Vigilancia eterna

Este artículo forma parte del libro de ensayo No pediré disculpas, que Felicidad Martínez está escribiendo en la actualidad y donde habla del fandom y el mundo editorial de género fantástico en el periodo de 2010 a 2020.

Cartel de la Semana Negra de Gijón, 2020.

Finales de junio de 2020. No queda nada para que tenga lugar la Semana Negra de Gijón (festival literario que lleva celebrándose desde hace más de 30 años) y yo me siento cada vez más incómoda. Me engaño pensando que quizás, con un poco de suerte, alguien hace entrar en razón a los organizadores y se cancela el evento. Sigue alucinándome esa cabezonería por que se lleven a cabo los festivales literarios de verano en Asturias. El Metropoli, que tiene lugar por estas mismas fechas, decidió en su momento retrasar el evento a octubre, y la Feria de Muestras se ha cancelado; eso sí, por orden del Principado. En serio, no entiendo este «mientras no nos obliguen, seguimos adelante», porque me parece una imprudencia temeraria.

El problema, tal como lo veo, no va a estar en las medidas de seguridad que se tomen en los recintos donde se lleven a cabo las distintas presentaciones, mesas redondas, exposiciones… (oh, serán impecables, no tengo dudas), sino en el público que se concentre alrededor, especialmente en bares y demás. Ahí está el peligro real. Los lugares en los que la gente se quita la mascarilla, se olvida de lavarse las manos, se toca la cara sin darse cuenta, se apretuja para que quepan más en la mesa… Algo que nadie, y menos los organizadores de estos saraos, parece entender: cómo funciona la propagación. A ver, no pongo en duda que tomarás todas las precauciones posibles, pero los asistentes no están bajo tu control fuera del recinto, y esta es la imprudencia. Invitar a que se concentren en el mismo lugar tanto a quienes todo se la bufa como a quienes no, siendo estos últimos los que acaban expuestos por culpa de esos cuatro, la alegría y, a veces, el alcohol. Aunque el mayor peligro está en la gente asintomática, especialmente en la que después volverá a sus comunidades sin saber que es propagadora. Claro que, como evento, te lavarás las manos, nunca mejor dicho. «Nosotros nos hemos dejado la piel para minimizar los riesgos, pero la responsabilidad última es de los asistentes, no nuestra». No, verás, parte de culpa tienes por empeñarte en seguir adelante con tu sarao, porque si no hay evento, no hay riesgo. Así de sencillo.

Pero bueno, la cuestión es que la SN sigue adelante y, por mucho que me pese, tengo que acudir. Sí, tengo. Me siento obligada. No es solo porque me comprometí en su día (meses antes de que saltara el estado de alarma) y, ante todo, soy una profesional, sino también por temor a que no vuelvan a contar conmigo en próximas ediciones por algún sentimiento absurdo de traición o cualquier cosa del estilo. Lo he visto hacer en otro festival, así que, como no puedo evitar pensar que en este puede sucederme lo mismo, hago de tripas corazón, pese a la angustia y la ansiedad que eso me genera.

Antes de proseguir, he de decir que dos años antes había llegado a la conclusión de que, como autora, la SN no era el mejor lugar para hacer promoción de mis obras. Las personas que acuden al festival no son mi target objetivo (predomina, entre otros, el género de novela negra e histórica; el fantástico, pese a haber tenido un peso importante durante muchos años, se ha convertido en una anomalía desde la creación del festival Celsius232, en 2012), así que no tenía mucho sentido seguir participando frente a un público que, quizás, esté en mi presentación para descansar los pies un rato o coger sitio para la siguiente, que es la que de verdad le interesa, pero nada más.

Sin embargo, a principios de 2020 me encuentro ante dos situaciones: la primera, que mi novela Hija de las sombras encaja, hasta cierto punto, entre la temática predominante de la SN, así que accedo a la presentación, a participar en una mesa redonda sobre Ursula K. Le Guin, a ser jurado una vez más del Premio Celsius (no confundir con el festival) y a escribir un artículo para la revista oficial de la SN, el A quemarropa. La segunda situación, que no voy a acudir al festival Celsius, en Avilés.

Número de A quemarropa del 6 de julio.

