Inteligencias artificiales, narrativas y hopepunk

Cuando planteé este artículo hace meses, no me imaginaba hasta dónde llegaría el asunto, ni que se extendería su uso a más campos artísticos o sus consecuencias. Así que, a la hora de sentarme a escribirlo, no sabía cómo iba a abordarlo. Y, cuando lo tenía más o menos claro, no sabía cómo hacerlo sin irme por las ramas; porque la verdad es que da muchísimo de sí.

Las IA son plataformas generativas que sacan su contenido sobre una base de datos robados, sea texto o imagen. Esto, que se ha explicado y denunciado infinidad de veces desde que empezaron a usarse, parece que no ha servido para detener la extensión de su uso más allá del usuario medio. Y, por supuesto, no pasa un día sin que las noticias o el programa de entretenimiento de turno hablen o usen este nuevo juguetito de todas las maneras posibles. Siempre con la misma sensación de ser algo flipante y revolucionario, algo que han decidido ya que nos mandará a todes a la calle, a dejarnos sin trabajo en casi todos los sectores. Y, desde hace un par de semanas o menos, tienen claro que además, nos van a aniquilar.

Más allá del capitalismo, del momento actual consecuencia de la era de la rapidez, de generar contenido a diario y en grandes cantidades y retratar a quien lo usa para ahorrar costes (¡hola, editoriales, os estoy mirando!), la cuestión es ¿por qué? ¿Por qué se ha extendido y aceptado su uso? 

Pues, más allá de la brutal campaña de marketing que tienen, se trata de narrativa. Y no me refiero al storytelling, si no a las historias que consumimos o hemos consumido. De los mensajes que nos inculcan a diario muchas veces sin darnos cuenta.

Para empezar, nadie cuenta cómo funcionan. Siempre lo venden como que son robots realmente autoconscientes e inteligentes que van aprendiendo cuanto más los uses. Que de verdad saben escribir, dibujar o traducir. Y ¡ay, si osas llevarles la contraria…!

Pero, sobre todo, la base son las historias que principalmente se han escrito sobre robots e inteligencias artificiales. ¿Por qué resulta tan atractiva la idea de una rebelión de máquinas, o que las máquinas vengan a asesinarnos? La respuesta es otra pregunta: ¿cuántas historias hay en las que ocurre esto mismo? ¿En cuántas hay robots asesinos? ¿En cuántas los seres humanos han transformado a los robots en esclavos antes de la rebelión? Que acaben o sean distópicas o apocalípticas

Me atrevería a decir que, además de muchas, una buena parte de ellas han sido escritas por señores. 

Fotograma de Terminator, la primera película. Sale un robot que es un esqueleto de metal empuñando un arma automática de gran calibre

 

Sin embargo, también creo que no son las únicas narrativas que influyen. Hay otras tantas que también nos llegan y nos afectan. De ello me he dado cuenta gracias a Rowland. Sí, le autore que acuñó el término hopepunk. Concretamente, con el segundo artículo que tradujo Laura Morán. Al releerlo, me he dado cuenta de algunas otras cosas que nos afectan. La resignación. El inmovilismo. Creo que ambos aspectos lo impregnan todo; pero lo he visto también, por supuesto, bien ejemplificado con el tema de las IA.

No dejo de ver mucho lo de «esto ha venido a quedarse», «esto es el progreso y no se puede parar». Y, con ello, llega la resignación.

En realidad ¿por qué tengo que aceptar que sea así? A veces se ha utilizado el término ludita como insulto. Pero resulta que oye, igual sí. Igual no quiero aceptar la maquinita de marras, si no reventarla.

Grabado de dos hombres destruyendo telares automáticos en una fábrica

 

Hay una parte del texto de Rowland que me hizo pensar en esto:

Ten malicia. Sé ruin. Falta al respeto. Haz pintadas en alguna casa. Cubre de plumas a tu congresista local, qué sé yo. Haz lo que tengas que hacer, mientras estés haciendo algo, mientras agarres el mundo a tu alrededor de forma real y tires de él en la dirección Ligeramente Menos Mala […] Apóyate en ella. Sé horrible con los monstruos, si eso es lo que hace falta, si no te quedan más opciones.

Y, si aún te quedan opciones, recuerda: la resistencia no violenta también surge de un lugar de rabia.

Decía hace no mucho que me iba a costar no escribir este artículo sin decir simplemente que hay que «sacar las guillotinas a la calle o quemarlo todo». Siempre intento sacar lo positivo a todo. También de forma inconsciente, que no todo tenga siempre que ver con la violencia. Pero releyendo ese fragmento pensé: joder, que coño, claro que podríamos pensar así. Claro que estamos cabreados, si es que nos están puteando, echándonos a la calle, dejándonos sin trabajo y además llamándonos elitistas en cuanto nos quejamos. De hecho, también dije hace poco que demasiado amables y civilizades estamos siendo. Y a lo mejor sí. A lo mejor estamos un poco sumidos en el inmovilismo resignado. 

Este punto daría para muchísimo. Por ejemplo, que tal vez la pandemia haya influido. Pero, sobre todo, aquí pasa exactamente lo mismo: la narrativa y lo que se vende desde el capitalismo. Desde siempre, pero creo que aún más desde hace unos pocos años, se esfuerzan más en la idea de desalentarnos. Si alzas la voz más de lo esperado te censuran; o como poco, eres una exagerada. Las huelgas no sirven de nada; si hay manifestaciones, o no se hablan de ellas o se infravaloran; y, como se te ocurra hacer una protesta relativamente «violenta» a poco más te tachan de terrorista.

