Nona la Novena: Capítulo 2

Gracias a Nova os traemos el capítulo 2 de Nona la Novena, de Tamsyn Muir y con traducción de David Tejera, que se publicará el próximo 22 de septiembre. Podéis leer el primer capítulo aquí.

En el centro de la imagen aparece una mujer de aspecto poderoso, como si fuera una hechicera. Está sonriendo y lleva una larga trenza a un lado. Tras ella se ve un perro blanco y varios esqueletos, diseminados sobre las dunas de un desierto.
Cubierta de Nona la Novena para su edición española publicada por Nova.

Nona, la Novena

2

Pyrrha trabajaba para Nona, Camilla cuidaba de Nona y Palamedes enseñaba a Nona, y todo eso teniendo en cuenta que no era solo una persona, sino una de dos personas, lo más seguro. Nona tampoco sabía cuáles eran sus posibles nombres. Palamedes decía que aquella información podía llegar a confundirla. Una de las razones por las que la habían llamado Nona era porque lo primero que había dicho al salvarla y traerla a aquel lugar había sido: «No, no». «Nono» había terminado por convertirse en «Nona», «Nona» significaba «Nueve», y el nueve era un número muy importante.

Lo que sí que sabía era que su cuerpo pertenecía a una de esas dos personas que era ella, y también que estaba interesada en su cuerpo. Cuando se miraba al espejo veía que tenía la piel del color de un cartón de huevos, y los ojos del color de los huevos revueltos, y el pelo del tono de la superficie quemada de la sartén. Es más, Nona pensaba que era guapísima. Tenía un rostro enjuto y complicado, y una boca que parecía idónea para la tristeza y el descontento; pero también tenía unos dientes blancos y bonitos en una sonrisa que parecía afligida por muy contenta que estuviese, y unas cejas negras y arqueadas que transmitían la idea de que siempre estaba a punto de preguntar algo. Nona seguía hablando consigo misma frente al espejo. Cuando no había pasado mucho tiempo desde su nacimiento y era menos consciente de sí misma, a veces apoyaba la cabeza en el espejo e intentaba cruzarlo para tocar su reflejo. En una ocasión, Camilla la había pillado dándole un beso, y luego se había puesto a escribir seis páginas de notas al respecto, lo que a Nona le había resultado humillante. Ya era difícil que no le permitiesen tener ni un solo secreto para encima tener que sufrir que escribiesen un libro sobre sus intimidades cada vez que le pillaban una.

Si Camilla tenía seis páginas enteras escritas sobre ese beso a sí misma, seguro que tendría unas veinte sobre los ojos. Los ojos color huevo de Nona pertenecían a la otra persona, a la otra joven; así era como funcionaban los cuerpos de todas, no solo el suyo. Los cuatro pares de ojos pertenecían a otra persona. Los castaños oscuros de Pyrrha eran de ese mejor amigo suyo que había muerto, y los ojos grises claros de Camilla seguro que eran los de Palamedes, y viceversa con los iris de color invernal que tenía él. Los ojos de Nona eran de un dorado oscuro y cálido, como el color del cielo a mediodía, o al menos del color que el cielo había tenido a mediodía.

—Los ojos son un obsequio póstumo —le había explicado Palamedes—. Cuando te entregas a otra persona, su alma se refleja en la tuya a través del color de los ojos. Por ese motivo, nunca volverás a ver cómo te miro desde el rostro de Camilla con mis propios ojos.

—¿Eso significa que hay alguien dentro de mí? O sea…, ¿yo soy ese alguien?

Aquel asunto solía sumir a Nona en la más terrible de las confusiones.

—Tal vez sí, Nona. O tal vez no. Los ojos también pueden ser indicativo de que alguien está dentro del cuerpo de otra persona de manera temporal. Tus ojos ambarinos podrían significar que eres como Camilla y como yo, o algo del todo diferente. Lo que sí puedo confirmar es que pareces haber sufrido una gran… conmoción.

—Puede que solo haya perdido la memoria —apostilló Nona, dubitativa.

—Podría ser —convino Palamedes, no demasiado convencido.

A Nona no le importaba de quién fuesen los ojos, pero sí que era un tanto vanidosa y que le gustaba estar guapa. No tardó en descubrir que había más personas que la consideraban guapa. Una vez, mucho tiempo antes, mientras hacía cola para comprar detergente y Camilla había ido a coger algo de lo que se habían olvidado, la persona que estaba detrás de ella en la cola le había dicho:

—Oye, guapa, ¿dónde has estado durante toda mi vida?

Y se había reído mucho cuando Nona le había respondido con sinceridad que lo cierto era que no lo sabía. Después se le había acercado demasiado y le había tocado la cadera, por la parte por la que se metía la camisa en el pantalón. La tienda estaba llena de gente, gran parte de la cual esperaba para comprar, los pasillos estaban llenos a rebosar de cosas y había gente que cobraba para vigilar que nadie robase nada, por lo que el lugar estaba lleno. Nadie les había prestado atención.

