Autistas esisten o el fascinante (no) proceso de buscar ficción especulativa autista

Me vais a perdonar, pero en este artículo ni siquiera voy a intentar decir que no estoy hablando de mí. Normalmente intento usar por lo menos el plural mayestático o esconderme detrás de un narrador borde, pero esta vez creo que es importante que me escuchéis a mí. No porque yo sea especialmente importante, sino porque precisamente en este tema nos faltan primeras personas.

Hola, me llamo Andrea, soy autista desde siempre, pero hace solo un año y medio que lo sé. Como buena persona con tendencia a somatizar, hice todo lo posible por no buscar nada sobre el autismo mientras duró el diagnóstico, para evitar sugestionarme a mí misma. Para que os hagáis a la idea, la primera vez que me dijeron que a lo mejor era autista, me pidieron que explicara lo que era y fui incapaz. Yo, la de la enciclopedia en la cabeza, me quedé en blanco. Lo único que se repetía dentro de mi cabeza una y otra vez era «Pero si yo no soy Sheldon Cooper». Venga, va, os dejo que os riais un poquito de mi yo del pasado.

Sheldon Cooper o el personaje de mis desvelos.

Por eso, meses después, cuando llegó el verdadero diagnóstico y se acabaron las pruebas y la espera (os juro que esperé tanto que se me olvidó que las pruebas tenían un final), yo seguía anclada en la fase de «Pero si yo no soy Sheldon Cooper». Hay gente a la que el diagnóstico le alivia, sobre todo en la adultez, cuando llevas toda tu vida sintiendo que hay algo que no encaja; a mí lo que me dio fue una sensación de vértigo tremenda y un ruido blanco como el de una tele de esas sin sintonizar.

Vacío, en un primer momento solo hubo vacío. Estuve un par de días así, mirando el techo, llorando como una magdalena y convertida en la personificación de la tele de tubo catódico que tiene tu abuela en la salita debajo del tapete de ganchillo. No fue hasta que une buene amigue me dijo «Si quieres, te recomiendo libros» que no me di cuenta de que lo que pasaba era que estaba intentando buscar en un fichero que estaba vacío.

En mis veinticinco años de lectora intensita, nunca me había cruzado con una representación del autismo en ficción en la que cupiera alguien como yo. Alguien que no fuera el protagonista de Rainman, sino que se liara con las matemáticas y no pillara nunca del todo las fracciones. Alguien que tuviera una risa tontísima y se riera de sus propios chistes hasta llorar. Alguien que no fuera un señor cishetero blanco.

El problema con el autismo es que es un espectro (no espectro de fantasma, espectro de continuo) y eso, en una sociedad que tiende a simplificar el modelo y a replicarlo una y otra vez, es difícil de entender. Nunca voy a encontrar a una sola persona autista que sea 100 % yo y eso es bueno, pero en ese momento no lo sabía. Las personas autistas aprendemos por imitación, y yo en ese momento no tenía nada que imitar. Mi fichero sobre el autismo estaba vacío de contenido útil y lo único que había eran pelusas y una miscelánea de cacharros que alguien había metido ahí porque no sabía dónde guardarla.

La santa patrona de la representación autista, Ada Hoffman.

En parte, fue hasta buena idea que no mirara nada, porque una vez que empecé a mirar ya no pude dejar de ver. Sin ir más lejos, la novela que ganó el premio Nébula en 2004, La velocidad de la oscuridad (Ediciones B, 2005), de Elizabeth Moon, plantea un mundo en el que se ha descubierto la cura para el autismo y un pequeño grupo de autistas tiene un debate moral sobre tomarla o no. El resultado final (y ya lo siento por el spoiler) es que, aunque no los obligan a ello, la toman porque «el mundo está hecho para no autistas». La autora, que tiene un hijo autista, te dice de muy buenas formas que el autismo no tiene nada de malo, pero que mejor si lo quitamos de en medio.

Imaginad cómo se sentiría cualquier persona si en un momento de intentar comprenderse a sí misma en una fase de autodescubrimiento, sea cual sea, se encontrara algo así en un libro. Imaginad cómo es que en este momento de vulnerabilidad la respuesta sea «Si yo te entiendo, pero lo mejor es que seas igual que el resto y punto». A esto nos referimos cuando decimos que la representación importa, que como autores tenemos una responsabilidad sobre cómo representamos a colectivos discriminados.