O que todos los políticos son iguales ¿no? O todos los sindicatos. O todo el mundo es facha. O… 

En teoría, sabemos que no es así. Al menos, en las últimas semanas se habla de la descarada manipulación que se ejerce desde los medios de comunicación. Pero no es de ahora y creo que no se limita solo a los medios. ¿Cómo se combate contra esto? Evidentemente, es complicado. Las redes sociales también, especialmente Twitter, alimentan muchísimo la entropía de la que habla Rowland. Pero como dice elle también, para eso está el hopepunk:

No tienen nada que ver la gloria o los actos heroicos; no se trata del resultado, porque no existe el final. Siempre hay un mañana y, cuando el sol vuelva a alzarse, seguiremos teniendo una presa que contenga el agua. Por ahora. Pero la entropía existe, y las presas hay que mantenerlas, y eso es algo que debemos hacer todos, y se consigue entrelazando los brazos con el de al lado y construyendo una comunidad con una intención deliberada.

[…]

Es hacer lo que puedas hacer, aunque sea inútil: plantar semillas en medio del apocalipsis, escupirle a un incendio forestal, vaciar el océano con un cubo. Las acciones individuales son, casi siempre, inútiles. La esperanza y la fuerza vienen de nuestros vínculos con otros, de las acciones que hacemos como comunidad, de darnos las manos en la oscuridad.

Nos tenemos unes a otres. Y, lejos de lo que muchas veces se intenta vender, ni todes somos iguales y somos mejor de lo que creemos. Cualquier pequeño acto puede servir, empezando por intentar prestar más atención a esas narrativas. A qué leemos, vemos o jugamos. 

¿Os imagináis que os voy a recomendar leer? Sí, por supuesto, historias hopepunk. Siempre nos han hecho falta. Pero ahora, en los tiempos que corren, más que nunca. Aquí, en La Nave Invisible, además de poder encontrar muchas de esas historias os recuerdo que hicimos este artículo de recomendaciones a final del año pasado. Pero me gustaría cerrar el artículo con una más. 

Ya en ese artículo os recomendé a Chambers y en El largo viaje a un pequeño planeta iracundo tenéis un ejemplo de una IA sintiente sobre la que se indaga más en su continuación, Una órbita cerrada y compartida. Pero quiero ahora hablaros de Monje y Robot, de la misma autora.

Llevo algo más de la mitad leído y me parece suficiente para recomendaroslo. Especialmente, quería destacar este diálogo entre Onfalina y Dex que creo que viene muy al pelo. 

—Es que… no me parece correcto. Se… se supone que no debes hacer mi trabajo por mí. Me parece mal.

—Pero ¿por qué? —El robot parpadeó—. Ah. ¿Por las fábricas?

Dex bajó la vista al suelo con incomodidad, avergonzade de un pasado que nunca había presenciado.

Onfalina se cruzó de brazos.

—Si tuvieras une amigue más alte que tú y no pudieras alcanzar una cosa, ¿dejarías que ese amigue te ayudara?

—Sí, pero…

—¿Pero? ¿Por qué esto es diferente?

—Lo… lo es. Mis amigues no son robots.

El robot caviló sobre aquello.

—Así que me ves más como una persona que como un objeto, aunque sea una concepción muy, muy errónea, pero ¿no me puedes ver como a une amigue, aunque quiera serlo?

Dex no supo cómo responder.

Onfalina echó la cabeza hacia atrás y profirió un suspiro de exasperación.

—Hermane Dex, ¿se te ha ocurrido que quizá yo quiera arreglar esto? ¿Que, en el fondo, tengo ganas de llevarte al sitio al que vas, no por caridad ni obligación, sino porque me interesa?

—Pues…

Onfalina posó la mano libre en el hombro de Dex.

—Agradezco la intención. De verdad. Pero, si no quieres violar mi libre albedrío, déjame tener libre albedrío. Quiero cargar con el tanque.

A diferencia de Rowland, me gusta ser más optimista y pensar que, al final, en algún momento, tendremos un mundo mucho más tranquilo, aunque no sea utópico.

Si os traigo este fragmento y a Chambers es porque, además del hopepunk, necesitamos también de gente que sea capaz de escribir historias que nos muestren ese futuro. Esa esperanza de que podemos hacerlo muchísimo mejor. Que la solución no pase por la extinción de nuestra especie o la destrucción del planeta. O de que vivamos o sobrevivamos de conflicto en conflicto. Que no siempre sea vivir en un mundo que tengamos que reconstruir.

Monje y Robot es un ejemplo de ese mundo pero también plantea (como se ve en este diálogo) otra idea diferente para lo que puede ser un robot. Como creadora, siempre he pensado que, para mí, la tecnología sería realmente un avance que nos ayude y nos aporte. Ciertamente, nunca he planteado a androides o robots como seres autoconscientes, pero tampoco se me había ocurrido que pudieran ser compañeres. Amigues. Supongo que esto es exactamente lo mismo de lo que he estado hablando en este artículo. De las narrativas que he consumido y de nuestra conciencia colectiva. 

De que siempre nos quedará mucho por leer y por aprender.

Elena M. Pacheco
Elena M. Pacheco (Artículos/Reseñas): Historiadora del arte, ilustradora y escritora. Lee y escribe desde que era pequeña, empezando a publicar fanfics y luego sus historietas cortos en sus diferentes blogs, que recopiló y autopublicó en una antología llamada Fragmentos. Llegó al mundo de la fantasía de la mano de La historia interminable y los videojuegos. Tiene un relato publicado (Ojos desde el cementerio) en la antología La otra fantasía medieval. En los últimos años ha recuperado la pasión y el gusto por el dibujo y la ilustración. Además de colaboradora en La nave invisible, da la turra sobre historias y narrativa, entre otras cosas, en su blog y en su Twitter.

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