Cuando Camilla volvió, aquella persona aún seguía intentando hablar con ella, y Nona tuvo que traducirle a Camilla lo que le decía, y Camilla miró a esa persona fijamente a los ojos y tocó con naturalidad la empuñadura del cuchillo que llevaba metido en la cintura del pantalón, y luego la persona se había vuelto a colocar bien en la fila.

—Si alguien vuelve a tocarte, alguien que no sea Pyrrha, Palamedes o yo, márchate —le había dicho Camilla después—. Márchate y búscanos a cualquiera de nosotros. No sabes qué intenciones alberga alguien así.

—Quería verme desnuda —dijo Nona—. Era algo sexual.

Camilla hizo un ruido con la boca, fingió que era una tos y luego se bebió un vaso de agua de un trago. Después del vaso de agua, dijo:

—¿Cómo lo sabes?

—Porque me miraba como mira la gente cuando quiere verte desnuda y es algo sexual —respondió Nona—. No me importa.

Un momento después, Camilla le había dicho que no era buena idea que la gente a la que no conocía la viese desnuda. Ni tampoco lo era fomentar las cosas sexuales. Dijo que descartase por completo las cosas sexuales, que ya había bastantes problemas en el mundo. Camilla le aseguró que ya había sido bastante terrible tener que ayudar a Nona en el baño al principio. También escribió muchas notas al respecto.

Eso había ocurrido después de que aprendiese a hablar, pero antes de convertirse en un miembro útil de la sociedad. Al principio le resultaba muy difícil vivir con Pyrrha, Palamedes y Camilla, ya que sentía que no aportaba nada. Ellos trabajaban muy duro para ella. Pyrrha era una estratega excelente y se le daban muy bien los trabajos manuales. Además, si la dejabas hablar durante cinco segundos era capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa, por lo que gran parte de la comida que compraban salía del dinero que Pyrrha ganaba jugando a las cartas. Lo hacía todo con lo que Cam denominaba «eficiencia militar». Pyrrha también era quien había creado las palabras clave para «todo despejado» y «peligro», que cambiaban todas las semanas. Nona era la encargada de elegirlas los fines de semana, porque eso la ayudaba a recordarlas. Pyrrha también había creado palabras clave para «alguien me sigue» (lazo rojo) y «alguien está escuchando» (buñuelos). Había una hasta para «esto es un recurso importante, ayúdame a conseguirlo» (anzuelo), pero Palamedes decía que Pyrrha tenía que dejar de pensar que los cigarrillos y el whisky eran recursos importantes, por lo que llevaban mucho tiempo sin usar esa palabra clave.

Pyrrha tenía nociones de cocina, y era dura de pelar, y si la acompañabas a la azotea del edificio y colocabas una canica en una columna concreta, era capaz de cerrar los ojos, levantar el fusil y dispararle a la canica desde el otro lado de la azotea. De un tiempo a esa parte no lo hacía ni aunque Nona se lo pidiese, porque las balas estaban muy caras (aunque mucho más baratas que la carne). Sí, Pyrrha sabía ganar dinero y disparar armas de fuego. También se le daba muy bien la esgrima, pero no cogía una espada a menos que todas las cortinas estuviesen pasadas y la puerta cerrada con llave. Escondían las espadas en el fondo falso de la despensa.

A Camilla se le daba bien luchar con casi cualquier cosa, y sobre todo con los cuchillos. Su excusa para no hacer el truco de la canica con los cuchillos era: «Ni que la canica me hubiese hecho algo malo». Lo decía y luego sonreía con ese gesto leve y maravilloso. Palamedes aseguraba que era algo que decía siempre. Había pocas cosas que Camilla no fuese capaz de hacer después de dedicarle unos pocos intentos: la colada, arrancar un camión o abrir una puerta cuyas llaves no tenía, o incluso decirle al borracho del fondo del pasillo en el que vivían que a ninguna le gustaba que le pegase a su pareja, con una voz tan misteriosa que el tipo se había mudado y no se había vuelto a saber de él.

Palamedes sabía pensar. Siempre decía que ese era su truco de magia.

Pero Nona no sabía disparar, ni luchar, ni pensar. Lo único que se le daba bien era ser buena, y tampoco podía decirse que lo cumpliera siempre. Eso sí, no quería que corriese el rumor de que tenía mal genio solo porque hubiese tenido dos berrinches en toda su vida, aunque ya no los recordase. Aunque hubiese estado orgullosa de ellos, una no podía alardear de haber tenido dos berrinches. Cogía una espada todos los días hasta que las espadas habían dejado de importarle por completo, y aun así no era capaz de luchar con una, por muy grande o pequeña que fuese. Camilla había querido enseñarle, pero Pyrrha le había impedido hacerlo, ya que, de haberlo hecho, no habrían sido capaces de discernir si era algo aprendido o algo que había recordado.

