Una lectura política de Carcoma: comerse a los ricos

Defendemos que toda creación artística es política. De manera intencional o no, de manera explícita o no, todo lo que hacemos y todo lo que creamos, y más cuando tiene una intención comunicativa o artística, contiene un mensaje político. La Fuente de Duchamp contiene varias lecturas políticas, alguna evidente (provocar a los críticos y puristas del arte) y otra mucho menos (apropiarse de la gran idea de una artista mujer y borrarla de la Historia). Goya tiene muchas lecturas políticas: desde que pintaba gracias al dinero pagado por la Familia Real, a qué le interesaba y qué pintaba cuando no dependía del dinero, a las propias pinturas negras, concebidas y ejecutadas en soledad y dolor porque no contó con unos servicios sociales eficientes que le acompañasen y le tratasen, aún a pesar de haber trabajado para la Familia Real.

Toda creación es política. Todo acto es político.

Carcoma de Layla Martínez, en su argumento, no parece una novela política. Tenemos a dos mujeres y una casa encantada. Sin embargo, contiene lecturas e interpretaciones políticas a varios niveles. Algunas más obvias, explicitadas por los personajes y por el devenir del argumento, pero otras ocultas; porque Carcoma dice muchas cosas no diciéndolas. Al contrario que muchos escritores masculinos, que afirman no introducir política en sus historias, Layla Martínez sabe que esa afirmación, no solo es una mentira de hecho, sino que es una irresponsabilidad. El autor debe ser consciente de qué traslada a las páginas, con qué elementos juegan sus historias, para poder tener control sobre el mensaje y su recepción.

Ya os lo he dicho. De esta casa no se marcha nadie. Estamos atrapadas aquí, nosotras y las sombras. Eso decía mi madre. Estamos atrapadas aquí hasta que se nos lleven, me decía. Hasta que se nos lleve quién.

Cubierta del libro: la ilustración de una casa, con un insecto gigante, como una mantis religiosa, encaramándose al tejado como un King Kong invertebrado. Una mano sostiene la casa por debajo.

Cubierta del libro, Carcoma.

Y en el ejercicio de esta consciencia, en todos estos niveles en los que la autora tiene el control total sobre lo que envía a los lectores, está la genialidad de Carcoma. Porque se deja muy poco al azar, y los mensajes y posiciones políticas inundan todas las partes de su argumento y enriquecen a sus personajes.

La política en Carcoma (y en cualquier obra en general) se puede analizar en tres niveles, por los que iremos descendiendo lentamente para profundizar en ellos.

En el primer nivel, nos encontramos las posiciones políticas que se mencionan en la novela y que afectan a los personajes y a su historia. Es un mensaje explícito, literal, que se manifiesta en lo que dicen los personajes y las voces narradoras. Qué aprecian, qué desprecian, qué encuentran tolerable e intolerable. Son ideas que se formulan claramente con palabras y que el lector recibe de manera directa.

En Carcoma, conocemos la historia de una familia. La novela nos sitúa en una casa encantada, en un pueblo, en la que viven una abuela y su nieta. La abuela, mayor y maniática, con mucha vida a la espaldas. La nieta, impulsiva, rabiosa y precaria. Entre los momentos de presente que vemos en las dos, vamos profundizando en la historia de la familia y del resto de mujeres (y hombres) que han venido antes de ellas, y qué ha sido de ellos, para así poder completar el árbol genealógico y entender el nacimiento de la casa.

Vemos rápidamente que la historia de esta familia, humilde y trabajadora, siempre ha estado ligada a otra familia del pueblo, unos caciques que siempre han aprovechado la posición y estatus que les ha dado el dinero para manejar al prójimo su antojo. Ellos le dieron trabajo (y humillaron mientras) a la abuela, a la madre y ahora a la nieta.

Las opiniones de la abuela sobre los ricos están claros: son unos parásitos frívolos, mala gente que solo sobrevive gracias al dinero. Desprecia que tengan tantos recursos mientras dejan al resto sin ellos. Los odia por todo lo que le han hecho a su familia, por todas las desgracias que han provocado y que nunca les han traído ninguna consecuencia.

Dice, en unas de sus intervenciones: «No me habría partido el lomo llevando sus bodegas por la miseria que quisieran darme mientras ellos se hinchaban a solomillos y pasteles».

Carcoma odia a los ricos, y no deja de dar razones para hacerlo.

Layla Martinez es joven, treintañera, y tiene el pelo largo, castaño y ondulado. Posa en una videollamada, en el sofá de su casa, con la cabeza apoyada en una mano.

La autora, Layla Martínez.

Su nieta, sin embargo, por muy rabiosa que esté y que entienda a su abuela, no tiene más remedio que aceptar trabajar para ellos. Es joven, no tiene estudios, no tiene especialización y vive en un pueblo pequeño sin ninguna salida laboral. ¿Qué más puede hacer? No quiere, no le gusta, pero necesita el dinero de los ricos para poder vivir.

La impotencia frente al capital, la denuncia de la precariedad de los jóvenes y sobre todo, el poder arrasador del capitalismo sobre la dignidad de las personas, es otro de los mensajes que podemos extraer de en este nivel.

