¿Cuántas historias caben en un libro de apenas 200 páginas? Muchas, diréis, si pensamos en antologías o colecciones de relatos. ¿Pero cuántas se pueden contar paralelamente, a través de un mismo texto? ¿Puede una obra ser ciencia ficción, terror, roadtrip, onirismo, todo a la vez y, en realidad, ninguna de ellas? Hielo, de Anna Kavan, es una obra caleidoscópica, difícil de clasificar (tampoco lo necesita o, más bien, no le hace ningún bien), exigente, con múltiples lecturas y escasas concesiones.
Por alguna razón que se desconoce, los países se han sumido en una cruenta guerra mientras un muro de hielo avanza inexorablemente hacia ellos. En este contexto, el protagonista viaja de un lado a otro buscando a la mujer con la que está obsesionado, hasta dar con una especie de némesis: el custodio, un hombre de gran poder que tiene hombres bajo su mando y que controla de alguna manera algunos gobiernos.

¿Cómo hace esto el custodio? ¿Quién es? ¿Y quién es el protagonista o la mujer a la que persigue? Estas son solo algunas preguntas de todas las que nos haremos durante la lectura, que no serán pocas, y aún menos obtendrán respuesta. Hielo es un libro extraño, diría que experimental, donde el pasado se confunde con el presente y la imaginación con la realidad. Es, por tanto, una novela muy compleja, con muchas capas y lecturas, que nos dejará muchas veces con la sensación de no entender qué ocurre o hacia dónde está yendo la historia.
Aquí es donde creo que es necesario el contexto de la autora para terminar de entender lo que ocurre. Anna Kavan escribió esta novela en 1967, en plena Guerra Fría, por lo que es bastante lógico suponer que el hielo que se aproxima y que está sumiendo la Tierra en una nueva era glacial es fruto de un invierno nuclear producido por la guerra y que, a su vez, ha dado lugar a más conflictos y enfrentamientos bélicos. La humanidad se aproxima a su fin, los poderosos se agarran a las últimas briznas de poder que pueden disfrutar y los débiles sobreviven como pueden: huyen hacia zonas más cálidas o se refugian en sus casas apostando por lo que vendrá antes, el frío o los misiles.
Sin embargo, como digo, estos sucesos están de fondo en el viaje del protagonista, en la búsqueda de la mujer delgada, de cabello rubio ceniza, tímida, silenciosa, tan frágil que parece una niña. No solo es enfermiza su obsesión, sino la manera en la que describe a la mujer y las propias derivaciones que tiene. Hay momentos en la novela en los que se sale de la narración, cambia incluso el punto de vista sin ningún aviso o elemento distintivo. Solo nuestra pericia para notar que “algo no cuadra” nos alertará de que algo está ocurriendo en la imaginación del narrador. Sin embargo, por momentos parece real, sobre todo al principio, por lo que no es extraño tener la sensación de que no nos estamos enterando de nada. Pero si le damos una oportunidad, sin nos dejamos llevar por la prosa ligera y las preguntas que se nos plantean a cada página, si le dedicamos la atención que merece, pronto descubriremos el juego del protagonista y distinguiremos mejor sus juegos de engaño. Es en estos juegos donde mejor se describe la naturaleza violenta del hombre y, personalmente, donde hallamos los fragmentos más terroríficos. Más que los de la guerra y narrados con la misma frialdad que el hielo que rodea todo.
Vi que el hielo trepaba más y más, cubriendo sus rodillas y muslos; vi su boca abierta, un agujero negro en un rostro blanco, y escuché su grito, suave y agónico. No me dio ninguna pena. Más bien al contrario, sentí un placer indescriptible al verla sufrir. Rechacé mi propia brutalidad, pero ahí estaba. Tenía mis razones, aunque no eran atenuantes.
Pero hay otra lectura más. Una que, por mucho que quisiera el prologuista, no es que no se pueda obviar, es que no le acabo de ver el sentido sin ella. Y es todo lo relacionado con la relación de Anna Kavan con las drogas, relación que la llevó a la muerte un año después de publicar Hielo, por una sobredosis. En el prólogo se profundiza más en esta circunstancia y, si bien estoy de acuerdo en que no debería ser la única lectura de esta novela, me parece innegable que hay una clara alegoría entre la obsesión hombre-mujer, autora-heroína. Esto también explica la descripción onírica de algunos pasajes, la imaginación que va y viene, el huir, el volver. Hielo tiene sentido por todo lo que Kavan nos cuenta (¿nos grita?) entre líneas.
Quizá, a estas alturas de la reseña, os preguntaréis si me ha gustado o no la novela. También es difícil decirlo. Había leído opiniones muy positivas sobre la obra y la edición de Trotalibros es preciosa, pero la sinopsis, aunque no mienta, no traslada lo que vamos a encontrar realmente dentro. Seguramente esta reseña tampoco lo está haciendo. Hielo es compleja y críptica, la alegoría pesa sobre la trama y eso no es lo que te esperas encontrar cuando te hablan de un apocalipsis nuclear. Así que sí, las expectativas han jugado en contra. No obstante, dejando eso de lado, con todas esas capas, el juego del narrador no fiable, el control del ritmo, las alegorías, los puntos de vista… no se puede negar que Hielo es una novela excepcional. Y me apuesto un pelo del brazo a que gana en la relectura, sobre todo si se hace en clubes de lectura en los que compartir impresiones, ideas, o en talleres donde se profundiza en la obra y alguien que la haya estudiado te da las pistas para seguirla. Hielo es una novela para analizar, siempre va a sorprender con algo y creo que los clásicos también tienen eso.
¿La recomendaría? Pues sí. Si os gustan los retos, leer algo diferente, bucear hasta los pozos de tinta que se crean entre los párrafos y dejaros llevar sin saber a dónde, os la recomiendo. Eso sí, id con la mente abierta y sin prejuicios, porque Anna Kavan no escribió una obra al uso. Hielo se queda en tu mente, quizá porque con sus más y sus menos habla de problemas muy humanos y que siguen de actualidad: los opiáceos, la opresión sobre la mujer y la amenaza nuclear.
Si quieres estar al día de nuestras publicaciones, subscríbete a la newsletter de La Nave Invisible.