Portada de la novela Failure to communicate, de Kaia Sønderby.

En estos momentos (y en cualquiera, pero especialmente en estos) vuelvo a poner mi experiencia encima de la mesa para decir que lo mejor es siempre recurrir a las propias experiencias autistas. Como en tantos otros temas de colectivos minorizados, no hay nada como las voces propias. ¿Quién mejor para mostrarte que la experiencia autista es un espectro y no algo fijo y cuadriculado? ¿Quién mejor para decirte que da igual si no cumples con los estándares de hombre blanco cishetero, porque sigues teniendo derecho a existir?

Para eso se puede recurrir a la fascinante labor de recopilación de obras con representación autista de la autora Ada Hoffman, que en su Autistic Book Party tiene recopiladas todas las reseñas de las obras con representación autista que encuentra. Hoffman, que se convirtió en una de mis personas favoritas en el momento en el que me enteré de su trabajo, tiene las obras ordenadas por nivel de recomendación, por longitud de la obra e incluso tiene etiquetado si la representación autista es explícita o no y si la autoría es de persona autista. ¿Es o no es como para hacerle la ola?

Cuando estás en este punto y tienes la lista frente a ti, lo mejor que puedes hacer es lanzarte a la piscina y bucear. Curiosear, investigar y leer, que es lo que llevas queriendo hacer todo este tiempo, pero no has podido. ¿Querías autoras y autores no binaries autistas? No te preocupes, que les vas a encontrar.

Yo ni siquiera sabía que River Solomon era neurodivergente antes de meterme a la piscina, gente. Yo no sabía que la representación autista que encontramos en En las profundidades (Crononauta, 2021, traducido por Carla Bataller Estruch) era voces propias.

También así encontré Failure to communicate, de Kaia Sønderby, o el tropo de «persona aprende a comunicarse con aliens», pero esa persona es autista y establecer comunicaciones con especies alienígenas es precisamente su trabajo. Porque, claro, a la protagonista, Xandri, se le da bien reconocer patrones, porque el cerebro autista suele tener tendencia a reconocerlos. Xandri también sufre discriminación en el mundo en el que vive, pero sus diferencias tienen un sitio. ¿Veis el cambio de enfoque respecto a La velocidad de la oscuridad?

Portada de la novela On the Edge of Gone, de Corinne Duyvis.

En el mismo tono, también me parece muy positiva la representación en la novella «This Other World», de le autore autista A. C. Buchanan, en la que la protagonista, Vonika, es una mujer menopaúsica que tiene que enfrentarse a un mundo en el que es rara, no por ser autista, sino por ser humana. En esta obra, habría sido muy fácil hacer que el conflicto fuera el hecho de que Vonika sea autista, pero no: Vonika es autista y además está en medio de un conflicto interplanetario intentando evitar una guerra.

Tenemos también A las puertas de la nada, o On the Edge of Gone (Autismo Ávila, 2018), de Corinne Duyvis, en el que el problema no es que la protagonista sea autista, sino que el mundo se va a acabar y todo el mundo está mirando por su propio culo.

Y, como estos, muchos más nombres, muchos más puntos de vista, muchos más ejemplos y, en definitiva, mucho más espectro. Tantos nombres de personas agénero, trans, racializadas, mujeres, que no me puedo plantear ponerme a leer todas sus obras. Lo cual me consuela y me anima, y con la esperanza de que consuele y anime a otra gente lo recojo en este artículo. La existencia autista es plural y diversa, somos muches y cada une tiene sus cosas, pero hay que querernos así.

Sin embargo, algo que me preocupa y que no puedo dejar pasar es el hecho de que todos estos nombres escriben en inglés, ¿dónde están les autores autistas en castellano? Tengo algunos ejemplos, pero son menos de los que me gustarían; por favor, os pido que los compartáis conmigo y con el resto de personas que se acerquen a este artículo para que podamos zambullirnos en esa piscina también y seguir buceando. Al fin y al cabo, todo esto se trataba de decir la frase: autistas esisten, autistas escriben.

Andrea Penalva
Andrea Penalva (Artículos): Escritora, traductora, correctora, filóloga inglesa y terretarian (siempre a la llum de les fogueres). Acabar cosas se le da regular, pero está doctorada en quejarse en Twitter mucho y muy fuerte.


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