Reseña: Las bestias olvidadas de Eld

Debido a la Babel que es nuestro mundo, podríamos referirnos de manera informal e intuitiva a dos tipos de contextos de recepción de una obra literaria: el primario, que recibe a la obra en la misma lengua en la que esta se escribió, y el secundario, que recibe la obra traducida y, en algunos casos, con un desfase importante de años. Esta nueva vida de la obra en otra lengua puede suponer interesantes nuevas lecturas en contextos diferentes al de su origen, ya sea porque permita comprender mejor la tradición en la que se insertó en su momento o porque pueda suponer un renovado material de inspiración para lectores y escritores que quizá no hubieran podido acceder a ella de no mediar su traducción.

Justamente, siento que la publicación en español de Las bestias olvidadas de Eld (1974) de Patricia A. McKillip, bajo el joven sello hispano independiente Duermevela Ediciones, se enmarca en estas posibilidades.

Como bien acota la académica Isabel Clúa en el útil posfacio del libro, es importante recordar que esta obra tuvo su propio contexto de origen en los movimientos de renovación de la fantasía hacia los años 70, formando así McKillip parte de una genealogía de escritoras que ya desde entonces comenzaron a subvertir ciertos códigos que se habían anquilosado en el género. Algunos de los elementos más obvios de su propuesta están mencionados, por cierto, en este texto, así como en diversas reseñas: desplazamiento de protagonismo (del héroe a la heroína), una pulsión más intimista que épica, o el reemplazo de la habitual quest de la fantasía como exploración externa con correlato interno a un viaje plenamente interior. 

 

Con un estilo que recuerda a los tapices medievales, aparece en el centro una chica de pelo blanco que mira al expectaor, rodeada de flores rojas y distintos animales.
Portada de la edición española de Las bestias olvidadas de Eld.

Tras esta somera descripción, es interesante constatar hasta qué punto una historia publicada originalmente hace casi cincuenta años sigue ofreciendo un discurso aparentemente contingente. Cincuenta años no son en realidad tanto tiempo si consideramos que la literatura lleva siglos de existencia, y ciertamente, según las clasificaciones actuales, una publicación de esa antigüedad podría seguir considerándose como contemporánea. Sin embargo, si consideramos las (pre)concepciones habituales de la comunidad de género en torno a la tradición de este, que suelen pensar en la obra de J. R. R. Tolkien como algo poco menos que antediluviano, la contingencia de Las bestias olvidadas de Eld nos plantea curiosas preguntas: ¿es que la novela ofrece valores atemporales, relacionados a luchas e ideas que aún no terminan de consolidarse? ¿O es que nos hemos estancado en la búsqueda de una propuesta de fantasía que en realidad lleva muchas décadas trabajándose, acaso con menos visibilidad que otras?

Como siempre, creo que no existen respuestas únicas y que, muy probablemente, ambas posibilidades tengan algo de validez. 

En relación con el segundo planteamiento, enlazo enseguida mi primera lectura de la obra en esta edición con La hija del Rey del País de los Elfos (1924), de Lord Dunsany, y Un mago de Terramar (1968), de Ursula K. Le Guin. Ambas novelas, me parece, más cercanas a una tradición feérica e intimista, respectivamente. Frente a la desmesura (en todo sentido, y para bien y para mal) de las sagas épicas, la contención de una historia autoconclusiva (o, cuando menos, que ofrece un cierre en la misma novela) focalizada en la tensa relación de sus protagonistas con la magia de sus sendos mundos. 

En términos estilísticos, asimismo, la prosa de McKillip se asienta en una narración lírica, que la traducción de Rebeca Cardeñoso nos permite paladear desde el español. Este tipo de prosa crea un curioso efecto al entrelazarse con la particular forma de trabajar los diálogos que presenta la novela. 

Porque hay muchos diálogos en esta historia, pero no a la manera como a veces los leemos hoy en día en ficción imaginativa y que yo llamo de ping-pong: un personaje dice algo breve y genérico (o ingenioso, citable: para el caso, da lo mismo), y otro personaje le responde enseguida en un tono similar. Supongo que ese estilo busca replicar la fluidez de conversaciones reales, pero convenientemente omitiendo los silencios, los titubeos o las muletillas locales. Es decir, recursos interesantes para la ficción mimética, pero cuya inclusión efectiva en la literatura de género sigue pareciendo un tanto dudosa.