La mayor parte de la novela va alternando estas dos situaciones: los ricos son crueles, son mala gente, y sus malas acciones no tienen consecuencias. No importa lo que haga la gente de una posición económica más baja, siempre están sometidas a lo que los ricos y los caciques decidan. Viven para ellos. Trabajan para ellos. Pierden su tiempo y su vida en hacer la suya un poco más cómoda.

El día que los pobres empezásemos a cobrar deudas muchos no iban a tener cochiquera en la que esconderse.

Los personajes tienen muy clara la lucha de clases y no aspiran a una ascensión social que no puede existir. El caquicismo y el dinero viejo no pueden ser conquistados por las clases humildes. La sociedad está estratificada y es inamovible. El ejemplo más directo de esta concepción aparece con la historia del abuelo, quien intentó ser como ellos. Juntó dinero, consiguió lo que interpretó como prestigio social y consiguió que esta familia le debiese favores. Sin embargo, esto no impidió que nunca lo considerasen uno de ellos. No tenía dinero viejo, no era de su clase: solo era un villano más con dinero y putas. Lo traicionaron así como pudieron y nunca lo tuvieron en consideración.

Los ricos de esta novela tienen muy claras las clases sociales y cómo funciona el ascensor social. Los pobres también. Y da igual la cantidad de dinero que se tenga, que la clase social, la élite, no es accesible para cualquiera. La inclusión de una persona nueva en una clase social superior depende del reconocimiento que te den los miembros de esta: y jamás se lo van a otorgar.

El negocio habría dado para más, pero mi padre sabía que los ricos detestan la avaricia de los pobres y sin el consentimiento de los señoritos nunca podría haber abierto. Habría bastado una mirada, un mal gesto, un comentario hecho a la persona adecuada para que la guardia civil lo cerrase y se lo llevase detenido, o para que le pegasen una paliza y lo dejasen medio muerto allí mismo.

La crítica al clasismo y al caciquismo son obvias en los pasajes en los que la abuela relata todas las veces que esa familia quiso someterlos. Considera una victoria para su dignidad todas las veces que consiguió evitarlo. Sin embargo, su nieta no tiene más opciones que trabajar para ellos y dejarse someter, humillar y perder el tiempo. No le gusta, nos dice que le repugnan, nos relata todas las fruslerías y gastos superfluos que hay en esa casa, el derroche de dinero, etc. Trabajar de por sí no es indigno: lo es someterse a sus deseos, a sus caprichos y a sus eternas tonterías; cosas que se pueden permitir porque son ellos y no ellas, los que tienen el dinero.

Cubierta del fanzine “Narcocultura: necropolítica, capitalismo gore y ultraviolencia”. Un montón de huesos y calaveras con los colores blanco, rojo y negro, formando una ilustración llena de líneas y con una composición agresiva.

Uno de los fanzines de la autora, Narcocultura.

En un nivel un poco más profundo, dejamos de fijarnos en lo que se dice en la novela y nos centramos en lo que se muestra. Hay obras que lo que dicen y lo que ocurre son cosas contradictorias; y lo que promulgan los personajes y cómo actúan no se corresponde. En Carcoma no solo no pasa esto, sino que creo que las lecturas más ricas e interesantes de la novela están en este nivel.

En ningún lugar de la sinopsis aparecen los hombres. En la novela no son personajes activos y solo aparecen en los flashbacks. Hay un mensaje tristemente atípico cuando Layla Martínez saca a los hombres de la ecuación y su novela está actuada únicamente por las mujeres.

A rasgos generales, esta obra tiene una visión muy pesimista de los hombres. Todos y cada uno de los que aparecen explotan, maltratan y anulan a las mujeres de sus vidas, y todos de maneras diferentes. En respuesta (porque los hombres, al contrario que los ricos, son castigados por sus actos) desparecen de la familia, todos y cada uno, de manera violenta. Ni las voces narradoras ni los personajes lo dicen, pero tras asistir a sus flashbacks, el lector extrae que todos los hombres de esta familia han sido machistas y explotadores de sus mujeres; y todos han pagado por su violencia con más violencia.

Ya solamente en este tema podemos extraer diferentes lecturas políticas. La más obvia es la feminista: no podemos dejar de apreciar la desconfianza y la repulsión que sienten estas mujeres por los hombres de su vida. De cómo se critica el sistema patriarcal que se empeña en colocar un hombre a cada mujer (y más de una mujer a cada hombre) como si fuesen una propiedad y un derecho para su vida. De cómo los hombres deben ser atendidos en casa para que puedan tener éxito, a costa de la salud de sus esposas. Y directamente, cómo uno de los hombres se ganaba la vida, hizo dinero y consiguió sus posesiones explotando a mujeres, a quienes dejó nada.

Los hombres cometen actos individuales, pero están insertados dentro de una sociedad patriarcal que es la que les permite comportarse así. La crítica se dirige contra estos hombres, pero no pierde en ningún momento la perspectiva de que ellos no son así por biología, la sociedad los ha hecho así.