Hasta aquí, todo bien. Bueno, mes y poco antes me descuelgo de la mesa redonda porque soy de esas personas a las que no les gusta opinar de lo que no saben, y de Le Guin solo he leído una novela que ni siquiera me gustó demasiado. Si dije que sí en su día fue porque la figura de esta autora me parece muy interesante y porque pensé que tendría tiempo de sobra para documentarme, pero al final no fue así. Una pena, sobre todo porque en ese momento soy consciente de que pierdo la oportunidad de tener mayor presencia en el festival, pero también siento alivio porque minimizo los riesgos de pillar algo. Además, solo es una mesa. Tengo presentación, soy jurado y he escrito un artículo. Todo va a salir bien. Claro que sí, ¿verdad? Ja. Esta será la vez que más «presencia» tenga en el festival, pero… como si no me hubiera pasado por allí.

Todo empieza cuando por fin sale el programa y lo primero que descubro es que mi presentación tendrá lugar el primer domingo a las nueve y media de la noche. ¡Toma ya! El bajón es importante, no te voy a engañar. Las cosas como son, no soy una autora por la que la gente vaya a estar dispuesta a esperar hasta última hora del día para verme, no en este festival. Por otro lado, no puedo desprenderme de la sensación de que soy el relleno. Rudy, mi marido, que también tiene presentación ese día, pero a las siete de la tarde, me dice: «Es una putada, pero, bueno, lo que va a contar de verdad es salir en prensa al día siguiente, así que no te preocupes demasiado». Sí, tiene sentido lo que dice.

Bien, llega el día siguiente y… no salgo en la prensa. Hojeo el A quemarropa y me quedo estupefacta. Ni mención ni foto, pero es que todo está plagado de artículos sobre señores. Flipo. Se lo enseño a Rudy. «No lo entiendo —me dice, también estupefacto—. Es que a mí me han puesto un tercio de página y al tipo que estaba antes que tú, dos tercios. No tiene sentido». Ya, no lo tiene, ¿verdad? De pronto, mis alarmas suenan con estridencia y no necesito hacer una investigación profunda para confirmar mis sospechas.

La primera es que, tras revisar el programa, descubro que de los cinco días en los que hay presentación a última hora, las 21:25, en cuatro pringan autoras y solo en uno pringa un autor. «WTF? Pero ¿qué mierda es esta?», pienso.

Como te imaginarás, mi cabreo es morrocotudo, aunque… admito que fue totalmente injustificado, porque, para empezar, mientras confecciono este artículo se me enciende una luz y me da por revisar a conciencia las actividades de esos días en concreto y descubro que en muchas de ellas aparecen mujeres, por lo que tiene sentido lo de las presentaciones a última hora. Para continuar, descubro que sí se me mencionaba en prensa, en una sección cuyo contenido pasé por alto porque lo confundí con un relato en lugar de una crónica. Sin embargo, en ese momento soy incapaz de verlo, cegada por la estupefacción y la rabia. Y así, cuando día tras día voy leyendo los siguientes números del AQ y me encuentro señores everywhere…, acabo con el cabreo por las nubes. Vamos, no te haces una idea.

«Felicidad, no fue para tanto. En los números 2 y 6, a Marta Robles y a Cristina Fallarás les publicaron un artículo de una página entera; se dedicó un número completo a las autoras; y de los diez números totales, en cinco se dejó espacio para que cinco autoras hablaran del proceso de escritura de sus novelas, tú incluida, y solo cuatro fueron de autores». Ya, ya. Todo guay, ¿verdad? Pues espera, que me arremango y te explico por qué ese cabreo sí fue justificado.

Cubierta de La chica a la que no supiste amar, novela que presentó Marta Robles en la Semana Negra.

Empiezo por los artículos. Qué quieres que te diga, a mí no me parece muy normal (no sé si normal sería la palabra adecuada) que los artículos con extensión de una a dos páginas sean de señores hablando de señores, mayoritariamente, y que los dos únicos de autoría femenina se titulen «Putas, no; mujeres prostitutas» y «Vuestra madre es puta». Ellos hablan de literatura; ellas, no.