Los diálogos de Las bestias olvidadas de Eld, en cambio, son artificiosos en el mejor sentido: de parlamentos extensos y de ideas complejas y minuciosamente elaboradas. Cuando los personajes conversan entre sí, sus caracteres, fuerzas y flaquezas se revelan ahí, en las palabras mismas que intercambian. Incluso cuando estas interacciones no llegan a un punto concreto (o utilitario), por medio de ellas algo más ha avanzado en la historia, solo que de maneras más sutiles que por medio de la acción concreta, por ejemplo. 

Lo anterior se refleja sobre todo en el progresivo vínculo intimista que se va afianzando entre la protagonista y otro personaje masculino. La maga Sybel y el caballero Coren: podríamos anticipar de qué va a ir la cosa, de no ser porque la narración se encarga de construir este acercamiento justo a partir del diálogo como punto de encuentro real entre dos personajes tan aparentemente distintos, y que sin embargo comparten tantas cosas esenciales. 

En efecto, Coren no es un varón guerrero convencional: abierto a las leyendas y a la magia, supone un interlocutor verosímil para Sybel, y un verdadero compañero en su búsqueda interior desde su propio complemento. La relación me recordó un poco, por su simetría, a la de Éowyn y Faramir: vínculos emocionales que dan cuenta que, para masculinidades no convencionales, hace falta la compañía de feminidades no convencionales, y viceversa. En ese sentido, es dulce leer cómo Sybel, la heroína de la novela de McKillip, va retratando y reconfigurando su intimidad a través de sus palabras, gracias también a la forma en la que las de Coren se van entrelazando con las suyas. 

Pero no es este el único vínculo que tiende Sybel a lo largo de la historia, lo que ayuda a leerlo como parte de un proceso más complejo: aquel en el que una mujer solitaria, que no cuenta con más compañía que aquellas bestias olvidadas, tan feéricas, comienza a desarrollar lazos de afecto con otros humanos. Algo que, por cierto, no habían conseguido hacer sus antepasados. Se conformará así una suerte de familia adoptiva muy curiosa en torno a Sybel, compuesta por el propio Coren, el pequeño Tam (ahijado) y la abuela Maelga, que actúa como el arquetipo de la vieja sabia, pero desde la sabiduría que además provee el afecto.

Se ha comentado sobre cómo uno de los puntos más atractivos de la novela es el foco en Sybel en lugar de Tam o de Coren, y cómo eso permite desarrollar la historia desde una dimensión propiamente femenina, alejada a su vez del tópico del varón heroico. Sin embargo, no creo que esta focalización implique un desplazamiento genérico en estos dos personajes masculinos. Sybel es la protagonista, sí, pero tanto Coren como Tam son interesantes a su modo, sobre todo porque ninguno busca valerse de Sybel para sus propios logros. También destaca que ambos tengan sus propios caminos, y que la narración parezca sugerirnos de manera muy sutil, principalmente en Tam, que sus historias protagónicas transcurren fuera del marco de la novela en sí. Y que eso, lejos de ser un defecto de composición, puede leerse como un efecto estilístico.

Algo similar parece ocurrir con el trasfondo político que precipita los conflictos centrales de la obra: el enfrentamiento entre el rey Drede y la casa de Sirle. Está presente, se explica, se vincula directamente con los problemas de los personajes… Pero en realidad no importa demasiado. O al menos a mí la novela me ha ofrecido tantas otras cosas, tan distintas a la politiquería genérica que tanto parece valorar la fantasía contemporánea de corriente principal, que no me interesó prestarle mayor atención. De nuevo: cambio de focos. En esta obra se privilegia un pequeño elenco de personajes y se los pone, justamente, como contraste de un trasfondo que los afecta, pero que en última instancia solo está ahí para que sea el desarrollo de sus protagonistas lo que destaque. 

 

La portada, en un estilo algo anticuado, nos muestra una imagen bastante similar. Una chcia de pelo rubio en el centro, rodeada de animales (un gato, un pájaro, un león y un dragón). Al fondo se ve a un caballero con armadura montado en un caballo blanco.
Cubierta de la edición original de The Forgotten Beasts of Eld, de 1975.

