Como a mí me conquistan rápidamente con solo mencionarme a los dragones, le eché el ojo a Los 7 hijos del dragón en cuanto Milky Way anunció su lanzamiento, hace ya varios meses. Entre la preciosa cubierta y las buenas críticas, las ganas que tenía de hincarle el diente crecieron como la espuma y me puse muy, muy pesada con el tema, hasta que por fin lo tuve en mis manos. Y qué buena compra, he de admitir.
Un placer añadido fue descubrir que pertenecía a la mangaka Ryôko Kui, que ha escrito un poco de todo, generalmente historias cortas, y en sus relatos suele rozar la fantasía, la ciencia ficción o el género sobrenatural, casi siempre en escenarios costumbristas y con un toque de humor. En España, además de la obra que nos ocupa, tenemos los dos primeros tomos de Tragones y Mazmorras, su manga serializado, también editados por Milky Way; pero aún quedan en el tintero otro par de colecciones de historias cortas, en la misma línea que Los 7 hijos del dragón, que espero que nos traigan más pronto que tarde. Para mí, esta mujer ha sido todo un descubrimiento.

Portada del tomo
Hacía mucho tiempo que no leía manga y me alegro mucho de haber regresado al género de mano de esta obra, porque me ha encantado todo lo que esperaba y más. Ya me habían hablado de su sentido del humor y me esperaba la magia y las criaturas fantásticas; pero lo que me ha pillado desprevenida (y me ha llegado de verdad al corazón) ha sido su ternura. La sensibilidad con la que Kui nos habla de temas muy humanos, tremendamente humanos, a través de dragones, sirenas o licántropos, casi como quien no quiere la cosa. Ya solo por eso, este manga me ha hecho disfrutar de cada viñeta como una enana.
Los 7 hijos del dragón es una recopilación de historias cortas (siete, para ser exactos), a modo de relatos, que tocan desde la fantasía más clásica propia de los cuentos a la fantasía urbana o el realismo mágico tan característico de la ficción japonesa. De este modo, nos encontramos «La torre del dragón», «El humilde Byakuroku» o «El dragón que amaba a los niños», que tienen una ambientación más propiamente fantástica, de corte medieval o inspirada en el Japón feudal, mientras que «El santuario de las sirenas», «Mi deidad particular», «Los lobos no mienten» y «La familia Inutani» se desarrollan en nuestro mundo y nuestra época. Si hay un denominador común que comparten todos ellos es que el elemento fantástico, sea cual sea en cada caso, está integrado con total naturalidad en la vida ordinaria.
A pesar de que a priori pueda parecer una colección demasiado ecléctica, lo cierto es que el tono y el carácter de las historias son los que cohesionan el conjunto. Kui no necesita ambientar todos sus relatos en un mismo escenario, ni siquiera en torno a una misma criatura fantástica, porque cada escenario y cada criatura aportan una reflexión y una moraleja sobre la naturaleza humana y cómo nos relacionamos entre nosotros, con la vida y con el mundo. Todas las historias siguen un esquema similar, aunque tengan sus particularidades. Y, con mucha sencillez y pequeños guiños de humor, la autora nos clava unos mensajes muy claros y bastante profundos, sin necesidad de rollos ni florituras.
Esto es especialmente potente en las primeras cuatro/cinco historias, que son las más redondas y también las que más me han emocionado a nivel personal. En las dos últimas se diluye un poco, porque «El dragón que amaba a los niños» no es tan sólida como las anteriores y «La familia Inutani» apuesta con más fuerza por el humor; pero ni siquiera ese pequeño bache en el ritmo consigue ensombrecerlas.
Aunque siempre es complicado juzgar a los personajes de historias cortas, todos los protagonistas de Los 7 hijos del dragón son muy entrañables y auténticos. Incluso la pobre Yukie, protagonista de «Mi deidad particular», que apenas habla en su propia historia. Destacan un poco más, sobre todo, Keita Umetani, de «Los lobos no mienten», Byakuroku o Yô, la protagonista de «El dragón que amaba a los niños», porque sus personalidades y circunstancias están más perfiladas y trabajadas con mayor profundidad. De todos ellos, posiblemente Keita sea el mejor personaje de la colección, o uno de los mejores; pero él cuenta con la ventaja de que nosotros hemos seguido su historia desde que nació, porque la primera parte del relato lo narra su madre en retrospectiva. Así, no solo conocemos su mundo a través de sus ojos, lo que le permite a Kui abordar distintos ángulos de su forma de ser y de sus problemas.
Sin embargo, no me olvido de Yurka y Sannan (de «La torre del dragón»), Jun y la sirenita, Yukie y su dios pez (que me conquistó por completo) o la familia Inutani en general. Han sido excelentes conductores de los mensajes que Kui nos quería contar.

La ilustración que ocupa la cubierta entera me tiene enamorada.
Y con esto llego a la joya de la corona de este manga: las temáticas que trata y cómo las trata. Enemigos que se unen ante las adversidades, por un objetivo común; la otredad y nuestra forma de encarar a quienes son diferentes; el peso de las expectativas, ajenas y propias, y la importancia de ser más flexibles; el amor paterno-filial frente a la enfermedad, la ruina o la pérdida; el aprender a valorarnos a nosotros mismos y a nuestras habilidades, aunque nos parezcan una birria… Siempre con un toque de optimismo, de «mañana será otro día», que nos recuerda que, aunque las cosas no siempre salgan como esperamos, con un cambio de perspectiva podemos ver los obstáculos como oportunidades para aprender y avanzar.
Quiero hacer especial hincapié en la forma en que Kui ha tratado la licantropía (o WWS, Síndrome del Hombre Lobo) en «Los lobos no mienten», porque me ha parecido muy original. No solo la presenta con la misma naturalidad que si fuese cualquier enfermedad crónica no mortal (lo que ya es un importante guiño para las personas que las sufren en su día a día), sino que además le ha dado una «estructura» muy clínica y muy similar al ciclo menstrual, con periodos de desajuste antes y después del día de la transformación por la luna llena. Es muy interesante, porque el problema no se limita a convertirse en lobo una vez al mes, sino que hay muchos inconvenientes asociados que Keita tiene que arrastrar y que afectan a su vida diaria, en el trabajo, en los estudios y en la familia. No es exactamente igual, por supuesto, pero me ha gustado ver a un personaje masculino sufrir y reflexionar sobre ciertos detalles que se asemejan a lo que vivimos las mujeres también todos los meses. Tanto si fue algo intencionado de la autora como si no, los paralelismos me han llamado mucho la atención. Y, qué demonios, los he agradecido bastante.
A nivel técnico, destaco otra vez la sencillez de Kui, tanto en el trazo como en el guion. Los 7 hijos del dragón me ha gustado mucho estéticamente, porque, aunque el dibujo sea simple, tanto la expresividad como la gestualidad están muy bien conseguidas. Y el guion me ha parecido una maravilla: las palabras justas para cerrar bien los arcos, sin enredarse y dejando que, en la mayoría de los casos (con la excepción de «Los lobos no mienten»), el peso narrativo recaiga en los mensajes, más que en los personajes o la trama en sí. Se lee de una sentada.
En definitiva, es una colección agradable y amable, pero sin caer en la ñoñería, que te tiene con la sonrisa en la boca de principio a fin y te deja una sensación de calidez al terminar. Si eres más sensible, lo mismo hasta te arranca una lagrimilla. Yo lloré. Vaya que si lloré. Por eso no me arrepiento de la notaza que le pongo.