Cristina Fallarás, autora del segundo artículo, deja caer una perla al final de su texto que me parece maravillosa. Comenta que ha escrito el artículo porque la SN (el AQ, supongo) le pidió uno que hablase de violencia machista, que puso ese título como cebo (a ver si así alguien lo leía hasta el final) y remata diciendo que lo escribe ella, la única mujer que, en treinta y dos años de festival, ha ganado el Premio Hammett de novela negra concedido por la SN. A lo mejor me equivoco, pero para mí está claro que con ello está diciendo algo así como «Mira, os podéis ir a la mierda», y también sospecho que no pillaron la indirecta en esa coletilla. Porque, hey, el número 8 del AQ está dedicado a autoras. Ya han hecho su labor, se sentirán bien y todo.

Pues no. Mal. Dedicar un número de diez no es hacer las cosas bien. Eso es insistir en poner la eterna mesa redonda de «Las mujeres escriben X» en lugar de incluir a mujeres en el resto de las mesas para que hablen de literatura. Y por eso, acercarse al AQ es encontrarse a señores hablando de señores. A ver, ¿de verdad es necesario que Jesús Palacios tenga dos secciones en cada número? Y bueno, menos mal que en la segunda aparece debajo de su nombre y entre paréntesis: «con la inestimable colaboración de Raquel Suárez», pero que quede claro quién es el principal, el que vende. ¿Y la sección de Luismi Piñera explicando el marxismo «en memoria de Marta Harnecker», pero sin hablar de la autora (su figura y su obra) hasta el último número? ¿No se podría organizar de otra manera para que aparecieran más nombres de autoras firmando artículos? Porque, vamos, quiero creer que los que no están firmados, que son unos cuantos, están escritos también por un tío, porque si es una mujer y no sale su nombre… Uf, no, mejor pensar lo otro.

Pues no. Mal. Dedicar un número de diez no es hacer las cosas bien. Eso es insistir en poner la eterna mesa redonda de «Las mujeres escriben X» en lugar de incluir a mujeres en el resto de las mesas para que hablen de literatura.

En resumidas cuentas, no tienes que dedicarnos un número para tenernos «contentas» (un número en el que, para más inri, solo se comenta la participación de autoras en las actividades del día anterior; lo que hicieron las demás el resto de los días, ponemos una fotito en el número que corresponda, y listo), sino compartir el espacio, leñe, y no para hablar de nuestras cositas, sino de literatura, que también sabemos, joder.

Con este percal y el enfado trepándome por el esófago día a día, acabo cabreadísima cuando al fin me dicen quiénes son los otros miembros del jurado del Premio Celsius. ¿Adivinas? Señores. Señores everywhere, y entonces ya no albergo ninguna duda: soy un maldito cupo.

Pienso en autoras que escriban o hayan escrito género fantástico y, que yo recuerde, que hayan sido invitadas en otras ocasiones a la SN (Elia Barceló, Sofía Rhei, Rosa Montero y también se podría incluir a Carmen Moreno). Todas publican o publicaron en grandes editoriales, y, vistas las obras finalistas, me doy cuenta de que los organizadores no tienen mucha idea de lo que se cuece en el fandom, fuera de esos grandes sellos, vamos. Si a mí me conocen y he sido invitada en otras ocasiones ha sido gracias a Rodolfo Martínez, Rudy, mi marido, por lo que empiezo a sospechar que de no haber accedido a ser jurado es probable que el cupo femenino lo hubiera cubierto una colaboradora de la SN. Que, ojo, no tiene nada de malo que no sea autora. El problema sigue siendo el maldito cupo, y en ese momento lo noto, me cosquillea en la nuca pese a que, en ese instante, no dispongo de más datos.

Mariana Enríquez, ganadora del Premio Celsius 2020 por Nuestra parte de noche.

No sé si lo sabes, pero en 2016 se produjo un escándalo tremendo con los premios que concede la Semana Negra de Gijón. Todas las obras finalistas en tooodas las categorías eran de autores. Ni una sola autora. Para compensar de alguna manera, los organizadores hicieron el esfuerzo de que al menos todos los jurados tuvieran representación femenina (y fue bastante, todo sea dicho). Supongo que no hace falta decir que aquella fue la primera vez que esta servidora hizo de jurado en el premio Celsius, ¿verdad? En fin. Prosigo.

