiendo en los anquilosados esquemas clásicos para renovar el género. Estoy segura de que este soplo de aire fresco, que tiene mucho que ver con la entrada en escena de las mujeres y que continúa con la inclusión de personas no binarias, racializadas, etc., es en realidad el aire que se escapa cuando abres una puerta que ya no puedes volver a cerrar porque no para de entrar gente por ella. Lo que sucede es un reflejo del avance social, porque a medida que los colectivos tradicionalmente silenciados empiezan a ocupar espacios, se hacen más fuertes, más confiados, y dejan de pedir permiso hasta por existir. Yo quiero escuchar esas voces, estoy bastante harta de ver el mundo a través de los ojos de señores cishetero occidentales. Y en España, esas voces están empezando a hablar.  

Parece que la ciencia ficción es un espacio privilegiado para especular con los problemas sociales y que es un género muy comprometido con su tiempo político. ¿Crees que este afán reivindicativo es esencial para la ciencia ficción? ¿O podría hacerse ciencia ficción despolitizada

No solo no se puede hacer ciencia ficción despolitizada, sino que no se puede crear ninguna obra despolitizada. Lo siento, y puede sonar demagógico, pero creo que es así. Incluso la decisión de escribir algo despolitizado, es política, porque la política habla de cómo interpretamos la estructura social, nuestro lugar en la sociedad, nuestro pacto con los demás. Decidir despolitizarse es entregar el mando del navío a otros, desentenderse de la responsabilidad del rumbo y acatar los motines que pueda haber a bordo, y todas ellas son decisiones políticas. Pero, desde luego, lo que es imposible es escribir sin ideología. Cuando un autor o autora dice que su obra no tiene ideología, lo que está diciendo es que refleja la ideología que él o ella tiene pero que no identifica como tal. Quienes compartan de manera aproximada la ideología del autor estarán de acuerdo con su afirmación, porque todo lo que allí lean lo verán como “normal”. Sin embargo, si alguien con ideología diferente lee el mismo texto, no tardará en identificar los elementos ideológicos presentes, ya que en su ideario no están normalizados. No todos los mensajes políticos son expresos o intencionados, ni muchos menos.

¿Debe la ciencia ficción mantener el afán reivindicativo mediante mensajes políticos expresos? Sin duda ninguna, bajo mi punto de vista. Ya que no hay manera de escapar de la política, ¿por qué no explorarla hasta sus últimas consecuencias? Desde luego, es mucho más honesto eso que disfrazar la obra de una supuesta imparcialidad inexistente. Por no hablar que las utopías y distopías más interesantes del género están cargadas de contenido político; y ese es precisamente su encanto.

En línea con la anterior pregunta: ¿llamarías ciencia ficción a una obra que, respetando los límites del género, no tuviese un afán reivindicativo, sino que defendiese un mensaje reaccionario? ¿Puede existir una ciencia ficción conservadora? 

Es que “reivindicativo” y “reaccionario” no tienen por qué ser excluyentes, ya que lo reaccionario también puede reivindicarse. No hay más que observar la actualidad política de nuestro país en estos momentos. Y por supuesto que los mensajes reaccionarios se pueden defender desde la ciencia ficción, se lleva haciendo desde el principio del género. Autores como Heinlein o Burroughs son buena prueba de ello, e incluso en USA existe en este momento todo un listado de libros de ciencia ficción escritos por supremacistas blancos que se mueven en una especie de mercado negro. Desde la ciencia ficción se pueden lanzar todo tipo de mensajes y explorar todo tipo de realidades, esa es una parte de su grandeza.

No obstante, yo diría que las mentalidades más abiertas y menos resistentes a los cambios son las que juegan a favor de este género literario, por su propia naturaleza. Buscar límites y explorar las consecuencias de traspasarlos es lo que mejor hace la ciencia ficción, y eso no es muy compatible con pretender que nada cambie.

¿Qué referentes citarías en la ciencia ficción actual en español? ¿A quién lee Nieves Delgado?