Nona tampoco era capaz de hacer esos trucos prohibidos con los huesos. Palamedes era igual de hábil con esos huesos grises que Camilla con las espadas. Obligaba a Nona a cogerlos y le decía que hiciese cosas estúpidas como: «Imagina que puedes estirarlos. Estíralos ahora» o: «Imagina que puedes tocarlos por dentro, abrirlos». En vez de hacer que Nona se sintiese mal por no ser capaz de hacer ninguna de esas cosas, se limitaba a actuar como si el hecho de que no pudiese hacerlas fuera de lo más interesante.

Al principio no podía hacer muchas cosas por sí misma, pero con el tiempo había recordado cómo abotonarse las camisas, atarse las ligas, enjabonarse en el baño y servirse un vaso de agua sin que le temblasen las manos ni se le derramase. Le avergonzaba recordar lo poco que podía hacer al principio. En esos primeros días se había sentido muy frustrada. Pero ahora podía hacerlo casi todo. Sabía las cosas importantes, como qué esperar y qué no esperar en diferentes momentos del día, y también que las orejas de los demás no eran tan interesantes como para meterles los dedos. En esos primeros días, Palamedes, Camilla y Pyrrha la miraban a menudo con un estupor fruto del desconcierto; ahora estaban desconcertados, pero no había nada de estupor, y Nona los hacía reír muchas veces.

Y ahora la tocaban, a menudo sin que ella lo pidiera. Pyrrha la abrazaba con fuerza y de repente o la cogía con esos brazos recios y fibrosos para luego dejarla en el sofá. Palamedes la arropaba cuando se iba a la cama y le metía las esquinas de la manta por debajo del cuerpo. Si Nona rozaba sin querer la mano de Camilla cuando caminaban por la calle, ella se la cogía. Nona no entendía por qué los demás podían seguir con sus vidas tocándose solo cuando era necesario. Cuando Nona había preguntado por qué no lo hacían siempre, Camilla le había respondido que todos estaban muy ocupados.

Ahora Nona podía hacer las cosas más básicas, pero aún había muy pocas que se le diesen bien. A Nona se le daba bien:

  1. Tocar
  2. Secar la vajilla
  3. Pasar la mano por la alfombra de corcho para quitarle todos los pelos que tuviese encima
  4. Dormir de todas las formas y en todas las posturas habidas y por haber
  5. Y hablar cualquier idioma en el que se le hablase a ella, solo en persona, para ser capaz de ver el rostro, los ojos y los labios de su interlocutor

Palamedes y Camilla solo sabían hablar un idioma, y Pyrrha hablaba ese mismo, un poco de otros dos y un poco menos de otros cinco. El idioma que los tres hablaban con fluidez era el que la gente usaba para las transacciones comerciales, por lo que era normal usarlo, aunque no le gustaba demasiado porque era el mismo que usaba la gente horrible. Aun así, no siempre alcanzaban a entender del todo el dialecto que se hablaba en la ciudad. Y la pronunciación era extraña. Nona entendía a todo el mundo, y respondía de una manera que todos comprendían sin problema. Nadie le había dicho jamás que tuviese acento. Aquello confundía a Palamedes. La primera vez que le había dicho que podía responder después de ver cómo hablaban e imitar el movimiento de sus labios, Palamedes se había quedado tan confundido que Camilla había sufrido un terrible dolor de cabeza.

Había tantos idiomas y dialectos diferentes porque había muchos refugiados de otros planetas, y también por culpa de los reasentamientos. Nona sabía lo que eran los reasentamientos porque era de lo que más hablaba la gente en las colas. También sabía que cuando le hablabas a alguien en su idioma, dicha persona se mostraba muy simpática contigo y daba por hecho que tú venías del mismo lugar que ella y que habías pasado por las mismas penalidades, lo que ayudaba mucho con las relaciones. Muchos sospechaban de los demás, porque querían un buen reasentamiento y temían que otras personas les consiguiesen un mal reasentamiento. Eran muchos los que habían sufrido al menos uno malo a aquellas alturas. Todos estaban hacinados en uno de los tres planetas, y todos estaban de acuerdo en que aquel era sin duda el peor, aunque eso siempre hacía que Nona se pusiese de parte del planeta y se sintiese ofendida.

Vivía con Camilla, Palamedes y Pyrrha en el trigésimo piso de un edificio en el que casi todos eran infelices, en una ciudad en la que casi todos eran infelices y en un mundo en el que todos decían que podrían escapar de los zombis, pero no para siempre.

Estaba prohibido pronunciar las palabras «zombis», «nigromantes» o «nigromancia» fuera de su casa; y dentro también, en realidad. Nona preguntó que, si hablaban de cualquier tema, por qué no podían pronunciar esas palabras, y Palamedes le había asegurado que lo hacían por superstición con las dos últimas y por indignación con la primera, algo que Nona no alcanzaba a entender del todo. Y así había sido durante toda su vida, una vida que cumpliría seis meses la semana siguiente. Pyrrha le había dicho que los llevaría a todos a un viaje de cumpleaños a la playa para celebrarlo (eso, si nadie se había puesto a montar un mortero en el lugar).

Nona estaba muy agradecida por haber vivido aquellos seis meses. Tanto, que le parecía egoísta dar por hecho que disfrutaría de muchos más.

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