Como la configuración del jurado es secreta hasta el mismo día del fallo (cosa que no entiendo porque ¿de verdad piensan que nos van a sobornar con jamones, o vete tú a saber, cuando es un premio nominal por el que ni siquiera recibes un mísero diploma?), aún tengo que esperar un poco más para que se anuncien las obras ganadoras y pueda comprobar si mi sospecha es infundada o no. Llega el viernes, me paso por la web de la SN y… no tengo manera de saber quiénes componen el resto de jurados. WTF? Ya sé que el foco debe recaer en los ganadores, pero, en serio, ¿qué problema hay en mencionar a quienes escogieron esas obras? Pues nada, me toca googlear y buscar, entre un montón de artículos de periódico, alguna mención al jurado (que se da a conocer en la lectura del fallo, y ya), pero solo logro dar con los nombres de quienes lo componen en dos categorías más y… Ninguna sorpresa. Pitufinas. Pitufinas everywhere. Ni me molesto en buscar las otras dos que me faltan por revisar. ¿Pa qué?

«Bueno, al menos no se ha vuelto a producir lo de ese año. Entre los finalistas hay unas cuantas obras escritas por mujeres y de las cinco categorías, tres las han ganado autoras». Ya, pero es que ese tampoco es el problema. El problema es que, a la chita callando, de nuevo se nos convirtió en un cupo sin que nos diéramos cuenta. Piensa, ¿qué diferencia hay entre el primer año que participé como jurado (donde hubo alguna que otra categoría en la que, de tres miembros del jurado, dos eran mujeres) y este? Pues que en aquel hubo un tirón de orejas y luego…, mientras nadie se queje, ¿verdad? Pero, claro, ¿cómo va a haber quejas con lo difícil que es saber la composición de los jurados? Vamos, las cosas como son, de no haber sido por mi cabreo, es probable que no me hubiera preocupado por mirarlo. Y eso que, como decía en el artículo anterior, me parece un tema importante.

«Felicidad, estás siendo muy injusta. El jurado en las distintas categorías siempre se ha compuesto de autores que acuden al festival de la SN, y si las autoras invitadas no se animan a participar…». ¿En serio? Esa no puede ser una excusa. Para empezar, ¿de dónde sale esa obsesión por lo presencial? ¿A qué viene ese desprecio por lo telemático? Y para continuar, si ni siquiera vas a dar publicidad a quienes componen el jurado, ¿qué más te da que deliberen por e-mail o por videollamada, a kilómetros de distancia? De hecho, estando en la misma ciudad, fue lo que propuse a Jesús Palacios, secretario del premio Celsius 2020: votar por correo electrónico; y no solo le pareció bien, sino que el resto de autores no vieron mayor problema. Nadie se ha quejado del «Reunido el jurado de manera telemática», así que ese «Se ha hecho lo que se ha podido dadas las circunstancias» no me vale. Lo que se ha hecho es lo de siempre: cubrir cupos, darse por satisfechos y después, si alguien se queja, sorprenderse.

Sofía Rhei, ganadora del Premio Celsius 2017 por Róndola.

Oh, pero aún hay más. Mientras escribo esto (reescribo, más bien, porque la primera versión la tecleé desde las tripas, sin pararme a tomar distancia ni contemplar todos los datos de manera fría y objetiva) me da por pensar si hay algo más que he pasado por alto o, mejor dicho, que habría pasado por alto de no haber tenido el momento de cabreo que propició que me pusiera con este artículo en primera instancia. ¿Y qué es lo primero que compruebo al revisar el programa? En efecto, la composición de las distintas mesas redondas que se realizaron. ¿Alguna sorpresa? Ninguna. En la gran mayoría predomina la Pitufina, con alguna anomalía que otra. Ah, un apunte: estaría bien que algún día se hablara seriamente de la figura de la moderadora; esa que con tanta frecuencia brilla por su ausencia. Pero al tema, que me lío.