Sentada delante de un hombre a una mesa de madera, gesticula.

La autora en una entrevista con Debats pel demà.

El acto final de la bisabuela contra su marido, la rebeldía de negarse a cuidar de él y dejarlo morir es una de las decisiones centrales de la historia de la familia, y uno de los puntos álgidos del libro. Una mujer maltratada decide terminar con su marido; meterlo en una prisión literal, cuando él había decidido encerrarla a ella en una metafórica durante años. La autora nos aporta una visión diferente de una mujer maltratada: le permite ejercer poder y no nos da la visión de que, pese a todo, sea una persona desvalida, inútil, sin agencia y que se defina por las acciones de su marido. Una mujer puede ser muchas otras cosas además de maltratada, y uno de sus grandes obstáculos para ser una persona propia e independiente es su marido. En ningún momento pone la responsabilidad de la situación sobre ella; sino sobre él. La abuela no es débil, solo tenía a un mal hombre conteniéndola.

El momento histórico en el que se desarrolla la historia también aporta mensajes velados. La abuela vivió la posguerra, y con sus menciones de pasada nos mete de lleno en otro tema completamente diferente. Lo hace en pequeñas menciones, y ninguna de las narradoras se prodiga en el tema, aunque podemos extraer varias ideas generales: vivieron la opresión, desgracia y represión fascista; y toda posición contraria o de resistencia al fascismo es la deseable.

Llegando al fondo de las interpretaciones, apenas encontramos un par de detalles más. Layla Martínez ha atado todos los cabos de la historia para que no haya ni uno suelto, para que todo esté bajo su control, y que así, todo esté orientado a mandar unos pocos pero contundentes mensajes.

En este nivel de análisis, en las cosas que se le escapan a la autora, tiene que ver con las que son en la novela. La propia construcción del mundo, el comportamiento de la ambientación y todas las cosas que existen pero no se tratan, porque son habitualmente parte de la concepción del mundo o de los prejuicios del autor, cosas que da tan por sentadas que no se para a analizar cuando tiene que escribir sobre ellas. Son las grandes convenciones sociales, las reglas de la física, el orden de las cosas.

Cubierta de Utopía no es una isla.

El anterior libro de la autora, el ensayo Utopía no es una isla.

Estamos acostumbradas a leer fantasía y ciencia ficción, géneros en los que habitualmente obras que subvierten estas condiciones, o que al menos las analizan y las destacan. Sin embargo, hay autores que siguen sin darle importancia a estos detalles, y así aparecen obras que pueden imaginan futuras colonias en Marte, pero que consideran inverosímil que su sociedad sea tan heteropatriarcal como la actual. O que fundamentan las bases de la utopía climática sin revolucionar nuestra relación con los animales y los alimentos, y cambian únicamente los medios de transporte y las fuentes de energía.

En el caso de Carcoma, encuentro dos puntos concretos en los que se manifiesta esto:

El primero, que el mundo rural y los pueblos pequeños son el ambiente del terror. Carcoma podría haberse desarrollado en una ciudad pequeña, en un ambiente menos rural, porque las dinámicas machistas y sociales podrían ser las mismas. Sin embargo, esta casa encantada pertenece a un pueblo pequeño, pero cercano a una ciudad. Como tantísima parte de la tradición literaria, en la que solo el rural crea el ambiente para el terror, y se concibe como un espacio en el que únicamente pueden ocurrir hechos oscuros, mágicos o terribles.

El segundo, íntimamente relacionado con el primero, y es la única pega que le pongo al libro: la representación del resto de habitantes del pueblo. Son personas ignorantes, miedosas, supersticiosas, tontas y toda clase de adjetivos negativos para mostrar lo mismo que tantas y tantas otras novelas han dicho: la gente de pueblo es simple, atrasada, poco moderna, cerrada a lo nuevo, hostil. Son el contrario, incluso cuando las dos protagonistas pertenecen al pueblo. Se hace una diferenciación clara de consideración entre los personajes de dentro de la casa de los de fuera. Ninguno de los elementos que forman la obra (las protagonistas, las voces narradoras, la intención explícita de la autora, la voz autorial) se plantean que el resto de habitantes del pueblo sean de otra manera.

Son el otro. Son lo hostil. Lo ignorante, lo que les tiene miedo porque no comprenden. Los que son fáciles de engañar y estafar. Los que siempre volverán a por más consejos o remedios porque son inútiles y despreciables.

Todo acto es político. Y los libros, por encima de todas las manifestaciones artísticas, contienen más mensajes que ninguna otra. Layla Martínez tenía muy claro qué mensajes quería transmitir con Carcoma y creó la novela de manera que ninguno de ellos pudiera escaparse o malinterpretarse. La riqueza de esta obra y la cantidad de interpretaciones y análisis que podemos hacer dependen directamente de este control de la autora.

Laura Huelin
Laura Huelin (Reseñas/Investigación): Licenciada en Filología harta del canon literario y los géneros sociales. Me aburren los mundos realistas y me apasiona la ciencia ficción y las clásicas. Me encanta investigar, aprender y conocer. También organizo el AnsibleFest. Twitter.

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