Pero ¿sería también entonces el componente mágico de la historia un mero telón de fondo? Felizmente, no lo creo así. Es esta, después de todo, una novela de fantasía. De hecho, me gusta leer a Sybel como una aguda contraparte del Ged de Ursula K. Le Guin. Si la autora de Terramar hubo de desarrollar una historia y un conflicto muy distinto al de Ged en Las tumbas de Atuan (1970), con una joven Tenar perdida en las literales y simbólicas oscuridades de un matriarcado corrupto, McKillip no parece haberse apartado mucho del modelo original del mago. Y eso, a su modo, es fantástico, pues propone que no tienen por qué existir necesariamente caminos diferenciados por género si la figura arquetípica es la misma

En efecto, Sybel también sufre un percance ético que involucra su propio poder mágico. Si en Ged esa caída estaba dada por su arrogancia, en ella está por su deseo de venganza. La narración es inteligente al momento de explicar de dónde surge esta pulsión, en una escena muy violenta que supone un quiebre en relación con el tono más ensoñador que había seguido la novela hasta entonces. A partir de ahí, el personaje se obsesionará con el uso de su propia magia como respuesta a este intento de manipulación, revelando uno de los temas centrales de la novela: el potencial coercitivo de la magia. 

Podrían considerarse tres muestras principales de este potencial: la frustrada agresión mágica hacia Sybel, la voluntad de Sybel de urdir un complejo plan para usar su magia a modo de venganza y de imposición de respeto, e incluso el mero marco general que permea la compañía de las bestias olvidadas del título, cada una retratada de una manera sencilla pero entrañable. Poco a poco, estos tres nudos irán resolviéndose en la historia, justamente a través del diálogo lírico y de la focalización en elementos antes desplazados.

La búsqueda de Sybel de la esquiva ave Liralen, foco que atraviesa toda la novela, se despliega bellamente hacia su desenlace de una manera muy simbólica… que no alegórica. 

¿Qué es lo que buscaba Sybel en realidad, y qué es lo que encuentra al fin? Es posible que muchos lectores concordemos en varios puntos, pero también es cierto que puede haber interpretaciones muy singulares, y quizá aun focos de atención diferentes. 

Lo que nos mueve a retomar las preguntas iniciales de este artículo. Ya las respondí de manera muy vaga al inicio; ahora detallo mis respuestas un poco más. 

¿Nos ofrece la novela valores atemporales? Sí. Que tantas lectoras hispanoparlantes hayan señalado su conexión con Sybel da cuenta de que la existencia y circulación de este tipo de historias siguen siendo sumamente necesarias, aun considerando la creciente oferta actual de fantasías progresistas. 

Al respecto, por mi parte, considero que hay aún otro valor atemporal distintivo de este trabajo, y ese es su esencia de fantasía. Todo lo que se narra aquí, más allá de la ya señalada subversión de tópicos, está trabajado desde sus códigos estéticos más asentados. En ese sentido, para mí ha sido maravilloso poder sumar esta obra a mi propia genealogía de publicaciones norteamericanas de fantasía, que sigo tendiendo —sesgadamente— a asociar en exceso a las modalidades más formulaicas, tremendistas o cínicas que llevan triunfando desde hace unas décadas. Celebrar esta obra como una novedad en el mercado hispanoparlante, pero a la vez hacerlo recordando que fue originalmente publicada en los setenta, abre la posibilidad de ir en busca de muchas otras novelas similares. 

En este punto, entonces, vinculo estas ideas con mi segunda pregunta. No, no creo que podamos hablar de estancamiento. Me parece que la historia de la literatura tiende a ser cíclica en ciertos intereses. Que ahora esa mirada atrás consiga distinguir y rescatar esta novela, y que su presencia misma destaque tanto por oposición a otras obras contemporáneas, se me hace alentador. Siempre habrá más sentido en la periferia que en el centro, y esto es cierto aún para las periferias del propio centro. 

¿Qué otras historias nos aguardan allá atrás, o aun desde el rabillo de nuestros ojos, esperando que sea nuestra mirada la que les devuelva su relevancia? 

La pregunta vuelve a quedar abierta, pero ahora con una cuota más explícita de optimismo y certeza: obras cuyo hallazgo ha de valer la pena, sobre todo porque a su modo han sido tan olvidadas como las pobres bestias de Eld.

Esperemos que más editoriales como Duermevela se animen a ir en su búsqueda, para que sus voces traducidas puedan correr campantes en nuestra imaginación. 

¿Quién sabe si acaso nuestra propia Liralen nos espera ahí, hablando al fin desde nuestra propia lengua?

Paula Rivera Donoso
Paula Rivera Donoso (Artículos/Fichas de autoras): Autora chilena de Fantasía con formación académica en literatura. Me dedico a la crítica e investigación independiente de la literatura de Fantasía, trabajo que desarrollo en mi blog y que recopilo en mi web. Me considero una amante furiosa de la imaginación y las historias. Twitter.

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