«Es que las circunstancias», «Es que no había más autoras presentes en el festival»… De verdad, basta. Si fue posible presentar la novela de Mariana Enríquez por medios telemáticos, entonces ¿por qué no tratar de hacer algo parecido en las mesas redondas? Con un gesto así, habrías demostrado que te preocupas en serio por que haya más presencia femenina (no solo cuando te dan un toque de atención) y, estoy segura, a la gente no le habría parecido mal el «apaño», dadas las tan mencionadas circunstancias. «Pero, Felicidad, es que montar algo como eso es muy complicado». No te lo niego. Requiere inversión y, lo más importante, voluntad. Sin ella, volvemos a caer en lo mismo y con las excusas de siempre. De hecho, me pregunto si de no ser por esa maldita costumbre de publicar el programa en el último momento y que no había nadie de «guardia», las explicaciones habrían sido las mismas en esta edición que, por ejemplo, las dadas por la sección Letras y bits del festival Celsius, que, telita. Quiero creer que no, que los organizadores de la SN habrían actuado con la misma rapidez que con lo ocurrido años atrás con los premios. Después de todo, medios tenían para solucionarlo, que hicieron streaming de todas las charlas y alguna que otra presentación telemática, así que…

Así que lo mismo. No nos engañemos. Vale que la SN no ha sido un Celsius de la vida golpeándose el pecho, sonoramente, mientras se vanagloriaba de ser un festival 100% presencial y, de paso, despreciaba a quienes no se habían «atrevido» a hacerlo de la misma manera (ellos, tan valientes, tan superiores entre mediocres), pero, joder, ¿de verdad hay que estar siempre tirándote de las orejas para que reacciones y te pongas las pilas cuando está claro que con que te pares a pensar un poquito eres capaz de hacer las cosas bien? En serio, cansa ya, eh. Y es agotador por dos razones:

La primera, que no es fácil señalar esto de manera pública a sabiendas de que te van a caer los insultos de siempre (histérica, exagerada…) y que te vas a tragar sí o sí. Hace falta valor y, tal vez, resignación. En mi caso dirán que soy una resentida porque como no me dieron la publicidad que esperaba cuando no soy nadie… En fin. Esto no lo hago solo por mí, sino por mis compañeras de profesión, aunque no escribamos sobre el mismo género literario. ¿Y qué denuncio? Pues que, vale, con franqueza, no me parece mal la solución de concentrar las presentaciones de autoras en cuatro días (habrá quien no lo vea así y prefiera representación todos los días), pero ¿de qué sirve eso si después no das visibilidad en prensa o les encargas artículos para hablar de putas y machismo en lugar de literatura, como hacen el resto de los chicos, o te limitas a cubrir cupo para sentir que has cumplido y ya? Y como eso está mal, lo señalo y acepto lo que me pueda caer, aunque no me apetezca un pimiento, entrando en juego la segunda razón que mencionaba sobre el cansancio de todo esto.

Al final, lo de siempre: el esfuerzo sigue recayendo del mismo lado, y todo apunta a que esto va para largo.

A ver, sé que, por una parte, no es fácil desprenderse de la inercia cuando «lleva haciéndose así toda la vida» y, por la otra, que nos impacientamos cuando el cambio social (o de mentalidad) no se produce todo lo deprisa que nos gustaría. Nos impacientamos, nos cabreamos, a veces saltamos sin pararnos a pensar y analizar en frío (como me ocurrió en la primera versión de este artículo en la que, sospecho, se me podían «ver» los espumarajos saliendo de la boca), llegando en ocasiones a conclusiones precipitadas. Lo admito, yo misma me he quedado estupefacta más de una vez ante ciertas reacciones, probablemente surgidas del hartazgo y esa impaciencia que mencionaba. Ahora bien, pese a esto último, lo que no puede ser es que el esfuerzo por tratar de hacer las cosas bien siga recayendo en una de las partes en exclusiva. Es agotador estar permanentemente en guardia.

Esto es como lo de la vieja idea de que la obligación de la mujer es decir que no en todo momento y la del hombre, intentarlo siempre. Ellas, únicas responsables de salvaguardar la decencia; ellos, como nenes, insistiendo en que no están haciendo nada malo o que ha sido sin querer. Con este tema, lo mismo. «No nos dimos cuenta», «Se ha hecho lo que se ha podido»… En serio, basta. ¿Cómo es posible que siempre haya que ir detrás para que dejes de meter la pata cuando está claro que sí tenías la capacidad de solucionarlo, pero… «qué pereza», verdad? Pues la misma que me da a mí cada vez que veo cosas así en festivales que van de progres y encima sabes que, por una parte o por otra, en cuanto abras la boca para decir «Así no. Reflexiona un poco, anda» te vas a convertir en la mala.