Lo cierto es que últimamente no leo demasiado, pero referentes en ciencia ficción española tengo unos cuantos. Citando a los que ya considero clásicos, me gusta especialmente lo que escriben Felicidad Martínez, José Antonio Cotrina y Sergio Mars, cada uno por un motivo diferente, pero hay muchos más; César Mallorquí, Elia Barceló, Rodolfo Martínez, Conchi Regueiro… yo diría que a estas alturas tenemos un buen poso. Luego hay gente que me gustaría que se prodigara mucho más en el género, como Miguel Santander, que tiene su propio ritmo pero deslumbra con cada nueva publicación, e Israel Alonso, del que leería hasta la lista de la compra. Y, por supuesto, el que considero uno de los mejores escritores de este país, Juan González Mesa, que se prodiga más en el género del terror, aunque también hace incursiones esporádicas en la ciencia ficción.

Más allá de todo esto, reconozco que lo que más me gusta en los últimos tiempos es leer autores (sobre todo autoras) emergentes, entre quienes he descubierto verdaderas joyas; Caryanna Reuven, por ejemplo, me parece una autora muy interesante y muy moderna, en el sentido de los temas que elige (muy cercanos a la ciencia ficción dura) y de cómo los desarrolla (inclusión de diversidad, enfoques diferentes…). Y luego hay obras puntuales, como “Memoria de nosotros”, de Vanesa Santiago, o “El jardín de infancia”, de Sara Sacristán, que considero verdaderas obras maestras.

Seguiré buscando.

Dentro del panorama político, ahora mismo vivimos un momento de auge del nacionalismo —incluso, en algunos casos podría hablarse de «nacionalpopulismo»—, tanto en España como en el marco internacional ¿crees que el desprestigio que ha sufrido la ciencia ficción se debe, al menos en parte, al hecho de que no contribuye a la conformación de un Estado-nación? Y, si es así ¿no cabría hablar entonces de ciencia ficción nacionalista?

¿Quién ha dicho que no contribuye a la conformación de un estado-nación? La ciencia ficción contribuye de manera muy clara a la conformación del estado-nación más amplio, el formado por la humanidad entera. Los pequeños nacionalismos han sido retratados en innumerables obras como luchas políticas o enfrentamientos de clanes, pero en no menos ocasiones la ciencia ficción ha conseguido trascender ese concepto al enfrentar a la humanidad ante un enemigo común y poderoso. Surgen entonces organismos supranacionales para abordar la amenaza, que a menudo es extraterrestre, y el sentimiento nacionalista renace envuelto en un nuevo manto, el de la supervivencia de la especie.

Entiendo, no obstante, a lo que te refieres; ese “globalismo” (podríamos llamarlo así) conduce a un hermanamiento que diluye enormemente las diferencias entre los pueblos, y, por lo tanto, las identidades nacionales. La ciencia ficción hace eso, pero también hace lo contrario; alianzas galácticas entre seres inteligentes muy diferentes que conviven más o menos en paz y que incluso colaboran en proyectos conjuntos, pero que mantienen unas sociedades divergentes. Lo cierto es que la ciencia ficción puede hacer lo que quiera, esa es parte de su grandeza.

Sobre el desprestigio histórico que ha sufrido la ciencia ficción (creo que eso está cambiando en los últimos tiempos), no me parece que tenga nada que ver con todo esto; tal como yo lo veo, es puro elitismo. La narrativa realista es la considerada “seria” por los grupos que han creado los cánones literarios, y ya sabemos cuáles son esos grupos; señores occidentales que llevan en la cima de la pirámide social desde hace siglos. Lo universal es lo que ellos cuentan, lo demás es literatura “de entretenimiento”, o “para mujeres”, o “infantil”, según les convenga. Una vez le escuché en una charla a Elia Barceló que “un hombre habla sobre su impotencia y el tema es universal, pero si a una mujer se le ocurre escribir sobre su menstruación, los señores gritan indignados que a quién le importan esas nimiedades”. Y es así.

Colaborador
Manuel Santana Hernández (Colaborador): Trabaja en la Universidad de Salamanca haciendo su tesis doctoral sobre ciencia ficción escrita en español y ha publicado artículos académicos especializados en el género. Además, es socio de Pórtico, la Asociación Española de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror y Cylcon, de la Asociación de Castilla y León de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror. Los fines de semana, juega a rol con sus amigos.
Colaborador
Irene Alegría (Colaboradora): Es graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y máster en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Actualmente, trabaja como editora y correctora de textos freelance, pero sigue dedicando parte de su tiempo libre a la investigación. Escribe por afición, aunque ninguno de sus textos se ha publicado (todavía).

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