Ladycastle bien podría ser un retelling del mito del Rey Arturo, pero con tantas vueltas encima que solo queda en él una suerte de guiños al mismo. También podría ser un cómic feminista o… todo eso junto.
El guion pertenece a Delilah S. Dawson, escritora de sagas como Blud y Shadows; pero yo la conocí por su participación en el canon actual de Star Wars con novelas como Phasma e historias cortas como The perfect weapon o Scorched. En estas historias, Dawson creaba en muy poco espacio personajes a los que enseguida creías conocer desde más tiempo atrás. En el caso de Scorched, sirvió para presentar al personaje de Greer Sonnel, a la que posteriormente veríamos junto a Leia en Linaje.
Al guion de Dawson le acompañan las ilustraciones de Ashley A. Woods (Tomb Raider: Survivor’s Crusade, n.º 1-4), Becca Farrow (Seventh circle) y Rebecca Nalty (Bog bodies).
Pero, ¿de qué trata Ladycastle? Pues, como todo cuento de hadas que se precie, comienza con nuestra princesa cantando mientras va pasando su día a día; solo que esta princesa, Aeve, está encerrada en una torre altísima porque está maldita. Pero Aeve no se queda a languidecer, sino que entrena, hace las tareas y bueno, sobrevive sin perder mucho la cordura.
Enseguida, a través de Aeve vamos conociendo a las distintas mujeres que componen la ciudad, como son la barbera Bárbara o Valentina la modista, así como su hermana Gwyneff. La ciudad solo está compuesta por mujeres, ya que todos los hombres marcharon a luchar contra un mago y han perecido en la batalla (por ponerse chulos, básicamente), y solo Sir Riddick ha regresado para informar de ello. Ahora Mancastle (sútil) no posee rey ninguno y alguien debe reinar, así que, sin perder un segundo, es este caballero el que decide que él mismo será el rey, por ser el único hombre que queda con vida. Pero de la fuente de la plaza aparece la Dama del Lago y le entrega una espada mágica (y el trono) a la herrera de la ciudad, Merinor. Así, con esta reina improbable en una ciudad de mujeres, arranca el primer número de Ladycastle.
Cada uno de sus cuatro números tiene el foco puesto en una de las tres protagonistas: Aeve, Gwyneff y Rey Merinor (que no sea «reina» es una movida bastante curiosa), a las que introduce con una suerte de canción como si fuera efectivamente el principio de un cuento:
Érase una vez, una princesa dormía en una torre… pero no por mucho tiempo.
Érase una vez, un poderoso rey… que se sentía un fraude.
Érase una vez, un príncipe encantador que partió a una arriesgada misión… ¿o fue una princesa?
Érase una vez, un caballero negro que propuso un reto…
Y claro, no hay mito artúrico sin su caballero negro, que será el foco del cuarto y último número de Ladycastle. Porque, aunque muy de puntillas, el cómic toca varios de los elementos que más recordamos al pensar en cualquiera de las historias del Rey Arturo: la Dama del Lago, la espada mágica, la mesa redonda y el caballero negro. Todos y cada uno de ellos aparecen a lo largo de esta obra, que no deja de ser, en cierta manera, un cuento de hadas.
Ladycastle no se limita a contar una historia de forma explícita, sino que entre sus viñetas vamos conociendo a todas las mujeres que los hombres dejaron atrás cuando partieron a luchar. Todas esas mujeres condenadas al ostracismo y al olvido, como es el caso de Yanni, la esposa del carpintero que creían muerta, pero que había sido abandonada en la biblioteca porque el muy despreciable se avergonzaba de ella. Al igual que Yanni, muchas otras mujeres habían quedado apartadas de la vida pública, desde la propia princesa Aeve hasta una esclava que trabajaba con el doctor del pueblo, pero que ocultaba su aspecto por puro miedo a la violencia racista. También conoceremos a las concubinas del rey y su trágica existencia.
Refleja, sin más vueltas, cómo una sociedad que era patriarcal desaparece y es reemplazada por una sociedad matriarcal donde son ellas las que gobiernan y… bueno, hacen todo. Pero este cambio de gobierno no viene sin sus problemas. Desde que los hombres murieron por culpa de tocar la moral a un mago, la ciudad ha sido maldecida y es un foco para las criaturas y monstruos, haciendo que nuestras protagonistas no dejen de verse cara a cara con criaturas de todo tipo, como arpías u hombres lobo.
Justo es en este punto donde la Ladycastle traza su principal y mayor punto clave: la vía de los hombres no es la única. Allí donde muchas obras de ficción fallan al contar la misma historia, pero poniendo mujeres donde había hombres, la historia de Dawson pone sobre la mesa un «¿y si podemos escoger cómo hacer las cosas?». Todas habían perdido a los hombres de sus vidas por pura violencia y arrogancia, y ese mismo camino terminaría con ellas igual. Cada uno de los números sirve para avanzar en ese camino, para encontrar la forma de crear un reino funcional que administre sus recursos de forma justa y honesta.
Ladycastle es esa otra fantasía medieval que tanto necesitamos en ficción, esa vía de escape en un género hipermasculino y misógino. Lo consiga o no, tiene una clara intención feminista en los tema que presenta y en el tratamiento de sus personajes. Pone en valor que no solo las mujeres excepcionales son válidas, sino que cada una tiene sus fortalezas y debilidades, y eso está bien, es lo suyo.

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