Supongo que estamos de acuerdo en que los festivales literarios son un gran acto publicitario y en más de un sentido, repercuten tanto en quienes los organizan como en quienes fueron invitados a hablar/presentar. El contenido define el sarao y transmite un discurso. Si este último va de progresista y moderno, concienciado con lo social, entonces las palabras deben ir acompañadas de hechos. La responsabilidad de que las buenas intenciones se cumplan partirá siempre de quienes organizan el evento, y el esfuerzo debe ser constante, no de manera puntual si entremedias nadie se queja o no cae en la cuenta.

Charla de La Nave Invisible sobre fantasía oscura y terror, con Elia Barceló, Gabriella Campbell, Lisa Tuttle y Blanca Rodríguez (intérprete).

¿Cómo se logra eso? Pues, para empezar, asegurándote de contar con alguien (o álguienes) dentro de la organización que esté sensibilizado con el tema y vigile que estas cosas no pasen. Y si no es dentro, pues con alguien que asesore de manera externa. No siempre te va a gustar lo que te vaya a decir, pero esa es su labor: señalarte la posible problemática. Luego ya decides si le haces caso o no, pero al menos estás sobre aviso. Para continuar, no te tomes las críticas como un ataque, sino como un toque de atención. Y si de todo lo que se te dice solo eres capaz de quedarte con los comentarios exaltados, tienes un problema de ego importante que te impide razonar. Pero si logras darte cuenta de lo que se te está señalando en realidad y te paras a pensar, aunque sea un segundo, enhorabuena, vas por buen camino. Selecciona lo que puedes y no puedes hacer con los medios de los que dispones y, rediox, procura esforzarte todos los años. Todos los años. Con el tiempo, dejará de ser un «incordio» y hasta te parecerá de lo más normal, como debe ser. Sencillo, ¿no?

Por desgracia, y visto lo visto, parece ser que no. Ya sabes, la costumbre: no es sí, a menos que solmenes una hostia tremenda y entonces te encuentres o bien con el «Huy, no me di cuenta, perdona», o bien con el «Zorra histérica, te vas a enterar», aderezado en algunos casos con la nueva arma arrojadiza de la que se han apropiado: «Censura. ¡Censura!». En fin.

Lo más gracioso de todo esto (no sé si decir triste, más bien) es que, a nivel personal, me da rabia no haberme dado cuenta de lo que te he contado sobre la Semana Negra de Gijón y el A quemarropa hasta que me sentí afectada. Nunca debió ser así, debí verlo antes y desde la más absoluta objetividad, no desde el cabreo (por mucho que después lograra tomar distancia y analizarlo con calma). Y al mismo tiempo me da rabia que me dé rabia mi «descuido», cuando es imposible estar permanentemente atenta. Maldita educación recibida… Y al final, lo de siempre: el esfuerzo sigue recayendo del mismo lado, y todo apunta a que esto va para largo. Parece mentira, teniendo en cuenta la tecnología de la que disponemos y que permite mayor conectividad/representatividad, pero si algo ha demostrado la pandemia es que esta se ha empleado como excusa para volver a las andadas, pese a disponer de los medios.

Así que nada, por mucho que nos pese, cansadas o hartas, nos toca seguir ejerciendo de guardianas eternas, vigilantes incansables, aguantar carros y carretas y permanecer estoicas, con el brazo bien estirado y señalando lo que está mal, mientras nos lanzan piedras. Qué remedio. 2020 será nuestra prueba de fuego. Hay que resistir como sea, insistir e insistir, permanecer atentas, o todo lo que se había logrado hasta ahora se convertirá en anécdota.

Colaborador
Felicidad Martínez (Colaboradora): Escritora de ciencia ficción y fantasía. Ganadora de varios Premios Ignotus y un Encouragement Award de la ESFS. También, ingeniera y profe de diseño.
Ficha en La Nave Invisible


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